Desde enero, más de 50 hombres han matado o asesinado a otras tantas mujeres con las que mantenían o habían mantenido una relación. A pesar de las medidas judiciales, sanitarias y asistenciales puestas en marcha, las mujeres siguen muriendo. ¿Pueden los medios de comunicación cumplir un papel de primer orden en la resolución de este problema?
Desde hace menos de una década (1997, con el asesinato de Ana Orantes a manos de su marido, José Parejo Avivar, en la población de Cúllar-Vega, en Granada) se está visibilizando en los medios de comunicación la violencia de género. La sociedad ha dado un paso de gigante al conocerse este invisible tipo de violencia masculina. Casi una década de información sobre violencia de género nos exige una reflexión sobre su tratamiento. Cada día se nos ofrecen datos sobre el estado de la cuestión: se ofrecen datos por comunidades autónomas, por edad, procedentes de la inmigración, y se comparan con años anteriores; muchas veces para concluir que la sangría sigue a pesar de las leyes. Se piden declaraciones a quienes son responsables gubernamentales que, desde que se aprobó la ley en diciembre de 2004, han transmitido la idea de que la Ley Integral no era la panacea a corto y medio plazo para evitar que los hombres que matan, lo sigan haciendo. Las medidas de sensibilización y prevención son más importantes para evitar que los hombres asesinen, que las medidas asistenciales, policiales y judiciales que, aunque absolutamente necesarias, alivian la situación de las víctimas pero no la pueden evitar.
Además de otras actuaciones fundamentales en el campo de la educación, entre las medidas de sensibilización y prevención que contempla la Ley Integral de Violencia de Género respecto a los medios de comunicación, el artículo 14 recoge que “fomentarán la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombre y mujer, evitando la discriminación entre ellos”. En general, las representaciones de las mujeres y los hombres desde los medios de comunicación no son equiparables, no transmiten la idea de que las mujeres son un grupo digno de respeto y consideración, tanto como son los hombres. No sólo se trata de representación del cuerpo de la mujer que sirve, básicamente, para el placer y la complacencia masculina. Se trata de la sobrerrepresentación de las mujeres como cuidadoras y servidoras, en papeles secundarios, dependientes, no pagados y desvalorizados socialmente cuyo efecto no es sólo solucionar el grave problema de atención a estaos colectivos, sino fijar los modelos de feminidad que no rompan con la tradición patriarcal del mito de la servidumbre y la abnegación. Los roles que los medios todavía hoy elaboran y se fijan en el imaginario de nuestras niñas, las conducen hacia relaciones de dependencia y sumisión (más del 40 % de las chicas consideran una prueba de amor determinadas formas de maltrato de su chico).
La investigación sigue mostrando que los medios de comunicación discriminan positivamente lo masculino, al mismo tiempo que cuidan comportamientos misóginos, incluso los que son punibles: “todo parece indicar que se trata de un crimen pasional” recoge la notícia. Los asesinos no son los culpables de la violencia contra las mujeres, sino la entelequia “violencia doméstica” que desenfoca y no señala con el dedo al hombre que mata: “un nuevo caso de violencia doméstica”.
Las mujeres “mueren”, no son “asesinadas”; quien comete un delito es un delincuente, pero nunca encontraremos este vocablo en una información sobre violencia masculina. Se evita la palabra “asesino” para utilizar abundantemente “hombre”. Y en contra de la ética periodística, se identifica en muchísimas más ocasiones a la víctima que al asesino.
Al mismo tiempo, los medios mantiene intactas las formas fundamentales de discriminación negativa de las mujeres, estrechando la representación de los múltiples roles que están llevando a cabo en la sociedad. Que en los medios aparezcan más mujeres en papeles tradicionales, secundarios y desvalorizados, en la mayor parte de las ocasiones no sólo no ayuda a combatir la violencia de género sino que fomenta y fortalece determinados comportamientos masculinos basados en la ideología de la supremacía de los hombres. Ésta es la razón por la que los maltratadores y violentos se creen con derecho a ejercer la fuerza, el desprecio y el poder sobre las mujeres con las que viven.
Si a lo anterior sumamos la escasa actividad solidaria de los hombres no maltratadores y la casi nula aparición en los medios de comunicación del escaso grupo de quienes se colocan al lado de la lucha de las mujeres, el resultado es que, objetivamente, los asesinos no pueden detectar, y por lo tanto sentir, el repudio de sus iguales. Decía una mujer apuñalada por su ex marido, la directora del Institut Balear de la Dona, que él nunca la había maltratado si la hubiese considerado una igual. Si una característica común tienen los maltratadores es que no respetan lo femenino porque no consideran a las mujeres como sus iguales.
Este tipo de hombres, que conciben la virilidad como dominadora de las mujeres, sólo respetan a sus iguales (hombres). Si éstos no se involucran activamente y toman posiciones claras y continuadas que sean recogidas y destacadas en los emdios de comunicación, mucho me temo que los más de 50 asesinos u homicidas que se llevan contabilizados en este 2006, se verán acompañados en su macabro comportamiento pro muchos otros antes de que finalice el año.
Fuente: El Mundo
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