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La mujer y lo sagrado

Por Victoria Sendón de León

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Me siento en la obligación de comenzar con una declaración de intenciones. Y es la siguiente : No voy a hablar de Teresa de Avila, ni de Sor Juana Inés de la Cruz, ni de Hildegarda de Bingen, ni de Margarita Porretas, ni de la monja Egeria...ni, ni, ni. Es tan simple como que no puedo hablar de la mujer y lo sagrado en el contexto del monoteísmo si no es dando una complicada vuelta que me sitúe en la mística, que es el atajo para trascender a lo divino burlando la religión. Pero tampoco esto me interesa ahora.

Supongo que no es casual el título que se le ha querido dar a esta conferencia, porque no se trata de “la mujer y lo divino” ni de “la mujer y la religión”, no. Se trata de “La Mujer y lo Sagrado”. Y aquí comienzan mis problemas, porque tanto en griego como en latín existen dos palabras para designar a lo “sagrado”. En griego están hierós y hagios, pero mientras la primera significa sagrado en lo que tiene de referencia a lo divino como fuerza y luz, la segunda, hagios, implica también la acepción de maldito. En latín sucede algo parecido, pues si bien sanctus corresponde al concepto de sagrado y santo, así como al de respetable y virtuoso, la palabra sacer , de la que provienen sacro, sacerdote o sacrificio, también conlleva el significado de maldito, execrable o consagrado a los dioses infernales.

Entre lo santo y lo maldito, la mujer siempre ha sido relegada a esta última instancia. Incluso ha sido identificada con el Mal en sí, tal como afirmaban los inquisidores Kramer y Sprenger, autores de “El martillo de las brujas” : “Toda maldad es nada comparada con la maldad de las mujeres. Ya desde los orígenes Eva y Pandora representan la causa de todos los males que luego nos han sobrevenido a los humanos. La mujer es un ser impuro por su sangre menstrual, que tenía la capacidad virtual de contaminar a toda la comunidad, por lo que era incluso apartada de ella. Pero también era impura por el hecho de gestar y alumbrar a una criatura. Ejemplo de ello lo tenemos en la purificación preceptiva de María después del nacimiento de Jesús, teniendo que ofrecer en el Templo el sacrificio de un par de tórtolas o pichones para lavarse de la incomprensible mancha de haber parido. Sin embargo, la sangre del sacrificio ofrecido a Dios purifica a los hombres y es grata a Yahvéh, pues el mismo rey David reconoce el interés de su dios por los sacrificios rituales, ya que para reconciliarse con El le brinda la satisfacción de “oler una ofrenda”. Y en la consagración del templo de Jerusalén por Salomón se sacrificaron veintidos mil bueyes y ciento veinte mil carneros : una múltiple hecatombe, ya que esta palabra significa “cien bueyes” o el sacrificio de esos cien bueyes.

El Falo y el Grial

Lo sagrado se refiere también a determinados objetos o lugares que forman parte del culto y que poseen una especial virtualidad de transformación. Dos de estos objetos son el Falo y el Grial, que merecen una comparación.

El Falo, símbolo masculino de la fecundidad, era especialmente venerado en los cultos dionisíacos. Tal vez ese falo haya pasado a ser la famosa escoba de las brujas, que además de estar untada con sustancias alucinógenas, servía para las copulaciones en aquellos ritos de fecundidad que eran los akelarres, y que darían lugar a la leyenda del pene frío y rígido del diablo. El Falo, como objeto de veneración, supone una metonimia de lo masculino en la que se toma la parte por el todo y cuya presencia o ausencia instaura un tipo de lógica, según Julia Kristeva en su correspondencia con Cetherine Clément sobre “Lo femenino y lo sagrado”. Supone, pues, la condición mínima del sentido en la dualidad sí/no, uno/cero, ser/no ser : “Podría decirse que el órgano macho encarna potencialidades lógicas que hacen de él... nuestro ordenador corporal : la condensación de ese binarismo 0/1 que está en la base de todos los sistemas de sentido”. [1] Sin embargo, el Falo no es el pene, ya que aquél sólo tiene sentido en la presencia erecta que significa el 1. Cuando no está en erección es un 0, no tiene valor : es como una oreja. Por lo tanto, el ser o no ser masculino se debate en torno a ese Falo objeto de veneración, pero también de alienación, ya que como dice Lacan, el alienado vive fuera de él mismo, prisionero del significante, prisionero de la imagen de su yo o de la imagen del ideal. Vive de la mirada del otro hacia él. Pues bien, esa identificación con un significante que se considera supremo y que otorga el ser desde una metonimia en la lógica de lo binario, hace posible el posterior monoteísmo en el que Dios es Uno y Unico y tiene la plenitud del ser : “Yo soy el que soy”, dice Yahvéh a Moisés. En este sentido es esta vez la interlocutora de Kristeva, Catherine Clément, la que aventura lo siguiente : “No hay duda que existe una relación entre el hombre y Dios. Pero ¿y entre el hombre y lo sagrado ? ¿Y si por casualidad la adoración del dios único cerrara el paso de lo masculino a lo sagrado ?” [2] .

El Grial, por el contrario, que posee múltiples significantes, pero un sólo significado, es la metáfora de la plenitud, de la realización. En todas las leyendas es el hombre puro, un héroe religioso, quien busca el Grial pasando por aventuras y desventuras sin cuento. En la versión de “Parsifal” de Wolfram von Eschenbach el héroe llega al castillo de Montsalvatch y penetra en la estancia luminosa en la que le esperan cuatrocientos caballeros junto al rey enfermo. Arturo le hace sentarse a su lado y en ese momento se abren las puertas y aparece un grupo de bellas vírgenes que desfilan de dos en dos. La última de ellas, Respanse de Joie, portaba una copa resplandeciente. “Delante de ellas avanzaba la reina, con el semblante brillante. Todos imaginaron que anochecería. Uno vio que la doncella estaba vestida con muselina de Arabia. Sobre un cojín de seda verde llevaba la Perla del Paraíso. La reina sin mancha, orgullosa, pura y serena, depositó ante el huésped el Grial. Y Parsifal, así cuenta la leyenda, no dejó por un instante de contemplar a quien portaba el Santo Grial”.

Recurriendo de nuevo a Lacan, que analiza el inconsciente de acuerdo con el modelo del lenguaje, vemos que tanto la metáfora como la metonimia suponen una ruptura del significante con el significado, que emerge en lo consciente bajo una máscara. La metáfora funciona por condensación, la metonimia, por desplazamiento. La metáfora se elabora en una relación de sustitución de significantes que ostentan entre sí un vínculo de similitud según el simbolismo universal. La metonimia, sin embargo, es una figura retórica en la que los significados tienen entre sí relaciones de contigüidad en un contexto, expresada por tanto fragmentariamente. La metonimia supone siempre un absurdo aparente por una especie de resistencia a la significación. La metáfora es más diáfana ; la metonimia se esconde, se fragmenta en sucesivos significantes.

Repito : el Falo, como objeto sagrado, constituye una metonimia ; el Grial es una metáfora. El Falo se refiere a un significante fragmentario con el que se identifica lo masculino. El Grial supone un significante completo que nos remite a un significado claro representado por una copa, un cáliz, pero teniendo en cuenta que el cáliz es la sublimación cristiana del caldero céltico, que significa abundancia y transformación iniciática, por tanto vinculado intrínsecamente con el atanor de los alquimistas. El caldero señala claramente al útero materno y, según Jung, todo el simbolismo del renacimiento y de la regeneración nos remiten a la Madre.

En su versión personificada, el Falo se identifica con antiguos y oscuros diosecillos, los cabiros y los dáctilos, a los que se asimila posteriormente la figura del héroe. El héroe, primitivo adorador de Hera, se transforma en un matador de monstruos, que constituyen la versión maldita de las Diosas, la “madre terrible”. Cuando Edipo se enfrenta a la Esfinge, que es uno más de los monstruos del repertorio, y descifra el sentido del enigma “No sabía que el ingenio del hombre nunca será suficiente para el enigma de la Esfinge (...) porque su enigma era Ella misma, esto es, la imagen de la madre terrible” [3] , afirma Jung. Este error de cálculo es el que conduce a Edipo hasta su posterior desgracia, por más que en un primer momento sea aclamado como héroe y proclamado rey de Tebas.

También el símbolo fálico aparece en el “Fausto” de Goethe en forma de llave, pero ¿qué puerta abre esa llave ? Al despedirse Mefistófeles de él le entrega esa llave, o clave, que tiene un sentido muy determinado. “FAUSTO.- ¡Qué insignificancia ! MEFISTÓFELES.- Acéptala y no quieras despreciarla. FAUSTO.-¡Crece en mi mano ! MEFISTÓFELES.- ¿Notas ya cuánto tienes al tenerla ? La llave indicará el camino justo ; baja tras ellas : irás hasta las Madres. FAUSTO.-(estremecido) ¡Las Madres ! ¡Lo oigo siempre como un golpe ! ¿Qué palabra es que no la puedo oír ?” [4] las haya calificado de “sociedades solidarias” frente a las “sociedades de dominación” que se impusieron tras las invasiones.

Si bien en un primer momento los invasores imponen el poder por la espada en una locura furiosa de destrucción y reparto inmediato del botín, la mera observación de los tipos de héroe, que la mitología nos ha transmitido, nos indica la trayectoria de los pueblos “kurgos” para imponerse como civilización. Los inicios de la barbarie están representados por Heracles, que personifica la fuerza bruta. Se trata de un héroe enfrentado con su fuerza física a todos los monstruos que para los invasores significan las antiguas divinidades femeninas : titanes erinnias, gorgonas, esfinges, arpías, etc., que se perpetuarán hasta la Edad Media en la figura del dragón, vencido por el héroe cristiano San Jorge.

Sin embargo, la fuerza bruta no es suficiente para cambiar una cosmovisión, y es entonces cuando surge otro arquetipo de héroe más sutil y astuto : Teseo. Sin duda que se trata de introducir otros valores culturales a partir de la nueva religión y de las nuevas leyes : otro tipo de brutalidad, pero legitimizada. Teseo ya no es el bruto de Heracles, sino el seductor por excelencia, de este modo el Patriarcado logra lo más difícil: erotizar la violencia. Es Teseo quien rapta a Antíope, nada menos que una reina amazónica, que se enamora perdidamente de él hasta morir luchando a su lado contra sus antiguas compañeras. Más tarde también seduce a Ariadna de Creta, quien le confía el secreto del laberinto y con él la clave de la destrucción del último bastión de la civilización matrística.

Finalmente, se consigue la domesticación de las mujeres con la sublimación de la entrega, el sacrificio y la sumisión total a través del matrimonio y la constitución de la familia patriarcal. El héroe que representa esta última etapa es Cadmo, que termina casándose con Harmonía, funda la ciudad de Tebas en Egipto y crea un nuevo alfabeto. Viven felices y tienen cuatro hijos. Cadmo es, pues, el último héroe. Ya no hay monstruos que matar, porque el último monstruo, la Mujer, ha sido vencido.

Así pues, en el devenir, más o menos turbulento, de un nuevo orden se llega a una conformación social de sometimiento al poder y a un determinado tipo de razón, en el supuesto de que ambos revelan dimensiones trascendentes respecto al antiguo orden cósmico naturalista e inmanente, que queda abolido. La experiencia espiritual en el Patriarcado se aleja de la inmanencia humanizada de la época matriarcalista y cambia las divinidades de la Tierra por los dioses uránicos que residen en los cielos. Las Grandes Madres de la vieja Europa son asimiladas al nuevo orden, y sus arquetipos primigenios son escindidos según la lógica binaria del 1/0. La personalidad sublimada y sometida de las Diosas pasa a formar parte del Olimpo de los nuevos dioses ; la “sombra” es relegada al cortejo de monstruos infernales contra los que el Patriarcado sigue combatiendo en su atormentado inconsciente.

Ya Platón, incapaz de asumir la voluptuosidad primitiva de Afrodita, escinde a ésta en dos arquetipos antagónicos : Afrotita Pandemo, la hija de la diosa Dione, que encarna así el matronazgo del amor popular y vulgar ; y Afrodita Urania, la nacida del semen de Urano, diosa del amor puro e intelectual.

La “sombra”, pues, pasará a ser un elemento denso y pesado en la nueva civilización, sobre todo para las mujeres, una sombra más negra y espesa cuanto más se rechaza. Desde niñas se nos reprime nuestro lado salvaje : no corras, no grites, no des portazos, no te pelees, no digas palabrotas. Y ese gran NO castra nuestra libertad más espontánea y primitiva, nuestra simple alegría de ser y de vivir. La cara oscura, que podría ser la más luminosa, se repliega, y se convierte entonces en trofeo disecado de nuestro ser de mujeres comme il faut.

Nada más ilustrativo de esta realidad que la primitiva Diosa de las Serpientes, desgarrada y escindida en Atenea y Medusa. En Atenea Parthenos, la virgen, y en la decapitada Medusa, su sombra.

Nos cuenta el mito patriarcal que Zeus deseaba a la titánide Metis, de modo que la persiguió, la violó y la dejó encinta. Un oráculo anunció que Metis daría a luz una niña, pero que si seguidamente gestaba un varón, éste lo destronaría como él había hecho con su padre Cronos, y éste a su vez con Urano. Así pues, Zeus se tragó a Metis embarazada. Cuando llegó el momento del parto, Zeus sufría de enormes dolores de cabeza hasta que Hefesto le abrió el cráneo con su martillo y de ella surgió Atenea, plenamente armada y dando un portentoso grito. Ignorando incluso la maternidad de Metis, en la Orestiada de Esquilo se le obliga a decir a la Diosa una de las mayores imposturas que han ido conformando nuestro acervo simbólico : “Porque no existe madre que me engendrara y en todo admiro lo que es varonil -salvo en casarme- de todo corazón : Soy por completo de mi padre”. Lo demás lo sabemos : protectora de la ciudad de Atenas, diosa de la sabiduría, como su madre Metis, y también guerrera. Pero en realidad, el origen de Atenea es cretense y es Ella la conocida Diosa de las Serpientes. Los aqueos llevarían su nombre y sus símbolos al Atica, pero desvirtuando también su identidad. Cuenta el mito encubridor que Hefesto intentó violar a la Diosa, pero Ella se apartó a tiempo, de modo que el semen del dios cayó al suelo, fecundando así a la Madre Tierra, que no quiso hacerse cargo del hijo engendrado de aquella manera, por lo que fue cuidado por Atenea, que lo llamó Erictonio, niño serpiente. Se dice que él fue uno de los primeros reyes de Atenas, que desde entonces solían llevar serpientes como amuleto entre sus señas de identidad. Y si os fijáis bien, veréis que Atenea también es representada con esas serpientes, de modo menos evidente con el que aparecen el escudo, la égida y la lanza, aunque en el friso del Partenón que representa la “Gigantomaquia” se ven muy claramente.

Pues bien, según Norma Goodrich [5] , Medusa era también una Diosa Serpiente de las amazonas libias, desde donde pasaría su culto a la vecina Creta. Su simbolismo aludía al aspecto destructor de la Triple Diosa, que en el Norte de Africa se la conocía como At-enea, y en Creta como Atenea Potnia, la Soberana. Es decir, que Atenea y Medusa son la misma Diosa, cuyas dos versiones muestran la escisión binaria entre la casta Atenea y la perversa Medusa.

En el mito posterior, Medusa era la más bella de las tres Gorgonas. Su cabellera ondulante se entrelazaba con las serpientes que denotaban su función de sacerdotisa, además de llevar inscrito en su frente el signo del uraeus o cabeza de cobra egipcio a modo de tercer ojo del conocimiento. Dicen que Poseidón se enamoró de ella y tuvieron un encuentro carnal en el templo de Atenea, por lo que su hermana solar, envidiosa e irritada, la transformó en el monstruo que conocemos de lengua sinuosa, anchos orificios nasales, colmillos de jabalí, cabeza cubierta de sierpes y ojos fosfóreos, cuyo poder consistía en petrificar a los hombres que osaban mirarla. Pero su venganza definitiva fue la de incitar al héroe Perseo a que le diera muerte por una simple apuesta, para lo que la Diosa lo armó con una lanza, un escudo y una espada con poderes mágicos. Siguiendo las indicaciones de Atenea, Perseo logró cortar la cabeza de Medusa, trofeo con el que retornó victorioso a la isla de Sérifos, imagen que inmortalizó Benvenuto Cellini en la Piazza della Signoria de Florencia. Pero esa imagen de la cabeza cortada e inerte de Medusa pasó a formar parte de los trofeos de Atenea. Pilar Pedraza, experta en el estudio de aquellas “monstruas” de la mitología, confirma la sospecha : “La petrificadora cabeza de Medusa, arma terrible en manos de Perseo, es trofeo en el pecho de Atenea y, al propio tiempo, imagen especular de la diosa misma, su contraimagen, su rostro oculto, su sexo (...) Esto -dice la diosa- lo he arrancado de lo más profundo de mi ser. No os atreváis a mirarlo”. Para Freud la cabeza cortada de Medusa simboliza la castración, lo que hace que los hombres “se queden de piedra “ al contemplarla. Tal vez el poder oscuro de las mujeres provoque en los varones ese miedo inconsciente a la castración y, por tanto, una violenta reacción contra las mujeres poderosas. Porque, sin duda, es la “sombra” la que nos otorga la fuerza más irreductible.

El ejemplo arquetípico de Atenea y Medusa se multiplica en multitud de casos en la mitología de las Diosas. Uno de los más representativos es el de Innana y Ereshkigal, de la cultura sumeria [6] . Innana, una vez proclamada Reina de la Tierra, necesita un consorte a instancias de su familia divina, que le impone al pastor Dumuzi, aunque ella prefiere uno de linaje agrícola. Finalmente lo acepta y acaba enamorándose de él. Son felices hasta que el pastor se cansa de ella y decide separarse. Es entonces cuando ella decide realizar un viaje al mundo subterráneo para asistir a los funerales del esposo de su hermana Ereshkigal, Reina a su vez de los Infiernos. A lo largo del viaje se le va despojando de todos sus bienes hasta aparecer desnuda ante su terrible hermana, que acaba dándole muerte, en la que permanecerá hasta que encuentre un sustituto en aquel reino de los muertos. Entonces ella elige a su antiguo esposo, Dumuzi, y puede entonces resucitar y volver al mundo de los vivos, habiendo aprendido la lección de que Vida y Muerte son una misma realidad ; de que Innana y Ereshkigal son las dos caras de la misma Diosa.

La ficticia división entre la mujer y su sombra es algo muy habitual en nuestras sociedades actuales. El varón, muy frecuentemente, necesita para gozar de lo femenino tanto de la esposa como de la prostituta, que es su sombra. No entiendo por qué al hablar de estas últimas se refieren al oficio más antiguo del mundo, cuando en realidad se trata de la esquizofrenia masculina más arcaica, eso sí.

Igual sucede en lo relativo a lo contaminante, a cierta suciedad despreciable, cuando para anunciar compresas dicen aquello de “Te sentirás limpia, te sentirás bien”. ¿Cómo pueden unir ambos términos ? La sangre menstrual no tiene por qué hacerte sentir mal ni supone suciedad alguna. Y, por el contrario, recién duchada te puedes sentir fatal.

La inmanencia-trascendente de lo sagrado femenino

Tengo que ir recogiendo los dados lanzados sobre la mesa y concluir, si es que en este tema se puede concluir algo aproximado, pero... en fin.

-  Las palabras hierós y sanctus se refieren a lo sagrado trascendente, pero una trascendencia hacia arriba, hacia las divinidades uránicas, que unida a una lógica binaria deriva en el monoteísmo. Se trata de una trascendencia deshumanizada, es decir, limpia, incontaminada, absoluta. Es la alienación en el ideal que nos conduce en su extremo a los fundamentalismos.

Por el contrario, hagios y sacer, apuntan a una sacralidad inmanente que podría englobarse en la sacralidad de la Vida y la sacralidad de la Tierra con toda la imperfección que implica el devenir en marcha, lo relativo, lo humano, lo contaminado.

Tienen sentido, pues, las diferentes palabras, porque se refieren a distintas concepciones de lo sagrado. Las primeras denotan lo sagrado masculino ; y las segundas corresponden a una sacralidad propia de lo femenino.

-  El objeto sagrado más representativo de la sacralidad trascendente masculina es el Falo como sublimación del pene, como fuerza y plenitud, como espada que divide lo significante y lo in-significante, que divide y excluye por tratarse de una metonimia, de una realidad parcial que aspira a ser totalizadora.

El Grial como metáfora de la búsqueda, es decir, del viaje hacia la sabiduría y la realización, no desciende de los cielos entre ángeles y trompetas ni lo porta un sacerdote, sino un grupo de mujeres que indican que ese cáliz sublime no es otra cosa que el caldero en el que se cuecen los elementos primordiales de la Vida, de la que surge todo. La Mujer como materia, como matriz primordial, es el origen y final de esa búsqueda, porque en nuestra dimensión humana se unen materia y energía en un juego de densidades de diversa vibración : eso es todo. Es el Todo, como de modo clarividente intuyó Goethe.

-  Vivir lo sagrado femenino nos exige asumir la “sombra”, porque la sombra no es el “thanatos” de Freud, ni lo “maldito” que condena la lógica binaria. La sombra es nuestra fuerza más viva, la energía propia del arquetipo de “la mujer salvaje”. Como vemos en el mito de Psiché y Eros, el alma es una joven bellísima, aunque a veces abandonada, sucia, enferma, pero unida para siempre a Eros, elegida por el Amor a pesar de todos los obstáculos y pruebas por las que tiene que pasar. El thanatos no es más que un invento de la lógica binaria, incapaz de encontrar el sentido si no es escindiendo la realidad en supuestos contrarios.

- Y, por último, quiero decir que la inmanencia no implica la negación de la trascendencia, pero se trata de una trascendencia evolutiva, no hacia arriba en una sublimación enajenante hacia lo alto. La trasendencia que emana de la inmanencia es una trascendencia hacia adelante.

Tal vez nuestro gran error haya sido despejar lo sagrado a corner, hacia los cielos impolutos de lo divino. Lo terreno, en cambio, ha sido desacralizado y hemos buscado el sentido a través de socializaciones sexuadas. Los varones vienen con un programa a cumplir : “Sé tú mismo”. Un programa que se lleva a cabo fundando la personalidad en el “ego” del triunfo personal. Si esas expectativas no se alcanzan, el hombre se percibe como un ser frustrado, castrado en cierto modo. Las mujeres, por otro lado, cargamos con otro programa : “Sé para los demás”, que engorda un “super ego” que nos cae como una losa. De no cumplir el programa, nos pasamos la vida luchando contra la culpa, siempre la culpa. Ni unos ni otros somos libres. Unos, inflados como globos fatuos ; las otras, aplastadas por la carga de ser buenas hijas, buenas esposas, buenas madres, buenas ciudadanas aún a costa de nuestra felicidad.

Como no me es posible extenderme más, concluyo con un nuevo enigma, el mismo que Goethe nos propone en la estrofa con la que termina su Fausto : “Todo lo transitorio
es solamente un símbolo ;
lo inalcanzable
aquí se encuentra realizado ;
lo Eterno-Femenino
nos atrae adelante”.

Notas

[1] “Lo femenino y lo sagrado”. Cátedra. Madrid, 2000 pag. 79

[2] Ibíd. pag. 79

[3] JUNG, C.G. : “Símbolos de transformación”. Paidós. Barcelona, 1982 pag. 195

[4] Planeta. Barcelona, 1985 pag. 184 Y, finalmente, cuando Fausto abre con esa llave la puerta de los infiernos que le conducirá a las Madres, lo primero que se encuentra es el trípode con el caldero.

Mi interpretación es que la figura del héroe, que encarna el arquetipo masculino por excelencia en nuestra civilización patriarcal, ha errado el camino. La lógica binaria del Patriarcado es la que escindió los arquetipos de las Diosas en dos. Una de esas partes, la condenada a la oscuridad o maldita, la transforma en figuras monstruosas que los héroes se dedican a combatir. Los despojos del arquetipo original los rehace en imágenes que se adecuan a las funciones impuestas a las mujeres en una sociedad dominada por los hombres : la madre, la esposa, la puta y la virgen esencialmente.

Por el contrario, Goethe tiene la visión de que el hombre se puede salvar, “saliendo de graves confusiones”, como él mismo escribirá en una carta a su amigo Eckermann, cuando su búsqueda se vuelva hacia aquellas Diosas perdidas : “Quien se atrevió a llegar hasta las Madres no tiene nada ya que superar”, leemos en el “Fausto”. Al igual que Parsifal, que queda prendado de la reina que porta el Grial, porque el Grial siempre es portado por las mujeres. Ahora bien, ¿saben o sabemos las mujeres que somos nosotras las portadoras del Grial ? ¿Qué significado encierra esta metáfora ?

Las Diosas y su sombra

Arrojo todos estas cuestiones sobre el tapete para luego intentar recogerlas, una vez que haya extraído otras piezas del puzzle que nos permitan una composición más global. Una de estas piezas es el concepto de “sombra”, que Jung considera como el “otro aspecto” o “el hermano oscuro” de la individualidad humana, y que nuestra civilización nos ha enseñado a rechazar : a las mujeres, por desprecio de nuestra propia naturaleza ; a los varones, por sublimación de la suya en la figura del héroe. Sin embargo, la “sombra” no es realmente nuestro lado oscuro, sino el más primitivo, el más instintivo e infantil, en el que radicarían los impulsos más fuertes hacia la Vida y no al contrario. Es, si queréis, nuestro lado más divertido, aventurero y arriesgado.

La arqueóloga norteamericana Marija Gimbutas logró rastrear las huellas de los primitivos pueblos de Europa antes y después del cataclismo que supusieron las diversas oleadas de las invasiones “kurgas”, un término genérico para designar a las tribus guerreras y cazadoras que fueron invadiendo el continente desde las desoladas estepas al norte de los mares Caspio y Negro. Eran, ellos sí, los arios puros. Pues bien, Gimbutas demuestra que antes de aquellas invasiones indoeuropeas, los pueblos del continente no utilizaban armas, vivían en ciudades abiertas y se dedicaban esencialmente a la agricultura, la artesanía y el comercio. Sus cultos religiosos estaban dirigidos a la Gran Diosa o Madre Tierra y la paz solidaria que presidía aquella civilización ha hecho que Riane Eisler[[“El Cáliz y la Espada”. Cuatro Vientos. Santiago de Chile, 1990

[5] Priestess”

[6] “Poema de Gilgamesh”. Editora Nacional. Madrid, 1980



2004-08


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