La moral de los revolucionarios

La función principal de toda moral positiva de clase fundada en la propiedad privada sobre los medios de producción, consiste en conseguir que las clases mayoritarias subalternas acepten los fines de las clases explotadoras minoritarias dominantes, como si fueran los fines de la sociedad en su conjunto. Una vez conseguido este objetivo, las clases dominantes se afanan en considerar inmorales los medios que contradicen esos fines.

Frente a esta realidad, es necesario que los asalariados comunistas esgriman el arma teórica revolucionaria del Materialismo Histórico, para concebir, difundir y practicar una moral alternativa, en la medida en que las condiciones del capitalismo y la correlación de fuerzas entre las clases lo permitan- una política eficaz alternativa al capitalismo que tienda objetivamente a la abolición de la propiedad burguesa. “El comunista -decía Trotsky en: “Su moral y la nuestra” no se concibe, naturalmente, sin método materialista, inclusive en el dominio de la moral. Pero ese método no sólo le sirve para conocer el sentido de los acontecimientos de la vida que permite actuar según el propio sentido de clase, sino para crear el partido revolucionario, el partido del proletariado, unificando previamente a quienes comparten ese mismo sentido de clase: la teoría revolucionaria". Trotsky, lo mismo que Lenin, Engels y Marx, coincidieron en que la moral comunista debe estar presidida por la razón revolucionaria, completamente alejada de todo sentimentalismo de raíz pequeñoburguesa. Parafraseando a Lenin, bien puede decirse que sin teoría revolucionaria políticamente asumida no puede haber moral revolucionaria posible.

En tal sentido, aunque resulte paradójico, independientemente de la correlación política de fuerzas en esta sociedad, la moral comunista crítica debe cultivarse dentro y al mismo tiempo fuera del tiesto de la moral burguesa. Dentro, porque a no ser que se renuncie a todo compromiso con la revolución en la sociedad actual -como hacen los anacoretas- para usufructuar el valor de uso de las cosas necesarias a los fines de la propia subsistencia, hay que comprar y venderse como el resto de los asalariados en todo el mundo. Porque mientras no se la subvierta para imponer otros valores sociales que conforman la moral pública y privada, el intercambio es un determinismo de la sociedad sobre la voluntad de los individuos que la componen. En esto, asalariados y comunistas no difieren en su comportamiento, en su moral.

Fuera, porque los comunistas tienen por cometido esencial de su vida no dejar de esforzarse nunca en la tarea de comprender, explicar y trasmitir por todos los medios posibles, las raíces económicas y sociales del intercambio en la sociedad capitalista, así como sus consecuencias humanas cada vez más catastróficas según la lógica objetiva contenida en tales relaciones sociales determinantes de su correspondiente moral (burguesa), devienen en una traba cada vez más formidable y evidente al progreso de las fuerzas productivas al interior de esta sociedad[17] que claman por unas nuevas relaciones sociales donde la mayor parte de la riqueza existente que se intercambia en la sociedad capitalista (los medios de producción) dejen de ser mercancías y, por tanto, objetos de propiedad, con lo cual, ipso facto desaparece el intercambio entre burgueses y entre éstos y el conjunto de los asalariados. Así, al desaparecer los vínculos mercantiles que hacen a su funcionalidad social, desaparecen no menos automáticamente los burgueses como categorías sociales en la nueva sociedad de los productores libres asociados; con ello, se desvanece la moralidad fundada en el intercambio para los fines de la explotación de unos seres humanos por otros.

En esta paradoja del "dentro" y "fuera", parece haber un conflicto o contradicción entre la necesidad histórica del intercambio dentro de la sociedad burguesa, y la autonomía relativa de los comunistas respecto de ella[18]. Tal fue uno de los motivos de la polémica que Lenin sostuvo en 1894 con los populistas, versión política por entonces, de lo que hoy se sostiene y expresa dentro del llamado "movimiento antiglobalización". Y el caso es que, antes los populistas, como ahora los demócratas burgueses de izquierda, demuestran compartir la misma esencia pequeñoburguesa de la moralidad que anima su política, al coincidir en la idea del conflicto entre el determinismo de la materia social y la moralidad de los individuos, entre la necesidad histórica y el "libre albedrío" de los seres humanos. Los pequeñoburgueses necesitan que ese conflicto exista, porque si no, deberían aceptar su destino escatológico y suicidarse políticamente, resignándose a que la necesidad histórica cumpla su cometido previsto por la ciencia a instancias de la centralización y unidad internacional de los capitales. Y ellos resuelven el presunto conflicto apelando a la teoría tomista del "libre albedrío" del individuo, y de la independencia absoluta de la acción política sobre la necesidad histórica dentro del capitalismo. Pero el caso es que tal conflicto no existe, lo inventaron los intelectuales pequeñoburgueses,

<<...temeroso(s) (...) de que el determinismo (burgués) quite terreno a la moralidadpequeño burguesa por la cual tanto cariño siente(n)".>> (V.I. Lenin: "Quiénes son los amigos del pueblo y como luchan contra los socialdemócratas" Parte I. Lo entre paréntesis es nuestro)

Como Marx demostró con todo rigor científico y hoy se está comprobando empíricamente, en última instancia la necesidad histórica no deja margen de actuación independiente a ningún individuo. Así lo anticipó en el prólogo a la edición alemana de "El Capital":

<<Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto del color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas, en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.>> (K.Marx: Op. Cit.)

Los burgueses en general, y la pequeñoburguesía en particular como encarnaciones o personificaciones de categorías económicas, están determinados o sometidos por igual a la necesidad histórica formulada por Marx como "ley general de la acumulación capitalista" (Cfr. Libro I Cap. XXIII) en: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/23.htm. No obstante, esta determinación histórica de los hechos económicos no anula o inhibe el desarrollo del conocimiento, de la inteligencia o de la conciencia de los individuos, ni su posible incidencia sobre el curso de los acontecimientos históricos. El materialismo histórico no niega nada de esto, al contrario. El problema está en saber si las condiciones de la realidad, su tendencia objetiva, favorecen el sentido y la dirección histórica que tal incidencia que determinados individuos se proponen dar a la realidad con su genio y su talento personales. Si tienen las condiciones objetivas en contra, el "libre albedrío" del individuo bajo la forma de acción o proposición política, haga lo que haga, a la postre fracasará indefectiblemente. Y el problema que tienen los intelectuales y políticos pequeñoburgueses, es que sus proposiciones políticas van a contramano de las condiciones históricas presididas por el determinismo de la materia social, por sus leyes objetivas inflexibles. Los comunistas no tenemos este problema, porque nuestras proposiciones y nuestra acción política empujan en el sentido de las leyes objetivas de la historia, en el sentido de la tendencia a la proletarización de la pequeñoburguesía ante el arrollador empuje de las leyes de la acumulación hacia la centralización de los capitales que sólo deja subsistir a las dos clases universales antagónicas: burguesía y proletariado, dialéctica que allana el camino que conduce al derrumbe del sistema capitalista, tendencia que los comunistas pugnamos por consumar alentando la lucha de clases en esa dirección prevista por la moderna ciencia social el materialismo histórico, tratando de hacer la revolución cuanto antes para "acortar y mitigar los dolores del parto socialista". [19]

La pequeñoburguesía -que, al decir acertado de Marx, "diviniza la contradicción puesto que la contradicción es el núcleo de su ser" [20]- como hemos visto tuvo que inventarse la supuesta contradicción entre la necesidad histórica y la moral, agarrándose a ella como a un clavo ardiendo para sentirse a salvo como sector de clase subalterno burgués que la necesidad histórica condena a su desaparición, peleando por hacer valer la moral del pequeño y "moderado" explotador de trabajo ajeno, tanto en el plano nacional como en el terreno internacional. Así vemos que la idea del "intercambio justo" es casi tan vieja como la lucha de clases bajo el capitalismo. La encontramos en la polémica entre Marx y Proudhón en 1847, y la volvemos encontrar en el debate entre Lenin y el populista Mijailovski en 1884, a propósito de la moral comunista encarnada en la Primera Internacional, que pretendía acabar con el capitalismo -donde ya por entonces se insinuaban las primeras formaciones monopólicas del capitalismo financiero- ante lo que Mijailovsky sostenía que el "libre albedrío" de la moral "socialista" encarnada en los políticos populistas, podía frenar el determinismo económico capitalista, tanto a nivel nacional como a escala internacional, evitando que sobrepase el grado de acumulación del período o etapa del intercambio económico correspondiente al capitalismo temprano de competencia pura entre pequeños y medianos explotadores de trabajo ajeno, y de estos con sus correspondientes explotados, realidad que proyectada a escala internacional de las relaciones económicas entre países, garantizaría el "intercambio justo".

De ahí que la idea de la necesidad económica de la acumulación capitalista que sobrepasa inevitablemente esa etapa, a Mijailovsky le pareciera "estéril" y "difusa", soñando con un futuro moral de solidaridad y colaboración entre las clases al interior de cada país, y con la paz perpetua kantiana entre países. Esto explica que los populistas rechazaran el proyecto marxista de unir internacionalmente al proletariado, consecuente con la necesidad histórica de la futura (hoy actual) centralización y unidad internacional de los capitales. Mijailovsky, según Lenin, se mofaba de este proyecto, sosteniendo que "el sentimiento nacional es un factor independiente" de la necesidad histórica, y las fronteras nacionales, por tanto, impermeables al movimiento internacional de los capitales:

<<Claro que si se ve el nec plus ultra de la solidaridad internacional en el sistema el intercambio "justo", como lo hace con trivialidad pequeñoburguesa el cronista de noticias del interior en el número 2 de Rússcoie Bogatstvo, y no se entiende que el intercambio, el justo y el injusto, siempre presupone y comprende el dominio de la burguesía, y que sin aniquilar la organización económica basada en el intercambio, es imposible terminar con los choques internacionales, comprenderemos por qué (Mikailovski) se mofa continuamente de la Internacional>> (V.I. Lenin: "Quienes son los amigos del pueblo y cómo luchas contra los socialdemócratas" Primera parte. Lo entre paréntesis es nuestro)    

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[17] Y estamos hablando aquí de las desgracias del paro, la indignidad de los contratos "basura" en sus diversas modalidades a conveniencia de la patronal; sus consecuencias disolventes sobre los vínculos afectivos o de amistad al interior de un mismo grupo familiar o cohabitacional, desavenencias en las relaciones interpersonales, de pareja, crímenes pasionales o por intereses encontrados, enfermedades psicosomáticas en padres e hijos, drogadicción y demás noxas o daños sociales que la penuria relativa de semejante barbarie social traslada al interior de millones de domicilios, en muchos de ellos obligados a compartir este infierno con el de jornadas cada vez más agotadoras y en peores condiciones de trabajo, a cambio de salarios irrisorios que deben aceptar "libremente" los miembros que trabajan en ambientes muchos de ellos envenenados por el exacerbado individualismo que en no pocos explotados eventuales que aspiran a un "contrato fijo", se traduce en una conducta exhibicionista de celo proempresarial, compitiendo en comportamientos oficiosos propios de capataces que esgrimen contra sus propios compañeros, los que, a su juicio, no hacen lo que debieran, denunciándoles ante los capataces oficiales.

[18] Es a caballo de esa autonomía relativa de los comunistas que es posible su unificación en torno al materialismo histórico y, cuando las condiciones de la lucha de clases lo permiten, esto es, en los momentos de ascenso revolucionario de los asalariados, la acción política para la construcción del partido revolucionario y la lucha por la toma del poder.

[19] En este contexto argumental, desaparece la aparente inconsecuencia entre el dentro-fuera de la moral comunista. Incluso arroja luz sobre hechos históricos como las negociaciones de 1918 entre los Bolcheviques y el Estado Mayor alemán en Brest Litovsk, que el compañero Guy Sabatier -de acuerdo con los "comunistas de izquierda" en aquellos tiempos- tachara de contrarios a la moral de los comunistas, en el sentido de la máxima que reza: "con el enemigo no se negocia, al enemigo se le combate". Consultar: http:/www./nodo50.org/gpm/revpermanente/04.htm y siguientes textos hasta http://wwww.nodo50.org/gpm/revpermanente/09.htm. La comparación es pertinente. El asalariado comunista debe negociar las condiciones saláriales con su patrón porque de eso depende no sólo su vida y la de su familia, sino su aporte a la revolución. Los bolcheviques debieron negociar con alemanes, franceses y británicos, porque de ello dependió la vida de la revolución, como ha quedado demostrado por la prueba de la práctica.

[20] Carta a Annenkov del 28 de diciembre de 1846.