e)Del Manifiesto Comunista como guía para la acción, al Manifiesto Comunista como tópico

En esos momentos ―enero de 1848― Marx y Engels publicaban en Alemania “El Manifiesto Comunista” donde fijaban los principios generales y la táctica que, en ese contexto histórico, debían adoptar los obreros revolucionarios en países como Francia, Suiza, Polonia y Alemania, tras haber considerado las condiciones objetivas y la correlación de fuerzas fundamentales entre las clases en cada uno de ellos.

Respecto de los principios generales, decían allí que:

<<Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de ese movimiento>> (K.Marx-F.Engels: Op.cit. Cap. IV. Enero de 1848)

En Francia, dado el incipiente desarrollo de la burguesía industrial y el consecuente poco peso social relativo del proletariado respecto de las clases propietarias, en el contexto político de un Estado bajo predominio residual de la Aristocracia, Marx y Engels estimaban que, en lo inmediato, el carácter de la revolución en ese país no podía ser socialista. Era antes necesario implantar la república burguesa para que las relaciones capitalistas de producción pudieran multiplicarse y extenderse a nivel nacional, como condición previa de que los obreros revolucionarios pudieran fundir su táctica política con la estrategia de poder socialista. Por tanto, ante tales condiciones objetivas, Marx y Engels aconsejaron que los principios estratégicos generales debían, pasar por la táctica de lucha con arreglo al objetivo inmediato de acabar en ese país con los condicionamientos políticos de tipo feudal que impedían el libre desarrollo del capital y, por tanto, la expansión social del proletariado, luchando por entronizar la República burguesa. Para eso, proponían concretamente:

<<En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista Democrático [17] contra la burguesía conservadora y radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las ilusiones y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.>> (Op. Cit. El subrayado es nuestro)

Etimológicamente, el vocablo “tópico” es la asimilación latina de la palabra griega topikós, derivada de topos, que significa lugar. Es sinónimo de “lugar común”, “camino trillado” o “idea de andar por casa”. Alude a un concepto cuyo sentido originario, relativo a determinadas condiciones históricas, es elevado por la tradición retórica a idea válida para todo tiempo y lugar. Literalmente, el diccionario define la cuarta acepción del sustantivo “tópico” del modo siguiente:

<<Lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmula o cliché fijo y admitido, o en esquema formal o conceptual, de que se sirvieron los escritores con frecuencia.>> 

En su versión original alemana, este pasaje del “Manifiesto” aparece así:

In Frankreich schließen sich die Kommunisten an die sozialistisch-demokratische* Partei an gegen die konservative und radikale Bourgeoisie, ohne darum das Recht aufzugeben, sich kritisch zu den aus der revolutionären Überlieferung herrührenden Phrasen und Illusionen zu verhalten>> (Op. cit.)

Aquí, el sustantivo femenino “Phrase”, es un giro gramatical o modismo derivado del peyorativo  familiar “inhaltsleere Formel” (fórmula inalterable). “Inhalstleere” es un sustantivo masculino que significa inalterabilidad, sinónimo de “unverlanderlich” (invariable), “bestandig” (permanente) y “unerschütterlich” (imperturbable). La expresión “Phrasendreschen” se usa familiarmente para designar al “Scharlatan in” (engañador), que “habla con klischee” (en inglés: “cliche” sinónimo de “commonplace”) que significa “lugar común” o neutro, es decir, en alemán: “leere worte” (palabra vacía o sin sentido).

A su vez, de “phrasendreschner” se deriva –como adjetivo— “schwatzhaft” (hablador); “klatschhaft” (chismoso); “Schwinderich” (embaucador); como sustantivo: “schwätzer” (hablador), “klatschaul” (chismoso), “schwindler” (embaucador), “scharlatan in” (engañador”), “marktscherier” (vendedor), “quacksalber” (curandero); “Kurpfuscher in” (charlatán, curandero, curioso, compositor). El término homólogo castellano de “Dreschen”, es el verbo trillar, que literalmente significa quebrantar a mies para separar la paja del trigo. Se usa en sentido figurado para denotar el hábito de atribuir el mismo significado a distintas cosas, o de repetir el mismo comportamiento ante distintas situaciones de hecho; en Cuba y Puerto Rico se usa para designar la acción de afirmar un camino; “dreschen” deriva “dressieren” (adiestrar), hacer escuela de lugares comunes.

Por último, el sustantivo femenino “Phrase” parece tener la misma raíz etimológica que el sustantivo masculino “praxis” o Ürbung”, términos ambos etendidos como pura experiencia personal, esto es, die Erfahrung (la experiencia) como criterio absoluto de verdad: “aus (eigener) erfahrung” [por experiencia (propia)]; “eine erfahrung machen” (tener una experiencia); “die erfahrung machen das” [hacer la experiencia de (...) o comprobar que (...)]; “er hat damit schlechte” (a él le ha dado malos resultados); “etwas in erfahrung bringen” (enterarse de algo); “nach meiner erfahrung” (la experiencia que yo tengo de...); cheltse übung kommen (perder la práctica); “übung (o praxis) in etw haben” (tener práctica en algo); übung macht den Meister (la práctica hace al maestro); “langjahrige praxis” (años de práctica); “in der praxis sieth das anders aus” (en la práctica es diferente); “eine idee in die praxis umsetzen” (poner una idea en práctica, llevarla a la práctica). Para una crítica del concepto stalinista de praxis, ver: http://www.nodo50.org/gpm/bipr/13.htm; http://www.nodo50.org/gpm/cis/11.htm; http://www.nodo50.org/gpm/lucha-clases/02.htm

¿Cuáles eran los “tópicos”, las palabras sin sentido, los caminos trillados, el curanderismo social y político a que se refirieron despectivamente Marx y Engels en el “Manifiesto”? El siguiente relato de Pavel Vasilievitch Annenkov ―recogido por el reciente premio nobel de literatura Hans Magnus Enzensberger, en su obra:“Conversaciones con Marx y Engels”― bien vale la misa para contestar esta pregunta. Cuenta Annenkov que cuando, en 1846 inició su viaje por Europa, un “bon vivant” conocido suyo, el latifundista “de las estepas rusas” llamado Tolstoy ―nada que ver con el célebre novelista— “excelente intérprete de canciones zíngaras, buen jugador de cartas y experimentado cazador”, le entregó una carta de recomendación “para el famoso Karl Marx”. Tal fue el pretexto del que se valió Annenkov para conocer al personaje, quien le recibió en su domicilio de Bruselas el 30 de marzo de 1846. En ese primer encuentro, Marx le invitó a una reunión prevista a celebrarse en su casa el día siguiente con el sastre Wilheim Weitling, quien, por aquél entonces “dirigía en Alemania un partido de respetable envergadura”. La reunión había sido convocada con el fin de poder establecer una táctica común entre los dirigentes del movimiento obrero. “Como era de suponer ―dice Annenkov―, no vacilé lo más mínimo en aceptar la invitación”.

Al otro día, tras las presentaciones de rigor,

<<tomamos asiento junto a una pequeña mesita verde, a cuya cabecera se sentó Marx con un lápiz en la mano y su testa de león inclinada sobre una hoja de papel. >> (H.M. Enzensberger: Op. cit. T. 1)

Fue Engels quien inició la sesión hablando de la necesidad de que quienes se dedican a la tarea de transformar la sociedad, “tengan las ideas claras acerca de sus respectivas opiniones, y que era preciso crear una doctrina común que sirviera de bandera, en torno a la cual pudieran congregarse todos aquellos que no tuvieran el tiempo o las posibilidades de ocuparse en cuestiones teóricas”.

Engels no había acabado todavía su discurso, cuando Marx levantó la cabeza y preguntó directamente a Weitling:

―<<Díganos, Weitling, usted que ha venido armado tanto jaleo en Alemania con su propaganda comunista, y que ha reunido en torno suyo a tantos obreros, que de esta forma perdieron el trabajo y el pan, ¿con qué argumentos defiende usted su actividad revolucionaria y social, y cómo piensa usted basarla en el futuro?

Todavía recuerdo con todo detalle ―dice Annenkov― la forma brusca de esa pregunta, dado que, en aquél reducido grupo de personas, dio lugar a una apasionada discusión que, como explicaré más adelante, no duró mucho tiempo.

Weitling parecía querer mantener la discusión en lugares comunes de la retórica liberal. Con semblante serio, preocupado, comenzó a explicar que no era tarea suya el crear nuevas teorías, sino, el aceptar aquellas que, ―como había quedado demostrado en Francia— eran las más adecuadas para que los obreros abrieran sus ojos ante lo desesperado de su situación, ante todas las injusticias les infligían los gobernantes y la sociedad, y que les enseñaran a no conceder crédito a ninguna promesa, poniendo todas sus esperanzas en ellos mismos, en la construcción de la sociedad comunista democrática.

Habló mucho, pero, con gran extrañeza por mi parte y a diferencia del discurso de Engels, sus palabras eran oscuras y enredadas, incluso en la forma, repitiéndose a menudo y corrigiendo sus propias palabras. Con grandes dificultades llegó a la conclusión, que en su caso vino retrasada o con antelación a las premisas. En aquél momento estaba hablando a unos oyentes muy distintos a los que habitualmente le rodeaban en su taller o leían su diario o sus panfletos sobre la situación económica actual. De esta forma, perdió la libertad de pensamiento y de lenguaje.

A buen seguro habría continuado hablando de no ser por que Marx le interrumpió enfadado y frunciendo las cejas, para iniciar su sarcástica respuesta. Ésta venía a decir, en esencia, que era sencillamente un fraude sublevar al pueblo sin darle algunas bases firmes y elaboradas para su actividad. Marx continuó afirmando que despertar unas esperanzas fantásticas nunca llevaría a la salvación de los que sufrían, sino que conduciría a su fracaso. Y esto era todavía más válido en Alemania, donde dirigirse a los obreros sin unas doctrinas concretas y unas ideas rigurosamente científicas, equivalía a un juego vacío e inconsistente con la propaganda, que presupone, por una parte, un apostos entusiasmado, y, por otra, unos asnos que le prestan atención boquiabiertos. Y señalándome con un brusco gesto, continuó: Aquí, entre nosotros, se encuentra un ruso. En su país, Weitling, quizás estuviera indicado su papel. Sólo allí pueden constituirse asociaciones entre apóstoles absurdos y discípulos igualmente absurdos>> (Ibíd)

Annenkov sigue diciendo que Marx insistió en la idea de que sin una doctrina sólida, concreta, que oriente la lucha política en un sentido efectivamente revolucionario, es imposible lograr algo en tal sentido estratégico, y que, hasta el momento, en Alemania y demás países europeos, “no se había conseguido más que ruido, arrebatos perniciosos y fracaso de la causa misma que uno ha tomado en sus manos. Y continuando su relato, recuerda que:

<<Las pálidas mejillas de Weitling se colorearon, y sus palabras adquirieron viveza. Con voz trémula por la excitación, comenzó a demostrar que una persona que había logrado reunir en torno suyo a centenares de personas en nombre de la idea de la justicia, la solidaridad y el amor fraterno, no podía ser tildada de persona sin contenido, ociosa; que él ―Weitling―, se consolaba frente a los ataques de hoy, con los centenares de cartas y manifestaciones de adhesión y gratitud que recibía desde todos los rincones de su patria, y que su modesta labor de preparación para la tarea común, tenían mayor  importancia que la crítica y los análisis de gabinete, que se efectuaban lejos de los sufrimientos del mundo y de las vicisitudes del pueblo.

Estas últimas palabras despertaron definitivamente la ira de Marx, quien, en su exasperación, golpeó la mesa con el puño con tal fuerza, que la lámpara comenzó a tambalearse, y dando un salto gritó:

--“Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho para nadie”.

Nosotros seguimos su ejemplo y también nos levantamos. La entrevista había llegado a su fin. Y mientras Marx iba recorriendo la estancia de un extremo a otro con desacostumbrada ira y excitación, me despedí rápidamente de él y de los demás, y regresé a casa sumamente sorprendido por todo cuanto acababa de ver y oír.>> (Ibíd)

El 31 de marzo, es  decir, al otro día de la reunión, Weitling le escribió a Moses Hess para comunicarle lo sucedido, y resultó que en torno a aquella “pequeña mesita verde” se habían reunido, además de los ya nombrados, Philippe Gigot, Louis Heilberg, Sebastián Seiler, Edgar von Westphalen y Joseph Weydemeyer. Después de nombrar a todos los asistentes a esa reunión, Weitlen le dijo a Hess lo siguiente:

<<...Marx trajo a alguien, a quien nos presentó como un ruso [Annenkov] y que no dijo palabra en toda la velada. La discusión giró en torno a la pregunta: ¿Cuál es la mejor forma de hacer propaganda política en Alemania? Fue Seiler quien la había planteado, pero declaró que, en aquél momento no podía dedicarse a concretar respuestas, pues existía el peligro de que se trataran algunos asuntos delicados, etc. Marx intentó en vano hacer hablar a S[eiler]. Ambos se excitaron, sobre todo Marx. Por fin, fue éste quien desarrolló la cuestión. Llegó a las siguientes conclusiones:

1.      En el seno del Partido comunista (se refiere a la “Liga de los Justos”) debe llevarse a cabo una purga 

2.      Ésta puede efectuarse criticando a los que no sean aptos y separándolos de las fuentes de dinero.

3.      Esta purga es, en los momentos actuales, la principal tarea que pueda realizarse en interés del comunismo.

4.      Aquél que tenga el poder de procurarse influencia sobre los financieros, también posee los medios de alejar a los demás y hace bien en utilizarlos.

5.      El “comunismo de los artesanos”, el “comunismo filosófico” (esta distinción la utilizó primero Marx o quien fuera, yo no) deben ser combatidos. Debe ridiculizarse el sentimiento. Eso sólo es una fantasía. Nada de propaganda oral, ninguna constitución de propaganda clandestina. En resumen, en adelante no debe utilizarse el término propaganda.

6.      Por de pronto, no puede hablarse de la realización del comunismo. Ante todo, ha de subir al poder la burguesía.......>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

En el resto de la carta, Weitling da rienda suelta a su amor propio tan cruelmente vapuleado por Marx, producto de su concepción idealista y artesanal de la política, con un criterio de verdad y eficacia de su propia práctica, únicamente basado en su valioso e indiscutible carisma personal y en los elogios de sus no pocos seguidores, quienes le tenían entre los mejores artífices de la única táctica de lucha conocida y probada hasta entonces. Estas condiciones crearon en torno suyo una prejuiciosa barrera intelectual que le incapacitó para comprender los contenidos políticos revolucionarios e inauditos de Marx, superadores de la utópica e ingenua militancia de andar por casa en el movimiento. No viendo alternativa ninguna al riguroso y convincente pensamiento sin fisuras de su oponente ―como dijera el propio Annenkov en su relato― Weitling acabó “perdiendo toda libertad de pensamiento y de lenguaje”, desahogándose ante Hess mediante el recurso deshonesto de darle la vuelta a la justa observación de Marx respecto a evitar el uso del dinero como instrumento de poder habitualmente sustituto de las ideas al interior de las organizaciones políticas, acusándole de obtener predicamento mediante ciertas personas adineradas ―como era cierto— que en ese momento apoyaban, a través suyo, a la “Liga de los justos”.   

Es de imaginar la cantidad de episodios parecidos a éste que han debido protagonizar los creadores del Materialismo Histórico en su lucha tenaz contra el divorcio entre práctica científica y práctica política, reflejo en el movimiento obrero políticamente organizado, de la originaria división del trabajo en intelectual y manual que ha venido regimentando la producción y reproducción de la vida en la sociedad de clases. Y no hace falta demasiada agudeza de pensamiento, para advertir la notable coincidencia en letra y espíritu, entre el relato de Annenkov y la carga de significación que Marx y Engels pusieron en el pasaje del “Manifiesto” que hemos comentado en esta última parte de lo que llevamos escrito hasta aquí, sobre la ―en apariencia— insignificante palabra “phrase” que, como vimos, es sinónimo de “tópico” o “lugar común”.

En un principio, estos lugares comunes sólo ocupan un espacio nada común, un espacio singular en la sesera de unos pocos sujetos políticos inquietos, talentosos e inteligentes, aunque ingenuos precursores del pensamiento social científico ―como Owen o Fourier— quienes, en vez de aplicar su pensamiento a las condiciones económico-sociales que determinan la vida social de su época, ―y en cuyas contradicciones se prefigura la sociedad del futuro― pensaban en lo que ellos habían imaginado previamente, en una vida social ideal por contraposición a la realmente existente, proponiendo construirla mediante el sólo ejercicio de la voluntad política. La imaginación ―que interponían entre el su intelecto y la realidad― era el velo que les impedía descubrir la naturaleza o legalidad interna del objeto social a transformar, con lo que la dirección y el sentido de la voluntad política guiada por esos productos puros de la mente no podían conducir más que verdaderos despropósitos políticos.

Esta metodología fantástica de la relación sujeto-objeto, es lo que Hegel y Marx coincidían en llamar “determinaciones abstractas” del pensamiento sobre su objeto específico ―en nuestro caso, la sociedad capitalista—. Y estas determinaciones abstractas eran el resultado falsamente positivo ―y aún así se sigue― de aplicar la negatividad del pensamiento sobre los efectos o consecuencias de las condiciones sociales de vida  en la sociedad, y no sobre las condiciones reales mismas de la vida social que provocan tales efectos. Es el desprecio, desconsideración o abstracción del sujeto social pensante respecto de sus condiciones materiales de vida ―en las que él mismo está inmerso― y de las que su vida misma es resultado inevitable. Este yerro epistemológico originario es el que induce y conduce al error de la “determinaciones abstractas”, esto es, a la creación de formas de vida “ideales” superadoras de las realmente existentes sólo mediante la imaginación. Una vez creadas las “formas ideales” de tal modo imaginadas, sólo resta poner en movimiento la voluntad política pura, esto es, su ejercicio sin condiciones con arreglo al objetivo ideal propuesto. Del mismo modo en que se creó la tal “forma ideal”, se la persigue, esto es, incondicionalmente. Tal es la definición de la utopía sobre algo que, habiéndolo concebido al margen de sus premisas reales, su ideal sólo puede acercarse asintóticamente a la realidad, mediante la acción determinada por la imaginación de unas premisas igualmente imaginadas. Contra semejante concepción idealista y utópica del mundo, Marx y Engels oponían la concepción científica:

 <<Las premisas de que partimos no son arbitrarias (ideadas, imaginadas o inventadas al margen de las condiciones históricas materiales que las determinan), no son dogmas sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se ha encontrado ya hechas, como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica. K.Marx-F.Engels: “La Ideología alemana” Cap. I Aptdo. 2. Lo entre paréntesis nuestro) (...)

Para nosotros el comunismo no es un estado (de cosas) que debe implantarse (con arreglo a unas premisas imaginadas), un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento (su principio activo) se desprenden de la premisa actualmente existente (la relación entre el trabajo asalariado y el capital)>> (Op.cit.Cap.2 Aptdo. 5 Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro) 

Cuando en este contexto Marx habla del “movimiento real”, se refiere a las premisas de la realidad (en nuestro caso, al principio activo [18] contenido en la relación entre capital y trabajo) y a la materia u objetividad a través de la cual opera el movimiento de ese principio (las condiciones históricas: económicas, sociales, ideológicas y políticas vigentes en cada momento, incluidas las propias condiciones en que actúa el proletariado: su masa social, desarrollo cultural, conciencia de su propia situación, grado de cohesión o dispersión ideológica, política, organizativa, etc., elementos todos cuyo conocimiento permite elaborar la “lógica (política) específica del objeto (económico-social) específico” (Lenin).

            Al abstraer su pensamiento de todos estos condicionantes de la realidad, los comunistas utópicos se vieron limitados a oponerle un “modelo” de sociedad ideal, determinado para siempre por la pura imaginación incondicionada, y una línea de acción igualmente constante, trazada por la pura e incondicionada voluntad política. Con estas abstracciones, los comunistas utópicos construyeron erróneas

“fórmulas políticas inalterables” (inhaltsleere formel), “lugares comunes” por los que inducían a que otros muchos abnegados militantes –como Weitling— transiten con la mirada fija puesta en el horizonte histórico promisorio, donde creían ver los perfiles paradigmáticos de la sociedad perfecta, justa e igualitaria del futuro, arbitraria o incondicionalmente concebida. 

Así es como, en general, se ha venido leyendo y comprendiendo el “Manifiesto comunista” desde enero de 1848. Tal fue el caldo de cultivo donde, llegada a un punto, la ingenuidad de muchos se trucó en bribonería de unos pocos que, de “comprensiones” del Materialismo Histórico, como ésta, todavía pueden seguir haciendo un modo de vida.

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[17] Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888: "Este partido estaba representando en el parlamento por Ledru-Rollin, en la literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por "La Réforme". El nombre de Socialista Democrático significaba, en boca de sus inventores, la parte del Partido Democrático o Republicano que tenía un matiz más o menos socialista".

Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890: "Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista Democrático estaba representado en política por Ledru-Rollin y en la literatura por Luis Blanc; hallábase, pues, a cien mil leguas de la socialdemocracia alemana de nuestro tiempo".

[18] El principio activo o tendencia, contenida en la relación entre capital y trabajo, es el plusvalor para los fines de la acumulación. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/todo.html