f) La revolución de febrero de 1848

Retomando los sucesos de Francia, tal fue el contexto social explosivo en el que acabó por estallar la revolución política en febrero de 1848. Muchos de los que pasen por aquí, salvando las distancias en cuanto a la masa de capital comprometido y al carácter de la sociedad en una época y otra, advertirán un notable parecido con la situación actual en no pocas partes del mundo. Y es verdad. Las cambiantes formas de manifestación de cada cosa, según sus variables condiciones de existencia, remiten a su esencia inalterable en tanto sus premisas o principios activos se mantengan vigentes o constantes. [19] .

El detonante de la revolución de febrero de 1848 fue la plaga de la patata y las malas cosechas durante los dos años anteriores, sumada a la crisis general (de la producción y el comercio en Inglaterra, preanunciada en 1845 por la quiebra general de los que habían venido especulando con las acciones de las empresas constructoras de ferrocarriles), que finalmente sobrevino en 1847 con la quiebra de grandes comerciantes de Londres dedicados al tráfico con las colonias, seguidas por las de los bancos agrarios (a raíz de la derogación de los aranceles que gravaban la importación de cereales, medida que profundizó la crisis en el campo), y los cierres de numerosas fábricas en los distritos industriales de Inglaterra.

Esta situación repercutió todavía más en Francia, donde la población arrastraba una crónica penuria de alimentos que tuvo su causa en la disminución de la productividad del trabajo agrario a consecuencia de la parcelación del latifundio, fenómeno que se combinó con el aumento de la población urbana en las ultimas dos décadas. Esta insostenible situación, hizo todavía más insoportable el insultante derroche de riqueza en que vivía la aristocracia financiera a la vista de las clases subalternas del país, lo cual explica el éxito de la oposición burguesa (industrial y comercial) en su campaña de agitación para conseguir una reforma electoral más democrática que les permitiría acceder a la mayoría en el Parlamento, desplazando a los especuladores financieros que aceleraron el desenlace de los acontecimientos de febrero.

La crisis en Francia se vio agudizada, además, porque la crisis industrial a escala europea retrajo los intercambios internacionales, de modo que los grandes industriales y comerciantes franceses dedicados a atender la demanda exterior, volcaron sus productos sobre el mercado interno abriendo grandes tiendas cuya competencia arruinó en masa a los pequeños comerciantes burgueses y tenderos, que así fueron devorados por la acción revolucionaria de los obreros en las calles de París. ¿Y en el resto del país qué? Para contestar esta pregunta, Marx observa que la gran centralización política de Francia heredada por la organización estatal de la monarquía absoluta, todavía subsiste. Por lo tanto:

<<Si, en virtud de la centralización política, París domina a Francia, en los momentos de sacudidas revolucionarias, los obreros dominan a París>> (Ibíd) Ojo. Cita aludiendo a la falta de inserción del PCUS en el campo.

Dado que la de julio de 1830 fue una revolución burguesa parcial que había dejado fuera a gran parte del antiguo Tercer Estado y al Estado llano en su totalidad ―de ahí la fórmula de poder sintetizada en la monarquía parlamentaria— de lo que se trató en febrero de 1848 consistió en completar esa revolución integrando institucionalmente al conjunto de la burguesía, y políticamente al proletariado. Es decir, que el proletariado apoyara al futuro gobierno, pero desde fuera, que no formara parte de él. Y que la Monarquía parlamentaria se transformara en una República burguesa. Tal era la función del gobierno provisional. En cuanto a esta última decisión, la burguesía vacilaba. No así respecto de la primera, que tuvo en todo momento muy clara la determinación de no permitirla, como se demostraría en junio.

En ese momento, la burguesía se limitaba a dirimir cual de las fracciones en que aparecía dividida, conseguiría finalmente hacerse con el poder, fuera República o Monarquía parlamentaria, conscientes de que la gran hostilidad entre ellas haría muy difíciles las negociaciones, y la composición del gobierno provisional así parecía pronosticarlo:

<<Su gran mayoría estaba formada por representantes de la burguesía. La pequeñoburguesía republicana, representada por Ledru-Rollin y Flocon; la burguesía republicana, por los hombres del National [20] ; la oposición dinástica, por Crémieux, Dupont de L’Eure, etc. La clase obrera no tenía más que dos representantes: Luis Blanc y Albert. Finalmente, Lamartine no representaba propiamente a ningún interés real, a ninguna clase determinada. Era la misma revolución de Febrero, el levantamiento conjunto, con sus ilusiones, su poesía, su contenido imaginario y sus frases. Por lo demás, el portavoz de la revolución de Febrero pertenecía, tanto por su posición (de clase) como por sus ideas, a la burguesía.>> (Ibíd)

Marx dice que Lamartine representaba el espíritu de la revolución de febrero, porque ese espíritu era el de la indeterminación respecto del tipo social de Estado que adoptaría. En efecto, los únicos que en ese gobierno se inclinaban por la República, eran los de la fracción pequeñoburguesa y proletaria. Pero estaban en minoría. Los demás, es decir, las distintas fracciones de la burguesía, sólo peleaban por ser mayoría parlamentaria y gobierno, sea cual fuere el tipo de Estado. Esto quiere decir, que, en este aspecto fundamental, el destino de la revolución de febrero a partir de ese momento, no estaba en el Gobierno provisional ni en la Asamblea Constituyente, sino en el plebiscito pacífico de la calle o en las barricadas. De hecho:

<<Hacia el mediodía del 25 de febrero, la República no estaba todavía proclamada, pero, en cambio, todos los ministerios estaban ya repartidos entre los elementos burgueses del Gobierno Provisional y entre los generales, abogados y banqueros del National. Pero los obreros estaban decididos a no tolerar esta vez otro escamoteo como el de julio de 1830. Estaban dispuestos a afrontar de nuevo la lucha y a imponer la República por la fuerza de las armas.>> (Ibíd)

Por eso, y sabiendo que si el proletariado de París lograba arrastrar consigo a la pequeñoburguesía podía efectivamente apoderarse de París ―e inmediatamente de Francia― el primer acto del Gobierno provisional consistió en encomendar a Lamartine que fuera a las barricadas y convenciera a Raspail de que ese gobierno carecía de atribuciones y no tenía derecho a proclamar directamente la República, porque esa era una decisión que competía adoptar democráticamente por mayoría a todo el pueblo a través de sus representantes en la Asamblea Constituyente. Se trataba de convertir el estado sólido en que se presentaba la acción directa de las masas armadas en la calle, al estado gaseoso de los parlamentos y transacciones al interior de la Asamblea Nacional, donde prevalecía la representación de los burgueses republicanos moderados del ”National” (radicalmente contrarios a reconocer el derecho al trabajo) dispuestos a fumarse tranquilamente las aspiraciones revolucionarias en una sola sesión plenaria. La representación política como sistema permanente de gobierno, supone la negociación o tráfico –compra-venta— de las aspiraciones y necesidades de los representados por los representantes; y esta negociación supone, a su vez, la parálisis de toda acción directa, de todo protagonismo de los representados. A la luz de su memoria histórica, de lo sucedido en 1830, esto es lo que aprendieron y no olvidaron los obreros que, en marzo de 1848, combatían en las barricadas de París mientras escuchaban los “consejos” del Gobierno provisional.

Así que, por toda respuesta a Lamartine, Raspail y el contingente de obreros que le acompañaban, se trasladó al Ayuntamiento de París (Hôtel de Ville), y:

<<En nombre del proletariado de París ordenó al Gobierno Provisional que proclamase la República; si en el término de dos horas no se ejecutaba esta orden del pueblo, volvería al frente de 200.000 hombres. Apenas se habían enfriado los cadáveres de los caídos y apenas se habían desmontado las barricadas; los obreros no estaban desarmados y la única fuerza capaz de enfrentarlos era la Guardia Nacional. En estas condiciones se disiparon a escape los recelos políticos y los escrúpulos jurídicos del Gobierno provisional. Aun no había expirado el plazo de dos horas, y todos los muros de Paris ostentaban ya en caracteres gigantescos las históricas palabras:

Repúblique Française! Libertè, Ègalitè, Fraternitè!

Con la proclamación de la República sobre la base del sufragio universal, se había cancelado hasta el recuerdo de los fines y móviles limitados que habían empujado a la burguesía a la revolución de Febrero. En vez de unas cuantas fracciones de la burguesía, todas las clases de la sociedad francesa se vieron de pronto lanzadas al ruedo del poder político, obligadas a abandonar los palcos, el patio de butacas y la galería y a actuar personalmente en la escena revolucionaria.>> (Ibíd)

Lo que todavía no sabían esos obreros cuando ejercían su poder en la calles de París como parteros históricos de la República burguesa, es que aquella no era la sociedad de la fraternidad general con que se presentó ante la Revolución de febrero, donde casi todo parecía ser posible, incluso un ministerio de trabajo políticamente independiente dentro del Estado capitalista naciente con el que realmente se las estaban viendo, y que sólo era cuestión de luchar para conseguirlo.

Todavía en febrero, la contradicción entre el capital y el trabajo, entre el pequeño campesino y el usurero, o entre el pequeño comerciante y el gran distribuidor, el fabricante y el banquero, estaban disimuladas por la contradicción general de todos ellos contra el “enemigo común”: la aristocracia terrateniente y la burocracia política del Estado absolutista feudal:

<<Así, en la mente de los proletarios, que confundían la aristocracia financiera con la burguesía en general; en la imaginación de los probos republicanos, que negaban la existencia misma de las clases, o la reconocían, a lo sumo, como consecuencia de la monarquía constitucional; en las frases hipócritas de las fracciones burguesas (la burguesía industrial) excluidas hasta allí del poder, la dominación de la burguesía había quedado abolida con la implantación de la República. Todos los monárquicos se convirtieron, por aquél entonces, en republicanos, y todos los millonarios de París, en obreros. La frase que correspondía a esta imaginaria abolición de todas las relaciones de clase (con sus intereses contrapuestos) era la fraternité, la confraternización y fraternidad universales. Esta idílica abstracción de los antagonismos de clase, esta conciliación sentimental de los intereses de clase contradictorios, esto de elevarse en alas de la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité, fue, de hecho, la consigna de la revolución de febrero. (...) El proletariado de París se dejó llevar con deleite por esta borrachera generosa de fraternidad.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)     

Esto explica que, de momento, la burguesía haya aceptado el cambio de un ministerio de trabajo por la creación de talleres nacionales (proyecto de capitalismo humanista inspirado por Blanc, aunque organizado por el ministro burgués Marie), y la creación de una Comisión de Gobierno ―bien alejada del Poder ejecutivo aunque controlada por él a través del comisionado gubernamental― para los asuntos laborales. Algo parecido a los actuales Consejos de Estado. Esta Comisión, presidida por Blanc [21] , llegó a agrupar a casi 700 delegados de los obreros y 231 de los patronos; se encargó de preparar la legislación laboral y empezó a celebrar sus sesiones en el palacio de Luxemburgo, antigua sede de la Cámara de los Pares. Entre sus primeras decisiones previstas, estuvo la prohibición del trabajo a destajo, la contratación en grupos y la reducción de la jornada laboral en París a diez horas (once en las provincias). La descripción hecha por Marx de aquella situación no pudo ser más exacta:

<<La revolución de Febrero fue la hermosa revolución, la revolución de las simpatías generales (entre clases antagónicas momentáneamente unidas frente al enemigo común), porque los antagonismos que en ella estallaron contra la monarquía dormitaban incipientes todavía, bien avenidos unos con otros, porque la lucha social que era su fondo solo había cobrado una existencia aérea, la existencia de la frase, de la palabra (como sucede ahora en toda campaña electoral entre los distintos partidos en disputa por el aparato de Estado y sus respectivas clientelas políticas)….>>  (Ibid.)

En realidad, se trataba, por un lado, de integrar ideológicamente mediante promesas a buena parte del movimiento obrero, convirtiendo al Estado en patrón bienhechor; por otro, de mantener a los obreros perfectamente compartimentados del Poder Ejecutivo, donde se iban a debatir las más importantes cuestiones del país y adoptar decisiones al respecto, sin contar con las mismas clases y sectores de clase de que estaba compuesto el antiguo “Estado llano”: proletariado y pequeños productores y comerciantes, de modo que lo que pareció haber resultado un triunfo de las clases trabajadoras, fue una maniobra para tenerlas socialmente controladas y políticamente compartimentadas, fuera de los órganos del poder político gubernamental.

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[19] Aviso para navegantes anclados en el interesado prejuicio de que las leyes económicas de Marx sólo son válidas para la forma de manifestación del capital correspondiente a su etapa pre monopolista. Como si la ciencia no se distinguiera del pensamiento vulgar por su capacidad de prever las distintas formas de manifestación de una misma cosa a lo largo del tiempo. La forma monopólica del capital no supone un cambio de su naturaleza ni, por tanto, de sus leyes.  

[20] Se publicó en París de 1830 a 1851; órgano de los republicanos burgueses moderados. Los representantes más destacados de esta corriente en el Gobierno Provisional eran Marrast, Bastide y Garnier Pagés

[21] Augusto Blanc fue un abogado y periodista burgués, hijo de padre francés y madre española, que durante la Restauración emigró a Francia, donde, en 1839 publicó un libro titulado: “Organisation du Travail”, que, a despecho de las obras de Marx y Engels,  fue durante mucho tiempo el grito de guerra para la mayor parte de los obreros de París (la primera edición francesa del “Manifiesto comunista”, salio a la luz durante los acontecimientos de junio de 1848). Fue un precursor del reformismo socialista democrático europeo. Atribuyó al Estado capitalista la tarea esencial de planificar la economía y desarrollar los servicios sociales de los trabajadores. En sus primeros escritos junto con la política de un salario mínimo subsidiado, defendió la nacionalización de los ferrocarriles como eje del desarrollo de la economía estatal para el control de la economía privada. Pensaba que con el derecho al trabajo y un salario mínimo, buenas condiciones de trabajo y un régimen industrial autónomo: los “talleres nacionales”, los mejores obreros acudirían a ellos, de tal modo que los capitalistas se verían obligados a transferir sus negocios al nuevo sistema público de trabajo. Junto con esta simplista y utópica concepción de la economía política, conservó toda su vida una fe profunda en la democracia representativa basada en el sufragio universal.