LA LUCHA DE CLASES
Y SU PRESUNTA DETERMINACIÓN DE LA HISTORIA

Setiembre de 1999.

Estimado compañero:

Contestamos a tu carta del pasado 28 de agosto. Respecto al expreso deseo de no publicarla en nuestra página, decirte, en primer lugar, que, así como en la Grecia clásica era algo de sentido común, para el GPM es cuestión de principio que las opiniones políticas deben ser cosa pública. Ese principio consiste en la necesidad estratégica de primer orden, tendente a unificar el movimiento obrero internacional en torno a las ideas políticas que representan sus intereses históricos como clase. En tal sentido, entendemos que los debates deben difundirse y socializarse, recuperando así la sana tradición de polemizar libre, abierta y desprejuiciadamente, para aportar a la imprescindible tarea de clarificación colectiva. Hay mucha gente que piensa como tu -y como nosotros durante años- a quienes por medio de la división del trabajo y la disciplina militante propias de la empresa capitalista -y del espíritu de familia sustituta típico de las sectas- se nos ha inculcado que es falso, todo lo que no está pontificado como verdad en la prédica y la literatura de los partidos donde cada uno de nosotros milita; prédica y literatura pensadas y difundidas en exclusiva por quienes ofician de sumos sacerdotes en los diversos partidos políticos autoproclamados "marxistas" que se disputan la adhesión de los trabajadores más inquietos, convertidos así en dóciles feligreses ayunos de toda pasión por la verdad, nada que ver con militantes armados de sólidas convicciones fundadas en la ciencia social.

El GPM está empeñado en combatir este método ideológicamente ruinoso de cohesión política basado en la dejación intelectual, la obsecuencia hacia las direcciones, el infundio y el prejuicio, común a todas las jerarquías burocráticas político-clericales al uso en las organizaciones políticas obreras. Esta es la primordial tarea que tenemos por delante quienes queremos forjar una conciencia verdaderamente revolucionaria en el movimiento obrero del próximo futuro. Para eso debemos empezar por rechazar el criterio cerril que la burguesía -en colaboración informal objetiva con los burócratas dirigentes de la pseudo izquierda revolucionaria- han instalado en la conciencia de los trabajadores en orden a compartimentarles ideológica y políticamente, inhibiendo la práctica del estudio, el hábito de razonar y la confrontación del pensamiento político personal. Nosotros somos totalmente beligerantes con esto y no estamos dispuestos a conceder lo más mínimo al actual pensamiento único contrarrevolucionario. Pero tampoco tenemos derecho a pasar por encima de la "libre" decisión individual. De modo que procederemos contigo como en el caso de los "camaradas anónimos", publicando tu carta sin dar a conocer tu identidad .

Dicho esto, pasamos a ocuparnos de las cuestiones que nos has planteado. En relación con el determinismo económico que tú nos atribuyes, decirte que nosotros no desmerecemos la importancia decisiva de la lucha de clases. Pero ¿qué quiere decir esto de que es decisiva? Ciertamente es la fuerza motriz de la historia, pero no es autopropulsada. En primer lugar, ningún motor se mueve sin energía. ¿En qué consiste o dónde reside la energía que mueve a ese motor? Para el materialismo histórico, al contrario de lo que sostienen los idealistas, la energía de la historia no emana de la lucha de los individuos ni de las clases, sino que está contenida en las contradicciones de las específicas o históricas condiciones sociales en que los individuos producen y reproducen su vida; las condiciones históricas de vida, están dadas por las distintas formas ecónómico-sociales que corresponden a cada fase histórica del desarrollo de las fuerzas productivas.

Cada una de las fases de desarrollo de las fuerzas productivas se distingue por una específica o típica forma técnica de producir, que determina sus correspondientes relaciones sociales de producción. Al pasar de una fase técnica a otra, las fuerzas sociales productivas desechan las antiguas relaciones de producción bajo las cuales progresaron para adoptar otras nuevas: así como la generalización en el uso del hierro y la energía hidráulica dejó sin sentido económico-social y acabó con la sociedad basada en el trabajo esclavo, la introducción de la robótica está dejando sin sentido econòmico social al capitalismo alumbrando el dominio de las futuras relaciones de producción socialistas:

<<Lo que diferencia unas épocas de otras no es lo que se hace, sino cómo con qué medios de trabajo se hace. Los medios de trabajo no sólo son escalas graduadas que señalan el desarrollo alcanzado por la fuerza de trabajo humana, sino también indicadores de las relaciones sociales bajo las cuales se efectúa ese trabajo>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. V. Subrayado nuestro)

Las relaciones de producción dominantes en cada época determinan, a su vez, el lugar que cada individuo ocupa en la producción; cada uno de esos lugares agrupa a individuos de igual función económica y condición social conocidas por clases, que en cada etapa del desarrollo de las fuerzas productivas dan fisonomía a las distintas formaciones sociales de la historia humana. Finalmente, la distinta función económica y condición social de los individuos genera intereses sociales antagónicos entre ellos, lo cual propulsa la lucha de clases:

<<A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas progresivas de la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de ese antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana>> (K. Marx: Prólogo a su "Contribución a la crítica de la economía Política". Subrayado nuestro)

Según este razonamiento de Marx -que compartimos plenamente- las fuerzas que configuran la lucha de clases, no "mandan" ni sobre el origen o principio energético del movimiento histórico ni en cuanto a su finalidad, es decir, a la solución de los distintos antagonismos.

Tratemos ahora de reflexionar acerca de la finalidad histórica de las luchas sociales en todas las épocas de la historia y dónde reside el vector que las orienta. Un motor simplemente mueve; es puro despliegue de energía, es decir, fuerza, que en sí misma no tiene ni dirección, ni sentido que le trascienda. Determinadas cantidades de energía de diversa naturaleza originan fuerzas también distintas según el principio activo que las consume con finalidades también diversas. Así, el principio activo de los vegetales consiste en la utilización de la energía solar para transformar el agregado de agua enriquecida y anhídrido carbónico en hidratos de carbono vitales para su preservación y desarrollo. Por su parte, el principio activo del capitalismo consiste en la utilización de la energía obrera para transformarla en plusvalor para los fines de la acumulación. Dos distintos modos de empleo de energía y fuerza de distinto origen con dos sentidos o finalidades también diversas. ¿Qué es lo que determina estos dos modos distintos de empleo de energía y fuerza? La forma u organización material particular o específica que las consume o emplea. Tampoco, pues, la pura fuerza que opera en todo mecanismo u organismo vivo, natural o social, "manda" sobre la finalidad de esa fuerza.

Cierto: una cosa es la fuerza que el asalariado despliega trabajando para el patrón y otra muy distinta la que ejerce luchando contra él. ¿Afirmar que la fuerza que se ejerce contra el patrón es "distinta" de la que se despliega a su servicio quiere decir que es autónoma o independiente respecto del modo de producción y de la formación social capitalista? Aun en el mejor de los casos, esto es, en el caso de que con su lucha consiga su reivindicación, la fuerza que el trabajador despliega contra el capitalista por mejorar sus condiciones de vida no es autónoma o independiente porque no "manda" sobre su propia fuerza de trabajo, sino que ésta sigue supeditada al mando del capital. No obstante puede demostrar que "manda" sobre ciertas condiciones de su explotación, por ejemplo, las salariales.

Pero, esta lucha reivindicativa, ¿puede "mandar" en cualquier circunstancia? Está teóricamente demostrado por Marx y empíricamente confirmado por la historia, que no. Ninguna lucha obrera puede "mandar" sobre los aumentos salariales más allá de un máximo. Dicho máximo está férreamente determinado por ineludibles exigencias de funcionamiento del sistema, por encima del cual el organismo capitalista deja de metabolizar trabajo vivo. Ese más allá impracticable de la lucha por el salario, se produce cuando el trabajo que el obrero entrega a cambio, restituye la inversión del capitalista en los factores de la producción, pero agrega un plusvalor por debajo de lo que exige la ganancia media por ese monto invertido. Si el salario de los obreros aumenta hasta el punto de dejar la ganancia del patrón por debajo de la media, éste deja de ocuparlos a no ser que acepten trabajar por una paga menor que aumente el plusvalor hasta realizar la tasa media de ganancia vigente en el mercado. Este es uno de los corolarios de la Ley General de la Acumulación Capitalista, la cual

<<...excluye toda mengua en el grado de explotación a que se halla sometido el trabajo o toda alza en el precio de éste que pueda amenazar seriamente la reproducción constante de la relación capitalista, su reproducción en una escala constantemente ampliada.>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. XXIII)

En tal sentido, ni el aporte de energía ni la fuerza resultante de los asalariados -incluida su lucha por mejorar su condición salarial respecto del patrón- son autónomas o "mandan" sobre el proceso de valorización capitalista sino al contrario. Esa energía y esa fuerza no pueden ir más allá de lo que permite la ley del valor en cada momento del proceso de acumulación.

¿Cómo varía históricamente ese "máximo" salarial compatible con el funcionamiento del sistema? A esta pregunta responde otro corolario de la Ley General de la Acumulación Capitalista, el cual prescribe que -con independencia de los ciclos periódicos cortos y de las ondas largas de tipo expansivo o depresivo- según avanza el proceso histórico de acumulación del capital y el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo en su seno -a través de esos ciclos y fases- mayor es la riqueza producida, mayor el ejército de desocupados y menor la participación de los asalariados activos en el producto de su trabajo. En esta tendencia histórica objetiva al creciente empeoramiento relativo en las condiciones de vida de los empleados y al aumento del pauperismo entre los parados, tampoco "manda" la lucha de clases -como según parece piensas tú y muchos otros- sino la ley del valor. Así lo demuestran de modo categórico en todo el mundo las estadísticas históricas de distribución del PBI y las cifras históricamente crecientes del paro. La ley del valor manda sobre la lucha obrera precisamente porque traba el desarrollo de las fuerzas productivas, algo que la burguesía no puede evitar.

Este es el vector de las relaciones de producción burguesas que marca el curso histórico del sistema a través de los ciclos periódicos cortos y las ondas largas de la economía capitalista. Este vector que la ciencia económica permite prever, es lo que da sentido y dirección, tanto a la energía que los obreros despliegan trabajando bajo la disciplina del patrón como a la que emplean luchando contra él por mejores condiciones salariales y laborales. Respecto de estas últimas, cabe decir que durante sus recurrentes fases depresivas -cada vez más frecuentes, prolongadas y profundas según avanza el proceso de acumulación- el aumento del paro presiona a los empleados que así se ven precisados a trabajar más por menos, con lo que aquél "máximo" salarial compatible con la ley del valor desciende hasta el mínimo histórico de subsistencia para la mayoría: el precio de la fuerza de trabajo entre una depresión cíclica y otra cae más y más por debajo de su valor y la miseria absoluta de los parados recrudece. Tampoco a esta situación puede poner remedio la lucha de los obreros dentro del sistema.

Tal fue el espíritu que Marx trasmitió en su discurso de junio de 1865 ante el Consejo General de la Primera Internacional, publicado luego bajo el título de "Salario, Precio y Ganancia", cuyas previsiones se han visto confirmadas cada vez más categórica y dramáticamente. En esta obra y en diversos pasajes de "El Capital", Marx demostró que hasta el momento en que logra una situación de doble poder -durante la crisis revolucionaria- la lucha de la clase obrera, lejos de "mandar", se limita invariablemente a responder ante los ataques de la ley del valor. Toda esta realidad tendencial prevista por Marx al formular la Ley General de la Acumulación Capitalista, es la que determina el curso de la lucha de clases y no al revés. Y no sólo preside su curso sino que "manda" sobre el carácter mismo de la lucha y hasta sobre las formas de llevarla a cabo y los medios a emplear en ella.

Volviendo a la pregunta con la que iniciamos esta reflexión, ¿quiere esto decir que la fuerza de trabajo que el asalariado despliega al servicio del patrón y la que ejerce contra él son la misma cosa? Según lo razonado hasta aquí pareciera ser que sí, porque en tanto confirman la relación salarial y, por tanto, la supeditación del trabajo al capital, ambas fuerzas forman parte de la historia del capital, constituyen el medio a través del cual se reproduce el dominio de la burguesía sobre el proletariado. Sin embargo, entre estos dos tipos de fuerza hay diferencia, una diferencia trascendental. En efecto, si el proceso histórico de acumulación no estuviera jalonado en diversa intensidad pero de modo permanente por las luchas obreras, la necesidad de la revolución impuesta por la ley del valor no tendría posibilidad alguna de realizarse y el proletariado no sería la clase revolucionaria fundamental. Si no hubiera demostrado y siguiera demostrando ser capaz de enfrentarse al capital para intentar mejorar su condición de clase subalterna, menos capacidad tendría para disputarle el poder a la burguesía y encabezar la lucha por el socialismo. En ese caso, el inefable Fukuyama no hubiera dicho nada novedoso, porque la clase obrera habría dejado de tener historia hace ya mucho tiempo:

<<Estas pocas indicaciones bastarán para poner de relieve que el propio desarrollo de la industria moderna contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más a favor del capitalista y en contra del obrero, y que, como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio de los salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su límite mínimo. Pero si la tendencia de las cosas dentro de este sistema, es tal, ¿quiere esto decir que la clase obrera deba renunciar a defenderse contra las usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos por aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación? Si lo hiciese, veríase degradada a una masa uniforme de personas desgraciadas y quebrantadas sin salvación posible.>> (K. Marx: "Salario, Precio y Ganancia" Punto 14. Subrayado nuestro)

De hecho, en la historia del capitalismo jamás se ha visto que el proletariado haya renunciado en algún momento a luchar frente a todas y cada una de las innumerables "usurpaciones" del capital. De lo contrario se disgregaría como clase deviniendo en una masa de individuos sin nexo de intereses sociales entre sí.

Aun cuando las luchas políticas del proletariado, las que han hecho y hacen propiamente a su historia, deben ser necesariamente discontinuas, también es necesario que sus luchas económicas o reivindicativas -que por naturaleza forman parte de la historia del capital- deban ser continuas. Pero, una vez más, esta combinación histórica entre la continuidad de las luchas económicas y la discontinuidad de las luchas políticas, esta determinada no por las condiciones subjetivas de los explotados, sino por las condiciones objetivas de la economía capitalista, no por la lucha de clases en sí sino por la organización capitalista del trabajo social, por las relaciones de producción.

Introducido el concepto de lucha política o lucha por el poder proletario en relación con el ritmo de crecimiento espasmódico, intermitente o cíclico del capital, se impone la siguiente pregunta: ¿En qué medida "manda" la lucha política del proletariado sobre la base material del sistema? Contestando sumariamente puede decirse que durante la onda larga depresiva, una vez que se reconstruye el ejército de reserva y los asalariados aceptan las nuevas condiciones de explotación, sus luchas no pueden pasar de ser puramente defensivas y en el terreno económico, es decir, al interior del capital.

En el tránsito de la crisis a la depresión, en cambio, cuando el capital inicia sus primeros ataques sobre las condiciones de vida y de trabajo que los asalariados conquistaron con sus luchas en la fase expansiva, su contestación al sistema puede evolucionar desde la ofensiva en el terreno puramente económico hasta la lucha política revolucionaria por el poder. Parecida condición se presenta tras las grandes confrontaciones militares interimperialistas provocadas por las crisis económicas, como continuación de la competencia por medios bélicos. En condiciones normales, la burguesía actúa en unidad, como una "cofradía" o hermandad donde la competencia, a instancias de la tasa de ganancia media, permite repartir las ganancias según la magnitud del capital con que cada burgués o fracción de la burguesía interviene en el negocio común de explotar al conjunto de los asalariados:

<<Pero cuando ya no se trata de dividir ganancias sino de dividir pérdidas, cada cual trata de reducir en lo posible su participación en las mismas, y de endosárselas a los demás. La pérdida es inevitable para la clase. Pero la cantidad que de ella ha de corresponderle a cada cual, en qué medida ha de participar en ella, se torna entonces en cuestión de poder y de astucia, y la competencia se convierte a partir de ahí en una lucha entre hermanos enemigos. Se hace sentir entonces el antagonismo entre el interés de cada capitalista individual y el de la clase de los capitalistas, del mismo modo que antes se imponía prácticamente la identidad de esos intereses a través de la competencia.>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV)

Si las crisis suponen una "pérdida inevitable" para la burguesía en su conjunto, las guerras intrerburguesas que provocan aumentan estas pérdidas todavía más, especialmente para la burguesía de los países comprometidos en ellas, aun cuando salden en ganancia para la fracción dedicada a la producción de armamento. Si bien estas pérdidas provocadas por destrucción bélica (que complementan a las causadas por desvalorización) permiten salvar los obstáculos que el capital se pone a sí mismo en el curso histórico del proceso de acumulación, su consecuencia inmediata es el debilitamiento de la cohesión política entre burguesía y proletariado, sobre todo en los países perdedores, como fue el caso de Rusia tras su guerra con Japón en 1905 y años más tarde en este mismo país y Alemania inmediatamente después de finalizada la primera guerra mundial.

Las crisis y las guerras interimperialistas también demostraron aflojar las ataduras entre el centro capitalista mundial y los paises de su periferia carentes de un mercado interno definitivamente estructurado. Si consideramos el período histórico entre la crisis de fines de la década de los años treinta -resuelta por la segunda guerra mundial- y el comiezo de la onda larga de crecimiento lento iniciada en 1971, vemos que la disminución del comercio internacional a causa de la crisis y su práctica interrupción por la guerra mundial que le sucedió, debilitaron el poder económico y, por consiguiente, político, de las oligarquías periféricas en las colonias y países dependientes aliadas de las potencias imperialistas, creando así las condiciones objetivas con posibilidades políticas alternativas para una revolución obrera o para reformas de estructura capitalista. La aceleración de la emergencia economica y las luchas que permitieron el posterior ascenso al gobierno de las llamadas burguesías nacionales en países de Asia y Africa como Egipto, Argelia e Indonesia, y en una mayoría de países latinoamericanos, así como las revoluciones de sesgo socialista en Vietnam del sur, China y Cuba, fueron epifenómenos políticos de la depresión que siguió a la gran crisis de 1929 y de las consecuencias económicas de la segunda guerra mundial.

¿De qué modo "manda" la lucha de la vanguardia revolucionaria sobre los avatares del proceso de acumulación en su lucha por el poder? Mandan en el sentido de que el avance y retroceso de las luchas elementales determinadas por la ley del valor no afectan a su actitud de ruptura ideológica y política con el sistema. Su condición de vanguardia revolucionaria consiste, precisamente, en mantener la continuidad de la lucha por el socialismo dentro de la necesaria discontinuidad de las luchas dentro del capitalismo. Pero no "mandan" en el sentido de actuar a espaldas del movimiento del capital, ni en cuanto a la forma de luchar ni a los medios a emplear. Tras cada derrota estratégica -como la que atraviesa hoy día el proletariado mundial- las luchas obreras decrecen en intensidad y en número, los vínculos políticos entre las masas y la vanguardia natural se debilitan y la ideología revolucionaria se difumina en la conciencia colectiva. En estos momentos, los resultados políticos adversos provocados por las necesidades de la acumulación en la base económica del sistema imponen que tanto la lucha económica como la lucha política pierdan peso social, tiempo de actividad y ámbitos de desarrollo militante, con lo que la continuidad revolucionaria no consiste tanto en la tarea de fusionar las ideas revolucionarias con el movimiento obrero, como en la reflexión crítica sobre la experiencia fallida para enriquecer la teoría revolucionaria, así como en la lucha ideológica para mantener socialmente vigentes los principios del materialismo histórico.

¿Qué ocurre en los momentos de alza revolucionaria? Tanto para pasar a la ofensiva por el derrocamiento del capital como para empezar a construir el socialismo, es necesario que quienes se deciden a realizar esa tarea conozcan la naturaleza del sistema que quieren revolucionar. Como en todo trabajo, sin el conocimiento pericial de la materia prima a transformar -que permite aplicar en tiempo y forma el herramental necesario- es imposible cumplir eficazmente la tarea revolucionaria. Y esa materia prima a transformar es la sociedad capitalista cuyo funcionamiento está presidido por la ley del valor. Aun en la instancia inmediata posterior a la toma del poder proletario en dirección al socialismo, la ley del valor sigue -si no ya determinando- inevitablemente condicionando la lucha política revolucionaria. Tanto más tiempo cuanto mayor es el atraso relativo de las fuerzas productivas heredado de la sociedad anterior. Y hasta que esta herencia de atraso no sea definitivamente superada, es completamente inútil actuar por decreto, porque mientras no desaparezcan las condiciones materiales (penuria relativa) que siguen confiriendo sentido y vigencia histórica a los precios, al dinero y al mercado, por más que se les fuerce políticamente a salir por la puerta de la sociedad, estas categorías del capitalismo vuelven a colarse una y otra vez por la ventana. En esta fase del proceso revolucionario, por primera vez las categorías residuales del capitalismo dejan de servir espontáneamente a la burguesía para pasar a ser un instrumento en manos de la clase obrera al frente del nuevo Estado revolucionario. En esta instancia histórica puede decirse que la decisión política del proletariado tiene la posibilidad real de "mandar" por primera vez sobre la ley del valor, aun cuando no de modo arbitrario o absoluto.

Por ejemplo, cuando el proletariado revolucionario toma el poder y estataliza las empresas más importantes de la sociedad, su arma principal para colectivizar el trabajo por cuenta propia y la pequeña explotación de trabajo asalariado, no es el decreto prohibitivo ni la violencia política del Estado obrero sino la competencia del mercado capitalista; se trata de que prevalezca en él -a través de los precios- la necesaria superioridad técnica y económica del trabajo socializado en gran escala; no se trata de reprimir sino de inducir desde su mismo hábitat económico a quienes encarnan estas categorías económicas residuales de la prehistoria humana; no para someterlos a la incertidumbre y a la postre arrojarlos a la indigencia -como hace el capitalismo- sino para brindarles la alternativa segura de participar en el nuevo medioambiente más seguro, próspero y saludable de la producción y reproducción socialista de la vida humana. Pero, para que esto sea posible, el proletariado revolucionario a cargo de las empresas del Estado revolucionario, tiene que ser capaz de demostrar que el trabajo social emancipado del proceso de valorización es más productivo que bajo el capitalismo. Es una ley fundamental de la historia, que un modo de producción sólo puede reemplazar definitivamente a otro, cuando logra alcanzar un ritmo de desarrollo relativo superior en la productividad social del trabajo. En todo esto pensaba Marx cuando en el prólogo a la primera edición alemana de "El Capital" decía:

<<Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento -y el objetivo último de esta obra es, en definitiva sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna- no puede saltarse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto>>

En síntesis: la energía social del capitalismo está contenida en las contradicciones económicas de su modo de producción. Esta energía se despliega a partir de los resultados del principio activo del capital que, como dijimos más arriba, consiste en apoderarse de trabajo necesario para convertirlo en excedente para los fines de la acumulación. Este principio activo, al mismo tiempo que metaboliza la fuerza de trabajo que los asalariados venden a los capitalistas, genera la fuerza que se manifiesta en forma de lucha de contra el capital:

<<Todas las colisiones de la historia nacen de la contradicción entre las fuerzas productivas y la forma de relación>> (K.Marx-F.engels: "La Ideología alemana" Cap. III - punto 5)

En tal sentido, la necesidad de luchar por la revolución, de qué forma y con qué medios, está sujeta por -y responde a- la naturaleza del modo de producción capitalista, a las contradicciones cada vez más explosivas entre las fuerzas sociales productivas y las relaciones capitalistas de producción. Sólo el conocimiento científico de esa necesidad contenida en la ley general de la acumulación capitalista abre paso a la libertad política, del accionar consciente que distingue a los trabajadores comunistas del resto de los proletarios, según el espíritu que el "Manifiesto Comunista" trasmite en su segunda parte. Para eso escribió Marx "El Capital" y Lenin dijo en su "¿Qué Hacer?", con incontrovertible razón, que <<sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario>>. Sólo desde esta perspectiva cabe prever con certidumbre de triunfo, que en algún momento la lucha del proletariado pase a "mandar" sobre la ley del valor. Esto sucederá cuando la organización económica de la sociedad pueda estar en condiciones de cambiar el fetiche ingobernable del mercado como mecanismo de distribución de riqueza y asignación de recursos productivos, por la determinación colectiva consciente de los productores libres asociados:

<<Resumiendo, obtenemos de la concepción de la historia que dejamos expuesta los siguientes resultados: 1) En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones sociales existentes, sólo pueden ser fuentes de males, que no son ya tales fuerzas productivas sino más bien fuerzas destructivas (maquinaria y dinero); y, a la vez, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas, que se ve expulsada de la sociedad y obligada a colocarse en la más resuelta contradicción con todas las demás clases; una clase de la que [en virtud de tales contradicciones] nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista...>> (K. Marx - F. Engels: "La Ideología alemana" Cap. II punto 6)

Comprendemos que a muchos miles de militantes prácticos todavía educados en la escuela política fundada en la URSS tras la muerte de Lenin, ideas como las que nosotros venimos exponiendo no les dibuje nada en la sesera y sí una sonrisa entre compasiva y desdeñosa en el rostro. Pero eso no hace que la lucha política en la sociedad capitalista pueda "mandar" sobre la base material del sistema, porque la verdad no es una cuestión de semblante. Este andrajoso infundio que tu seguramente has aprendido de dirigentes políticos en organizaciones como la tuya, responde a la línea de todos los reformistas -armados y no armados- desde los tiempos de Lassalle, a mediados del siglo pasado. Y es natural. ¿Para qué necesitan ellos regir su práctica por el conocimiento científico de la sociedad a revolucionar, si en esencia no quieren cambiar nada porque no están plenamente convencidos de su necesidad? ¿para qué, si no les cabe en la cabeza que el trabajo social pueda llegar a organizarse con mayor eficiencia económica y bienestar social sin patrones ni mercado capitalista? Ellos pregonan en nombre del marxismo el prejuicio antimarxista de que la acción política "manda" sobre la estructura económica, precisamente porque la ley del valor empuja cada vez más en dirección de una política revolucionaria de ruptura con la propiedad privada capitalista que se resisten a adoptar.

Unos párrafos más arriba aportábamos elementos de juicio para demostrar que la fuerza social, tanto como la dirección y el sentido de las luchas políticas que alumbraron el reformismo populista dominante en numerosos países del tercer mundo durante las décadas de los cincuenta y sesenta, emanaron de la crisis económica de los años treinta y de las consecuencias inmediatas de la segunda guerra mundial. De no ser por la espectacular proliferación de pequeños y medianos explotadores de trabajo asalariado que pasaron temporalmente a ocupar el vacío económico dejado por los países imperialistas tradicionalmente proveedores de productos industriales, movimientos y proyectos políticos "antiimperialistas pequeñoburgueses" como el nasserismo y el peronismo no hubieran sido posibles. Desaparecidas aquellas excepcionales condiciones económicas, las burguesías industriales emergentes de países dependientes como Egipto, Méjico o Argentina, cuyos dirigentes pudieron vender a buen precio la atractiva idea de la eterna conciliación y unidad política entre proletariado y burguesía en aras de la independencia nacional y la justicia social, fueron haciendo mutis por el foro. Una vez acabada la reconstrucción de Europa y Japón, y difundidos a la industria civil los adelantos tecnológicos aplicados a la producción de medios bélicos, bastaron menos de veinte años para que la espectacular aceleración en el metabolismo del trabajo por parte de la burguesía en los países imperialistas provocara una nueva sobresaturación de capital que hoy se mide en billones de dólares. En la medida en que los proyectos reformistas dejaron intacto el principio activo del capital: la propiedad privada sobre los medios de producción, las estructuras económicas anacrónicas de los países donde fueron aplicados -como es lógico y natural- no han sido capaces de soportar la presión de semejante masa de capital ocioso hambriento de trabajo vivo para convertirlo en plusvalor. ¿Dónde han quedado medidas políticas a contrapelo histórico de la ley del valor en esos países, como la estatalización de empresas, los aranceles protectores, los decretos de aumento masivo de salarios y precios máximos, la manipulación discrecional de los tipos de cambio y la confiscación parcial de la renta agraria? Para poder seguir pregonando que la lucha de clases "manda" sobre la estuructura economica del capitalismo, los reformistas atribuyen los necesarios ajustes históricos de la ley general de la acumulación capitalista que han dado al traste con todo aquello, a la voluntad política maquiavélica de los imperialistas, de los neoliberales como personas; tanto como para justificar su apego al sistema de vida burgués y que el proletariado siga compartiendo la ilusión en proyectos residuales de reformas capitalistas de estructura; una ilusión que sólo en los últimos treinta años costó profundas derrotas estratégicas y cientos de miles de muertos. ¿Para qué? para despertar de ella haciendo posibles los necesarios ajustes económicos dictados por la ley del valor, de consecuencias sociales y humanas cada vez más catastróficas.

En un artículo titulado "El regreso del populismo" publicado por "El País" en su edición del 28 de mayo del año pasado, el inteligente analista burgués Alain Touraine decía que:

<<En estos últimos años, la gravedad del paro y la inquietud por el futuro dio en varios países una fuerza considerable a lo que se llamó la lucha contra el pensamiento único, cuyo verdadero nombre es populismo (...) Hoy vemos desarrollarse, alrededor de Le Monde Diplomatique, por un lado y de Pierre Bordieu, por otro, una campaña de panfletos que consigue un gran éxito editorial y que, enarbolando la bandera de la ciencia, produce textos que no tienen validez científica alguna, pero que agradan al nuevo populismo que se alza contra las élites, contra la mundialización de la economía y contra los intelectuales sometidos a los medios de comunicación.>>

Estos ideólgos populistas reminiscentes que Touraine llama de "extrema izquierda", son los que para estar contra la OTAN durante la intervención en Yugoslavia, no vieron otra alternativa que embanderarse en el nacionalismo pequeñoburgués encabezado por el Partido Socialista de Milosevik, y ahora se dedican a ilusionar adhiriendo a lo que parece prometer en todo lo que dice y hace para hacerse con el poder, ese charlatán, sensiblero y mesiánico nuevo Perón encarnado en el general venezolano Chavez.

La hipocresía es el mejor homenaje que el vicio rinde a la virtud. En este plan, para quienes dicen postular la ruptura revolucionaria con el capitalismo pero de hecho propician una política de reformas dentro del propio sistema burgués, está claro que la acción política "manda", pero como "política virtual". Es la política de quienes sufrieron la bancarrota del llamado socialismo real como su propia bancarrota ideológica, y que habiendo lastrado el materialismo histórico se han tenido que inventar embelecos como la "socialización del mercado" o la planificación de una "economía antimonopólica", para crear la bucólica ilusión de un "comunismo" compatible con la pequeña y mediana propiedad privada capitalista; es la política de los que se "independizan" de la ley del valor para dejarla esencialmente como está, creyendo y haciendo creer que "mandan" sobre ella, al modo como "mandan" los técnócratas económicos de la burguesía a cargo de los aparatos de Estado sobre determinadas categorías, como la tasa de interés o los impuestos. Esto sí que es determinismo económico en el más puro y estricto sentido clasista de la expresión: determinismo económico burgués.

En síntesis: proclamar que la acción política "manda" sobre la base material del sistema tildando a los materialistas históricos de "deterministas económicos", ha sido y sigue siendo el engañoso manto del idealismo político con que todos los reformistas embozan la esencia contrarrevolucionaria de su pensamiento y de su práctica. Sobre esto mismo hemos polemizado más extensamente con "los camaradas anónimos" en el primer punto del escrito bajo el título: Grupo de Propaganda marxista: 3 julio de 1999 que, al parecer, no has leído o lo has hecho sin el debido detenimiento.

En cuanto a tu interés por conocer nuestra filiación política, de lo que dejamos dicho en nuestra página no "parece" ni es cierto que el GPM sea troskista. Para nosotros, la trayectoria política de Trotsky salda muy dignamente en el haber de la revolución comunista mundial. Pero criticamos su posición centrista en la disputa entre mencheviques y bolcheviques durante los primeros tiempos de la revolución rusa, así como su idea de estatalizar los sindicatos en la URSS expuesta a fines de 1920, su falta de decisión para hacer valer el "testamento" de Lenin a favor suyo y contra Stalin entre fines de 1923 y principios de 1924, y su tesis estancacionista que formuló en el Programa de Transición. En nuestro debate con Rafael Pla a propósito de la teoría de las contradicciones de Mao Tse Tung, observamos explícitamente la pasividad de Trotsky a principios de 1926, cuando presidió la "comisión especial" delegada por la Comintern ante el Partido Comunista chino, consintiendo de hecho la nefasta política de Stalin en ese país, lo cual aparece en la correspondiente sección de "debates" bajo el título: Grupo de Propaganda Marxista: 28 de junio de 1999. También figura en nuestra página nuestra discrepancia con el creador del Ejército Rojo respecto de su concepto de semicolonia y dejamos constancia de nuestra crítica por haber aceptado los cambios introducidos en el Sexto Congreso de la Internacional Comunista sobre este asunto. En nuestro trabajo que figura en la página titulado: "La actitud de los revolucionarios ante la crisis del capitalismo y el conflicto yugoslavo" hemos dicho sobre este asunto lo siguiente:

<<Entre las opiniones críticas que hemos recibido, no podía faltar la de atribuirnos el calificativo de "trotkistas". El caso es que Trotsky, no obstante haber sido el más consecuente e implacable crítico de los frentes populares, aceptó los cambios introducidos en el sexto Congreso de la IC respecto a la caracterización de los países dependientes como semicolonias. Esto puede observarse en "El programa de transición". En varios pasajes de esta obra se refiere expresamente a países latinoamericanos como Méjico catalogándolos de semicolonias del imperialismo; en su análisis, la independencia política o formal pierde casi toda relevancia.

En los escritos de Trotsky sobre este asunto, es notoria una contradicción teórica no resuelta. Por un lado, consideraba que por ser económicamente débiles, las burguesías de los países dependientes eran políticamente incapaces de acaudillar al proletariado para saldar progresivamente su lucha conjunta contra el imperialismo dentro de los límites del sistema. Según Trotsky la incapacidad política de la burguesías dependientes se expresaba en el temor a ser desbordadas por la necesaria movilización del proletariado para la presunta consecución de sus fines.

Pero, contradictoriamente, Trotsky dejó planteada la posibilidad de que esos mismos países consiguieran emanciparse del imperialismo mediante el desarrollo autosostenido del capital autóctono. Así, mientras que en 1928 admitía que la unidad nacional y el control aduanero de China solo era posible mediante la dictadura del proletariado, en 1930 llegó a considerar que la nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo por parte del gobierno mejicano de Cárdenas, confería a este país la posibilidad cierta de trascender su condición de semicolonia.

Por lo tanto, Trotsky no es el mejor referente de apoyo a la línea marxista-leninista de nuestra posición, porque si las burguesías dependientes tuvieran capacidad de superar su atraso económico relativo mediante la expansión de su propio capital dentro del sistema, sería justo que el proletariado hiciera frente único común con ellas contra cualquier agresión imperialista. En ese caso, nuestras consignas no serían las mismas que sostenemos respecto de Yugoslavia.>> (GPM: Op. Cit.: "Soberanía nacional y antiimperialismo revolucionario")

Respecto de la llamada "revolución cultural" china, no es un tema que hayamos abordado especialmente como colectivo, de modo que carecemos de posición al respecto. No obstante -aun cuando dispersos- algunos lineamientos básicos o fundamentales de crítica compartida a esa iniciativa política del pensamiento maoista, podrás encontrarlos buscando en la página las referencias al fenómeno burocrático de cuño stalinista. Estamos en trance de comenzar el estudio de diversos materiales polémicos sobre la naturaleza económico-social de países como la URSS o China, en la que se inscriben fenómenos como la colectivización forzosa, el stajanovismo, la perestroika o la revolución cultural, que entendemos como lo que históricamente parecen haber demostrado ser: formas políticas contradictorias -aunque típicas- de una economía de transición con tendencia dominante a un franco retroceso hacia el capitalismo.

Un saludo. GPM.

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