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La
lucha de clases en Brasil |
Emir Sader
El gobierno Lula -cualquiera que sea la configuración definitiva
que vaya a asumir- se inscribe en el proceso de lucha de clases
para decidir quién pagará el precio -y en qué
medida- de la farra especulativa de la economía brasilera
de los años 90. Las clases sociales fundamentales -ligadas
al capital y al trabajo- y sus fracciones internas y aliadas se
preparan, en las nuevas condiciones, para adquirir mayor capacidad
de defensa y de apropiación del excedente, ante una economía
y un Estado financierizados.
Hasta aquí, la continuidad y la profundización de
la política económica del gobierno FHC, como determinante
y condicionante mayor del gobierno Lula, recoloca en posición
extremadamente ventajosa al capital financiero, en su modalidad
especulativa, como sector hegemónico en el proceso de reproducción
del capital en el Brasil. En el primer año del gobierno Lula,
este sector se vio fortalecido, no sólo por la continuidad
mencionada, sino también porque vio confirmada su posición
por la adhesión de un partido, originalmente vinculado al
mundo del trabajo, expandiendo su capacidad consensual y aislando
relativamente a los sectores que organizan a la clase trabajadora
-en el sentido más amplio de la palabra: de los sectores
que viven de su trabajo, sin explotar el trabajo ajeno.
La reforma de la previsión social y la ausencia de una reforma
tributaria con fuerte poder redistributivo, fueron factores que
favorecieron esta hegemonía, a través de la cual el
gobierno Lula, en su primer año, debilitó al movimiento
organizado de los trabajadores y la dimensión pública
del Estado brasilero, buscando articular, al mismo tiempo, bases
populares de apoyo al bloque en el poder, mediante la legitimación
de sus políticas por la simpatía popular de la figura
de Lula en los sectores más pobres y desorganizados del pueblo.
La intensificación del carácter privatizado del Estado
favorece, a su vez, al gran capital privado, no sólo por
la expansión del mercado de los fondos privados de pensión,
sino también conforme contribuye a la descualificación
del Estado y de su dimensión pública. Los intereses
cristalizados en torno de la administración de los fondos
de pensión -en la dirección apuntada por Francisco
de Oliveira-, así como la «sociedad» con capitales
privados en las inversiones estatales fortalecen los criterios mercantiles
en detrimento de los intereses públicos dentro y fuera del
Estado.
La polarización eventual entre capital productivo y capital
especulativo queda descaracterizada, en la medida en que las grandes
empresas originalmente vinculadas a la produccción, están
igualmente financierizadas, en el sentido de que se valen de inversiones
especulativas en el proceso de reproducción de su capital.
O aún porque gran parte de las grandes empresas productivas
-además de compartir este tipo de inversiones- están
vinculadas esencialmente a la exportación, destinando su
producción al mercado externo y/o a la llamada esfera alta
de consumo, no necesitando así de un proceso de distribución
de renta en el mercado interno, favorable a las clases populares.
Complementan así la configuración del bloque económico
dominante, de forma compatible con el modelo económico vigente,
como los crecientes superávits de la balanza comercial revelan,
sin que se altere en nada la distribución de renta interna,
al contrario, intensificiando su papel concentrador.
La polarización de clases cruza así al gobierno Lula
y a las clases populares. Los que luchan por las reivindicaciones
originales -la central, desde un cierto punto de vista- de la prioridad
de lo social, se alinearían del lado del bloque social popular,
si no se rinden a políticas focalizadas y asistencialistas,
que pueden perfectamente convivir con los «superávits
fiscales» del equipo económico -por los diez años
prometidos o hasta más- por no afectar de forma sustancial
la pésima distribución de renta construida y reproducida
a lo largo de los siglos de historia brasilera.
Los que luchan por el dislocamiento del ajuste fiscal, para atender
los derechos sociales y económicos universales de la población
brasilera -comenzando por el derecho al empleo formal, con el objetivo
de desempleo cero- se sitúan del lado del bloque de las clases
explotadas y dominadas. Los que priorizan el ajuste fiscal y aceptan
la reproducción del modelo económico neoliberal, están
del lado del bloque dominante conservador.
De la misma forma, la prioridad del Mercosur o del Alca, confirmando
una de las tesis clásicas de la izquierda según la
cual la forma de inserción internacional define los marcos
de las políticas internas-, esto es, de una política
externa soberana o definitivamente subordinada, se pueden alinear
del lado de la prioridad de la extensión del mercado interno
de masas, esto es, de lo social, o del financiero y exportador.
Puede abrir espacio para un modelo alternativo, fortaleciendo el
bloque social popular, o puede complementar en el plano externo
el actual modelo conservador.
El bloque social alternativo, cuenta con el movimiento social organizado,
con la militancia descontenta y crítica de los partidos de
izquierda, con gran parte de la intelectualidad independiente. El
bloque dominante cuenta con las políticas hasta aquí
hegemónicas en el gobierno, con la gran mayoría de
los medios de comunicación de masas, con el apoyo de los
organismos financieros y comerciales internacionales, con la legitimidad
de Lula, y la simpatía con que cuenta entre la masa pobre
y desorganizada de la población.
Sintéticamente, podemos proyectar tres evoluciones futuras:
la primera, la manutención de estas fuerzas y la consolidación
del gobierno como un bonapartismo conservador, que administra la
crisis actual y consolida la hegemonía del capital especulativo;
la segunda, la conquista por el movimiento social organizado de
parte sustancial de los sectores populares hasta aquí no
organizados, vaciando de apoyo social significativo al gobierno,
generando su crisis de legitimidad; la tercera, como desdoblamiento
de la segunda, el cambio del carácter del gobierno, adhiriendo
a la alternativa popular, y generando un cambio de hegemonía
en su interior en la sociedad brasilera.
De cualquier forma, lo cierto es que la historia, cambiando siempre
su forma, continúa siendo la historia de la lucha de clases.
Los partidos, los gobiernos, las fuerzas sociales y culturales cambian,
transforman su naturaleza de clase, pero siempre se definen por
su alineamiento en relación a los grandes intereses del capital
y del trabajo. El período histórico actual no es excepción,
por mayor que sea lo inédito de su forma, de la misma manera
que su desenlace abierto, conforme a la evolución de la relación
de fuerzas entre los bloques sociales antagónicos, y que
definirá la cara de Brasil en el siglo XXI: dominado por
las fuerzas del capital o del trabajo; por la ínfima minoría
en el poder, o por las grandes masas de la población, organizadas
como ciudadanos libres y soberanos.
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