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Nochebuena
piquetera en Plaza de Mayo |
Néstor Kohan
En la Argentina de Néstor Kirchner, el progresista, el setentista,
hay más presas y presos políticos de los que hubo
en cada uno de los gobiernos constitucionales (desde 1983 a la fecha).
Junto a esos presos, hay más de 4.000 (cuatro mil) militantes
y luchadores sociales con procesos judiciales abiertos.
Cada noche de Navidad, cada noche de fin de año, el centro
de la ciudad de Buenos Aires se transforma en un inmenso desierto
negro futurista. Aunque el gobierno de la ciudad adorna los árboles
con luces navideñas porque en esta época del año
visitan el país muchos turistas, las calles permanecen totalmente
vacías. Se repite una y otra vez aquella escena de la película
“El abogado del diablo” en la que Lucifer (Al Pacino)
vaciaba las grandes avenidas urbanas de gente y de tiempo.
En ese Buenos Aires nocturno y “festivo”, de un solo
vistazo se pueden recorren casi diez cuadras sin que se cruce un
solo automóvil. Los grandes edificios de bancos, con sus
logos parpadeantes del poder financiero, se quedan solitariamente
acompañados por familias sin techo que duermen en las veredas
rodeadas de pequeños hijos, colchones y bolsas con lo que
resta de lo que alguna vez fueron sus pertenencias.
Cada nochebuena es igual, cada fin de año es lo mismo. Insoportables.
Pero esta vez fue distinto.
En la Argentina de Néstor Kirchner, el progresista, el setentista,
hay más presas y presos políticos de los que hubo
en cada uno de los gobiernos constitucionales (desde 1983 a la fecha).
Junto a esos presos, hay más de 4.000 (cuatro mil) militantes
y luchadores sociales con procesos judiciales abiertos. Cortan una
ruta, ocupan una fábrica, protestan contra el Código
Contravencional, piden comida, exigen trabajo, repudian al FMI y
el estado les responde... abriéndoles una causa judicial
con figuras jurídicas durísimas y amenaza de prisión
por varios años. Todo muy progresista... todo muy setentista...siempre
acompañado de música de Víctor Heredia y versos
de Pablo Neruda...
Esa represión de la militancia popular y ese amedrentamiento
de la protesta social no deja de ocurrir en Santa Cruz, la provincia
patagónica del presidente argentino. Al contrario, allí
la represión es más dura y más cruel.
Por ejemplo en Caleta Olivia, ciudad santacruceña que posee
alrededor de 40.000 habitantes, los procesados por reclamar puestos
de trabajo genuino son más de 200 compañeros. Varios
de ellos están encarcelados mientras la ciudad está
virtualmente militarizada por la participación de efectivos
de la Gendarmería, la Prefectura y la policía provincial,
a los que se deben sumar los efectivos de las agencias de seguridad
privada que han sido contratados por las multinacionales petroleras
—por ejemplo Panamerican Energy o Repsol— que operan
en la zona (cuyos dueños son amigos del presidente argentino,
del progresista, del setentista, del “Salvador Allende vernáculo”).
Aunque la zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires sigue
igual, esta navidad fue distinta porque diversas organizaciones
piqueteras que no se dejan comprar y organismos de derechos humanos
que enfrentan la judicialización de la protesta instalaron
numerosas carpas en el centro político de la Argentina, la
histórica plaza de mayo. Un espacio donde cada lucha se amplifica
y adopta carácter nacional. Las instalaron cuando terminó
la masiva movilización del 20 de diciembre que unió
la exigencia de castigo —siempre prometido, nunca cumplido—
a los responsables de los asesinatos en aquellas jornadas que derribaron
a Cavallo y de la Rua en el 2001 con los nuevos reclamos como la
lucha por trabajo genuino, la reducción de la jornada laboral
a seis horas, el aumento de salario, el no pago de la deuda externa,
la ruptura del pacto Kirchner-FMI y el desprocesamiento de todos
los luchadores. “Los piqueteros duros” (así los
denomina y estigmatiza la prensa argentina) prometieron quedarse
desde el 20 de diciembre hasta navidad, pasando la nochebuena en
la plaza. Y cumplieron. Algo que Kirchner nunca hace.
Durante todas las noches de acampe se pasaron películas
y documentales. Testimonios fílmicos de los obreros de la
imprenta Chilavert, recuperada y actualmente gestionada por los
trabajadores; relatos de presas encarceladas por oponerse al Código
contravencional y el inolvidable film “Los traidores”
del cineasta desaparecido Raymundo Gleyzer, donde se retrata la
podredumbre de la burocracia sindical argentina.
Este 24 de diciembre, mientras desde la pantalla ubicada entre
los árboles hablaban las presas, compañeros de diversos
movimientos piqueteros instalaban la parrilla. Sí, la tradicional
parrilla argentina, como un gesto simbólico de dignidad.
A pesar de la falta de trabajo genuino, a pesar de la miseria,
a pesar de los planes sociales que siempre navegan en la incertidumbre
y el clientelismo reproduciendo el miedo popular por la falta de
subsistencia del mes que viene, a pesar de los salarios de hambre
que según los economistas oficiales han perdido en los últimos
tres años el 27,5 % de su poder de compra (datos del INDEC),
el simple y microscópico hecho de mantener en pie una parrilla
en plaza de mayo fue una forma más de rebelarse. El asado
argentino, aquella comida que alguna vez fue famosa en todo el mundo
y que resumía muchas de las conquistas logradas por las clases
populares en su nivel de vida, hoy se ha convertido en un raro objeto
de lujo. En un país productor y exportador de carne, el pueblo
cada vez puede comer menos.
Por eso, esos pollos asados, aunque escasos, simbolizaban las conquistas
sociales que alguna vez alcanzó la clase trabajadora argentina
y hoy ha perdido en forma escandalosa. Con gobiernos dictatoriales
feroces, con gobiernos constitucionales neoliberales y también
con gobiernos constitucionales “progres”. ¡Con
todos!.
Antes de que la comida estuviera lista, todos los asistentes dieron
un par de vueltas a la plaza reclamando a viva voz la libertad de
los prisioneros políticos y el fin de la persecución
a los procesados sociales. Desde la vereda de enfrente a la plaza,
la gente “bien”, la gente de auto importado, peinado
de peluquería y vestidos caros, miraba al movimiento piquetero
parada en las escalinatas de la Catedral, ese otro símbolo
del poder, sede central de una Iglesia oficial que no sólo
fue cómplice de la dictadura militar sino que acompañó
los peores momentos del neoliberalismo en Argentina. Por supuesto
que entre los “observadores” bien vestidos de la Catedral
—¿estaría el fascista Blumberg?— se entremezclaban
uniformes azules de la policía. No podía ser de otra
manera.
Luego de la marcha por la plaza, en medio de una ciudad completamente
vacía que prefería desconocer lo que estaba ocurriendo,
llegó el brindis de la medianoche. Sin duda, el momento más
emocionante de la jornada.
En esa plaza se brindó y se cantó con alegría
por aquellas personas que actualmente están entre rejas “progresistas”
por el terrible pecado de pedir trabajo o exigir justicia social.
Fue emocionante compartir el brindis entre todos los movimientos
y agrupaciones... romper, aunque sea por un pequeño momento,
la disputa chiquita de fracción, el recelo, la desconfianza
mutua. Allí se pudo oír esa música maravillosa,
inigualable, embriagadora: la del canto unido de quienes luchan
contra el poder.
En ese festejo por una navidad sin presas ni presos políticos
se entrecruzaron los militantes de origen cristiano junto con los
de otros orígenes, en una escena donde algunos portaban una
cruz en el pecho mientras otros cantaban La Internacional o gritaban
consignas del Che Guevara. La sociedad oficial, imperturbable, seguía
mirando para otro lado.
Y en medio del brindis se escuchaban chistes entre los piqueteros:
“¿Hoy se puede tomar?” decían algunos
en broma, aludiendo a las normas de varios movimientos que tratan
de combatir en forma sistemática el alcohol entre sus militantes.
Allí estaban todos y todas. Se veía la solidaridad
de las familias humildes acostumbradas a compartir el pan de la
mesa, la combatividad de la gente joven con el empuje de los que
no están dispuestos a seguir “tragando sapos”
ni a resignar esperanzas siempre truncas, el obrero sin trabajo,
la madre rodeada de criaturas inquietas, el pibe universitario abrazado
y cantando con un habitante de la villa miseria, la mujer trabajadora,
morena y de piel curtida, que reta a un joven militante cuando éste
le dice “Sírvase señora” y ella le responde:
“No me digas «señora», querido, decime
compañera”. Cuando la mujer se va, el muchacho comenta:
“La señora la tiene clara”.
Y siguieron los cantos, el recuerdo de los caídos el 20
de diciembre, el de los asesinados en el Puente Pueyrredón,
el brindis por la gente presa y más cantos.
Y después vino algo increíble. Un ejército
obsesivo de piqueteros a la búsqueda de corchos de sidra
y de basura. No quedó ni una miguita de pan dulce tirada
en el suelo. Cuando alguien preguntó las razones de una limpieza
demasiado estricta, la respuesta fue contundente. “Mañana,
cuando vengan los medios de comunicación del poder a la plaza
de mayo, van a decir que los piqueteros dejan todo sucio, que son
borrachos, etc., etc.”. El movimiento piquetero ya se ha acostumbrado
a actuar, hasta en esos detalles insignificantes, contra un aparato
inmenso de propaganda oficial que los demoniza y los sataniza.
En esta Argentina hipócrita, donde la puesta en escena vale
más que la militancia popular, donde la palabra manipulada
y calculada, totalmente a contramano de la vida política
real, tiene más peso mediático que la miseria y el
hambre, donde a un grupo de represión oficial de 600 policías,
seleccionado y formado para combatir exclusivamente al movimiento
piquetero, el gobierno lo bautiza con el eufemismo perverso de “Los
pacificadores”, compartir la nochebuena con estos luchadores
tercos y rebeldes constituye el mejor regalo de navidad. A ellos
y ellas les sobra dignidad, por eso la comparten generosamente con
quien quiera acompañarlos. Esa dignidad que jamás
tuvieron ninguno de los ricachones que han gobernado la Argentina
desde siempre y que la siguen gobernando.
En esa plaza solitaria y nocturna, sin los reflectores de los grandes
medios de comunicación y en medio de la sencillez de una
mesa de trabajadores, hay un fueguito que se mantiene vivo y que
alguna vez se impondrá en nuestra sociedad.
Al final, cuando todo terminaba, unos pibes seguían saltando
y cantando como si todo recién empezara:
Para que el mundo se entere
Que la Argentina es rebelde
Que este pueblo es piquetero y enfrenta la represión
Por eso no les damos tregua
Porque la única salida
Es la Revolución

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