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Los presos políticos argentinos, las elecciones y la ética de la izquierda

Néstor Kohan

¿CUÁNDO GANA LA DERECHA?

Vuelven las elecciones en la Argentina. Mañana, domingo 3 de junio de 2007, se vota en la capital federal , centro político del país.

Millones y millones de dólares gastados en afiches y televisión en un país donde varias decenas de miles de chicos viven en las calles y comen de la basura. Distintos proyectos empresarios —capitalistas salvajes, capitalistas éticos, capitalistas nacionales— se disputan el timón del barco que seguirá navegando invariablemente sobre el océano mercantil durante el próximo período. No queda espacio para un disenso real, una discusión de fondo, un proyecto político antisistema. Por diversas vías se termina legitimando un sistema institucional “republicano” que está bien lejos, pero bien lejos, de ser democrático.

Y otra vez vuelve el chantaje electoral: “Hay que votar a.... para que no gane la derecha”. ¡La derecha gana cuando transforma sus propios valores hegemónicos y su agenda política en terreno común del sistema institucional!.

Ejemplo (1): La derecha gana cuando las diversas opciones “progres”, todas ellas, priorizan en la campaña electoral “la seguridad” y el reclamo de más policía.

Ejemplo (2): La derecha gana cuando diversas opciones de izquierda, casi todas ellas, intentan “hacer buena letra”, sacar “certificado de buena conducta”, conseguir una acreditación institucional de “izquierda responsable” y por lo tanto... le dan groseramente la espalda a todo lo que no sume votos. En primer término a los presos políticos.

¿DÓNDE DEBE ESTAR LA IZQUIERDA?

Recordamos las elecciones que le dieron el triunfo a Néstor Kirchner. Corría el año 2003. Todos los medios de (in)comunicación instalaron entonces el festival de la campaña electoral. Como siempre, millones y millones de dólares invertidos en afiches, pasacalles, y propaganda televisiva en un país donde, para comer, había que tomar por asalto los supermercados. Del ¡Que se vayan todos! se pasó rápidamente a la disputa electoral, a los codazos con el grupo de al lado. Mayor disputa cuanto más es el parecido con quien se disputa. El enemigo no es la derecha sino el resto de la izquierda “que me puede sacar dos votos”.

Quizás nos equivocamos. No lo sabemos. Pero en aquellos días hicimos una apuesta. Apostamos por la lucha popular y el día de aquellas elecciones elegimos estar en la calle junto a las obreras de la fábrica textil Brukman, por entonces desalojadas luego de haberla puesto a producir bajo gestión obrera. En pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Pasamos aquel domingo de elecciones en la calle, junto a las trabajadoras de Brukman, sus hijos y sus familias.

Cuatro años después, cuando del ¡qué se vayan todos! queda sólo un recuerdo y toda la dirigencia política burguesa se religitimó junto con sus instituciones de dominación; cuando un sector de la izquierda y los organismos de derechos humanos se sumó alegremente al gobierno y otro sector, opositor, gasta sus mejores energías en la picadora de carne electoral, optamos por otro camino. Si ayer estuvimos junto con las trabajadoras de Brukman, esta vez elegimos estar junto a los presos políticos de Quebracho, encarcelados en la prisión de Marcos Paz por repudiar el asesinato a sangre fría de un maestro: Carlos Fuentealba. ¡Qué pecado imperdonable! ¡Qué osadía alocada! ¡Qué aventurerismo descabellado! ¡Habráse visto! Repudiar el asesinato de un maestro a sangre fría...

LA IZQUIERDA “REALISTA”, LOS BUENOS MODALES Y EL DEMONIO

Hace mucho tiempo, en 1989, un grupo político proveniente del antiguo PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo) asaltó el cuartel militar de La Tablada. Los atacantes pensaban que allí se planeaba otro golpe de estado. Fueron reprimidos salvajemente. Hubo ejecuciones, torturas, desaparecidos. El entonces presidente Raúl Alfonsín, “campeón de los derechos humanos”, se paseó, rodeado de militares carapintadas, junto a la fila de cadáveres de los asaltantes al cuartel, integrantes del MTP (Movimiento Todos por la Patria). En declaraciones a la prensa, públicas e inequívocas, Alfonsín dijo: “¡Esta es mi guerra!”. No se le ruborizó el rostro.

Se podía compartir o no la acción política de los compañeros del MTP —acción política, no “delirio irracional” como la calificó cierto periodismo progre que había utilizado dinero de la guerrilla para fundar Página 12 y luego se desmarcó rápidamente de sus anteriores mecenas políticos—. Se podía disentir con ellos o no. Pero lo que no se podía hacer era abandonarlos ante la bota, la picana y las bombas de fósforo del Ejército argentino, el más genocida de la historia. Se podía discutir con ellos pero no se los podía abandonar en la cárcel hasta que se pudrieran o murieran de inanición en sus muchas huelgas de hambre. El aparato de Estado, sus jueces, sus carceleros, los reprimían no por sus errores, que los tuvieron, sino por sus virtudes.

Pues bien, un sector de la izquierda, por entonces con buena prensa y altas encuestas electorales, no sólo repudió el asalto al cuartel sino que además envió condolencias a los integrantes del Ejército muertos en el ataque guerrillero. ¡Todavía no se habían enfriado los cuerpos de los compañeros asesinados —a algunos de ellos un tanque les pasó encima de la cabeza mientras los milicos dejaban pudrir los cadáveres al aire libre para que todo el pueblo “aprendiera la lección...”— y este sector de la izquierda electoral, supuestamente “marxista”, para despegarse y no perder votos, se solidarizaba con el Ejército de los militares genocidas.

Muchos años después del ataque al cuartel de la Tablada, el “progresismo” de la capital Federal quería imponer un código de convivencia urbana destinado a “limpiar las calles”. ¿De basura y bolsas de nylon? No, de militantes, de protestas sociales, de piqueteros, de cortes de ruta, de prostitutas y de vendedores ambulantes. Se trababa de imponer el ORDEN social urbano en nombre de la democracia.

Para impedir la implantación de ese estatuto legal que permitía a la valiente policía federal reprimir “con la ley en la mano” hubo una fuerte protesta popular frente a la legislatura de Buenos Aires. La protesta se profundizó y entonces... ¡se rompió la puerta de la legislatura! ¡Una puerta de madera! ¡Sí, se rompió una puerta de madera! ¡Gravísimo! ¡Otro pecado imperdonable!. Entonces la policía detuvo a cuanta persona pasaba por allí. A algunos de esos detenidos se los condenó a un año entero de prisión. Uno de ellos, por ejemplo, era... vendedor de panchos (pan con salchicha). Un sector de la izquierda electoral, supuestamente “marxista”, le entregó entonces por iniciativa propia un video al juez que juzgaba a los compañeros para demostrar que ese sector no había roto la puerta ni había hecho destrozos. Era la típica actitud del “alumno obediente” que, dedo en alto, le dice a la maestra que él no hizo lío y se portó bien... Ese video fue utilizado por los jueces del sistema —eternos sirvientes del poder que avalan torturas, golpizas, violaciones en comisarías y mil injusticias más— para procesar a otros manifestantes.

Hoy en día, lejos ya de La Tablada y de la protesta de la legislatura, dos de los principales dirigentes de la agrupación Quebracho (Movimiento Patriótico Revolucionario-Quebracho) están prisioneros por repudiar el asesinato del maestro Carlos Fuentealba, fusilado a quemarropa en la provincia de Neuquén. Su “pecado”, terrible, por cierto, parece haber sido el romper unos vidrios en un local partidario del dirigente político de la provincia de Neuquén Sobisch, responsable de ese asesinato. El mismo día del repudio fueron encarcelados 16 militantes de Quebracho. Muchos fueron excarcelados, aunque los principales dirigentes quedaron prisioneros.

No son los únicos presos políticos que hay en la Argentina de Kirchner, este otro “campeón de los derechos humanos” (entre muchos otros están los seis compañeros paraguayos del Partido Patria Libre [PPL], los compañeros de Las Heras, Roberto Canteros y la Gallega), pero los presos de Quebracho son de los más renombrados. Los cuatro son Fernando Esteche, Raúl “Boli” Lescano, Joaquín Isasi y Martín Lizzano.

A Fernando Esteche, uno de los principales dirigentes de Quebracho, lo capturan en otro lugar, bien lejos de donde se repudió el asesinato del maestro. Si no estaba en el lugar del hecho, para la ley difícilmente sea “culpable”, salvo que los jueces hayan perfeccionado la teoría de la relatividad del tiempo y el espacio de Albert Einstein.

A Raúl “Boli” Lescano, también dirigente de Quebracho, lo capturan 12 días después, el 17 de abril, en una manifestación pública después de participar del acto en conmemoración del Día Internacional del Preso Político. En pleno centro de la ciudad (en la intersección de las avenidas Callao y Corrientes) y a la vista de todo el mundo, lo secuestra una patota (grupo de choque) de agentes de civil, sin identificación. Ante otros policías se presentan como “seguridad del estado”. Luego de capturarlo, lo golpean y lo introducen arrastrándolo en un auto blanco sin patente. Durante tres horas permanece "desaparecido" (ninguna comisaría aceptaba recibirlo porque había sido apresado a todas luces de forma ilegal y encima estaba todo ensangrentado por los golpes recibidos). Durante esas tres horas, Lescano fue brutalmente golpeado. A un compañero que iba junto a Lescano, estos agentes también lo rodean sin identificarse, lo golpean y le rompen los dientes. Todo al mejor estilo de la dictadura militar de 1976 cuando las patotas se llevaban gente secuestrada y la metían, golpes mediante, en autos sin patente ni identificación alguna. El recuerdo de la dictadura no es caprichoso. Raúl Lescano, de 57 años de edad y antiguo militante del PRT-ERP, luego de ser encarcelado bajo el gobierno lopezrreguista de Isabel Perón, pasó largos años en las prisiones del general Videla.

PRESOS POLÍTICOS: ¿ALGUIEN SE ACUERDA DE ELLOS?

En plena euforia electoral, ¿alguien se acuerda de los presos políticos? No suman votos, entonces... ¿no existen?.

Como la agrupación Quebracho sostuvo en el año 2003 que no había que abandonar las calles, continuó con las protestas callejeras, muchas veces, incluso, con choques con la policía. Puede compartirse o no su análisis de la coyuntura política. Se podrá discutir si la contradicción principal en la Argentina actual es “patria o imperialismo” (en nuestro caso tenemos un punto de vista distinto). Pero todos esos debates deberían formar parte de una agenda común de discusión de la izquierda. O, en todo caso, esos debates podrían quizás ser material de discusión de una escuela de formación política que reúna a la militancia de los diversos movimientos sociales y organizaciones políticas de la izquierda extraparlamentaria, particularmente de aquellos y aquellas que se identifican con el guevarismo. Pero ninguno de esos puntos debatibles deberían ser pretextos para hacerse el distraído, mirar para otro lado, hacerse el “alumno obediente”, sacar “certificado de buena conducta” y abandonar a los presos políticos hasta que se pudran en la cárcel.

La ética de la solidaridad no debería ser un adorno para colgar en el póster. ¡Y menos que nada para la gente de izquierda! Más allá de los votos. Más allá de las encuestas. Más allá de las instituciones del sistema.

Como alguna vez nos recordó nuestro viejo amigo y querido compañero José Luis Mangieri (director de LA ROSA BLINDADA): “En Argentina las cabezas de la izquierda sólo se unen en el canasto del verdugo”.

Para que no vuelvan a ganar los verdugos, sería bueno no olvidar que en la Argentina de Kirchner hay presos políticos. No son precisamente los grandes empresarios y ricachones que hoy ganan fortunas y ayer se enriquecieron con Videla, Alfonsín, Menem, De la Rua y Duhalde. Los presos políticos son presos del pueblo y de la militancia popular.

Buenos Aires, 2 de junio de 2007
(un día antes de las elecciones)

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