Marx siglo XXI
 
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El impacto desintegrador del capitalismo sobre Euskal Herria

Iñaki Gil de San Vicente

Articulo escrito en 1995 y recuperado ahora por Boltxe, que trata de reflexionar acerca de dos preguntas: 1. ¿el desarrollo del capitalismo vasco tiene sólo causas y orígenes externos, exógenos y no internos, endógenos?; 2. La desintegración que padece bajo el impacto del capitalismo ¿es definitiva, supone su extinción y muerte, o por contra va unida a una nueva integración?

1.- Presentación
2.- Momentos y fases del impacto
3.- En 1789-1841
4.- En 1871-1876
5.- En 1890-1906
6.- En 1931-1945
7.- En 1975-1982
8.- En 1995-…

1.- Presentación

Soy consciente de que el título que he dado a mi colaboración al seminario organizado por IPES, puede originar, cuando menos, dos dudas o críticas. He de reconocer que yo mismo me las planteo pero es eso lo que busco: discutir sobre temas comprometidos. Las críticas o preguntas o dudas, como ustedes quieran, que surgen del título son estas: una, ya que por impacto se entiende el golpe de un proyectil exterior sobre un objeto ¿acaso el desarrollo del capitalismo vasco fue algo exterior a nuestra sociedad? o si se quiere: ¿el desarrollo del capitalismo vasco tiene sólo causas y orígenes externos, exógenos y no internos, endógenos? He de reconocer que usar la palabra impacto origina inmediatamente esa cuestión, pero difícilmente me negarán ustedes que se trata de un tema interesante para debatir pues se ramifica en múltiples matices.

La segunda duda concierne al concepto de desintegración que significa el proceso de separar los diversos elementos que forman el todo de una cosa. Si esa "cosa", ese "todo" es Euskal Herria, la desintegración que padece bajo el impacto del capitalismo ¿es definitiva, supone su extinción y muerte, o por contra va unida a una nueva integración? De ser este el caso, es decir, de darse una nueva integración del "todo" llamado Euskal Herria, ¿se trata de la misma "cosa" o de otra diferente? Estoy planteando el debate sobre la continuidad y discontinuidad de Euskal Herria, de su permanencia en medio de intensas alteraciones y trastornos tremendos.

Desgraciadamente, el reducido espacio con el que nos han castigado los organizadores de este seminario, me imposibilita extenderme en las temáticas que surgen de esta segunda duda o crítica. Me conforta saber que otros participantes se adentrarán en esas problemáticas sin duda con muchos más conocimientos que los míos. Sin embargo, al final de mi intervención, en el breve apartado dedicado a las perspectivas, sí me permitiré el lujo de dar mi opinión sobre un aspecto clave en el tema de la integración consciente enfrentada a los impactos desintegradores: el asunto de ETA y de Iparretarrak.

En realidad, los problemas de fondo que aparecen al intentar responder a estas preguntas son considerables. Uno de ellos, y no el menor, consiste en la relativa ausencia de otra experiencia histórica similar a la vasca en lo que toca al desarrollo del capitalismo. Me explico. En líneas generales, se puede decir que han existido cuatro formas de salto global al capitalismo como modo de producción políticamente dominante. Recordemos que la reproducción del capital no está definitivamente asegurada mientras la burguesía no disponga de la supremacía política y consiguientemente militar. Mientras no la consiga la reproducción se mantendrá con mucha mayor incertidumbre y desde luego, en cuanto reproducción ampliada, esa incertidumbre limitará mucho su velocidad de expansión.

Pues bien, como decíamos, ha habido cuatro grandes formas de dar el salto definitivo al capitalismo: una, el modelo de las cuatro revoluciones burguesas triunfantes -Países Bajos, Inglaterra, EEUU y Estado francés, por este orden histórico-; dos, el modelo de las alianzas de clase entre la burguesía ascendente y los poderes absolutistas que, desde arriba y sin una revolución burguesa tradicional, estricta, desbloquean las superestructuras abriendo las puertas al capitalismo: se trata del llamado "modelo prusiano" y que con ciertas matizaciones se dió en Alemania, Japón -con la especificidad de la revolución meiji- e Italia, fundamentalmente pues el caso de la Rusia zarista requiere concreciones muy especiales. Significativamente, y exceptuando simplemente por razones cuantitativas que no cualitativas a los Países Bajos e introduciendo al Canadá, estos son los países miembros del G-7, nombre con nítidas connotaciones represivas.

La tercera es la de los países tardíamente industrializados y que pese a ello están dentro de la OCDE pero no del G-7. La cuarta la forman el grueso del llamado capitalismo-dependiente, colonizado o del tercer mundo y adquiere su expresión más brutal en los países y pueblos no industrializados pero insertos objetivamente en la economía-mundo, con clases dominantes muy débiles, meros apéndices delegados de grandes transnacionales. Sería muy interesante discutir sobre algo que ronda desde hace mucho tiempo por la cabeza de algunos: ¿es una quinta forma de tránsito o vuelta al capitalismo, la actual crisis del socialismo?

Digo que el problema que se nos presenta es sencillamente este: el triunfo del capitalismo en Euskal Herria no se da según ninguno de los cuatro ¿o cinco? modelos. Tampoco lo hace según las subformas típicas de Escocia, Gales e Irlanda, pueblos invadidos militarmente e integrados en la Gran Bretaña y que vivieron con especial virulencia las causas y consecuencias de la revolución burguesa. Ni que decir tiene que no se puede comparar la función de la burguesía vasca con respecto al Estado español con las de las burguesías piamontesa y prusiana con respecto a Italia y la llamada entonces Pequeña Alemania.

Podríamos incluso extender el análisis comparativo a las industrializaciones de Chekia, Hungría, etc., en el imperio austro-húngaro y encontraríamos diferencias insalvables. No merece la pena extendernos en comparar Hegoalde y la Catalunya dominada por el Estado español, por no hablar de Asturias y el área industrial de Madrid. En cuanto a Iparralde, sí existen similitudes entre ella y otras naciones como Bretaña y Córsica debido al hipercentralismo parisino, pero hay una diferencia substancial: ni Bretaña ni Córsica, por no hablar de Occitania, están partidas en dos.

No podemos, pues, refugiarnos en experiencias exteriones y en las ayudas teóricas que sobre ellas se sustentan: no tenemos otra alternativa que echarnos a la tempestuosa y revuelta mar social vasca para encontrar -construir- las respuestas a las interrogantes anteriores y a otras muchas que irán apareciendo.

2.- Momentos y fases del impacto

El desarrollo del capitalismo histórico es inseparable de la compleja interacción de tres vectores: la dinámica expansiva del capital como relación social, las estructuras coercitivas y represivas existentes y las burocracias socioeconómicas estatales. Desde luego que intervienen otros vectores que llegan a ser determinantes en casos concretos, como la historia e identidad etnonacionales, la ubicación geoestratégica del territorio y su propio hábitat medioambiental, las relaciones de poder político entre las clases dominantes y las alianzas de clases que en las que se apoyan, etc.; pero las tres primeras son comunes y obligadas a todo proceso de asentamiento del capitalismo mientras que las dos segundas, y otras más, determinantes sólo en algunos casos.

La interacción citada más la ubicación geoestratégica de Euskal Herria y la específica mixtura de identidad etnonacional y Antiguo Régimen, en suma, una muy densa y extraordinaria suma de fuerzas históricas contradictorias, es la responsable de la ¿sorprendente? implantación del capitalismo vasco. Es también la que explica la nada sorprendente virulencia de los ataques españoles y la dura resistencia vasca en la parte peninsular de Euskal Herria así como el creciente endurecimiento de la de la parte continental a la opresión francesa.

Desde esta perspectiva teórica, lo que caracteriza al impacto desintegrador del capitalismo sobre Euskal Herria es que, de un lado, se impone en los momentos fundamentales gracias a feroces guerras y a situaciones de dictadura abierta o encubierta en las que tienen decisiva participación los ejércitos extranjeros y de otro lado, en esos momentos una parte de la población vasca opta abiertamente por esos invasores, por lo que significan y por los proyectos de futuro que quieren imponer. Esos momentos están integrados en fases históricas pero son más intensos, concentran el pasado y presente y, a la vez, abren o incluso aceleran las tendencias dominantes del futuro.

Esos momentos pueden durar varios años y generalmente se desarrollan en forma de guerras oficiales u otras clases de conflictos militares no oficialmente definidos como tales. Pero en períodos transicionales, es decir, de mutación de un modo de producción a otro, que no de simple metamorfosis de ese modo de producción, son considerablemente largas, aunque la vivencialidad temporal de las masas oprimidas afectadas sea muy corta, traumática y desquiciante. Dentro de esa fase larga, los momentos más concentrados e intensos también lo son, y no solamente en número, en cantidad, sino en calidad. Una fase larga, como la que citaremos de inmediato a título de ejemplo, puede tener varios momentos especialmente duros y decisivos, que van actuando como abrelatas de una nueva situación.

Una fase transicional y por ende decisiva para Euskal Herria, fue la de 1789-1876. Es la transición del Antiguo Régimen al capitalismo preindustrial. En esta fase aparecen seis momentos de concentración, síntesis y resolución de las contradicciones: la revolución burguesa, la Guerra de la Convención, las Guerras Napoleónicas, la primera Guerra Carlista, las consecuencias para Iparralde de la guerra franco-alemana de 1871 y la segunda Guerra Carlista .Como veremos, la Euskal Herria posterior a 1871-76 estará sometida a fuerzas opresivas y a tendencias estratégicas cualitativamente diferentes a las que padeció con anterioridad, incluso a las sufridas en la década de los sesenta de siglo XIX. Por su importancia manifiesta, nosotros la estudiaremos en dos capítulos: 1789-1841 y 1871-1876

La fuerza militar ha sido decisiva en el triunfo del capitalismo histórico, pero lo que caracteriza al caso vasco es que, a diferencia de las formas dadas en el llamado Norte o primer mundo, aquí la fuerza militar ha sido extranjera, invasora, exterior, actuando como instrumento de una alianza estratégica entre la clase dominante vasca, la burguesía y su bloque social de apoyo, y las clases dominantes extranjeras. Y la misma forma de imposición y desarrollo del capitalismo es la que explica la importancia de la represión para asegurar su permanencia. Por represión no entendemos sólo el actuar de las diversas policías sino el complejo integrado de aparatos policiaco-militares, judiciales, burocrático-administrativos, culturales e ideológicos, mediáticos, políticos y sindicales, socioeconómicos, etc., que asumen los valores e intereses del bando vencedor y dominante -los Estados español y francés- propagándolos y a la vez silenciado, aislando y minorizando a los del bando vencido y dominado: el pueblo trabajador en su conjunto.

Hemos titulado a este capítulo como "momentos y fases fundamentales" porque pensamos que, en efecto, la historia de la desintegración de Euskal Herria y de los esfuerzos integradores contrarios se comprenden más fácilmente repasando los momentos y fases a nuestro entender decisivos. Soy consciente de que hablar de momentos y fases nos lleva de inmediato a tres problemas inseparables: uno, el de la definición de las intrafases; otro, el de la definición de las interfases y el último, el de las relaciones de las fases vascas con las ondas largas del capitalismo histórico. No son divagaciones bizantinas, espúreas. Una de las más eficaces armas de opresión de los pueblos es la de imponerles la historia, temporalidad y paradigmas de lo real creadas por los Estados dominantes. Una de las más eficaces armas de liberación de los pueblos es la de construir su propia historia para aprender de ella.

La falta de espacio me obliga a ceñirme más a los momentos de cierre y apertura de esas fases, que a las fases mismas. Un análisis detenido de las fases requeriría un volumen de folios del que no disponemos. Esta es la razón por la que nos centramos en determinados años que, a nuestro entender, cumplen la doble tarea de sepultureros y parteros.

Vamos a intentar analizarlos con cierta profundidad integrando las presiones socieconómicas externas provenientes de los grandes ciclos capitalistas, las presiones sociopolíticas y militares externas provenientes de los Estados invasores, las fuerzas clasistas internas estratégicamente aliadas con esos Estados y sus medios militares y las fuerzas clasistas y populares internas afectadas por esas agresiones y sus medios militares de defensa.

Obviamente, a lo largo de esas fases y momentos cruciales la agresión contra el euskara, la identidad cultural y la memoria histórica vasca aparece como una constante en ascenso; una constante que recorre todos y cada uno de ellos. No es una agresión puntual sino permanente aunque sí tiene sus momentos álgidos, por ejemplo cuando se dictan e imponen determinadas leyes que refuerzan la castellanización y el francés vía administrativa, educativo-cultural, etc. Pero lo fundamental, desde nuestra perspectiva teórica, es que la represión lingüístico-cultural se integra como parte constitutiva de la represión global en las fases y sus momentos por el camino doble de, por un lado, la cotidianeidad de las masas, la historia popular y de las mentalidades sociales, esa área decisiva que algunos denominan "pequeña historia" y, por otro lado, las estructuras de poder y sus dinámicas de vigilancia y control disciplinador.

Conozco, como ustedes, que el título general de este seminario se refiere a los cambios del último siglo, de los cien últimos años. Pienso, sin embargo, que para poder comprender las transformaciones acaecidas en Euskal Herria desde la década de los noventa del siglo pasado a la de los noventa del actual, para lograrlo, hay que retroceder más allá. Se me ocurre que el título correcto debiera hacer referencia, como mínimo, al siglo y medio, a los ciento cincuenta años pasados. Por ejemplo, la Hegoalde de finales del siglo XIX es incomprensible sin la derrota militar sufrida veinte años antes, en 1876, lo cual nos lleva a las causas de la segunda guerra carlista, que se hunden en los irresueltos problemas dejados por la primera. Por ejemplo, la Iparralde de finales de los noventa es incomprensible sin las estrategias renacionalizadoras francesas intensificadas tras la derrota del ejército francés en 1871 a manos del alemán, lo cual nos lleva a comprender las profundas diferencias de tipo y ritmo de desarrollo capitalista en ambos Estados y, como es lógico, y lo veremos, Iparralde va a padecer muy duramente las dinámicas francesas en ese sentido.

La evolución histórica no se puede trocear y parcelar como se hace con los jamones, cortando y separando la grasa de la carne. La historia no se puede dividir por siglos o por otras efemérides, sino sólo siguiendo las demarcaciones impuestas por las grandes transformaciones y por los grandes saltos, reconociendo que aun así, dentro de ellos, existen lógicas particulares, tendencias concretas y autónomas pero inscritas en la totalidad, que mantienen sus temporalidades específicas pero supeditadas a las dinámicas esenciales del período considerado. Por esto nosotros vamos a retroceder más allá de la década de los noventa del siglo pasado.

3.- En 1789-1841

Partimos de un período temporal en extremo tenso y largo: los cambios que se inician con la revolución burguesa de 1789 en el Estado francés concitando en Iparralde duras resistencias nacionales inseparables de luchas de clases; se perpetúan con la Guerra de la Convención y los posicionamientos de dos bloques sociales ya en avanzado estado de formación y que serán los enfrentados a muerte en la primera guerra carlista; ahondan el empobrecimiento de las masas, pequeños jauntxos e iglesia rural con las Guerras Napoleónicas; ensombrecen, radicalizan y generan el marco pre-bélico durante la década de los veinte del siglo XIX y concluyen, tras la primera guerra carlista de 1833-1839, con las tremendas imposiciones españolas en Hegoalde en 1841 y la pasividad de Iparralde cada vez más empobrecida.

Un tiempo largo, cincuenta y dos años, durante el cual el capitalismo ha conquistado el poder necesario para las condiciones del momento y de sus necesidades globales de reproducción ampliada, en Euskal Herria. Un tiempo largo que coincide sorprendentemente, casi con la justeza de un guante hecho a medida de la mano, con la primera fase u onda larga del capitalismo histórico, la de 1789-1848, en la que se desarrolla impetuosamente la primera revolución industrial. Resulta también significativo que la primera guerra carlista se libre en los años más duros de la fase descendente de ésta onda, los de 1825-1848.

Un tiempo largo que empero es vivido como muy corto, muy súbito y atroz por la inmensa masa de la población vasca: la mentalidad, la subjetivación del tiempo y su objetivación económica sobre la base de los ciclos naturales de la economía agraria, su control e interpretación cotidiana sobre la base de normas y códigos del Antiguo Régimen, los derechos y deberes que nacían y se legitimaban en ese universo… todo ello es brusca y atrozmente exterminado en solo medio siglo. Y lo es de manera violenta, peor, de manera militar pues aunque lo militar conlleve lo violento, esto no tiene porqué exigir lo otro. No debemos cometer el error de aplicar nuestra vivencialidad burguesa del tiempo-espacio a la de entonces.

Pero la importancia de ese lapsus de tiempo va más allá de la dureza dramática con la que transcurrió. Su importancia radica en el nuevo período global que inicia, en la etapa que abre y que supone un acelerón imparable del capitalismo. Bien es verdad que este modo de producción había nacido y crecido en los siglos anteriores; que se había dado una autóctona acumulación originaria de capital vasco mediante dos vías fundamentales además de la poca renta extraída del campo: comercio naviero exterior, producción de hierro y algo de pesca de altura, y expolio de Amerindia y saqueo pirateril. Pero las nuevas relaciones de fuerza sociales permitirán aumentar esa acumulación con una tercera y cuarta vías: las ganancias obtenidas con las ventas de comunales y desamortizaciones y, especialmente en Bizkaia, la exportación masiva e ingente de mineral de hierro.

Ahora bien, estas dos nuevas formas de acumulación -que serán vitales para dar el salto a la industrialización de finales del XIX en Hegoalde- solamente se han podido imponer tras la derrota militar de 1839 y los cambios políticos de 1841 en el Estado español que se concretarán en los aranceles de 1849 y 1852. En Iparralde las guerras Napoleónicas y de la Restauración posterior empobrecerán al País que en 1835 ve suprimidos los astilleros estatales de Baiona, ciudad que fracasa una y otra vez desde 1814 en las peticiones de subir las aduanas de nuevo al Adur. Iparralde queda atrapada en un bocadillo: al sur, las aduanas llevadas por el ejército español al Pirineo le cortan las relaciones nacionales -económicas, culturales y lingüísticas, etc.- con Hegoalde y al norte, pese a que en 1855 el tren llega a Baiona, la situación empeora pues ese tren traerá la dependiente economía turística y no la industrial, facilitando el camino de ida a los cuarteles del ejército francés a la juventud vasca; una juventud que ya en 1832 había comenzado su emigración masiva a las Américas.

De esta forma, el primer impacto global capitalista desintegra Euskal Herria en dos trozos pues Iparralde es absorbida por la dinámica centrípeta francesa que necesita rearmarse para sostener al Segundo Imperio. Hegoalde, absorbida por el Estado español, entra en la dinámica de la supeditación al capitalismo inglés bien directamente vía exportación de mineral de hierro, bien indirectamente vía supeditación del Estado español a Inglaterra. La desintegración se agudiza por el hecho de que el desarrollo capitalista del Estado francés sigue unas pautas propias que imponen a Iparralde un modelo de desindustrialización básica mientras que el Estado español, al no haber culminado con éxito ninguno de los intentos de revolución burguesa, no logra controlar del todo los estrechos lazos de dependencia económica vasca con Inglaterra. La importancia del capitalismo agrario y del ejército en el Estado francés, así como sus crecientes tensiones con Alemania, que estallarán en 1871, explican la marginación de Iparralde. La debilidad del Estado español y la integración de la economía vasca en la red económica inglesa explican la especialización de Hegoalde hasta finales del siglo XIX.

Obviamente, esta desintegración no responde únicamente al impacto de fuerzas exteriores. En Euskal Herria existían clases sociales interesadas en afrancesarse o españolizarse según la situación coyuntural de fuerzas, precisamente para acelerar el triunfo definitivo de las relaciones económicas y políticas capitalistas. Ya en el siglo XVIII, por no retroceder más en el pasado, esas fuerzas sociales entonces materializadas en la burguesía comercial y financiera, así como grandes jauntxos, presionaron en la medida de lo posible para subir las aduanas del Sur de Euskal Herria al Cantábrico, del mismo modo que durante el siglo XVII sus homónimas en Iparralde se habían aliado con la monarquía francesa para enriquecerse con la centralización impuesta por el Norte. La dialéctica entre fuerzas endógenas y exógenas fue tan activa en esos siglos como lo es hoy.

Dicha dialéctica se estabilizó antes en Iparralde que en Hegoalde por el simple hecho de que el capitalismo francés gozó de la ventaja de haberse desarrollado sobre el suelo limpiado por la revolución burguesa, luego fertilizado por la estabilidad napoleónica y las oportunas concesiones a la burguesía francesa de los "vencedores" en el Congreso de Viena de 1815. En Hegoalde, por el contrario, la estabilidad era precaria y de hecho incluso después de 1839-1841 la dominación burguesa, si bien superior a lo que había sido antes, no era absoluta: necesitó de otra conflagración, la segunda guerra carlista, para imponerse como tal, aunque a un precio de sangre y abriendo heridas imposibles de cerrar. La precariedad de la dominación burguesa en Hegoalde no era sino reflejo de la precariedad del Estado que le servía de ‘última ratio’: el español.

4.- En 1871-1876

La culminación de la larga fase transiciones del Antiguo Régimen a la dominación capitalista se realiza también bajo el empuje de la dialéctica de lo exógeno con lo endógeno aunque su efectivo desarrollo sea diferente en Iparralde y en Hegoalde. Comienza con la guerra francoalemana de 1871 y abre un período durante el cual se asegura el triunfo de la opción estratégica españolista de la burguesía vasca de Hegoalde en respuesta a la crisis de la década de los noventa del ese siglo, por una parte y por otra, la omnipotencia en Iparralde de las derechas reaccionarias. Ocurre que, como veremos, las consecuencias de esta si se quiere intrafase, se desarrollan en otra onda larga capitalista y por tanto requiere de una especial y exclusiva dedicación. Efectivamente, es muy significativo que el tiempo que analizamos se inscriba casi segundo a segundo y década a década en los marcos de la segunda onda larga capitalista, la de 1848-1893, mientras que los efectos básicos de la decisión tomada bajo las presiones de la fase descendente de esta onda se producen al comienzo de la tercera onda larga del capitalismo histórico, como se verá en su momento.

En la parte continental de Euskal Herria, son las presiones externas las fundamentales y con mucho, pues es la pugna total entre el Estado opresor francés y Alemania expansiva, es decir, la reordenación europea exigida por el ascenso alemán y el estancamiento francés como efecto, otra vez, de las diferencias de tipo y ritmo de industrialización de ambos Estados en la vital fase ascendente de 1848-1973 perteneciente a la segunda onda larga del capitalismo, la de 1848-1893, la que desemboca en la guerra de 1871. La estrepitosa y rápida derrota francesa y la traición de su burguesía que se rinde ante Alemania por puro miedo de clase a la revolución comunera de París, agudiza un nacionalismo francés que forzará otras vueltas de tuerca centralista con nefastas consecuencias sobre Iparralde ya que el "peligro alemán" condicionará toda la evolución política, económica y militar del Estado francés hasta la penosa reconstrucción de la década de los cincuenta de este siglo. La alianza de las clases dominantes vascas con las francesas más reaccionarias queda patentizada no sólo por los incontables y permanentes triunfos electorales sino por la intervención personal de vascos como Ybarnegaray que acabaría de ministro de Petain en el Gobierno colaboracionista de Vichy.

En la parte peninsular de Euskal Herria, las fuerzas exógenas y las endógenas están mucho más entrelazadas y activas. Las transformaciones socioeconómicas y lingüístico-culturales producidas durante un tercio de siglo al amparo y empuje de la victoria española de 1839, han ido entrando cada vez más en contradicción con las estructuras políticas forales supervivientes de la pasada guerra carlista, a la vez que el Estado español ha ido avanzando en su centralización burguesa forzando él mismo sus contradicciones internas. Como en toda crisis que necesita del recurso de la guerra para encontrar su salida, en la de comienzos de la década de los setenta las decisiones políticas son inseparables de las estrategias de los bloques sociales, verdaderas alianzas de clase, enfrentados. La guerra de 1872-76 es así el definitivo enfrentamiento entre dos modelos globales y totales, uno de los cuales defiende los restos supervivientes de la pasada guerra y el otro no sólo quiere liquidarlos sino además borrar toda identidad vasca. Otra cosa es que lo consiga.

La derrota de 1876 supone junto a la quiebra de un Estado vasco dotado de todos sus atributos, también la definitiva victoria del aparato estructural necesario para pegar otro salto capitalista. Un aparato que sólo puede funcionar si previamente ha habido un cambio en la clase dominante. Con anterioridad, el capitalismo vasco de Hegoalde crecía malamente, progresivamente encorsetado por el poder foral aun en manos de los jauntxos con el creciente apoyo de las masas campesinas y curas rurales. La derrota militar entrega el poder a la burguesía comercial, financiera y minera que se tranformará en industrial-financiera. Y también es la derrota de las masas campesinas que no pueden ya desde entonces refugiarse en un destruido poder foral vasco, por muy reaccionario que fuera. Y es también la derrota de la lengua y cultura vasca que asiste impotente a la impuesta castellanización de la vida pública y privada vasca.

Pero si las consecuencias a medio y largo plazo de la derrota de 1876 son importantes, y lo son, más importante es todavía el hecho de que esa derrota cierra el ciclo global de desintegración vasca iniciada con la revolución burguesa en el Estado francés y culminada en las severísimas imposiciones del poder español en 1876. Vamos a enumerar los cuatro aspectos decisivos de esa desintegración: uno, se desintegra la unidad socioeconómica de Euskal Herria ya que, partiendo de las imposiciones españolas, Hegoalde se rompe a su vez en dos trozos pues primero Bizkaia y luego Gipuzkoa se distancian de Araba y Nafarroa, apareciendo así una profunda grieta que se une a la ya existente con anterioridad entre Hegoalde e Iparralde. O sea, nos desintegramos en tres grandes áreas socioeconómicas que de inmediato determinarán evoluciones sociopolíticas y lingüístico-culturales específicas, muy perceptibles en la actualidad.

La segunda desintegración concierne a algo central y esencial a toda nación que quiera existir como tal: su capacidad de autodefensa. La desintegrada Euskal Herria de comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado está imposibilitada para organizar un ejército propio como aun lo había hecho diez años antes gracias a los restos de poder foral en Hegoalde. El Estado francés ya había liquidado esa capacidad y luego lo haría el español. Cualquiera sabe que los ejércitos han sido básicos en la consolidación no sólo de la mentalidad nacional de las masas, sino sobre todo de la estructura material de los poderes de autodefensa de un pueblo. Los ejércitos han sido fundamentales en la creación de sistemas materiales y simbólicos -desde los uniformes, pasando por la solidaridad colectiva, terminando en la identificación afectivo-sentimental con los muertos en las guerras- de los Estados, que a su vez han sido centrales en la continuidad del sentimiento nacional de esos pueblos. Como veremos, la importancia de ETA e Iparretarrak es crucial en este sentido, aunque no podamos precisar aquí el término "ejército".

La tercera desintegración, más demoledora aún a largo alcance, es la que afecta a la unidad lingüístico-cultural y a las interrelaciones socioculturales de las masas vascas entre ellas. Los Estados ocupantes endurecen de manera apabullante la imposición de culturas ajenas; pero están apoyados por las clases que han accedido al poder total en Hegoalde y que ya lo tenían en Iparralde. El castellano y el francés eran las lenguas de las alianzas estratégicas entre las clases dominantes vascas y los poderes extranjeros. El euskara y la cultura vasca suponía un muy serio estorbo para las dinámicas reestructuradoras de nuevos espacios productivos y de nuevas temporalidades adecuadas a ellos: el espacio-tiempo capitalista. Además, el contexto ideológico internacional en el que se produce la represión lingüístico-cultural ayuda a su triunfo: se inician los años del cientifismo arrasador, del positivismo y del cosmopolitismo.

La cuarta desintegración es la de las estructuras y aparatos administrativos persistentes del Antiguo Régimen y que en Hegoalde se mantuvieron mal que bien tras la derrota de 1839, siendo definitivamente barridos en 1876. Las consecuencias de ese golpe fueron patentes en Iparralde en donde el pesimismo de principio de los treinta fue contenido por los efectos de la solidaridad nacional y de los beneficios del comercio durante la primera guerra carlista, para tras decaer parcialmente de nuevo, recuperarse con la segunda guerra carlista: la definitiva derrota de Hegoalde impacta en Iparralde. Lo más grave de esta cuarta desintegración es que ella es reflejo multiplicado de las tres precedentes pues al exterminio de los mínimos poderes de autogobierno le sucede una implacable dominación de la burguesía triunfante en la parte peninsular y del bloque ya establecido en la continental. Tal dominación asegurará el industrialismo en el sur y la periferización atrasada en el norte.

Desde luego que nacen resistencias a la desintegración global de la vieja Euskal Herria reflejo del Antiguo Régimen. Pero, ya lo hemos dicho arriba, no tenemos tiempo ahora para extendernos en ellas; además, hay programadas en este seminario intervenciones en ese sentido. Mas sí tenemos que indicar que esas resistencias no podían darse simultánea y ni siquiera coordinadamente debido a las propias condiciones del País. En este sentido, el impacto de la derrota de 1876 es mucho mayor que el de la de 1839 pues liquida de cuajo una característica esencial de toda resistencia programada e integrada en un plan estratégico: la existencia de un poder estatal, y es manifiestamente claro que hubo un Estado vasco en Hegoalde entre 1842-1846.

5.- En 1890-1906

La triple desintegración geopolítica de Euskal Herria y su cuádruple desintegración como entidad nacional, que quedan aseguradas en el momento de 1871-1876, que no es sino el final del largo período histórico transicional del Antiguo Régimen al capitalismo preindustrial, en concreto minero, se reforzarán aun más con los acontecimientos acaecidos en 1890-1906 especialmente en Hegoalde y que significan el doble triunfo de la burguesía vasca como burguesía clave en el Estado español y a la vez, y junto a la industrialización, el nacimiento y espectacular desarrollo de las contradicciones nacionales y clasistas que crecerán hasta 1931. Pero en Iparralde este momento no tendrá tanta importancia porque el Estado francés ha logrado ya recuperarse del trauma de 1871 y del hundimiento del Segundo Imperio, reforzando aún más las tendencias ultracentralizadoras y la estrategia de contención y/o enfrentamiento con la "invasión teutona". Por ejemplo, el llamado Caso Dreyfus permite hacernos una imagen muy aproximada de las orientaciones práctica en el Estado francés, de su chauvinismo y de la nueva importancia del ejército como "garante nacional": son innegables sus repercusiones sobre la parte continental de Euskal Herria.

La debilidad del Estado español hace que en él sean más severas las consecuencias de la fase descendente de 1873-1893 de la segunda onda larga del capitalismo. Ello repercute en Hegoalde que, pese a mantener los Conciertos Económicos, carece de toda posibilidad de resistencia a los dictados del Gobierno de Madrid y a las salvajes prácticas de la burguesía vasca. Unido a esto, la dependencia hacia Inglaterra vía exportación minera y luego producción-venta de productos siderúrgicos, sufre demoledoramente la creciente competitividad internacional. En ese momento crucial, la burguesía opta abiertamente por volcarse hacia el Estado español, no para intentar hacer la revolución burguesa al estilo de la primera forma histórica de triunfo del capitalismo, o para copiar el "modelo prusiano", sino para aliarse con la burguesía catalana y la aristocracia financiero-terrateniente.

La burguesía vasca tiene en ese momento cuatro grandes retos que resolver: de un lado, ha de protegerse de la competitividad exterior y ha de asegurarse un mercado propio; de otro lado, ha de mantener el escandaloso sistema de control electoral, tramposo y corrupto hasta la médula; además, ha de reprimir al creciente movimiento nacionalista que es mucho más peligroso que el fuerismo y el carlismo pues cuestiona radicalmente el núcleo de la solución burguesa y por último, ha de reprimir al creciente movimiento obrero que se encamina por el río de las huelgas generales y particulares hacia la catarata de las intentonas insurreccionalistas. Cuatro problemas y una única solución: construir un Estado efectivo, represivo y español: efectivo para asegurar el mercado interior; represivo para mantener el orden y aumentar la tasa de explotación, y español para reprimir el nacionalismo vasco.

Protegida por las bayonetas del ejército español y los naranjeros de la guardia civil, sicilianizando el sistema electoral y recurriendo a formas de "guerra sucia", controlando casi monopolísticamente la prensa, beneficiándose por la profunda incomunicación y a menudo abierta hostilidad entre nacionalistas y socialista en medio de la pasividad derechista del carlismo, amparándose en la indiferencia reaccionaria del nacionalismo dominante hacia la entonces llamada "cuestión social" -ejemplo: la deliberadamente tardía creación de ELA y su amarillismo en los veinte primeros años de su existencia-, uniendo los intereses de clase comunes de la burguesía catalana y financiero-terrateniente hispana, en este contexto, la burguesía vasca camina triunfante: arancel proteccionista de 1891, devaluación de la peseta de 1892-1905, abolición de las tarifas especiales de ferrocarriles y nuevo arancel de 1896 y nuevo arancel de 1906. Tales pasos van unidos a medidas financieras y a un esfuerzo sistemático por cerrar y completar el mercado español, es decir, por "construir España".

Le ayudan la nostalgia imperial española, débil regeneracionismo tras las derrotas de 1898 en Cuba y Filipinas. También le ayuda el inicio de una nueva onda larga capitalista que mantendrá su fase expansiva entre 1893-1914. El momento de 1890-1906 permite por fin a la burguesía vasca dar por concluida formalmente la realización de su "deber histórica" -perdón por el hegelianismo- ya que recorriendo caminos diferentes a los de las burguesías clásicas europeas, pese a sus dos formas también diferentes, la de Hegoalde se ha dotado de su Estado propio, el español. Ha sido una vía especifica; más lenta y más traumática que las otras, pero lo ha logrado.

Más traumática no por los miles de muertos en las guerras, guerrillas y represiones habidas, pues lo hubo muchos más en las revoluciones y guerras en los Países Bajos, Inglaterra, EEUU y Estado francés, en las de Prusia contra Austria, Dinamarca y Estado francés, más la inicial masacre de la revolución de 1848, y en Italia bajo la hegemonía del Piamonte y la feroz oposición del Vaticano, y en la muy sangrienta revolución meiji japonesa, sino porque en Euskal Herria se enfrentó una forma societaria que anclaba sus raíces simbólico-materiales en el pasado preindoeuropeo a una alianza de clases en la que dos Estados muy diferentes componían el polo extranjero, siendo el polo aborigen la burguesía vasca como clase procesual.

Desgraciadamente para la burguesía vasco-españolista del momento que analizamos, los peligros futuros anidaban ya en el retraso en cumplir sus "deberes históricos". El examen de la historia sentenciaría que había entrado tarde en el ciclo histórico abierto por las reordenaciones intraeuropeas impuestas en el Tratado de Westfalia de 1648 y en el Congreso de Viena de 1815, por la primera industrialización capitalista y por la negativa de la alianza clasista vasco-catalano-hispana a realizar la reforma agraria. Como consecuencia de ese retraso era imparable el peligro de periferización del Estado español dentro de Europa, con las consecuencias para la parte vasca peninsular que luego veremos. No tardaría mucho en estallar todo ese cúmulo de problemas.

6.- En 1931-1945

La Primera Guerra Mundial impacta doblemente en Euskal Herria: en la zona continental causa alrededor de 6.000 muertos y muchos más heridos y lisiados, para una población muy reducida; ello hace que la identidad vasca quede sumergida por la sangre y el recuerdo de los muertos en la identidad francesa, además de otros factores. En la zona peninsular, la economía se resiente por la guerra y la oleada revolucionaria iniciada en 1917 encorajina al movimiento obrero. Pero a más largo plazo, el desenlace de la guerra de 1914-1918 tiene claras repercusiones para Euskal Herria: inicia el período de crisis permanente del capitalismo que, con altibajos y recuperaciones puntuales, llega a la situación extrema de 1929.

En abril de 1931 en el industrial pueblo de Eibar se proclama la II República española. Para entonces la pugna entre el Estado y Hegoalde es total abarcando a las reivindicaciones nacionales y sociales. Más aún, el hoy mal llamado "problema vasco" superó entonces los límites geográficos modernos para extenderse a los límites históricos del viejo reino de Nafarroa: en 1931 la Diputación y la Cámara de Comercio e Industria de La Rioja pidió la inclusión de su provincia en el Estatuto de Estella. También en Hegoalde, en 1934 estalla la insurrección revolucionaria. Ese mismo año se crea el Frente Popular en el Estado francés que llevará al Palacio del Elíseo en 1936 a León Blum, mientras que ese mismo año se produce la sublevación de parte del ejército español, iniciándose una guerra que en Euskal Herria oficialmente durará entre 1936-1945, con la retirada definitiva de Iparralde del ejército alemán, que llevaba combatiendo en Hegoalde desde 1936, pero que en la práctica se mantiene un tiempo más hasta la disolución de las unidades militares vascas en el exilio a manos del PNV cumpliendo órdenes de los EEUU.

No podemos hacer aquí una historia militar de este período y menos del momento que analizamos ahora mismo, el de 1931-1945, pero sí debemos decir que el ambiente de guerra -no entramos ahora en el debate sobre qué es y qué no es la guerra- era palpable en Hegoalde debido a la contundente acción represiva española contra el nacionalismo vasco y movimientos obrero. Era además obvio que no sólo los partidos, sindicatos y organizaciones izquierdistas habían preparado insurrecciones y huelgas generales, y que encima mantenían grupos armados; también era conocido que los carlistas y los nacionalistas tenían sus respectivas estructuras militares y que también las tenían las derechas españolas y grupos fascistas. Por último, era de dominio público que el bloque de clases dominante alentaba y ayudaba a la sublevación militar.

Dentro de este contexto, el capital vasco peninsular optó por la línea más antivasca: consciente de que lo que estaba en juego era la supervivencia del modelo triunfante en 1890-1906, o sea, su supervivencia como clase en sentido estricto, jugó a tope las bazas militares. En Nafarroa y Araba había creado una fuerza militar apreciable atrayéndose a los carlistas, militares y derechas varias, contando además con las suicidas ambigüedades del PNV en esos territorios. En Gipuzkoa y Bizkaia tenía mucho más miedo a otra intentona insurreccionalista de las masas obreras que a una sublevación militar españolista. El PNV reflejaba la contradicción existente entre el miedo de clase de una fracción del capital y el nacionalismo consecuente, democrático y con eso que llaman "inquietud social" de sus bases y del Jagi-Jagi. Dentro del nacionalismo, pero fuera del PNV, el pequeño partido ANV simbolizaba más que Jagi-Jagi el paso cualitativo que ya se empezaba a dar al fusionar la reivindicación nacional con la de las masas trabajadoras.

La burguesía industrial y financiera residente en Bizkaia y Gipuzkoa optó por la sublevación abiertamente, tanto como en Nafarroa y Araba, pero el fracaso de los militares en Bilbo y la insurrección popular en Donostia lo indicaron la conveniencia de la espera oportunista mientras que muchos de sus miembros corrían a pasarse a los sublevados. Y mientras el bien preparado plan de los sublevados pugnaba para tomar Gipuzkoa, el PNV permanecía pasivo en medio de la desesperada resistencia de las milicias populares. Luego, cuando la guerra llegó a Bizkaia, el PNV hizo todo lo posible por reducir el llamado "ejército vasco" a todo menos a un ejército. Más preocupado por mantener el orden interno para que la producción civil y normal no se resintiese por la guerra, que por movilizar todas las energías morales y físicas para la guerra, el PNV, que no sus bases populares y sus gudaris, es corresponsable de la victoria militar.

Si tuviéramos que juzgar el comportamiento político-militar del PNV durante la guerra de 1936-45, que no sólo hasta el 37, sobre la base de las mínimas y elementales pautas del arte militar tal cual se ha ido desarrollando desde la aparición del primer ejército "moderno" asirio hace 3.600 años, o desde la primera batalla de la que se tienen datos fiables, la de Megido en la reconquista egipcia hace 3.300 años, o desde los escritos militares chinos hace 2.500 años, tendríamos que condenarle por traición a la patria y abandono del campo de combate en momentos decisivos, además de por negligencia, cobardía y pusilanimidad en otros momentos.

Los cargos serían: no tomar las medidas militares preventivas conociendo la proximidad del golpe; perder un tiempo vital con dudas e indecisiones; colaborar directa o indirectamente con los militares en Araba y Nafarroa; dejar que el históricamente estratégico territorio de la muga pirenaica cayera en manos enemigas y permanecer pasivo mientras éste ocupaba casi toda Gipuzkoa; desatender los mínimos principios tácticos en la ofensiva hacia Gasteiz; negarse a organizar un ejército nacional en el sentido estricto del término; negarse a poner la potente industria vizcaína al servicio de la guerra; tolerar en la práctica el sabotaje y el espionaje de la quinta columna española; construir la chapuza insostenible del mal llamado "cinturón de hierro" y no tomar las medidas urgentes después de la traición de Goikoetxea; traicionar a la patria con la rendición de Santoña y por último, disolver las unidades vascas al ordenarlo los EEUU.

El momento de 1931-1945 se inscribe de pleno en el momento internacional de cierre de la onda larga capitalista que se agota con la II GM y el comienzo de la tercer onda larga, la que empieza precisamente con esa guerra. Una mirada al panorama mundial nos mostraría cómo para 1931 todas las contradicciones aparentemente resueltas en 1918-1919, estaban más agudizadas que nunca. Pocos años después, aproximadamente entre 1934-1936, ya estaban perfiladas las líneas maestras de las alianzas interimperialistas y de sus respectivas estrategias, entre ellas la nueva línea soviética de los Frentes Populares sin la cual son incomprensibles muchos hechos elementales de la guerra de 1936-1945 en Euskal Herria. En 1939 se generaliza la guerra que pasa a ser continental, y será mundial en 1941, abriendo una nueva reordenación interimperialista que se mantendría hasta finales de la década de los ochenta.

A partir de 1945, Euskal Herria entra en una fase larga: Hegoalde está aplastada y la burguesía se enriquece a costa de extremas cpndiciones de explotación. La economía vasca peninsular, que durante 1936 y mitad de 1937 había permanecido inactiva, entra en pleno funcionamiento en verano de ese año, superando con creces todas sus cotas de producción civil, ahora orientadas a la producción de guerra. Después de 1939, serán las necesidades militares españolas e indirectamente alemanas, las que alimentan las sobreganancias de la burguesía vasca. Por contra, Iparralde no se beneficia apenas de la reconstrucción económica del Estado francés, quedándose cada vez más condenada a la dependencia de la industria del turismo, y excepto muy poco de las políticas agrarias estatales. Por ello, desde 1945 y también debido al estrecho contacto con miles de refugiados de Hegoalde, la juventud vasca continental empieza una recuperación lenta pero perceptible de su identidad nacional.

Pero los efectos a medio plazo son más profundos: en Hegoalde crece una sociedad industrial caótica y sin vertebración a partir de finales de los años cincuenta, podrida y contaminada, pero, a la vez, por la imparable dinámica expansiva, ese crecimiento llega a Araba y Nafarroa integrando en el mismo espacio productivo lo que se había desintegrado en el último tercio del siglo XIX. De este modo, aunque oprimido por la bota española, el Pueblo Vasco peninsular va logrando una nueva integración socioeconómica que exige y genera inevitablemente su plena integración sociopolítica y lingüístico-cultural: veremos cómo una de las obsesiones fundamentales del Estado español desde 1975 hasta hoy es la de impedir esta nueva integración. En Iparralde se genera a su vez otra contradicción pues si, de un lado, la pertenencia del Estado francés al núcleo de vencedores le permite ser desde el principio uno de los motores de las dinámicas intraeuropeas aumentando con ello las distancias formales de la Iparralde "democrática y europea" hacia la Hegoalde "dictatorial y marginada", de otro lado, como hemos dicho, comienza una lenta pero imparable identificación vasca en la que las distancias oficiales para con Hegoalde se van limando lustro a lustro.

7.- En 1975-1982

La muy especial onda larga capitalista iniciada con la II GM llega a su estancamiento a finales de los sesenta, comenzándose entonces una larga y compleja fase descendente en la que se producen cortos períodos de estancamiento y recuperación transitoria. Euskal Herria va a ser muy duramente golpeada por esos cambios que no son sólo económicos sino también políticos y culturales. El momento de 1975-1982, significa el fin de una fase heredada por las formas de salida de la II GM y el comienzo de la fase llamada socialdemócrata que no ha resuelto tampoco ninguno de los problemas históricos, al contrario, los ha agudizado en ambas partes de Euskal Herria y en ambos Estados opresores.

Lo que fundamentalmente se dilucida en ese momento crucial de 1975-1982 no es ni más ni menos que la capacidad de Euskal Herria para resistir las nuevas ofensivas que se diseñan y se aplican desde los Estados opresores y que, como en el pasado, tienen sus valedores internos. En 1975, el Estado francés y sobre todo el español asisten al agotamiento definitivo de sus modelos. El francés dispone de más alternativas de salida y de más tiempo para aplicarlas pues su crisis no es tan grave como la del español y, sobre todo, la zona vasca que ocupa no tiene para él la importancia vital que para el español tiene Hegoalde. Los dos terminarán optando por el mismo gestor: la socialdemocracia aunque lleguen a ella por caminos diferentes.

En líneas generales, Euskal Herria tiene en ese momento cuatro grandes retos de futuro, además del que nace, obviamente, de la ausencia de independencia nacional: uno, la tendencia imparable del capitalismo hacia una nueva revolución tecno-científica con los cambios consiguientes en los espacios geoproductivos: lo que afecta en directo al núcleo del sistema productivo de Hegoalde; otro, los intereses de los Estados que se reparten Euskal Herria por descargar sobre los vascos los costos totales de los cambios que ya se están dando; además, como resultado de lo anterior, el endurecimiento de las dinámicas desnacionalizadoras, aculturizadoras y mundializadoras, y último, en esos momentos y hasta finales de los ochenta, el recrudecimiento de la tensión militar con el Pacto de Varsovia como efecto de la contraofensiva estratégica iniciada por el imperialismo a comienzos de esa década. Lo que agrava para los Estados y las clases dominantes vascas la situación es la existencia de un sólido Movimiento de Liberación Nacional Vasco que toma cuerpo práctico y teórico desde finales de los años setenta.

En Hegoalde, la llamada "transición" es simplemente la modernización de los aparatos represivos globales, la intensa desertización y desmantelamiento industrial que golpea duramente al núcleo proletario tradicional del pueblo trabajador vasco y el nuevo pacto de clase entre fracciones medias y altas del capital, surgidas de la expansión anárquica de 1959-1975 -las representadas por UPN y PNV- con el Estado español. Una línea estratégica de ataque desnacionalizador es la de desintegrar otra vez la nueva integración socioeconómica lograda desde comienzos de los años sesenta y que, por sus innegables repercusiones sociopolíticas y lingüístico-culturales, resultaba intolerable para el Estado español. Otra línea estratégica es integrar en la reespañolización de Hegoalde a todas las fuerzas españolas de izquierda, desde los partidos hasta los centros regionales, pasando por los sindicatos, etc. Por último, con la "concesión" del Estatuto vascongado se busca llevar a un callejón sin salida a todas las reivindicaciones históricas vascas.

Es notorio el fracaso global de esa estrategia que se simboliza en la crisis y estallido de la UCD y en las dos soluciones que se implementan: cortar de cuajo la mínima posibilidad de reforma con el "mensaje" del tejerazo del 23 de febrero de 1981 y poco después, dictarle al PSOE y a toda la llamada "oposición" las directrices y marcos inflexibles de funcionamiento. Pero para llegar a esta situación, que entre otras decisiones se plasma además en la elaboración del Plan ZEN, en los GAL, en el Informe de los expertos del PNV, en los Pactos anti-ETA, etc., y en las feroces políticas neoliberales de los sucesivos gobiernos y en la no menos feroz desindustrialización vasca, para llegar a eso, ha sido necesario que los poderes fácticos extrajeran las lecciones objetivas del fracaso de la UCD. Y una de las fundamentales fue la de la fuerza de ETA y del MLNV.

Por tanto, el momento crucial de 1975-1982, en el que el Estado español pretendió resolver su crisis global post-franquista de acuerdo con las relaciones de fuerza de clase que se habían ido gestando desde comienzo de los sesenta, ese momento fracasa y deja los problemas históricos de "España" -inexistencia de una "nación española" en sentido pleno, debilidad genética del bloque de clases dominante, atraso económico estructural y podredumbre obsolescente de su burocracia estatal- en manos de un PSOE tan podrido y obsoleto como la UCD, pero más engreído y soberbio. Ese fracaso global irrecuperable es tanto más grave en Hegoalde ya que la fuerza de ETA y el MLNV es la primera causa de una serie de escisiones que rompen a los partidos encargados de aplicar la estrategia estatal: se escinde el PNV; se escinde el PSOE; desaparece EE y se escinde UPN, mientras que el PP mantiene una escisión interna: la de UA. Como efecto de esas serie de fracasos y crisis, más las ofensivas de ETA y del MLNV, la pieza clave del montaje, el Pacto, se escindirá también en la práctica.

Iparralde vive de manera diferente el momento de 1975-1982 aunque éste también termine con un gobierno socialdemócrata en el Estado francés. Para 1975 es palpable la nueva fase de recuperación de la identidad vasca y la inquietud que ello provoca en París y en la derecha local. Se intenta desviarla y paralizarla prometiendo algunas concesiones formales, por ejemplo, el departamento vasco, pero que pudieran contentar a los sectores menos concienciados. Sin embargo, las medidas centrales de salida de la crisis y los gastos de rearme, del nuclear en concreto, alejan cualquier posibilidad de recuperación económica estable a la vez que el desplazamiento de las áreas geoproductivas hacia noreste europeo cierra definitivamente cualquier futuro que no rompa con el marco impuesto. Por eso, la radicalidad nacional en Iparralde camina hacia su forma más plena: la lucha armada.

8.- En 1995-…

La corta fase socialdemócrata va acercándose a su fin conforme se entrecruzan dos procesos: uno, el agotamiento de la recuperación económica de mediados de los ochenta y la certidumbre de que la gravedad y hondura de la crisis de fondo que afecta al capitalismo es mayor de lo sospechado, entre otras cosas por el contenido novedoso y cualitativo de las innovaciones y otro, el fracaso de las sucesivas estrategias represivas. Como efecto de ambas dinámicas las clases dominantes de los Estados español y francés optan abiertamente por otras alternativas que, significativamente, vuelven a coincidir: es la época de la derecha más neoliberal y dura.

Euskal Herria se ve abocada desde comienzos de los noventa a una nueva situación que llega a ser clara en el momento iniciado en 1995, aunque ya se percibía desde verano de 1992 en Hegoalde y fecha similar en Iparralde. El capitalismo está cruzando el umbral de una transformación cualitativa: la revolución tecno-científica permite y exige el inicio de la cuarta revolución industrial que se caracteriza por la reducción al máximo del tiempo de trabajo vivo necesario y su substitución ineluctable por trabajo muerto, por nuevas tecnologías. A la vez, la mundialización ha desbordado ya al mercado y penetra en la producción. Por si fuera poco, la financiarización también se mundializa y no sólo los capitales especulativos zampan como tiburones sino que las empresas pueden financiarse cada vez más en cualquier parte del planeta.

Estos y otros cambios someten a las estructuras estatales a profundas exigencias. Más aun, someten a los pueblos sin poder propio a presiones externas incontrolables. Los Estados reaccionan en dos direcciones, además de aumentar las dinámicas opresoras internas: una, protegerse en alguno de los tres grandes bloques imperialistas y otra, a la vez, mimar en lo posible a las grandes transnacionales, a los piratas financieros, a las instituciones mundiales en las que los imperialismos y las transnacionales negocian en secreto sus intereses. Desde que la reaparecida situación de crisis estructural del capitalismo volviera a poner las cosas en su sitio, desde entonces el bloque financiero-industrial de nuevas tecnologías europeo exige una readaptación del ya envejecido Tratado de Maastricht. Los Estados español y francés se juegan mucho en esa readaptación.

El capitalismo padece periódicamente situaciones de metamorfosis intensas como resultado de innovaciones productivas. Las ondas largas son períodos globales en los que se transforman todos los componentes. La interrelación entre revoluciones industriales, formas estatales de organización, disciplinas laborales, jerarquía y hegemonía internacional, división internacional del trabajo, niveles reales de concesiones democráticas y tolerancia de expresión, tendencias y corrientes ideológico-culturales, etc., tienen sus consecuencias en las dinámicas de luchas de clases, nacionales y de género, que revierten a su vez, interactivamente, sobre esa globalidad. Actualmente el capitalismo se encuentra en una de esas situaciones de metamorfosis.

Si comparamos la situación de Euskal Herria en momentos y situaciones similares -sin poder precisar ahora- con el momento presente apreciamos una clara ventaja a favor de nuestra situación. Es esta: mientras que en 1876, 1890 y 1945, pero no en 1982, nuestra nación careció de una capacidad de resistencia y reorganización tras aquellas derrotas militares decisivas -1876 y 1945- y tras la alianza de la burguesía vasca peninsular con la catalana y la hispana financiero-terrateniente, el PNV se fue hundiendo en un marasmo que le condujo a la escisión posterior, en la actualidad, como en 1982, la existencia de Iparretarrak y ETA, es decir, de una fuerza política, militar y cultural sólida, que ya ha demostrado su poder desde 1982 hasta hoy, es una innegable garantía de futuro.

En realidad, no sirve de mucho analizar críticamente el pasado si de él no se extraen lecciones aplicables al presente y al futuro. En realidad, Euskal Herria se encuentra hoy ante una situación crítica cualitativamente diferente a las situaciones anteriores. Ello es debido a algo muy sencillo: la alianza de clase entre las burguesías de ambas zonas de Euskal Herria y los Estados que las ocupan son también conscientes de que el futuro que ellos quieren, las soluciones que deben imponer a la fuerza, entran en flagrante contradicción no con un Pueblo Vasco que se siente derrotado, como en los momentos anteriores, sino con un Pueblo que se sabe poseedor de los instrumentos políticos y militares imprescindibles. Esta es la gran diferencia y la causa del histerismo reaccionario de esos poderes.

Hemos visto como en los momentos críticos anteriores, en unos más que en otros según las circunstancias, pero en todos ellos de manera inequívoca, la cuestión de la capacidad autoorganizada de nuestro Pueblo para resistir a los ataques ha sido decisiva. Hoy esa capacidad existe y además no se resigna a tener una política de mera resistencia, de pasividad defensiva, de esperar a que las fuerzas enemigas dicten las condiciones de la claudicación y de la derrota, que muy "pactada" que sea. Hoy no se resiste. Hoy se plantean con creciente empuje soluciones de construcción nacional concretas.

Podemos decir que la gran diferencia con respecto al pasado, incluso a cuando las Diputaciones de Hegoalde crearon los ejércitos de ambas guerras carlistas, radica en la capacidad subjetiva y objetiva de una parte central de nuestro Pueblo para ofertar al resto una alternativa factible, unos medios y unos métodos de lograrlo. Desde el momento de 1975-1982 esa capacidad apareció públicamente aun cuando ya existía en la clandestinidad y ha ido mejorándose, ampliándose y fortaleciéndose posteriormente. Muchos de ustedes conocieron y fueron agentes activos del nacimiento de semejante poder. Recordarán entonces las dificultades que se tuvieron que vencer y los logros acumulados hasta ahora.

La gravedad del momento actual reside pues en el enconamiento objetivo y en la importancia estratégica de la fase abierta; una fase de profundas transformaciones que están ya determinando el futuro de nuestro Pueblo durante muchos años. Desde luego que se mantienen vivos problemas históricos que no son ni nuevos ni viejos, que son permanentes. Desde luego que otros que sí son viejos colean todavía y que han aparecido otros nuevos. Se nos plantean pues retos nuevos de los que ahora no podemos hablar. Tendríamos que seguir este seminario o realizar otro dedicado en exclusiva a los problemas nuevos. Les propongo el título: "El futuro de Euskal Herria".

19/IX/1995
La Haine

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