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¿Es posible una integración alternativa? Notas a propósito del ALBA

Julio C. Gambina

La integración latinoamericana es un antiguo proyecto, tanto que se incluía como parte sustancial de los propósitos políticos para la región desde las luchas por la emancipación.

Es habitual que se escuche hablar del sueño sanmartiniano o bolivariano, en alusión a dos personalidades vinculadas a las luchas por la primera independencia y en las postrimerías de ese proceso, el cubano José Martí hablaba de “Nuestra América”, excluyendo de esa integración a la potencia dominante en nuestra zona. Ese proyecto fue relegado por la construcción de la “dependencia” con las potencias de turno, que luego de España y Portugal migraron hacia Inglaterra y más recientemente a EEUU.

Entre los años 60 y 80 se intentaron procesos de integración regional en la ALALC y la ALADI. Eran momentos de políticas proteccionistas y que no facilitaron el avance de una perspectiva integradora. Más recientemente, en los años 90 se afirmó la “apertura” de la economía como uno de los valores a sostener. Así se abrieron las puertas de las economías de nuestros países para favorecer la circulación de mercancías, servicios y capitales. Era una demanda de las corporaciones transnacionales (CTN) y que nuestros gobiernos adoptaron. El resultado fue una creciente apertura importadora con impacto negativo en la industrialización de nuestros países y una secuela regresiva en materia de empleo e ingreso. El balance de la apertura neoliberal en los últimos años se ciñe a la creciente desigualdad, con concentración de la riqueza y extensión del desempleo y la pobreza.

El proyecto mayor en ese sentido es el ALCA. Es una negociación surgida en 1994 y que debía culminar en enero pasado (2005) para habilitar un mercado “libre” de Alaska a Tierra del Fuego. Era una idea funcional a las políticas neoliberales y a las clases dominantes en la región. Es la demanda de los capitales más concentrados para eliminar restricciones al movimiento internacional de mercancías, servicios y capitales. Esa iniciativa fue frenada por múltiples resistencias y contradicciones, incluso dentro de EEUU.

Hace un par de años nadie hubiese imaginado que el ALCA no se firmaría y sin embargo esa es la realidad. Al mismo tiempo, pocos aceptaban como posible la sugerencia del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías sobre la construcción de un proyecto alternativo bajo la denominación de ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) y sin embargo se acaba de suscribir en diciembre del 2004 entre las repúblicas de Cuba y Venezuela. Es una realidad y un ejemplo para pensar en otra integración posible.

En el texto del ALBA se sostiene que el acuerdo se basa “no solo en principios de solidaridad, que siempre estarán presentes, sino también, en el mayor grado posible, en el intercambio de bienes y servicios que resulten más beneficiosos para las necesidades económicas y sociales de ambos países.”
Surge así un diferencial entre los beneficiarios. Si en el ALCA el privilegio es para los capitales más concentrados, en el ALBA el propósito son los países, los pueblos y sus necesidades, donde lo económico se vincula a una estrategia integral de desarrollo más allá de las cuestiones meramente económicas.

Por ello se plantean alentar las “ventajas existentes en una y otra parte, ahorro de recursos, ampliación del empleo útil, acceso a mercados u otra consideración sustentada en una verdadera solidaridad que potencie las fuerzas de ambas partes”; y completan señalando que “Ambas partes trabajarán de conjunto, en coordinación con otros países latinoamericanos, para eliminar el analfabetismo en terceros países”. No se trata solamente de relaciones económicas, sino que la educación, la salud o la cultura constituyen preocupación esencial del tratado suscripto.

En el acuerdo establecen el objetivo de permitir la instalación de “bancos de propiedad estatal de un país en el territorio nacional del otro país” promoviendo así una efectiva articulación de la banca oficial. Se estimula la práctica del “comercio compensado” incluyendo así una lógica mercantil ausente en toda la estrategia de “librecambio” sustentada mayoritariamente en los tratados de libre comercio en discusión actualmente, tanto en la OMC como en el ALCA y otros ámbitos de la integración subordinada impulsada por EEUU y las CTN. Se proponen avanzar en “planes culturales conjuntos que tengan en cuenta las características particulares de las distintas regiones y la identidad cultural de los dos pueblos” para insistir en un objetivo más allá de la economía.

Resulta interesante comentar que el tratado culmina con un detallado articulado de las ventajas comparativas de cada país y el ofrecimiento para su aprovechamiento por el otro. Por caso, Cuba ofrece sus ventajas comparativas en materia de salud; y Venezuela, las suyas en materia de explotación de petróleo. Ambas se comprometen a facilitar la transferencia de conocimientos relativos en esas y otras áreas. Muy distinto al criterio egoísta y mercantil con que hoy se discuten los “derechos de propiedad intelectual” en el marco de las relaciones mercantiles capitalistas imperantes.

El ALCA no ha sido posible porque la resistencia al mismo se extendió. Hubo voluntad política y social para obstaculizarlo. La realidad del ALBA es producto de la voluntad transformadora de dos procesos que hoy en América Latina sostienen un proyecto de revolución. Es parte de la construcción en la práctica del otro mundo posible.

Buenos Aires, 28 de febrero de 2005.

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