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Abrir paso a las iniciativas, la participación y la libertad comprometida con el socialismo

Diosnara Ortega

Entrevista con el sociólogo cubano Fernando Martínez Heredia a propósito de su más reciente libro El ejercicio de Pensar

La vida de los revolucionarios está seguida de largas luchas en las que casi nunca se llega a esa entonada lucha final. Cuando los enemigos contra los que se levantan las revoluciones perviven, entonces les está destinado un camino de conflictos y enfrentamientos a aquellos cuyo fin será siempre la libertad y la justicia humana. Fernando Martínez Heredia es uno de estos revolucionarios, también hereje, «diversionista ideológico» e incluso marxista. Todas estas caracterizaciones han sido utilizadas como insultos, allí donde no prima un modo revolucionario de pensar.

A propósito de su último libro El ejercicio de pensar, editado por el ICIC Juan Marinello y por Ruth Casa Editorial, Martínez Heredia nos convida a reflexionar en torno a su obra y el contexto en el que reaparece.

1.¿Qué sentido tiene El ejercicio de pensar en el contexto cubano actual?

Seguro que lo dices porque el ensayo El ejercicio de pensar se escribió en diciembre de 1966. Yo lo incluí en el libro por dos razones: la primera es personal, y si se quiere sentimental. Fue el primer artículo mío que se publicó y tuvo alguna importancia. Pero la segunda razón es la que responde tu pregunta: yo considero que el ejercicio de pensar es imprescindible como una característica humana.

Frente a todo lo que han repetido las formas simplificadoras del marxismo, por ejemplo, los que creían en la primacía de la mano sobre el cerebro, Carlos Marx decía en El Capital que las arañas y las abejas —estas estuvieron de moda por las capacidades que parecían tener— podían realizar actividades mucho más inteligentes que los operarios torpes, pero que aun el albañil menos capacitado tiene una superioridad sobre ellas: se representa en su mente el producto de su trabajo antes de comenzar a realizarlo.

Yendo más lejos, el ser humano que piensa es capaz de levantarse aún más sobre la condición animal, es capaz de sobreponerse a que su actuación se base solamente en la sobrevivencia y el egoísmo, en la sumisión a intereses que lo llevan a ser mezquino y negarles un lugar humano de vida a quienes no sean sus familiares y sus amigos. Esa posibilidad se ha visto de muchísimas formas, desde los que creen en el mejoramiento humano individual hasta los revolucionarios que son capaces de todo por la liberación de todas las personas. Ella exige un ejercicio de pensar que es superior al ejercicio del pensamiento corriente, porque es un ejercicio del pensar que tiene que violentar las estructuras mismas del pensamiento usual. Es decir, si uno se pone a ver con un poco más de profundidad lo que parece ser una majestad individual del pensar, se da cuenta de que la mayoría de los pensamientos están siendo guiados por la forma de dominación de la sociedad en que suceden.

El individuo no es tan soberano como cree, ni mucho menos. Se somete a ese dominio de una manera u otra, muy a menudo independientemente de su voluntad. Por ejemplo, tratar de ser bueno —esa apelación moral tan bonita—, está contenida dentro de lo que puede pensar, y dentro de lo que a él no se le ocurriría pensar, dos conjuntos prefijados que lo norman y constriñen. Por consiguiente, el pensamiento que quiera elevarse y ser realmente humano debe ser rebelde a las estructuras usuales de pensamiento. Y todavía más, tiene que empezar a identificar esas estructuras y ser rebelde a ellas de manera consciente.

Cuando Joaquín de Agüero liberó a sus pocos esclavos en Puerto Principe, en 1843, se pretendió que tenía una enfermedad mental. Hasta sus amigos lo tachaban de loco. Es decir, podía habérsele ocurrido lo que hizo, pero no podía hacerlo. Y si lo llevó a cabo, siendo un hombre “de posición”, es porque se había enfermado. Así llegamos a otro punto que es muy importante: el pensamiento tiene que corresponderse con la acción, el ejercicio de pensar tiene que estar relacionado con la acción. Tiene que romper varias cárceles.

Primero, la estructura y el peso del pensamiento dominante, que responde a las cárceles de la dominación social, y que puede ser de lo más sutil del mundo, no tiene que ser brutal. Segundo, la de no ser consecuente con su propio ejercicio de pensar, flaqueza que aborta y ahoga tantas calidades humanas. Sólo liberándose de esas prisiones puede llegar a ser rebelde el pensamiento. Por eso he dicho alguna vez que la rebeldía es la adultez de la cultura.

El ejercicio de pensar tiene que corresponderse con una consecuencia activa. No quiero decir con esto que todo el que piensa está obligado a romper con las trabas y los dilemas que el desarrollo mismo de la humanidad le dio. Puede que una persona alcance a desarrollar su pensamiento por caminos de liberación y sea reacio a la actuación. Pero si no es consecuente moralmente, si no se enfrenta a las encrucijadas en las que es necesario actuar políticamente con soberanía y rebeldía del pensar, entonces resultará fallido su ejercicio del pensar. Como ves, este asunto se va complicando.

El ejercicio de pensar tiene su teatro más privilegiado en la revolución. En ellas aparecen pensamientos que nadie había soñado. Por ejemplo, cuando era muy jovencito yo leía mucho al más grande pensador cubano, José Martí, que decía: “la tierra es del que la trabaja”. Los compañeros míos de entonces también consideraban que el pensamiento de Martí era la guía superior. En cuanto triunfó la revolución, y antes también, estaban tratando de llevar a la práctica ese pensar. Pero en menos de dos años nos dimos cuenta de que teníamos que pensar mejor los problemas del mundo rural de Cuba.

Era una realidad que gran parte de la gente que llamamos campesinos, que vivían en los campos y allí trabajaban, no estaban tan interesados en tener la propiedad de la tierra, sino en tener otras muchas cosas más: que nunca más hubiera represión, trabajar todo el año con salarios mejores, atención médica para sus familias, maestros para los niños. Cada vez querían más cosas, pero no exactamente lo que habíamos pensado nosotros, siguiendo un pensamiento revolucionario ya elaborado previamente. La cuestión se vuelve por tanto más compleja, porque exige que el pensamiento se revolucione a sí mismo una y otra vez. Sin dudas estamos hablando de un ejercicio difícil. Pero al mismo tiempo, sostengo que es un ejercicio imprescindible.

Se puede pensar el mejoramiento humano y el cambio de la sociedad sin salir del sistema capitalista, o pensarlo contra la dominación capitalista. No me referiré al primer caso, sino al nuestro, el que llamamos socialismo. En él es imprescindible no solamente la liquidación del poder del capitalismo y de sus sistemas político, represivo y de hegemonía, de las relaciones económicas de ese sistema como rectoras de la vida de la gente, de su modo de apropiación; es imprescindible que al mismo tiempo se vaya produciendo la expropiación del mundo espiritual, la expropiación cultural en el sentido inmaterial, de demolición de una cantidad de fortalezas de la sociedad de clases que están dentro de las personas.

Es forzoso que se dé una aventura intelectual nunca antes soñada, una y otra vez, para que la transición socialista --es decir, el régimen revolucionario de tipo comunista que pretende en las condiciones reales del mundo cambiar de manera liberadora las relaciones sociales y las individualidades--, se prefigure de una manera muy superior a lo que ha sido, que se tengan intuiciones, razonamientos, que se haga normal debatir, que se discuta, que se convenza a la gente, que se conduzca y no que se domine de manera más o menos autoritaria. Es decir, que vayamos aprendiendo la liberación, y que se vaya enseñando la gente mutuamente, no unos a los otros solamente, sino mutuamente. Todo esto exige que el pensamiento tenga un lugar muy importante y creciente.

Entiendo que la posición acertada es la que privilegia la praxis, la creación consciente y cada vez más masiva de nuevas relaciones, instituciones y una nueva cultura. Entiendo que el centro del pensamiento del Che es que el factor subjetivo tiene que ser el fundamental en todo el proceso de la revolución, y comparto esa idea. Para poder desempeñar las tareas y los papeles que tiene delante de sí, el factor subjetivo está obligado a formar conciencia, y a hacer masiva esa conciencia. De ahí que el ejercicio de pensar no es una frase que quiere ser feliz, sino un deber muy grande. Le puse así a aquel artículo que escribí por las madrugadas cuando era muy joven, porque creía que en aquel momento en que estábamos eso era imprescindible. Hoy he cambiado un poco, ahora creo que en todos los momentos es imprescindible.

2. El 3 de julio del 2007, cuando expuso en el ISA sus diez rasgos del dogmatismo, se produjo una ovación. ¿Fue esa respuesta del público allí presente una reacción ante la vigencia de esas características dentro del pensamiento social cubano y del proyecto mismo?

Sin dudas sí, porque el problema de cómo sobreviven ciertas características negativas a lo que algunos con razón han dicho que son sus condiciones de existencia, es un problema sumamente importante. Por ejemplo, el racismo, los condicionamientos verdaderos del racismo en Cuba son del siglo XIX. El racismo fue un elemento cultural muy necesario para la dominación en el siglo XIX, cuando el modo de producción fue una gigantesca empresa que tenía en su núcleo fundamental a personas que eran propiedad de los patronos, los esclavos, y la clase dominante en lo económico renunció a ser clase nacional y a que el país fuera independiente, para no renunciar a la ganancia y a su posición de poder. El racismo fue elaborado e impuesto, porque en el siglo XIX, tan moderno como aquellos propietarios criollos, parecía imposible sostener que unas personas fueran inferiores a otras.

La desaparición de la esclavitud y la independencia nacional estuvieron profundamente ligados en Cuba. Las prácticas liberadoras y el desarrollo del abolicionismo revolucionario en la Guerra de los Diez Años, las ideas y la acción del Partido Revolucionario Cubano de Martí y el evento decisivo de la Revolución del 95, cuando el pueblo de Cuba en masa emprendió una guerra popular y arrostró un genocidio en que murió casi la quinta parte de la población, la ideología mambisa, republicana y de democratismo muy profundo, todo exigía que la política impulsara junto a la libertad personal y la república democrática, a la justicia y la igualdad. El racismo no tendría ningún asidero.

Sin embargo, la guerra triunfó pero la revolución fue asfixiada, la república fue burguesa y neocolonial, y el complejo cultural que se ha creado y desarrollado a través de generaciones, y que comparten las personas, posee muy fuertes tendencia la permanencia y capacidades de resistencia. El racismo se recompuso y participó en la construcción social de raza y racismo de la república de la primera mitad del siglo XX. Sus discontinuidades y sus nexos respecto al racismo del XIX, el alcance y los límites del antirracismo postrevolucionario, son lecciones que están a nuestro alcance. Las experiencias históricas ayudan mucho.

El dogmatismo que combatíamos nosotros en los años sesenta tenía sus raíces en una inconsecuencia tremenda. La revolución cubana que triunfó en 1959 acabó con el capitalismo, pero desde el inicio tuvo que romper con lo que llamaban el socialismo. Por eso el Che escribe su diario, en Bolivia, el día 26 de julio: “rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios.”

En los años sesenta, Cuba era una herejía para la URSS y el movimiento internacional identificado con ella. Cuando nos enfrentábamos al dogmatismo en realidad nos oponíamos a aquellos que creían que tras la liberación del país había que aprender un nuevo sistema de dominación en nombre del socialismo. Es necesario tener esto en cuenta cuando recuperamos la memoria de las polémicas que en aquel tiempo se ventilaron en los terrenos de las bellas artes. No era sólo si Proust, Joyce y Kafka eran tres literatos que nadie debía leer, porque expresaban la decadencia del capitalismo, o si unas corrientes pictóricas eran “socialistas” y otras eran “burguesas”, si las películas italianas probablemente fueran de la burguesía también. Clasificar los gustos y ordenar qué se debe consumir y qué no, formaba parte de una ideología de obedecer y mandar, de clasificar y condenar, de legitimar una dominación sobre la sociedad. Hubiera sido la imposición de una nueva esclavitud en nombre de la liberación.

El dogmatismo se presentaba de una nueva manera, no de una forma brutal. Se presentaba bajo este argumento: “ahora al fin somos socialistas, e incluso somos marxistas-leninistas. Todo el que sea socialista y marxista-leninista debe creer en este nuevo dogma e imponérselo a los demás, y todo el tiempo imponérselo a sí mismo”.

Me interesa muchísimo el problema de la desgarradura terrible que se hicieron a sí mismos muchas personas que yo llamaría personas decentes, que fueron dogmáticas y que siguen siéndolo, puesto que por sus virtudes personales nos resulta todavía más difícil entender la malvada entraña del dogmatismo. La teoría política debería recoger, aunque fuera de una manera subalterna, la categoría ‘persona decente’. Al creer ellos que están prestando un servicio, hacen todavía más confuso el problema. Por esto me pareció necesario, el 3 de julio del 2007, al menos tratar de sintetizar y ofrecer alguna ayuda a los estudiosos y a los que actúan ahora, sintetizando diez rasgos que posee el dogmatismo, no sólo para combatirlo mejor, sino para comprenderlo y liquidarlo a fondo, entre todos, sin dejarle posibilidad de que renazca, porque renace una y otra vez.

Si renace una y otra vez, no es posible pensar simplemente que sea como la hierba mala, hay que tratar de encontrar sus raíces sociales, sus raíces culturales, y relacionar el problema con otros problemas más generales de nuestro proceso de liberación, que se ha encontrado con sus fronteras y sus límites una y otra vez, económicas, políticas, internacionales, de amenazas por parte del imperialismo, de los daños provenientes de la imposición o la copia de rasgos del régimen soviético, de los males que hemos permitido, alentado o creado nosotros mismos, del riesgo constante de la formación de grupos con poder que expropien la revolución.

Necesitamos lo que Cintio Vitier definió hace quince años maravillosamente bien: resistencia y libertad. Solamente con resistencia no podemos defender la libertad. Claro, cuando uno dice resistencia y libertad enseguida aparece la justicia, porque sin justicia no es factible la libertad. Más vale que multipliquemos nuestras capacidades, y para multiplicar esas capacidades no sólo hay que acabar con el dogmatismo, hay que enterrarlo muy profundamente.

3. Un día lo escuché decir que “las ideas siempre tienen que ser superiores al medio en que se reproducen” ¿Podría un resurgimiento del pensamiento crítico revolucionario subvertir las estructuras desde las que se administran las ciencias sociales en Cuba hoy, o tendremos que esperar a que esas estructuras cambien mediante otros procesos y/o voluntades políticas?

Yo creo que peco mucho de optimista histórico, pero siempre me prevengo con un poco de pesimismo cotidiano. Opino que para que se logre lo que pides tiene que predominar el revolucionamiento. Cuba tiene un promedio tan alto de niveles escolares y técnicos que las estadísticas deben parecerles increíbles a muchos. Tiene un desarrollo de la conciencia política tan alto que resulta incomprensible para muchos en el mundo. Entonces uno se pregunta ¿cómo es posible que el pensamiento y las ciencias sociales no estén a la altura de todo eso? Ya una parte de nosotros hemos constatado que no lo están, pero persiste una inercia opuesta a cambiar la situación, reforzada por la incomprensión o la resistencia dentro de instituciones que debían favorecer su desarrollo.

La fuerza de la conciencia política, y la formación especializada de por lo menos un millón de cubanos, debería ser más que suficiente para que se produjeran revolucionamientos del pensamiento y las ciencias sociales. Por otra parte, el ámbito latinoamericano es el más dinámico en el desarrollo del pensamiento social en el mundo actual; no es famoso porque no es del primer mundo. En los primeros quince años que siguieron a 1959, América Latina tuvo una influencia decisiva entre los estímulos culturales externos de la revolución. En los últimos quince años las relaciones estatales con la región se han generalizado y fortalecido, y las relaciones económicas –que eran mínimas—han ido creciendo hasta alcanzar un peso fundamental en nuestras relaciones externas.

Pero este nuevo auge es mucho más complejo y rico. Hace cuarenta años, Cuba se involucraba a fondo en los intentos revolucionarios de liberación del continente; hoy, decenas de miles de cubanos atienden la salud de una gran parte de los latinoamericanos, enseñan métodos para dejar de ser analfabetos y forman profesionales de sus países. Y la ola creciente de autonomía frente al imperialismo, los poderes populares, los movimientos populares combativos, la idea de un socialismo del siglo XXI, cuadro en el que Cuba tiene un papel relevante, alimenta los anhelos de renovar y desarrollar nuestro socialismo. Todo esto tiene que ser un acicate para el pensamiento cubano y facilitar que se recobre y avance. Me pregunto cómo es posible que todavía el pensamiento social latinoamericano avanzado y marxista sea bastante desconocido en Cuba.

No hay nada mejor para avanzar que reconocer los propios defectos. El joven Marx escribió una vez que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. Si superamos la fase de reconocer los errores y avergonzarnos un poco, y actuamos, sin duda los logros y las potencialidades inmensas que ya tienen el pensamiento y las ciencias sociales cubanas serán un terreno más que suficiente. Alguien me diría de inmediato: “¿pero por qué no sucede? Y ahí viene otro problema. Hemos tenido una historia que no voy a sintetizar aquí, y que abordo a lo largo de todo El ejercicio de pensar. Prefiero remitirme al libro.

Agrego solamente que las insuficiencias, los descalabros, los graves errores cometidos en el campo del pensamiento y las ciencias sociales, no pueden eternizarse por el temor de que detrás de su desarrollo sobrevenga la división entre nosotros, cuando ese peligro, que es real, podría venir del aumento del apoliticismo, de relaciones sociales que no son socialistas, del egoísmo que está relacionado con el dinero, con el afán de lucro, que han crecido y pugnan sordamente con la cultura de la solidaridad y la justicia social. Los enemigos del socialismo cubano, que no son pequeños ni son débiles, serían más débiles y más pequeños si desarrolláramos más el pensamiento y las ciencias sociales. Para mí, es necesario que se abra paso a las iniciativas, la participación y la libertad comprometida con el socialismo. Es necsario que se unan iniciativas y fuerzas, desde las estructuras y sobre todo desde la gente, que se unan.

4. ¿Cómo podemos entender las fisuras que nuestras ciencias sociales han continuado profundizando en relación con una tradición de marxismo liberador y nacional? ¿A qué procesos de poder o a qué tipos de poder responden estas fisuras?

Prefiero en este caso referirme a las vicisitudes del marxismo. Nosotros asumimos el marxismo desde una situación muy difícil, cuando parecía tener su centro y su legitimidad en la URSS. En realidad, el marxismo se arraiga en Cuba en los años de la Revolución del 30, el marxismo de Julio Antonio Mella, el de Mariátegui, el marxismo relacionado con el intento de liberar al país de Antonio Guiteras. Después hubo cubanos que mantuvieron la llama de un marxismo independiente, que concurre en la formación de las ideas del movimiento insurreccional del 26 de Julio, desde La historia me absolverá. En los años sesenta, el pensamiento vivió avances extraordinarios y batallas muy duras –trato estos temas en el libro--, y comenzó a echar las bases de una cultura propia de liberación. Esos logros, y sobre todo los problemas que planteó, constituyen una fuente muy valiosa para las tareas y los proyectos actuales. En los años setenta se consumó la sujeción, el empobrecimiento y la dogmatización del pensamiento social.

El marxismo fue subyugado y sometido a un subdesarrollo inducido. Esa situación entró en crisis con el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, en la segunda mitad de los ochenta, pero el proceso confrontó muchas dificultades, y perdió suelo ante la tremenda crisis desencadenada al inicio de los años noventa. No hubo tiempo ni condiciones suficientes para transformar un medio que incluía la formación de decenas de miles de personas para reproducir lo que llamaban marxismo-leninismo (fue una gran ofensa a Lenin llamarle marxismo-leninismo a la ideología que se impuso cuando los ideales de Lenin fueron abandonados).

En medio de la caída simultánea de los niveles de calidad de la vida y del prestigio del socialismo, una gran parte de la población joven se alejó de todo el marxismo, no de una corriente u otra. Las estrategias de sobrevivencia de ciertos grupos excluían también al marxismo. A mí me sucedió algo muy interesante: después de tantos años de ser tenido por demasiado heterodoxo, comencé a ser visto como un ortodoxo, o más exactamente, como un bicho raro, por ser marxista. Entonces ser marxista empezaba a ser raro.

Afortunadamente ya no estamos en esa situación, y el marxismo ha recuperado algún terreno. Nuevas generaciones que no tienen que desaprender el marxismo-leninismo, porque nunca lo conocieron, y gente heroica de edades medianas estudian marxismo o se acercan a él. Pero estamos en una fase demasiado temprana, la influencia del marxismo como epistemología de las ciencias sociales es pequeñísima. Incluso hay personas capacitadas que sienten un poco de vergüenza de ser marxista, les parece que no va a estar bien y que no los van a considerar científicos serios.

La influencia tan grande que goza hoy la ideología burguesa tiene un peso enorme en esta situación. El economicismo, que cuando yo era muy joven venía de Moscú, ahora viene de los centros intelectuales del capitalismo desarrollado, que ha convertido el individualismo en método y pretende que el conocimiento de las conductas en los procesos sociales se mida por el costo-beneficio. Después de los decretos sobre “el fin de” –paradigmas, metarrelatos, historia--, un economicismo vestido de universidad del primer mundo es exigido en muchos medios para alternar, y también para tener oportunidades de acceder a algunos gajes del mundo académico. Esta ideología es “democratizada” por la avalancha de productos masivos en los que los seres humanos se dividen entre los que tienen “éxito” y los que “fracasan”.

Tenemos por delante grandes batallas por librar. Una de ellas es la de asumir el marxismo. Si digo que es necesario asumirlo críticamente sería redundante, porque no se puede asumir nada importante si no es críticamente, pero en este caso me atrevo a insistir, por parecerme imprescindible. En cuanto uno se descuida vuelve a aparecer el marxismo dogmático. Por cierto, en muchos planteles dentro del sistema educacional cubano se sigue enseñando marxismo dogmático y se siguen utilizando libros de los que ya nadie debería acordarse. Lo único sano que pueden hacer los alumnos que sufren esa experiencia es olvidarla después de los exámenes. Desde varios ángulos, la asunción del marxismo es débil todavía, pero creo que va a tener una importancia creciente en la recuperación del pensamiento y la ciencia social en Cuba. El camino por recorrer es todavía muy largo, a pesar de que tenemos una cantidad de profesionales mayor que nunca antes, y una gran cantidad de monografías de excelente calidad.

5. ¿Cómo los intelectuales cubanos pueden ser militantes revolucionarios y comprometidos con la transición socialista hoy en Cuba?

La pregunta es difícil, porque la respuesta siempre es muy compleja. Me niego a responder con una suerte de catecismo; sería un error gravísimo, casi una estupidez. Pero tengo al menos la sensación de que está claro un requisito: actuar y pensar libremente. El pensamiento debe de ser más libre que otras actividades, tener menos condicionamientos. Tiene que ser más libre que sus condiciones de producción, debe ser superior a ellas. El pensamiento tiene que parecer a veces, incluso, incorrecto, y no puede tener miedo a cometer errores. A partir de ahí valdrá la pena, para trabajar por estar a la altura de un proyecto tan ambicioso como es la liberación de las personas y las sociedades.

7 de noviembre de 2008

* Socióloga. Instituto Cubano de Investigaciones Culturales Juan Marinello

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