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La humanidad en conteo regresivo

María Julia Mayoral

Si el siglo XXI llegara a ser el del imperio estadounidense, no habría futuro para el planeta, argumenta el reconocido teórico marxista István Mészáros. Socialismo, la única opción de supervivencia.

Quizás nadie se sorprenda cuando escucha decir "el capitalismo está en crisis". No hay nada especial en vincular capitalismo con crisis. Pero es imprescindible ir más allá: las crisis de duración e intensidad variables resultan ser el modo de existencia natural del capital, su manera de avanzar más allá de barreras inmediatas y ampliar así su esfera de operación y dominación; pero la crisis actual no se parece a ninguna otra vivida en el pasado. La novedad histórica es su carácter estructural, y los peligros reales en que coloca a la humanidad entera.

El húngaro István Mészáros, profesor Emeritus de la Universidad de Sussex, en Inglaterra, miembro externo de la Academia Húngara de Ciencias, que para honra de la ciencia cubana acaba de recibir la categoría de Investigador de Mérito del CITMA, y uno de los más destacados teóricos marxistas contemporáneos, no duda en afirmarlo. Acucioso investigador, ha dedicado parte importante de sus producciones intelectuales a argumentar las singularidades de la presente fase del desarrollo del capital y a la defensa del socialismo como única alternativa viable a ese modo de “reproducción metabólica”.

A partir de los años 70 del siglo XX, recuerda, comenzaron a observarse los primeros síntomas de esta crisis estructural, y merece ese calificativo porque no ocurre como antes en determinadas esferas de la producción, o en el entramado de las finanzas o el comercio; ahora penetra todos los ámbitos, tiene un carácter universal no solo en su extensión espacial.
Esta crísis resulta diferente en su cobertura global; no está confinada a un conjunto de países, incide dramáticamente en la totalidad, de una u otra forma, con mayor o menor intensidad, sustenta el estudioso.

Tampoco se asemeja a las antecesoras en cuanto a su escala temporal, ahora transcurre de modo continuado y permanente; ya no podemos esperar que suceda de forma limitada y cíclica como en el pasado, y, por último, la crisis actual resulta estructural por su manera de desarrollarse. Pueden ocurrir grandes convulsiones y espectaculares bancarrotas como en décadas precedentes, con momentos de respiro. Sería tonto, alerta, desconocer la capacidad del capital para encontrar y añadir nuevos instrumentos destinados a intentar mantener su continuada autodefensa, eso lo puede conseguir con relativo éxito; sin embargo, cada vez con más frecuencia serán paliativos menos eficaces, porque no hay soluciones duraderas y sostenibles dentro del marco del sistema.

La iniciada en 1929, ilustra, constituyó una crisis severa del capitalismo, pero no del sistema del capital. Del declive hubo salidas aunque de naturaleza fascista, con Hitler como mayor exponente, y aunque aquello condujo a la II Guerra Mundial, la conflagración ayudó a Estados Unidos a resolver sus problemas económicos. Opciones de ese tipo ya no tienen cabida.

Muchos, comenta, tal vez no tengan comprensión exacta de cuán profunda es la crisis estructural, pero hay numerosos indicios a la vista, y uno de los más evidentes es el aumento de la violencia, desde la simbólica hasta las guerras de agresión.

Nada indica que los ataques bélicos imperialistas vayan a mermar, todo lo contrario; en los últimos años hemos sufrido las masacres a los pueblos de Afganistán e Iraq, y otros pueden padecer el mismo mal, la amenaza está planteada, sostiene Mészáros.

Entre las razones que explican el incremento de la agresividad, distingo uno fundamental: el capital está atrapado en una crisis de acumulación; ya su economía resulta incapaz de funcionar con eficacia, su sector productivo hace tiempo dejó de aportar los dividendos necesarios para la creciente reproducción ampliada, y se ha acudido, de forma demencial, a la especulación financiera y las guerras. Sin embargo, hoy ni las demandas del complejo militar- industrial en Estados Unidos ni las industrias armamentistas en otros países, logran el efecto económico de décadas anteriores, explica el destacado investigador.

Cuando el capitalismo tuvo posibilidades de reacomodo, pudieron crearse los llamados “milagros económicos” en Alemania, Japón, Brasil, en los cinco pequeños tigres asiáticos; pero ya todos esos “milagros” colapsaron bajo el impacto de la crisis estructural, opina.

Desde hace unos 35 años, afirma, el sistema del capital opera incorporando mayores costos negativos para su propia subsistencia, ahí están las guerras de genocidio y la creciente deuda financiera de Estados Unidos a costa del resto del mundo, como pruebas notorias; entonces la cuestión es: ¿cuán lejos puede continuar ese proceso cuando sabemos que la crisis estructural es una acumulación de factores y ninguno sustituye la presencia del otro?

Solo los neoconservadores en EE.UU. piensan que con políticas cada vez más agresivas podrán resolver los problemas, pero los hechos de Iraq, y el incremento de los movimientos populares están demostrando lo inverso, advierte el profesor universitario.

¿POR QUÉ EL SOCIALISMO?

Para Mészáros el exterminio de la humanidad es un elemento inherente al curso del desarrollo destructivo del capital, y el planeta, más allá de las alternativas de “socialismo o barbarie”, solo tendría cucarachas, los únicos seres vivientes capaces de soportar niveles letales de radiación nuclear.

La única salida a la crisis estructural del capital tiene que ser un sistema radicalmente diferente, y ese es el socialismo, asegura el prominente intelectual, quien insiste en ver al socialismo como proceso de construcción política, económica, social, cultural, humana en toda sus manifestaciones, cuyo carácter irreversible a escala mundial sería imposible de asegurar si el sistema no adquiere esa dimensión universal.

Esto no niega la posibilidad, sino más bien confirma la importancia y necesidad de iniciar la transformación como ha hecho Cuba, y que procesos como este, con las peculiaraidades de cada caso, se consoliden y logren su irreversibilidad. De ahí la importancia, recalca, de que cada proceso social anticapitalista –América Latina es un buen ejemplo– no retroceda, sino consolide y amplíe su curso como proceso socialista, única opción para “trascender el orden del capital”.

No puede decirse que el socialismo fracasó en el siglo XX por lo ocurrido en Europa del Este y la Unión Soviética, en particular. La implosión soviética –asevera Mészáros– es parte de la crisis estructural del capital; en la URSS solamente fueron atacadas algunas de las contradicciones del sistema del capital, y de esta forma dejaron las puertas abiertas para la restauración del capitalismo; allí heredaron las estructuras del imperio represivo multinacional creado por los zares, y muchas cuestiones inherentes a ese entramado político y social, entre ellas el tratamiento de las distintas nacionalidades, no fueron resueltas. Tampoco, evalúa, cambió el carácter del trabajo asalariado, el cual pasó a estar subordinado estructuralmente a un Estado burocrático.

Los cambios necesarios en el mundo no caerán del cielo, asevera; hay que construirlos en lucha contra la agresividad creciente del capital. En América Latina, reconoce, se están produciendo importantes movimientos sociales –varios han llegado al poder–, y en otras partes, digamos Europa, también irán en ascenso en tanto prosiga la reducción de las conquistas sociales mantenidas durante el Estado de Bienestar.

Es necesario, por supuesto, avanzar en la organización popular, en despertar conciencias, porque las alternativas no se impondrán por milagros, indica el académico.

Pero estoy seguro, concluye, de que esas transformaciones tendrán que imponerse en un plazo histórico breve, si en el siglo XXI ocurriera realmente el triunfo del “siglo americano” (estadounidense) del capital, no habrá en el futuro otros siglos para la humanidad.

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