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La vida de nosotros. Notas sobre el pensamiento de Ernesto Che Guevara

Julio César Guanche

I. El marxismo del Che en el siglo XX

Toda la obra de Ernesto Che Guevara está recorrida por una idea esencial: la planificación es el modo de ser del socialismo, su definición propia. Sin embargo, el término planificación se asocia solo al mundo de la producción, a cómo se planifica la economía en el socialismo, mientras se obvia que la planificación es el combate de la historia contra la biología, el gran debate de la libertad sobre la determinación.

El Che es un pensador marxista, o sea, un pensador de la totalidad. Si el socialismo es un nuevo mundo cultural, el estatuto de otra civilización, el pensamiento del Che pretende planificar a conciencia el socialismo. «Planificar el socialismo» significa aquí construir la antípoda del capitalismo. Comprender que al socialismo no le basta ser la alternativa al capitalismo, sino que su posibilidad de triunfo radica en constituirse en la radicalidad de ser antítesis.

La edificación de tal proyecto no es el gesto de un discurso encendido, sino el resultado de una filosofía que se pronuncia sobre toda la realidad y se rescribe con ella. Si el marxismo revolucionario comprendió bien el funcionamiento del capitalismo como sistema, fue porque lo estudió en y más allá de la lógica de funcionamiento del capital: en sus contradicciones constitutivas, en el conjunto de la dominación cultural burguesa, en el aparato del Estado, en la explotación del trabajo, en la institución del ejército permanente, pero también, por ser condición y resultado de todo ello, en la enajenación de la vida humana, «en el conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, entre existencia y esencia», como diría Marx.

El Che recorre la trama cultural del capitalismo y revela, para las condiciones desde las cuales lucha, la especificidad necesaria de las antítesis.

Si el republicanismo jacobino y el marxismo opusieron la filosofía de las milicias populares a la del ejército regular, el Che opone, para las condiciones del mundo dependiente, subdesarrollado y colonial de mediados del siglo xx, la «guerra de guerrillas», como una guerra revolucionaria que gesta la filosofía popular del nuevo aparato estatal, así como comprende que no puede haber pactos con el Ejército —principal garante del aparato de dominación burgués— si la tarea de la Revolución es precisamente destruir este aparato; al mismo tiempo que marcha a Bolivia como forma de «internacionalismo proletario» en defensa de Viet Nam, conocedor de que la revolución socialista es internacional y no podrá desarrollarse jamás en un «solo país».

El Sistema presupuestario de financiamiento es la particular creación de Guevara para dar respuesta propia a un tema esencial de la tradición marxista: cómo producir una alternativa, desde la organización de la producción, a la lógica de reproducción del capital. Donde otras corrientes del marxismo revolucionario desarrollaron el tema marxiano del «trabajo libre y asociado» en el universo de la autogestión, del control obrero, o de los consejos obreros, y, en general, en el rango de la organización de los productores, el Che comprende lo fundamental, pero escoge otro camino: pensar una economía política no subordinada a las «leyes naturales» del capitalismo e imagina la planificación estatal democrática de la economía como la principal fortaleza para combatir una realidad que existe, el mercado, hacia el horizonte de su superación.

El Che no aprueba declarar desde la política la abolición de la ley del valor: ese tipo de «comunismo económico» no despierta su interés, pero tampoco pretende desarrollarla como clave transicional para el socialismo, pues desprecia también el socialismo de mercado. Su preocupación es la misma de Marx: pensar desde la fusión entre política y economía las formas de superar los límites de la producción de la vida vigente.

Cuando Guevara afirma que luchamos contra la miseria, pero también contra la alienación se reencuentra con el «joven Marx», proscrito por el marxismo soviético, al que no le basta afirmar la libertad política del individuo respecto al Estado sin plantearse la emancipación del trabajo. De hecho, a la explotación del trabajo, el Che opone una singular versión de trabajo emancipado concreto: el trabajo —de veras— voluntario, escenario de una nueva socialización entre los trabajadores y productor de nuevos sentidos para el trabajo.

La tesis del «hombre nuevo» es la específica refutación del Che de la idea de la «naturaleza humana», justificación «racional» de toda la economía capitalista. El «hombre nuevo» no es una apuesta moral, anuncio del profeta que habrá de traer el reino de la concordia y la justicia a la tierra, sino una operación filosófica revolucionaria: «El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza», diría en el mismo sentido Gramsci. Con esto, no defiende otra cosa que la posibilidad misma del socialismo como afirmación de un nuevo mundo económico, cultural, político, moral.

Guevara pone el mundo al revés: los modelos políticos de dominación capitalista —el mercado, el estado burgués— no son valores universales provenientes de una realidad con anclaje en lo sociobiológico, sino un particularismo creado históricamente: la reproducción de un modelo de sociedad que, al afirmar una idea específica de «naturaleza humana», contribuye a reinventarla.

La frase célebre del Che según la cual no le interesaba el socialismo como método de distribución si no era al mismo tiempo una moral revolucionaria, significa que el Sistema presupuestario de financiamiento y la reflexión sobre el «hombre nuevo» son un mismo y único tema.

Para comprender, es imprescindible recordar contra cuál marxismo escribe el Che en la década de los sesenta del siglo pasado, dominado en un caso por el determinismo del marxismo soviético y en otro por las corrientes del estructuralismo y las afines a él: su idea del «hombre nuevo» tomaba posición ante ellos desde la clave marxiana: el hombre está condicionado por las circunstancias al tiempo que puede transformarlas: el hombre nace y se hace.

Se dice rápido, pero la frase esconde la radicalidad de su programa: 1.- combate la moralina ideológica sobre el «hombre nuevo» que postula altos y nuevos valores mientras la posibilidad de que estos encarnen en prácticas de vida son negados tenazmente por la realidad de un capitalismo disfrazado de socialismo y 2.- denuncia la dictadura a la cual somete a los hombres «el desarrollo de las fuerzas productivas», que, si «no se ha alcanzado hasta determinado grado», hace «imposible» el socialismo.

El «hombre nuevo», creación histórica, hecho en la historia y hacedor de la misma, y el Sistema presupuestario de financiamiento, ambos en relación, hacen reaparecer en el marxismo la dialéctica revolucionaria constitutiva entre el hombre y las circunstancias, la posibilidad abierta de la historia para hacerse a sí misma.

II. El socialismo del Che en el siglo XXI

Cuando el Che escuchó la argumentación según la cual el «Sistema presupuestario de financiamiento» y el «Cálculo económico» eran caminos distintos para llegar a Roma, respondió: No. Se trata de Romas distintas. Ese sigue siendo hoy su desafío: radicalizar las preguntas: definir a cuál Roma queremos llegar.

Para ello, la extraordinaria figura del Che nos tiende un equívoco: nos predispone a darle siempre la razón, a excluirlo de responsabilidad por cursos históricos fracasados, ubicarlo en el futuro y no en el pasado. Sin embargo, la actitud del Che en vida era el ejemplo de lo contrario: ¿por qué pensar que lo que «es» en el período de transición necesariamente «debe ser»?, es la desiderata guevarista.

¿Planificar qué y cómo para llegar a cuál Roma?, he ahí la cuestión.

Este texto comenzó con lo que muchos consideran una obviedad: para el Che la planificación es el modo de ser del socialismo, pero alguien corregirá: «para el pensamiento marxista la planificación es el modo de ser del socialismo». Sin embargo, en el Che, el problema desborda las declaraciones de fe.

A algunos le parecerá irrelevante, pues es habitual que uno desprecie lo que ignora, pero una parte del pensamiento liberal tiene el mismo tema: Karl Mannheim afirmaba: «la cuestión central de nuestro tiempo es la transición hacia la sociedad planificada». Su reflexión se integra a un cuerpo de pensamiento liberal que busca manejar los conflictos de una sociedad industrial en clave de cooperación, o integración, y pretende «planificar para la libertad», distingue la planificación de la regimentación, la centralización de la burocracia y piensa los modos de controlar desde lo público la actividad estatal para «ir más allá del laissez faire y de la regimentación total».

Los marxistas recordarán esta forma de preguntar, que se encuentra asimismo en el pensamiento liberal: ¿quién planifica a los planificadores?, ¿quién controla a los controladores?, por el Marx que preguntaba: ¿quién educa al educador? Si la planificación es el instrumento para conseguir una voluntad política unificada, la racionalización del trabajo, la eficiencia en el uso de los saberes y los recursos sociales, la preocupación consiguiente es cómo producir una sociedad planificada y libre a la vez, o sea, en qué formas políticas concretas cobrará sentido la planificación.

De hecho, Joseph Schumpeter reconocía la funcionalidad de la economía planificada en el socialismo y la superioridad del socialismo centralista sobre cualquier otro tipo de socialismo gremialista o sindicalista. Su argumentación sobre la condición económica del socialismo es todavía atendible: si el socialismo es un nuevo mundo cultural, puede sostener una comparación a la baja con la economía del capitalismo y aún así resultar satisfactorio para sus beneficiarios.

Pero la centralización y la planificación, por sí solas, no producen socialismo. Para una parte de los comentaristas —guevaristas— de la polémica sobre el Sistema presupuestario de financiamiento, Charles Bettelheim es el perdedor en el debate. Yo no ensayaré el sinsentido de reconstruir aquí esa polémica, pero quiero rescatar un solo punto de la argumentación de Bettelheim, que me parece esencial: «Lo que caracteriza al socialismo en oposición al capitalismo no es «la existencia e inexistencia de relaciones mercantiles, de dinero y de precios, sino la existencia de la dominación del proletariado, la existencia de la Dictadura del proletariado», «lo cual remite a las relaciones concretas de ese poder con las masas trabajadoras, y por tanto, a las formas de existencia del poder del proleta­riado».

La concepción ideológica del Sistema Presupuestario de Financiamiento permitiría, según el Che, privilegiar la conciencia como resorte fundamental de la actividad humana, exigir una elaboración no burocrática del plan, conceder a la planificación su pleno rol antiautárquico, preservar los efectos integradores sobre los disruptivos de la iniciativa autónoma, por ello, al mismo tiempo, podía denunciar la centralización inconsecuente, la falta de participación, la baja productividad, la ausencia de calidad, la no consideración de los costos como herramienta de dirección del proceso productivo, entre otros males de las economías socialistas conocidas.

Porque en el Che la planificación no burocrática arrastra otros temas conexos: el papel de la prensa en el socialismo, el rol de la discusión política y del debate en la esfera pública, la amplia comunicación política, la información horizontal, la cualidad del sistema educativo para formar capacidades de actuación crítica, entre otras muchas ideas tratadas por el Che y que no se suelen poner en relación con su concepción «económica».

Ciertamente, al Che no le fue posible avanzar más en la concreción de las formas organizativas del poder de los trabajadores desde las cuales producir la planificación democrática y socialista, más allá de las menciones a la libre discusión, al ejercicio de la crítica, a la participación en Asambleas de Producción, a los llamados a la participación de las masas para decidir «cuánto va a la acumulación y cuánto al consumo», pero todo ello sin desarrollar demasiado el marco institucional necesario para viabilizarlo, por ello no explicitó, ni adaptó, ninguna de las formas institucionales que el marxismo revolucionario ha pensado como aparato estatal socialista, proveniente de la «experiencia asociativa de las masas», como escribía Gramsci: Soviets, Comuna, Consejo obrero, Consejos de Fábrica, o cualesquiera otro de sus nombres.

Lo anterior no parece ser producto de una «autenticidad», de no tomar con literalidad algo existente, sino más bien de la imposibilidad de adentrarse más —por las condiciones de su vida, su lucha y su muerte— en el tema de la democracia socialista y de sus formas concretas de existencia. De hecho, salvo un trabajo, esencial pero solitario, no encontramos en él, como afirma Fernando Martínez Heredia, una reflexión sobre el papel de la burocracia en el socialismo, de la entidad que amerita el tema.

Sin embargo, el Che comprende lo esencial: «el establecimiento del sistema socialista no liquida las contradicciones sino que modifica la forma de solucionarlas». De negarse —decía el Che— el «derecho a disentir en los métodos de construcción (lucha ideológica) a los propios revolucionarios, se crearían las condiciones para el dogmatismo más cerril».

El Che comprende que la planificación sirve al socialismo, pero también puede servir al capitalismo, por ello su obsesión contra la utilización de las «armas melladas» del capitalismo, por las formas capitalistas de producción y de ejercicio político que, de perpetuarse, aún bajo condiciones de redistribución socialista de la producción, traen al capitalismo de regreso a manos de los contrabandistas del capital.

La reflexión del Che sigue siendo un muro levantado contra la perpetuación "inconsciente" de las estructuras culturales del capitalismo. Es imposible resolver problemas con la misma mentalidad que los creó. Ante los problemas generados por el sistema del Cálculo económico, el Che responde que se quieren solucionar con más Cálculo Económico, es decir, los problemas generados por la falta de una radicalización socialista, no pueden ser resueltos con menos sino con más socialismo.

Che Guevara pertenece a la estirpe de dirigentes revolucionarios para los cuales los problemas prioritarios son los de los oprimidos y no los de una geopolítica del Estado socialista. Él único que en cincuenta años se atrevió a mencionar juntos a Trostky y a Stalin defendiendo la necesidad de estudiarlos; uno de los pocos, junto a Fidel Castro y a otros muy escasos, en denunciar cómo la política del socialismo soviético reproducía las condiciones del subdesarrollo y la dependencia por mantener las condiciones de intercambio bajo reglas de mercado, de los que combatió en África y Bolivia, después del análisis meticuloso de situaciones concretas, con el universo analítico más amplio y atendiendo a las necesidades del corazón.

La planificación del Che es la que busca reunir la libertad del ser humano individual con la libertad del género humano. El hombre nuevo del Che no es solo, como decía Rosa Luxemburgo, el que ha extirpado hasta su última raíz «los hábitos de obediencia y de servidumbre para adquirir el sentido de una nueva disciplina, de la autodisciplina libremente consentida», sino, con ella, la concreción de la idea marxiana de que el ideal del socialismo es la plenitud humana: la vida liberada del nosotros contra la vida vigilada de los otros y por los otros.

* Intervención en el panel «El pensamiento del Che: Miradas desde el siglo XXI», IV Conferencia Internacional La obra de Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI, La Habana, 7 de mayo de 2007

Notas

1. Ver desarrollos en profundidad de estas ideas en Michael Lowy, El pensamiento del Che Guevara, Siglo XXI editores, 1971

2. El estudio más completo y sistemático del pensamiento del Che en este campo en: Carlos Tablada, El pensamiento económico del Che, Casa de las Américas, La Habana, 1987 (la edición número 30 es de Ruth Casa Editorial, 2005). Del mismo autor ver: El marxismo del Che, Ruth Casa Editorial, 2007)

3. Los estudios desarrollados por Néstor Kohan en este campo —el marxismo en época del Che, en relación con el marxismo soviético, el estructuralismo, el marxismo occidental en general, el tema de la enajenación en el marxismo y en el guevarismo, entre otros temas vinculados al marxismo del Che— son de particular importancia: ver Néstor Kohan, Otro mundo es posible, Editorial Nuestra América, Buenos Aires, 2003

4. Ver Karl Mannheim, Libertad, poder y planificación democrática, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1953

5. Ver J. A. Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, Aguilar, S.A de Edciones, Madrid, México, Buenos Aires, 1952

6. Ver Paul M. Sweezy y Charles Bettelheim, Algunos problemas actuales del socialismo, EditorialSiglo XXI, México, 1971

7. Ver la amplia antología que Ernest Mandel dedicó al tema: Control obrero, Consejos obreros, Autogestión, Ediciones Era, México DF, 1974

8. Para este tema resulta esencial Fernando Martínez Heredia, Che: el socialismo y el comunismo, Casa de las Américas, La Habana, 1989 (el tema tratado en detalle en pp.111-112)

9. Citado por Orlando Borrego, Che el camino del fuego, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 2001 (p. 371)

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