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A la izquierda del padre

Julio César Guanche

Prólogo a Por la izquierda, volumen II. Videoteca Contracorriente (Compilación de Julio César Guanche) / Ediciones ICAIC

Inmanuel Kant, recogido silenciosa y afanosamente en su ciudad eterna, enfrentó en octubre de 1794 un conflicto con su gobierno. Al claustro de profesores de Filosofía y de Teología de la Universidad de Königsberg se le prohibió explicar en sus clases la doctrina religiosa de Kant. El sabio recibió una orden, firmada por el ministro Wöllner, que afirmaba:

«La más alta personalidad del Estado ha visto desde hace mucho tiempo, con gran desagrado, el mal uso que hacéis de vuestra filosofía, desfigurando y menospreciando algunas doctrinas fundamentales de las Sagradas Escrituras y del Cristianismo […]. No dudamos que vos mismo comprenderéis que de este modo procedéis impunemente contra vuestro deber, como maestro de la juventud, y contra nuestros paternales deseos. Apelamos al testimonio de vuestra conciencia y esperamos que en adelante evitaréis nuestro desagrado, y que, en cumplimiento de vuestro deber, pondréis vuestro prestigio y vuestros talentos al servicio de los altos intereses de la patria, como es nuestro paternal deseo. En caso contrario, nos veríamos precisados inevitablemente a adoptar medidas desagradables.»

La izquierda que busca ingresar en el siglo XXI proclama sin ambages la necesidad de su completa independencia de los valores consagrados por la cultura hegemónica y quiere recuperar toda la ambición: el intelectual revolucionario no es sólo la «conciencia crítica» de la sociedad sino, también, la expresión entera de un contrapoder que desafía el orden capitalista realmente existente.

A la figura del intelectual comprometido, tristemente célebre, se le ha opuesto desde la cultura dominante la del experto responsable, la del tecnócrata, cuando no la del clásico intelectual de la corte. Joseph de Maistre, a propósito del Termidor de la Revolución Francesa, advertía de que la contrarrevolución no es una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de una revolución. Ahí radica el sentido verdadero de una contrarrevolución intelectual: no tanto en oponerse a proyectos políticos en curso, como en lograr hacer creíbles en la vida cotidiana los contenidos ideológicos contrarios a una revolución: naturalizar los valores de la exclusión, la mercantilización y la desigualdad oponiéndolos a los significados de la libertad de conciencia, la autonomía individual, la responsabilidad pública con la cultura, los usos públicos del saber, la legitimidad de la elaboración popular de la cultura y la educación para la ciudadanía.

Al mismo tiempo, esa izquierda afirma una antigua verdad: la posibilidad de la libertad no se encuentra en aquello que se otorga, sino en aquello que se forma: no en lo que se recibe de manos de un padre, sino en la calidad de lo que conquista su descendencia. Kant, un año antes de recibir aquella orden, había elaborado la distinción entre el gobierno paternalista y el gobierno patriótico. Ante la impugnación del primero, que consideró siempre al pueblo como un rebaño de niños al cuidado del padre, «el gobierno patriótico es aquél en el que cada uno de los que se halla dentro del Estado […] considera a la comunidad como el seno materno, o al país como el suelo paterno, del cual y sobre el cual, él mismo ha surgido, y el que ha de legar también como una preciada herencia».

La patria como matria es un hermoso, aunque gastado, recurso retórico. La Revolución no lo es menos: un seno de donde emerge la posibilidad de una nueva vida. El socialismo, a fin de cuentas, prometía lo mismo que una madre: dejar ser a los hijos y distribuir entre ellos el disfrute de sus bienes.

El discurso aquí contenido tiene múltiples usos: comprender el valor político de la identidad, afirmar el derecho a la diversidad social y personal, más allá de su comprensión liberal «multiculturalista», entender la realidad de América Latina no como una derivación de Occidente sino como un espacio cultural con conciencia de sí y para sí, explorar la realidad política de Centroamérica y del Oriente Medio, reconocer las luchas por la identidad como reivindicación de un ser, pero también de un estar en el mundo. El libro denuncia el poder de los imperialismos, pero no sólo desde su dimensión política: también combate el imperialismo del sexismo, del racismo y de otras tantas formas de explotación.

El siglo XXI se inauguró con realidades bien distintas a las del fin de siglo. Se ha recuperado la iniciativa y se ha legitimado la ausencia de un centro socialista, del padre que todo lo cuida. En América Latina se viven procesos de gran diversidad, al ser comparados entre sí. Se ha redescubierto el valor de la autenticidad y la rentabilidad de la originalidad. Lenin repitió muchas veces la frase de Napoleón: «Nos comprometemos y después veremos»: he ahí un modelo para practicar una ortodoxia abierta hacia el futuro: se va haciendo y se va rectificando: la ortodoxia que conmina a hacer, y la apertura que reclama rectificar.

El socialismo histórico avanzó «de victoria en victoria hasta la derrota final», como reza el humor popular. Esa experiencia arroja una valoración distinta sobre el contenido de la «victoria». La majestad de la «victoria final» ha venido a menos y susurra una letanía ininteligible. La victoria final es, en definitiva, cada triunfo alcanzado sobre la opresión y las dominaciones, si inaugura una nueva lucha, y si se comunica con las existentes.

De todo ello trata este libro: de la lucha por la libertad de conciencia, condición primera del ser intelectual, y de la articulación entre las resistencias sociales y culturales y del flujo entre sus contenidos.

Por la izquierda, tomo II, recoge veinte entrevistas a sendas figuras de la cultura y el pensamiento contemporáneos. Su contenido es tan diverso como la gama de problemas que enfrenta el saber y la práctica de la liberación.

En el libro conviven historiadores, cineastas, antropólogos, activistas políticos, escritores, científicos sociales, todos unidos por una pretensión común: dar cuenta del estado de las luchas por reivindicaciones tanto generales, en el caso de la denuncia contra la destrucción cultural de Iraq, como específicas, en el caso del empeño por instituir una guardería infantil como parte del proceso más general por conseguir la emancipación de las mujeres, o por hacer visible en las prácticas del hoy la herencia de la esclavitud. El libro encuentra una relación entre lo que los anarquistas de recia estirpe llamaban el programa máximo y el programa mínimo: la interrelación entre los triunfos reformistas y los radicales, que, en su combinación, devienen revolucionarios.

Una revolución no existe sin aspirar al programa máximo de la libertad y la justicia, pero es imprescindible recuperar la utilidad de la revolución para la vida cotidiana: como sirve para lograr, cambio tras cambio, aquí y ahora, pasos concretos hacia un buen vivir. Entonces, se trata también de un programa máximo: relanzar la credibilidad en la posibilidad revolucionaria de ensanchar el horizonte de la vida de los seres humanos ante las tragedias y los intereses violados tras estrepitosos fracasos y ante el teatro del espanto ofrecido por siglos de capitalismo.

Este libro reivindica la función del intelectual crítico como el que abre a discusión las bases del propio pensamiento crítico y procura entender y entendernos mejor con el mundo. Lejos del solaz en la censura estructural del capitalismo, en lo que no deja hacer, es necesario identificar los agujeros dentro del muro y luchar por extenderlos, con, sin, o contra la censura, y asimismo contra la cooptación.

Por la izquierda II tiene como predecesor un primer volumen homónimo, compilado entonces por Enrique Ubieta Gómez. Las entrevistas de la serie se concibieron para la Videoteca Contracorriente, un proyecto del ICAIC que busca constituirse en memoria fílmica del pensamiento crítico de nuestro tiempo, dirigido actualmente por Pablo Pacheco. Tanto el primer volumen como éste cumplen una función importante: actualizar en el país corrientes de pensamiento y experiencias de vida que no circulan en Cuba y cuyo examen resulta en extremo fecundo para contrastarlas con nuestra posibilidad y con nuestra esperanza, ellas van desde Argentina hasta Canadá, pasando por Costa Rica y Palestina, entre otras geografías.

Este libro recuerda el programa de Voltaire. Si él quería popularizar en Francia la filosofía de Locke y la física de Newton —lo que encontraba más avanzado en el mundo entonces según su propia concepción de la vida— estas páginas intentan popularizar la discusión que sobre la recuperación de la democracia se está dando en el mundo con la crítica a los desmanes cometidos por los imperialismos, con la crisis del capitalismo, y todo ello, además, tras el derrumbe del socialismo real, así como el saber científico y cultural que se debate hoy en varios campos.

La izquierda tradicional tomó, al dictado, aquella orden del ministro Wöllner: obedecer al padre, traducir y hacer creíbles sus palabras al rebaño de hijos y esperar la bendición y el perdón por sus actos. En la tradición contraria, en Cuba, Julio Antonio Mella a sus 24 años pudo afirmar: [debemos] «proclamar nuestra absoluta independencia de los valores consagrados, de las normas fosilizadas que dan la patente de “revolucionario”, de los maestros que se han atribuido en este siglo veinte, la vanidosa pretensión de ser pastores cuando ya nadie quiere ser rebaño». El ingreso de la izquierda al siglo XXI tiene todo que ver con el deber y el poder de situarse a la izquierda del padre, para poder, una y otra vez, pensar con cabeza propia, como pedía el Che Guevara, y «poner su prestigio y su talento al servicio de los más altos intereses de los seres humanos». Este libro recorre, sin altisonancias, pensando y sintiendo, parte de ese camino.

La Haine

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