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Perspectiva histórica de la problemática
etno-racial en Cuba y en el resto del Caribe
Hilario Rosete Silva y Julio César Guanche
Sumario:
Taller organizado por la Universidad de La Habana (UH) que reúne a un
grupo de calificados docentes en torno al tema Perspectiva histórica
de la problemática etno-racial en Cuba y en el resto del Caribe. Aquí
se registran las intervenciones más relevantes, a saber: la de Eduardo
Torres-Cuevas (La Habana, 1942), doctor en Ciencias Históricas, presidente
de la Casa de Altos Estudios don Fernando Ortiz; de la Doctora en Ciencias sobre
Arte Yolanda Wood, decana de la Facultad de Artes y Letras de la UH, y de Luisa
Íñiguez (La Habana, 1948), especialista de otro centro de estudios,
el de Salud y Bienestar Humano, también de la UH.
Soy un negro de ciudad
Eduardo Torres Cuevas
Algunas de las cosas que se dicen sobre el tema no son como se dicen, y otras
ni se asoman al problema de fondo. El abordaje hay que hacerlo desde nuestras
historias. Aunque los primeros historiadores criollos -Morel de Santa Cruz,
José Martín Félix de Arrate, Ignacio José de Urrutia-,
empezaron a escribir fundamentando el poderío de la oligarquía
insular, tenemos historia desde mediados del siglo XVIII, y una cultura balbuceante,
en el ángulo del pensamiento, desde finales de ese mismo siglo, a la
que yo llamo la generación del noventa y dos: Francisco de Arango y Parreño,
José Agustín Caballero, Tomás Romay, Manuel Zequeira y
otros. Con todo, la falta de imparcialidad en los juicios históricos,
obliga a destacar detalles no recogidos.
A la colonización de Cuba prefiero llamarla de avecinamiento. Su categoría
básica es la de vecino y está asociada con la creación
de las villas. Para fomentar estas fue preciso contar con un grupo de personas
(españoles) que vinieron a residir, a avecinarse, en las villas. Así
nacieron el cabildo, la iglesia, las estructuras de gobierno y el reparto de
tierras e indios.
La concepción marcó el surgimiento de las regiones específicas
en la América española. Pero Cuba fue un ensayo. Esto no volvió
a suceder después de la conquista de Méjico. El avecinamiento
original en la mayor de las Antillas quedó marginado, a su vez, dentro
de la marginalidad de América Latina. El blanco central de la colonización
española no fue Cuba, sino el continente. No obstante, la relegación
fue favorable. Permitió la existencia de manejos y mecanismos imposibles
de imaginar en «tierra firme».
Con otras palabras, desde épocas tempranas el desarrollo de la sociedad
cubana transcurrió sobre la base de la violación de todo lo establecido:
Las órdenes del Rey se acatan pero no se cumplen, rezaba una frase célebre
del siglo XVII. Se trataba de una isla que se sentía libérrima
en sus costumbres. Tres de sus obispos murieron envenenados por intentar implantar
la reforma de la iglesia católica decidida en el concilio de Trento (1545-1563).
Se hicieron los sínodos en todas las diócesis de América,
y en Cuba no se realizaron hasta 1680. Había una resistencia al orden.
La Isla vivía del comercio ilegal, del contrabando con ingleses, franceses
y holandeses.
Espejo de paciencia
El estado de cosas dio origen a nuestro primer poema, dicho sea de paso, pura
farsa, como también ha sido farsa casi todo lo escrito desde entonces
a acá. El autor, Silvestre de Balboa, comenzó diciendo que el
obispo Cabezas Altamirano fue raptado por el pirata Gilberto Girón para
exigir un rescate. En realidad el núcleo del contrabando en Bayamo era
la iglesia, y Puebla, cura de la villa, le debía dinero a Girón.
Cuando este se decidió a secuestrarlo, halló en su lugar al obispo
y lo tomó de rehén: «Las leyes de este convenio son muy
irregulares», razonaría el corsario, «si rapto a este puedo
pedir por arriba.»
El móvil del hecho permanece oculto. Vale recordar la política
de despoblamiento que entonces está siguiendo España para frenar
el contrabando. La situación venía dándose antes de que
Inglaterra, Francia y Holanda experimentaran el sistema de plantaciones esclavistas
en el Caribe. Por tanto, la nuestra fue una sociedad de esclavitud doméstico-patriarcal.
Desde el inicio, las estructuras económicas armadas en Cuba dibujaron
dos líneas paralelas: el proceso esclavista, y el proceso de formación
de un campesinado libre. Fernando Ortiz lo llamó El contrapunteo cubano
del tabaco y del azúcar. Estamos ante el origen y desarrollo de regiones
económicas, con oligarquías regionales, que requerirán
a su vez, en la medida de su avance, de un aparato jurídico y de una
expresión cultural propios. En la concepción española puesta
en práctica en la Isla, la villa fue el centro de la región.
El sistema de plantaciones, entre otras cosas, requería capital, y en
una primera fase este no se invirtió en Cuba: no lo había. Cuando
hacia los siglos XVII y XVIII se desarrolló el sistema de plantaciones
en el Caribe, en Cuba aún no existía. Islas tan pequeñas
como Saint Kitts y Barbados, producían más azúcar que nosotros.
Al mismo tiempo en Cuba sí estaba repartida la tierra, obraba una oligarquía
propietaria de tierra que en el siglo XVIII ya sí la dedicará
a dos funciones totalmente distintas: la ganadería y la plantación
azucarera.
Con segundas intenciones
Cuando vino la gran estafa del incentivo de la economía sobre la base
de la inyección de capitales antes acumulados, los plantadores dividieron
sus tierras entre tierras con ingenios y tierras que repartieron entre campesinos.
Esto es una clave para entender qué sucedió después.
En el siglo XIX, por ejemplo, en el momento de mayor intensidad de la esclavitud
(década del cuarenta), el censo de población arrojó que
solo el veintidós por ciento de los esclavos de la Isla trabajaban en
las plantaciones, mientras casi toda la población blanca, de cualquier
ciudad, digamos Trinidad, tenía esclavos.
Eso condujo a que la clase media o pequeña burguesía estuviera
muy comprometida con la esclavitud en la primera mitad del siglo. Solo cuando
ya no podían adquirirse los esclavos -por su encarecimiento, por las
dificultades de la trata- se observó la concentración de estos
en el azúcar y el café, y luego más en el azúcar.
Es hacia 1878 que el ochenta por ciento de ellos ya estaban en plantaciones,
aunque no estamos hablando del ochenta por ciento de toda la población
negra. La sociedad esclavista cubana tuvo en la plantación el elemento
más dinámico de su economía, pero no fue exactamente una
sociedad de plantaciones.
Por otro lado, la agricultura cubana tenía en aquella época un
cincuenta y cinco por ciento de su mano de obra ocupada en pequeñas propiedades
agrarias, ganaderas o de otro tipo. Y esos niveles de población fueron,
en muchos casos, el resultado de una política seguida por los criollos
aliados al poder colonial.
Dicha política desarrolló la colonización blanca en el
campo para hacer frente a las dificultades que podrían surgir en las
plantaciones atendidas por los negros. «Necesitamos una población
blanca -diría Francisco de Arango y Parreño-, que además
pueda constituir las milicias. En caso de que haya problemas esa será
la fuerza para contrarrestarlos... Escribo para la época en que se borre
la memoria de lo que tuvimos que hacer. A los negros los trajimos por necesidad.
La sociedad cubana es blanca por esencia.» Desde el siglo XVIII se trazó
la estrategia. José Antonio Saco heredó las ideas de Arango y
Parreño, y las expresó en otros términos: «Blanquear,
blanquear, blanquear, y después, (refiriéndose a España)
hacernos respetar». Las estadísticas demuestran que la política
blanqueadora se puso en práctica.
Calentura de pollo y mal de gallina
Tampoco son lo mismo el problema étnico y el problema racial. África
subsahariana, la región que «cedió» su población
a la Isla de Cuba, estaba dividida en varias etnias, algunas rivales entre sí
-cuando digo etnia, me refiero a un grupo unido por vínculos raciales,
culturales, sanguíneos, que mantenía la idea de la familia extensa-.
Pero ni a los negreros ni a los esclavistas les importaba respetar esos nexos,
y como además según pasaba el tiempo las extracciones se sucedían
de diferentes sitios, los negros se agotaban, era poco probable que individuos
de una misma etnia se encontraran en un mismo lugar.
Con esto, lo que en África era un problema étnico, del lucumí,
del congo o del carabalí -aún hoy se pueden observar los problemas
étnicos de África, o de Europa-, en Cuba, mediante un primer proceso
de unificación forzosa, apareció bajo otra denominación,
el problema del negro.
Con los españoles sucedió otro tanto. Fernando e Isabel, los Reyes
Católicos, impidieron a los catalanes participar de la empresa del descubrimiento
de América, mientras ellos entraban en negocio con el capital genovés
establecido en el reino. Aragón, Castilla y León, en un primer
momento se encargaron de abastecer de habitantes al nuevo mundo al tiempo que
amplios sectores de la sociedad española fueron marginados. Sin embargo,
cuando aquellos llegaron aquí, lo hicieron todos como españoles,
o, más reciente, conforme a una variación del siglo XX, como gallegos.
Así surgió una denominación antónima, otro posible
concepto de unificación: lo español. Lo que pudo ser un problema
multiétnico se coloreó en Cuba en dos tonos, en blanco y negro.
Fue la primera división.
Las cosas comenzaron a complicarse con los negros nacidos aquí, con los
blancos nacidos aquí, con los ¡mulatos! nacidos aquí, y,
aún después, ¡con los chinos nacidos aquí!, fenómeno
del siglo XIX. No había en el diccionario una palabra para resolver el
problema, y echó anclas el concepto de criollo, significante del pollo
criado en casa -el otro venía de afuera-.
En los documentos de los siglos XVI y XVII, criollo no era un concepto étnico
ni racial. Al criollo solo lo definía el hecho de nacer aquí.
En el Archivo de protocolos de La Habana (1578-1585), de María Teresa
de Rojas, aparece la «venta de una negra criolla», o «de una
negra bozal», y en El espejo de paciencia Salvador Golomón es un
«negro criollo». El criollismo original no fue el que afirmó
luego Domingo del Monte. Fue un criollismo sin definición racial, implicaba
pertenencia a la tierra.
En ese mundo multiétnico, mezclado con gran fuerza, ubicado tanto en
Bayamo como en La Habana, surgió la noción de patria. El primer
criollo con dignidad de obispo, Dionisio Recino y Ormachea, colocó las
siglas PPP en su escudo de armas: primer prelado de la patria. El concepto ya
estaba en la legislación española para definir la región
donde dentro del imperio colonial se nacía. Todos eran españoles,
pero había un español peninsular, y otro americano, y dentro de
este, el habanero, el bayamés... Ese mismo concepto sirvió de
base para unir a todo el que nacía en Cuba.
Uno de nuestros problemas es la idea de la historia lineal. La línea
dibujada por la Historia de Cuba como zona periférica de la colonización
española se truncó cuando, después de la mitad del siglo
XVIII, se introdujo en la Isla el negocio azucarero.
¿Nobleza obliga?
Hemos querido nacionalizarla, pero realmente la nuestra es una oligarquía
hispano-cubana, y puede comprobarse con ejemplos. Dos cubanos lastimaron la
vida de España en los siglos XIX y XX. Quien le entregó España
a Napoleón Bonaparte en 1808 fue el general Gonzalo O'Farril y Herrera,
uno de los miembros de la aristocracia habanera, ministro de la guerra de España,
¡miren hasta dónde los criollos se insertaron en las esferas de
poder español! Hay otro caso. Quien inició la sublevación
falangista contra la segunda república española en 1936 fue también
un cubano, el general Emilio Mola, nacido en Placetas y muerto en accidente
aéreo.
Pudiéramos seguir con los ejemplos. Güel y Renté, retoño
de una de las familias más adineradas a mediados del siglo XIX, se casó
con una hija de Isabel II, y por tanto hubo una rama de la oligarquía
cubana entrelazada con la casa de Borbón, dispuesta a legitimar la mezcla
de su sangre espuria antillana con sangre azul: quién sabe cómo
quedaría la liga.
Se habla del golpe de septiembre de 1868 en España. Bueno, si se analiza
un poco, había un partido, el Liberal, al cual pertenecía Leopoldo
O'Donnell, quien fuera capitán general de la Isla, y cuyo jefe fue el
general Francisco Serrano, quien sería regente del reino. Serrano, amante
de Isabel II, estaba casado con María Domínguez de Borrel, una
de las principales dueñas azucareras de Trinidad. Asimismo, el general
Dulce, otro golpista, había contraído matrimonio con la condesa
de Santovenia, propietaria de una gran firma azucarera cubana integrada por
doce ingenios. Por tanto, el golpe de septiembre de 1868, es un golpe conjunto,
apoyado por el capital azucarero cubano. Sorprende que un mes después,
el diez de octubre, haya un alzamiento en Cuba. ¿Cómo era posible,
si la oligarquía cubana había sido activista del golpazo?
Pudiera hablar de otra familia, los Terry. Estos se marcharon a Europa y una
de las nietas de Emilio Terry llegó a ser la primera dama de Francia
(1974-1981), esposa de Valéry Giscard d'Estaing. A fin de cuentas, nuestra
oligarquía nunca tuvo un sentido de pertenencia. Un sector pequeño
tendría sentimientos nacionales, mas buscando las causas de la descapitalización
de Cuba, hallamos que estos capitales, por voluntad de sus dueños, siempre
dejaron el país. Aclarado el fenómeno aparece otro asunto. A veces
se menciona a Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República
en Armas en 1870, como el mayor propietario de tierras de Oriente. ¡Ojo!
Mejor sería decir de monte y culebras. Las tierras no valían un
centavo y Aguilera murió prácticamente de hambre caminando por
Nueva York. Él no fue un Miguel de Aldama, con una casa en la quinta
avenida de esa ciudad.
Preclaros de piel oscura
El hecho de que el régimen de plantación en Cuba, ya lo vimos,
solo tenía el veintidós por ciento de los esclavos existentes
en la Isla en su momento de esplendor, va contra la tesis expuesta por Moreno
Fraginals en El ingenio -todo el mundo se casó con ella y la repite acríticamente-.
La sobrevaloración del ingenio en la formación de la sociedad
cubana, ha ocultado el papel real que significaron tanto el gran campesinado
como la ciudad, el barrio, el traspatio, centros de creación cultural.
Nuestras ciudades, por un concepto específico sobre el trabajo manual
en un sector de la población blanca, concentraron en el artesanado negro
y mulato gran parte de la actividad creativa.
A propósito, la conspiración de La Escalera, no fue contra España
-me gustaría subrayar que fueron los supuestos conspiradores quienes
acusaron a los otros de complot- ni contra el esclavo, fue un pase de cuenta
a la clase artesanal. Las principales urbes de la Isla tenían ya una
burguesía negra y mulata poseedora de respetable capital. El paradigma
es el terrateniente negro José Dolores Pimienta, dueño de ingenios
y esclavos. Pero es que cualquier negro con capital necesariamente debía
comprar esclavos. No era un problema racial, sino de inversión de los
capitales. La pregunta es cómo un negro podía hacerse rico, cómo
podían los artesanos negros y mulatos de la época mandar a sus
hijos a estudiar a París. Ya entonces encontramos al doctor Doge, uno
de los matanceros fusilados en la conspiración, graduado en la ciudad-luz.
Allí mismo se graduó nuestro Juan Gualberto Gómez.
Esta clase estaba acumulando dinero, mas consciente de que debía crear
una cultura. Es el caso del poeta Manzano. Reitero la imposibilidad de entender
la historia prescindiendo del arte y la literatura. Dicho artesanado dominó
amplios sectores. La música, por ejemplo, las orquestas bailables. Aquí
nació la orquesta habanera de Brindis de Salas. Aquí surgió
su hijo, Claudio José Domingo, violinista famoso. Matanzas tuvo un exponente
en José White y Trinidad en José Manuel Jiménez (Lico).
Aquí se formó no solo un poder económico, sino una cultura
que ya no tiene raza, una cultura de la ciudad.
Es preciso leer las crónicas de viaje de la época. En las calles
de La Habana podían encontrarse un negro, vendedor de frutas, y un marqués,
y ni por nada aquél le cedía el paso a éste. Era el marqués
quien se quitaba, algo que habría sido inconcebible en Londres. Al lado
de eso hoy se dicen cosas tremendas, puesto que acostumbramos a dar giros de
ciento ochenta grados. Ahora la santa iglesia es prácticamente la madre
de todos los problemas culturales del mundo. No. Nosotros nacimos herejes. Entre
otras cosas nunca tuvieron tiempo para evangelizar a los esclavos. Nunca existió
tal catequesis. Richard Maden dijo: «Los criollos debieron haber sido
creyentes, pero son ateos.» Fue la imagen que él recibió.
El obispo Espada también la sostuvo. Y más reciente, después
del arribo de la masonería, otro obispo de La Habana declaró:
«Hay más logias masónicas y sociedades de negros que iglesias.»
La fidelísima ciudad
Hubo todo un movimiento en las ciudades. Cirilo Villaverde fue quien mejor
lo describió. En el siglo XX, sin embargo, nadie la estudiará.
Todos se dedicarán al ingenio. Mas por el ingenio, con su celibato forzoso
y su cultura cerrada, nunca conoceremos las leyes de la perspectiva histórica
de la problemática etno-racial en Cuba. La clave está en la ciudad.
Quien lea Cecilia Valdés o El penitente, palpará la obsesión
de Villaverde por plasmar un mundo que no hemos abordado: el mundo de la transculturación.
Fernando Ortiz inscribió este concepto contra otra idea, la de aculturación.
Es decir, si usted llega a Austria proveniente del Congo, o asume la cultura
austriaca, se acultura, o no puede vivir, se margina. En Cuba la cosa fue distinta.
Coexistieron una multietnia africana y otra europea, en una mezcla continua.
Esa transculturación no es breve en tiempo ni es una simple transposición,
mecánica, de elementos. Es una selección-decantación hecha
por la propia sociedad según sus necesidades, que va desde la comida
hasta la elaboración teórica, pasando por la religión y
las costumbres diarias. El pensamiento real es la expresión intelectual
de esa cultura de base. Y llama la atención que así nosotros nos
quedamos en la transculturación, mientras don Fernando apuntaba hacia
el nexo transculturación-culturación. Si no lo desarrolló
fue porque no le alcanzo la vida. Yo prefiero asirme a él (al concepto).
La transculturación es esa fase donde todos estos elementos se están
mezclando, buscando una expresión auténtica, común a todos.
Pero una vez creada, la nueva calidad ya no es igual a ninguno de sus componentes
iniciales, es sencillamente otra. El asunto capital de nuestro análisis
debería de ser la culturación cubana, proceso nunca acabado, siempre
cambiante, pero que revela nuestra esencia, responde a por qué somos
así, tan eclécticos. Son esos los estudios que faltan, los grandes
ausentes. Sin ellos podrían comenzar a explotarnos ciertas situaciones
en las manos y no sabríamos cómo explicarlas.
«Cuando te disen negro bembón»
Entrevista a la Dra. Yolanda Wood
Migraciones al margen
¿Sobre cuáles bases podríamos afirmar que el área
del Caribe ha sido blanco de una sui generis codificación racial?
Ante todo quisiera resaltar el proceso migratorio, ininterrumpido y sucesivo,
que hizo del Caribe actual una encrucijada de culturas, un espacio de intensa
multiplicidad de orígenes, un ethnos diferenciado según las condiciones
de formación nacional de sus treinta y siete territorios, fenómeno
complejo donde intervienen múltiples factores.
En términos de una conciencia subjetiva social, todo espacio migratorio
podría calificarse como conservador. Alejo Carpentier, emigrante él
mismo en varias etapas de su vida, eligió el calificativo para referirse
al emigrante. El conservadurismo es uno de los rasgos psico-sociales de las
comunidades emigrantes. En ellas las palabras nostalgia y recuerdo influyen
en el imaginario y la formación del sujeto social. La dicotomía
memoria-olvido es un rasgo peculiar de nuestras culturas, que han vivido en
constante interacción entre pasado, presente y futuro, círculo
condicionante de muchos rasgos de nuestra personalidad cultural.
Las migraciones sucesivas fueron el rasgo fundamental del poblamiento del Caribe.
Esta cualidad se evidencia al examinar su composición demográfica.
Los primeros emigrantes, los pobladores más tempranos, llamados por Manuel
Galich «nuestros primeros padres», procedían de diversas
zonas continentales. La tesis más extendida supone el predominio de pueblos
de procedencia orinoco-amazónica. De allí, del mismo corazón
de Sudamérica, tribus emigrantes de origen arawaco, que se encontraban
en el estadio de desarrollo de la comunidad primitiva, debieron ir poblando
las islas en oleadas sucesivas. Estos pueblos, autodenominados tainos, habitaban
la mayor parte del área a la llegada del conquistador.
Sin dudas, el llamado encuentro de culturas de 1492 fue totalmente asincrónico
en términos históricos, sociales y culturales. Se trataba de dos
culturas situadas en estadios de desarrollo diferentes. La voluntad hegemónica
consciente, diseñada desde las Capitulaciones de Santa Fe por el mismo
Colón, e impuesta desde el primer día de la conquista, fue un
factor condicionante de la historia ulterior de esta zona geográfica
y de su propio poblamiento.
Gracias a ese espíritu de hegemonía, la condición subalterna,
periférica, marcó las relaciones entre los hombres, entre los
sujetos participantes del progreso social...
Fuimos marginales desde el momento mismo de nuestra entrada en la Historia escrita,
o sea, a la Historia de Europa occidental -porque historia teníamos,
no cabe duda-. Marginados fueron aquellos grupos humanos, aquellas culturas,
aquellas sociedades. Los propios textos colombinos del primer encuentro, marcados
por un profundo exotismo, falsean los rasgos culturales de nuestras poblaciones
autóctonas y de América. Sí, porque hasta 1519, cuando
las naves españolas tocaron tierra firme (presupone la liviandad de las
islas), el Caribe es América. Al repasar los cuatro viajes colombinos
nos percatamos de que la imagen de la tierra descubierta, el Caribe de hoy,
es la primera de América en recorrer el mundo. Esa inicial mirada engañosa,
le impidió a Colón descubrir un nuevo continente. El Almirante
basó su discurso en «el encubrimiento» de América
y no en «el descubrimiento», como bien dice la escritora Beatriz
Pastor.
El término marginal está muy al uso dentro de las tendencias actuales
de lectura socio-cultural de las sociedades periféricas y tercermundistas.
Mas podría ser empleado para calificar el proceso histórico-cultural
desde el mismo inicio del encuentro de los dos mundos. Se trata de un concepto
inherente a la fundación de nuestra identidad, conforme a la cualidad
de hegemonía establecida en la conquista.
Y ni hablemos de los llegados de España, marginales igual. Los primeros
pobladores procedentes de la península lanzados a la aventura de encontrar
oro, hacer riquezas, y poner a producir a América, tampoco fueron marqueses,
condes, ni señores. Las condiciones descritas crearon las bases de una
marginalidad cultural.
Primeros padres pobladores
De todo esto, ¿cuál sería el primer conflicto etno-racial,
el que no podría ser ignorado a la hora de examinar la perspectiva histórica
del problema en el Caribe?
El paulatino vaciamiento de las islas de su cultura primaria, incluyendo a su
portador simbólico: el sujeto original. Cuando América continental
quiso reconstituir su identidad, encontró en el indio el portavoz representativo
de los atributos forjadores y fundadores de la imagen auténtica de sus
pueblos. Cuando el Caribe quiso pensar su identidad en términos de un
constructio capaz de expresar valores nacionales y culturales genuinos, no pudo
retornar a aquel sujeto ya ausente que fue el aborigen. No sabemos ni cómo
los vamos a identificar. Mal llamado fue indio, creyendo Colón llegar
a la India. Y aborigen rezume cierto sentido despectivo, significa una especie
de sentimiento lastimoso hacia nuestro linaje cultural. Por eso insisto en decirles
nuestros primeros padres, nuestros primeros pobladores.
Ellos han sido los grandes ausentes. No pudieron competir en la búsqueda
de un espacio de identidad cuando surgieron los conceptos de etnia y nación.
Y lo peor: todavía son un ente olvidado en nuestra conciencia colectiva.
No hay un museo en La Habana, a no ser el Montané, en la UH, donde las
nuevas generaciones puedan conocer de estos antepasados. ¿Hacemos algo
para mantener viva a esa cultura cual memoria que nos fija al suelo y a la Historia?
Al hablar del tema racial no podemos ignorar este conflicto. Es un asunto básico.
Después comienzan los procesos de codificación racial basados
en la diferencia. En la entraña codificadora, las diferencias surgen
por muchos factores. Por razones de tiempo y espacio abordaré solo un
aspecto, relacionado con los tipos de colonización introducidas por las
metrópolis dominantes en el área del Caribe.
Fuimos desde el inicio un territorio concebido para los deleites de Europa.
Esto es el paraíso terrenal, dijo Colón desde su llegada, y murió
creyéndolo. Entonces empezamos a ser paraíso. América casi
se descubre por satisfacer el gusto placentero de comer mejor, de llenar los
platos de especie. La especie fue una de las motivaciones. Eran placeres los
que deseaba satisfacer Europa, y la búsqueda de esas complacencias contribuyó
al encuentro de América. Luego vendrían otras versiones del paraíso.
El Caribe fue proveedor de nuevos gozos: azúcar, ron, tabaco... El turismo
es, en nuestros días, su carta de presentación. El proceso generó
«encubrimientos» inéditos hasta que Carlos Marx descubrió
en la economía plantadora una de las fuentes de la acumulación
originaria del capital europeo.
Sin embargo, no fueron homogéneas las estructuras, los métodos
coloniales seguidos por las metrópolis en el área del Caribe.
Cada sistema ejerció su influencia en el orden social y cultural, y,
en el caso del Caribe hispano, la forma adoptada constituye un rasgo vital para
comprender el problema etno-racial. Desde el inicio España mostró
su preferencia por establecerse en América. Sus colonias de poblamiento
se caracterizaron por una voluntad de fundar y poblar. Su comercio fue, en esencia,
restrictivo y extractivo. No le interesó invertir, sino extraer. No quiso
compartir, sino monopolizar el comercio. Así debió acometer -por
el genocidio paulatino perpetrado contra las poblaciones originales- una migración
que al principio llegó, en lo fundamental, de Castilla, la gran descubridora
del continente, conforme a las restricciones sobre quiénes podían
venir a América.
Cuando las propias necesidades de desarrollo de España reclamaron mayor
mano de obra, destinada a convertir la riqueza creciente en más productos,
los negros traídos de África en calidad de esclavos llegaron a
instalarse en una sociedad ya establecida. El proceso se adelanta en Cuba. Cuando
en el siglo XVIII la plantación se introduce en el Caribe y se exaltan
sus valores como capacidad económica, no solo el español invierte
en la Isla. La figura del criollo ya está acoplada al gran crisol de
mezcla de nuestra sociedad. Él también es dueño de ingenios,
financia el auge del sector azucarero, y más tarde igual impulsará
los cultivos de tabaco y de café.
Así el tema de la migración y del comercio de esclavos no es únicamente
hispano. Pasa por el criollo, por el cubano. El debate sobre la esclavitud en
Cuba es con la metrópoli, pero también es una querella entre cubanos.
El destino del negro dentro de la sociedad cubana como sujeto de conflicto se
debe a cuatro razones fundamentales: uno, fue arrancado de su tierra natal;
dos, fue sometido a un procedimiento de «deculturación» consciente;
tres, fue colocado en el nivel de esclavo; y cuatro, fue despojado de sus derechos
humanos y sociales. Los cuatro factores contribuyeron al dilema de interconexión
entre las ideas y los hechos ocurrido en el seno de la sociedad cubana.
Motivos de son
Un cubano criollo es quien le da la libertad a los esclavos en Cuba.
¡Nada casual! Esto no sucede así en el resto del Caribe. La conformación
de una figura nacional que reclama colocar al negro en un nuevo status social,
es un elemento significativo a la hora de evaluar los factores etno-raciales
en el contexto cubano.
El brote de la unidad de blancos y negros, en la figura de Carlos Manuel de
Céspedes tocando la campana de La Demajagua, sería el detonante
de una conciencia humanista -humanidad en su sentido amplio-, surgida con el
propio nacimiento de la nación cubana. La campana de La Demajagua es
el símbolo de la unidad de los cubanos. Ese instante fue protagonizado
por un criollo, no por un español... Después vendría Martí...
¿Qué está pasando en el Caribe no hispano? Sin dudas, hay
un arreglo diferente. Allí se introduce como modalidad básica
la economía de plantación, cuyo signo esencial difiere del Caribe
de poblamiento. Las metrópolis, más avanzadas en lo económico
y en lo social -Francia, Inglaterra y Holanda-, deciden invertir en sus colonias
ya no con miras extractivas y monopolistas, sino con ciencia capitalista, con
acciones de respaldo y capacidad productora al servicio de un mercado internacional,
de una floreciente industria europea. Traer esclavos era una forma de hacer
más rentable el trabajo, en condiciones de grandes ganancias, basadas
en un predominio demográfico negro, proveniente de África, frente
a un mínimo de residentes blancos, dueños de las plantaciones.
Surge el llamado plantador absentista, por lo general radicado en su patria
de origen y con un representante o cosa parecida en los plantíos.
Esa es una diferencia sustancial. El tema racial en estas naciones transcurre
de manera diferente al de los casos hispanos, y, en particular, al caso cubano.
En este último se trata de una inyección de mano de obra productiva
africana circunscrita a la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX,
cuando la población está prácticamente establecida. Por
eso hoy día los niveles de mestizaje en el Caribe hispano, y en Cuba,
son mucho mayores que en el Caribe anglófono, francófono u holandés.
Allí los procesos de mixtura social estuvieron condicionados por la distancia
física entre los dueños blancos y los esclavos negros.
Aunque de otro tipo e intensidad, ¿persisten hoy día los conflictos?
El Caribe es un área de gran metamorfosis. Aquí el africano devino
negro y el europeo devino blanco. La metamorfosis propició el conflicto
racial en las relaciones sociales. Aún cuando la propia voluntad política,
social o cultural, quiera borrar los rasgos de la escisión, esta se encuentra
en la historia, implica las conciencias subjetivas de muchos individuos. En
esa perspectiva histórica, el debate racial debe entenderse como un conflicto
situado a flor de piel. ¿Por qué? Porque desde 1492 han pasado
apenas quinientos años. En ese tiempo la región atravesó
la historia de la humanidad, pasó de la prehistoria a Internet con gran
intensidad, destilando antagonismos enraizados en la conciencia individual y
colectiva, irresueltos aún. A eso sumémosle que hace apenas un
siglo se declaró en el Caribe hispano, en Cuba, la abolición de
la esclavitud, con su lógica trascendencia. Pero, ¿qué
cosa es un siglo en la Historia? Nada. Además, el siglo siguiente fue
de un nuevo colonialismo para la mayoría de los territorios del área,
lo cual significó el refuerzo del sistema de codificación racial,
y el correspondiente mantenimiento de los valores marginales, de orden subalterno
y de hegemonía, dentro de las condiciones etno-raciales del sistema.
Tanto en Cuba como en otros países, el antiguo esclavo se convirtió
en peón. A él se le dejó el último lugar de la sociedad
capitalista. Un capitalismo, diría yo, entre comillas, pues por estos
lares nunca se manifiesta según sus modelos de origen.
El debate racial en el Caribe se mantiene en la superficie, y se verifica con
intensidad en su literatura, en su arte, en su cultura. Hay una prueba inobjetable:
en muchas de nuestras repúblicas los poetas nacionales han sido precisamente
aquellos que vieron el mundo desde esta perspectiva. Ellos pudieron entender
cómo estas contradicciones aún convivían entre nosotros.
Nicolás (Guillén) es el mejor ejemplo. A él se deben los
versos inmortales de «¿Po qué te pone tan brabo,/ cuando
te disen negro bembón,/ si tiene la boca santa,/ negro bembón?».
Estos, sus primeros Motivos de son (1930) constituyen un acontecimiento cultural.
Según Ángel Augier, en ellos el pueblo negro se sitúa «como
protagonista de poesía, con todos sus atributos raciales», «denuncia
las condiciones miserables a que un sistema social injusto lo relega»,
y expresa su protesta «por la preterición de que era víctima
en la patria que ayudó a libertar y a fundar junto a su hermano blanco».
Yo quiero una Cuba cubana
Eduardo Torres Cuevas, Yolanda Wood y Luisa Iñiguez
Otra Geografía
Luisa Íñiguez. Mi primera observación se relaciona con la Geografía. Por su extensión, o sea, por el área física que ocupan, es utópico comparar el archipiélago cubano con el Caribe anglófono o francófono. Estos dos últimos caben juntos en aquel. Es imposible equiparar los contextos sociales, históricos y políticos de una isla de las Antillas Menores con «La llave del golfo». Hasta las otras islas de las Antillas Mayores caben dentro de Cuba. Y es que hay una geografía, un territorio, una población, y muchas funciones económicas imposibles de cumplir en esas diminutas islas caribeñas, la mayoría de ellas, sin grandes recursos hídricos, volcánicas, o muy montañosas. Conforme a la diversidad natural, por necesidad debemos ser desiguales. Si en Cuba ocurrieron hechos desconocidos en otras islas del Caribe, eso es fruto de la Historia, de la diversidad natural, de los recursos y condiciones de cada lugar. Nosotros desarrollamos un estudio sobre las desigualdades entre los países de Latinoamérica, no solo del Caribe. Nos preguntamos si este taller abarca al Caribe continental: las costas de Honduras, Panamá, Colombia... En algunas de estas, el recuerdo de vivir en el Caribe es a veces más fuerte que el experimentado estando en Cuba o en la Isla venezolana de Margarita.
Mi segunda advertencia: igual que se «blanqueó» (se refiere a la estrategia, trazada desde el siglo XVIII, de colonización blanca en el campo, para enfrentar dificultades que podrían surgir en las plantaciones atendidas por los negros), también se «ennegreció» con haitianos y jamaicanos. La historia aún permanece oculta. El doctor Carlos J. Finlay alertó sobre los efectos de estas migraciones. El debate estremeció La Habana. Se habló del costo que Cuba pagaría -en problemas de salud y de desarrollo psico-mental y social- por la entrada de dichos inmigrantes, gran parte de ellos mal nutridos, portadores de enfermedades transmisibles y con pocos hábitos de higiene. En el proceso de centralización de la economía azucarera, entre ciento cincuenta mil y doscientos cincuenta mil de ellos se «colocaron» precisamente en el oriente de Cuba y dejaron una huella que por mucho tiempo aún perdurará, reproduciéndose en el antagonismo de margen vs medio, en la polaridad Oriente-Occidente. Desde 1959, en cuanto estudio se realizó sobre desarrollo de fuerzas productivas, condiciones de vida, problemas de salud, o de mortalidad por infección, se destaca la zona oriental. Pero es que hay una historia, y en ella inciden con fuerza los problemas etno-raciales.
Otra reflexión: Nosotros tenemos investigaciones de mucho años. Hicimos un estudio de lepra, dolencia que cuenta en Cuba con un buen programa de control. Cuando intentamos incluir la raza como uno de los indicadores, nos percatamos de que esta había sido eliminada de las fichas de registros de casos. Al final fue corregida la deficiencia y rescatamos la información. En Cuba, el padecimiento suele tener un nexo apreciable con la raza. Al margen de un componente genético no estudiado en el país, la investigación considera la concurrencia de componentes antropológicos y socio-psicológicos, de reproducción de marginalidad, de reflejo del vivir inmediato. Estos problemas los estudiamos en Brasil. Allí, tanto en las cárceles como en los barrios insalubres predominan los negros. Así lo prueban los documentos del Instituto Brasileño de Geografía Estadística. Se debe defender la realidad y la ciencia, aunque por sostener tales criterios a uno lo acusen de racismo científico. Nuestro grupo, en entrevistas y muestreos de todo tipo, siempre incluye la raza, y también las creencias.
Por último: es preciso aceptar la diferencia. La pregunta de si aún
subsisten y cuáles son los conflictos etno-raciales, tiene una respuesta
entre los negros, tiene una réplica entre los blancos, tiene un argumento
en Buenavista (barrio del municipio habanero de Playa), tiene una afirmación
en un pueblo haitiano, tiene una contesta en Oriente y otra en Occidente, tiene
una expresión en el poblamiento canario del oeste de Cuba (provincia
de Pinar del Río)... Una de las peores cosas que nos sucedió en
todos estos años es no contar con la desigualdad. Esta no se puede borrar
de un plumazo. Es inherente a la condición humana. Somos desiguales.
Desigualdad no es iniquidad. La iniquidad es injusticia. Encima de esa Cuba
con una naturaleza tan diversa y con una historia tan compleja, ¿cómo
íbamos a ser iguales? El discurso de Fidel en la clausura de Pedagogía'99,
que no fue publicado y por tanto es imposible citar textualmente, nos da seguridad
para hacer estos planteamientos. Allí Fidel, por primera vez, por lo
menos de forma explícita, habla de esto, diserta a propósito del
olvido de los problemas de la raza. Califica a la Revolución como neófita
en ciertos enfoques.
Yolanda Wood. Quisiera decir algo también relacionado con la
Geografía. Es un tema que a quienes investigamos la región del
Caribe nos toca de cerca. En los objetivos del taller no estuvo delinear las
fronteras territoriales de una zona conformada solo a partir de sus mapas físicos
reales, sino de espacios socio-culturales. Concuerdo con la necesidad de entender
el Caribe a partir de una geografía humana, mas sería ingenuo
pensar que la identidad del Caribe está dada por el carácter idéntico
de sus miembros. El Caribe solo puede concretarse cuando se comprende la diferencia.
«Yo soy yo, porque no soy el otro.» Sobre esa base se entiende la
unidad de la diversidad del Caribe. Y como mismo Cuba está en el Caribe,
pero es un caso singular dentro de él, así lo están, con
sus particularidades sui generis, Santo Domingo, Puerto Rico, Jamaica o cualquier
otra isla. Para los estudiosos de la zona se impone distinguir los rasgos cualitativos
que, en un proceso histórico común, pero desde la diferencia,
acusan razones de identidad. Buscar apenas lo idéntico sería labor
no solo poco interesante, sino estéril. En el Caribe existen esos rasgos
de identidad, desde la diferencia, al margen de los marcos de comprensión
de los procesos históricos, y de las políticas y estrategias orientadas
y elaboradas en cada caso.
Gallegos, aplatanados o no
Torres-Cuevas. Las características de las regiones por supuesto
establecen diferencias. Hay una importante desemejanza, en su composición
humana, entre las zonas otrora azucareras o tabacaleras, o cafetaleras o ganaderas.
Pero más aún -vuelvo contra las tesis establecidas-, se habla
de Occidente, y es que dentro del complejo económico-social, en Occidente
estuvieron las llamadas zonas de especialización productiva. Es decir,
la complejidad etno-racial se halla en el interior de una misma región
socio-económica y geográfica.
Luego, coincido con Luisa. Ella dice algo muy importante. Estamos haciendo un
trabajo similar, pero desde la Historia. Sería bueno debatir sobre el
tema. Se trata de una Revolución que arranca con cuatrocientos cincuenta
años de «historia residual». La ingenuidad estuvo en cubrir
la superficie con cierto lenguaje, mientras en el fondo subsistía el
conflicto: falseábamos la realidad, en tanto que el problema crecía.
Ahora, ¿qué ha ocurrido a partir de la crisis de los paradigmas
de la izquierda? (El célebre eclipse de las ideologías fue solo
el eclipse de la ideología de la izquierda. A todas luces, esta había
patentado el término y parecía haber apenas una ideología,
la de la izquierda, mientras en verdad la derecha jamás perdió
su doctrina.) Pues surgieron nuevos problemas. Desde los medios masivos de comunicación
norteamericanos, desde una película del sábado por la noche, donde
el policía, y el jefe de la policía, y el juez, son negros, hasta
los libros teóricos de la industria intelectual estadounidense sobre
el tema, se ha creado un campo de pensamiento, ¡inexistente hace treinta
años!, el cual va en dirección contraria a lo que nosotros habíamos
pensado.
Queramos o no, se impone analizar la forma en que han estallado las contradicciones étnicas en el mundo, desde Timor oriental hasta Kosovo, pasando por el reconocimiento de las autonomías en la península ibérica, corriente opuesta a la historia del centralismo español, algo imprevisto en tiempos de Franco. Las evidencias responden a una concepción contemporánea globalizada y podrían propiciar el fraccionamiento en la sociedad cubana. Pensemos en casos de jóvenes que, por muchas razones, desean reivindicar su «galleguidad», el registro de su descendencia de otros tantos gallegos «aplatanados». Esto, en no pocos casos, es un síntoma de negación de la cubanía de la cual forman parte, pero que desconocen. Quieren ser gallegos, no cubanos. Se olvidaron de algo: sus abuelos llegaron en alpargatas y no accedieron a abandonar Cuba. Y es que hoy Galicia se presenta como una madre protectora rica. Debemos cuidar ciertos fenómenos. Estamos ante planteamientos teóricos y visiones sociales muy distintas, que por una u otra vía terminarán, sí o sí, llegando al país. Ni debemos ni podemos permanecer desarmados ante ellas. A veces no sabemos ni qué cosa es Cuba más allá del sentido geográfico. En ocasiones jóvenes reunidos con Fidel reconocieron no saber Historia. Otros no saben ni quién era Carlos Manuel de Céspedes. Por eso el Estado cubano decidió imprimir un millón de ejemplares de una nueva Historia de Cuba. Esto es motivo de inquietud. José A. Saco tenía una seguridad: Cuba siempre existiría. Pero él deseaba una Cuba cubana, no anglosajona. Yo sigo queriendo una Cuba cubana, y no la de Saco... Esa es la cuestión.
Hilario Rosete Silva y Julio César Guanche, periodistas de la revista Alma Mater
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