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Manuel
Góngora
Cuando se habla del “marxismo occidental” o “europeo”,
se hace atendiendo a los criterios diferenciados con el llamado
“marxismo soviético” o “ruso”. Diferencias
que se sustentan, según sus autores, en el enriquecimiento
de los principios en unos casos y en una explicación más
fidedigna de la filosofía de Marx y Engels en otros. En este
caso, nos surge la pregunta clave: ¿Puede el marxismo ser
objeto de interpretación y de aplicación variada y
contradictoria?
Durante la vigencia de la Unión Soviética, son muchos
los teóricos componentes de las llamadas corrientes del “marxismo
occidental” y de la “Escuela de Frankfurt” que
la critican desde un plano intelectual, por su alejamiento del marxismo
verdadero. Denuncian, sin embargo, aspectos sobre la interpretación
que el socialismo ruso hace de las obras de Marx y Engels, que habían
sido puestos en discusión anteriormente, como en el caso
de Labriola, el padre del marxismo italiano (marxismo occidental),
si bien, el autor realiza su investigación filosófica
con arraigo en Marx y Engels, sin desviarse aún sustancialmente
de sus esencias. A partir de este momento, y al profundizar en las
obras de los sustentadores del marxismo occidental, observamos cómo,
poco a poco, sus lecturas producen en sus seguidores un distanciamiento
cada vez mas pronunciado de las obras clásicas. Y vemos,
también, que en la actualidad, como consecuencia del reflujo
del movimiento obrero, del período de relativa “calma
social” que estamos viviendo, algunos de los padres mas destacados
del marxismo occidental, especialmente Gramsci y Lukács,
están siendo recuperados por sectores de la intelectualidad
comunista.
Pero ¿Cuáles son los rasgos diferenciales entre
el marxismo occidental y el marxismo ruso? Ante todo, encontramos
que mientras el marxismo soviético tiende a organizarse bajo
la forma dialéctica, es decir, presidida por la comprensión
universal del mundo; en cambio, el occidental reduce el ámbito
de su validez a la sociedad y a la historia recelando, en oposición
a Engels y Lenin, de la veracidad de la aplicación de la
dialéctica en la naturaleza. “Esta limitación
del método a la realidad histórico-social es muy importante.
Los equívocos que se originan de la exposición engelsiana
de la dialéctica se apoyan principalmente en el hecho de
que Engels –siguiendo el falso ejemplo de Hegel- extiende
también el método dialéctico al conocimiento
de la naturaleza; mientras que en el conocimiento de la naturaleza
no se hallan presentes las determinaciones decisivas de la dialéctica:
la interacción entre sujeto y objeto, la unidad de teoría
y praxis” (Lukács “Historia y conciencia de clase”).
Otro elemento dispar se concreta en que el marxismo ruso o soviético
persiste en una dialéctica objetiva. Diría Stalin
que la dialéctica “entiende las leyes de la ciencia
–bien sean leyes de las ciencias naturales o leyes de la economía
política”- como un reflejo de procesos objetivos que
se desarrollan independientemente de la voluntad de los hombres.
Los hombres pueden descubrir estas leyes, conocerlas, estudiarlas,
tenerlas en cuenta en sus actuaciones, utilizarlas en interés
de la sociedad, pero no pueden cambiarlas o abolirlas”. Sin
embargo, el marxismo occidental descifra la dialéctica como
la relación especifica entre el sujeto y el objeto. Por consiguiente,
si el primero considera la dialéctica ya constituida y que
precede al hombre, el segundo sólo la entiende de forma empírica,
es decir, se construye en virtud de la asociación de los
individuos y por la praxis de esta unión. Recordemos que
Gramsci decía de Labriola que éste “al afirmar
que la filosofía de la praxis es autosuficiente e independiente
de cualquier otra corriente filosófica, es el único
que ha intentado construir científicamente la filosofía
de la praxis”.
Por último, encontramos en el discurso sobre el pensamiento,
una nueva oposición entre ambos “marxismos”.
El marxismo ruso defiende la teoría que afirma que el conocimiento
no es más que el reflejo de la realidad objetiva en el sujeto,
por esta razón, objeto y sujeto son independientes, aunque
se interrelacionen (léase Materialismo y Empirocriticismo
de Lenin). Por su parte, el marxismo occidental no admite ninguna
separación entre pensamiento y ser.
Ateniéndose a los principios en que se basa el marxismo
occidental una serie de filósofos nos han dejado sus legados,
que en la actualidad podemos ver reflejados en las posiciones de
determinados teóricos y partidos europeos. Sus principales
valedores, Gramsci y Lukács, son abordados con especial atención
y estudio.
Pero, como hemos señalado ya, y también veremos
mas adelante, el marxismo occidental no es solo una interpretación
diferente del marxismo de Marx y Engels con relación al marxismo
soviético, sino que es, y este problema se manifiesta inapelable,
una revisión profunda del marxismo-leninismo. La filosofía
gramsciana difiere radicalmente de la definición que Lenin
realiza en Materialismo y empirocriticismo, cuya tesis central trata
de las cosas existentes fuera de nosotros e independientemente de
nuestra conciencia. Gramsci por su parte, y lo podemos ver en su
controversia con Bucharin, rechaza sin paliativos la explicación
de un marxismo en términos puramente materialistas. Gramsci
insiste en que, en la definición corriente del marxismo como
materialismo histórico, se ha de “poner el acento sobre
el segundo término “histórico” y no sobre
el primero de origen metafísico”.
Y como tuvimos ocasión de comprobar anteriormente el marxismo
occidental, en este caso Gramsci, duda sobre la dialéctica
de la naturaleza de Engels: “Es cierto que en Engels (Antidühring)
se hallan muchos puntos que pueden llevar a las desviaciones del
Ensayo. Se olvida que Engels, a pesar del mucho tiempo dedicado,
ha dejado poco material sobre la obra prometida para demostrar la
dialéctica ley cósmica y se exagera al afirmar la
identidad de pensamiento entre los dos fundadores de la filosofía
de la praxis” (Quaderni, vol. II, c.11, p. 1449).
También al atacar a la ortodoxia, Lukács defiende
su derecho a separarse de Marx y Engels para mejorarlos: “Por
lo que concierne al marxismo, la ortodoxia se refiere exclusivamente
al método. Se trata de la convicción científica
de que en el marxismo dialéctico se ha descubierto el correcto
método de investigación que este método puede
ser potenciado, desarrollado y profundizado únicamente en
la dirección indicada por sus fundadores. Pero también:
que todas las tentativas de superarlo o de “mejorarlo”
no han tenido ni podrán tener otro efecto que el de convertirlo
en superficial, banal y ecléctico”.
Lukács es culpado firmemente, en la “Historia del
marxismo” de Lubomír Sochor, “de limitar la ortodoxia
marxista a método, y de devaluar los resultados obtenidos
por aquel método; de rechazar la teoría del reflejo;
de negar la dialéctica de la naturaleza y de proclamar un
dualismo metodológico; de contraponer Marx a Engels; de negar
la causalidad económica y la objetiva ley causal”.
De cuyas acusaciones, lejos de asimilarlas para proceder a su retractación,
Lukács, incluso se enfrenta a ellas reafirmándose.
Las bases teóricas del marxismo occidental originan desviaciones
“prácticas” materializadas en tácticas
antileninistas. Es sabido que el marxismo occidental no concede
especial atención al reflejo de la realidad objetiva en la
mente del hombre como engendrador y conductor de la conciencia.
Es el hombre el que conduce la historia. Desde esta base, el individuo
subjetivamente, aunque se trate de la clase obrera, puede construir
su historia futura (socialismo) desde las entrañas del capitalismo
constituyéndose en la clase hegemónica.
La hegemonía gramsciana es contraria a las propugnas revolucionarias
de Lenin. Pues si Lenin destaca la dirección política,
ésta se transforma en Gramsci en dirección cultural,
lo que implica que para Gramsci el momento de la fuerza es instrumental,
quedando supeditada al instante de la hegemonía. En Lenin,
no obstante, dictadura y hegemonía van unidas y en todo caso
la fuerza es primaria y totalmente decisiva.
Gramsci defiende que el grupo revolucionario debe esforzarse en
ser dirigente antes de conquistar el poder. Para el dirigente italiano,
la actitud revolucionaria se hace posible cuando la clase en el
poder, aun siendo dominante todavía, se muestra incapaz de
resolver los problemas de orden colectivo, y de imponerse cultural
y moralmente. Siendo éste el caso de la burguesía,
por lo que el proletariado debe oponer un “bloque histórico”
de fuerzas heterogéneas cimentadas por la visión contemporánea
comunista del mundo. Una lectura exagerada de su obra ha contribuido
a la formación del Eurocomunismo, a la táctica del
compromiso histórico con la Democracia Cristiana, que desnaturalizó
primero al Partido Comunista Italiano y después lo hizo desaparecer
y dio lugar también a las teorías revisionistas de
Lucien Seve, filósofo miembro del Partido Comunista Francés.
En consecuencia, Gramsci llega a la conclusión que en Occidente
el choque revolucionario nunca será frontal y limitado a
golpear al Estado. Se trata de atacar en profundidad a las instituciones
civiles en su conjunto. En definitiva, para el partido comunista
el objetivo, a diferencia de las posiciones leninistas, debe ser
el de desgastar la sociedad burguesa, conquistando los puntos vitales
de la sociedad civil, creando las premisas para acceder al poder,
por desgaste. Algunos observadores modernos conceden crédito
excesivo al planteamiento gramsciano y desde sus bases aplauden
y ensalzan en conferencias, simposios, seminarios etc. la labor
de Lula en Brasil, a la par que soslayan cualquier inferencia positiva
que pueda emanar de Venezuela y Cuba.
Así pues, a diferencia de Marx y Lenin, que incluían
la “sociedad civil” en las estructuras o relaciones
económicas, Gramsci la identifica como parte de las superestructuras,
que operan como momento de elaboración de las ideologías
y de las técnicas de consenso.
En los años 90 y con motivo de la desaparición de
la Unión Soviética, una pléyade de teóricos
reavivan con mayores bríos tácticas y estrategias
pseudorevolucionarias dimanantes de las ideas gramscianas de la
lucha de desgaste. Tal es el caso de Lucien Seve, que apoyándose
en supuestos fallos que llevaron a la URSS hacia su derrumbe, propone
tácticamente la necesidad de ir conquistando los lugares
estratégicos de la economía burguesa, hasta ir reduciendo
las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual. Sería
la revolución procesal:
“Este cambio profundo en la manera de enfocar la visión
histórica y sus contenidos estratégicos cambia otro
tanto la cuestión del poder político. ¿”Conquistar
el poder”? Pero ¿de qué manera cuando el dominio
del capital parece tan aplastante, y empezando por la empresa o
la localidad y hasta los poderes centrales y los grandes medios
informativos, pasando por todos los campos de la “sociedad
civil”, su monopolio directo o indirecto casi no tiene límites?
Aquí se pone en entredicho toda la concepción tradicional
de la revolución vinculada a una percepción demasiado
estrecha de lo político: si no hay “sencillamente un
poder que tomar”, derrocar el Estado solo puede consistir
en un “proceso para tomar los poderes, transformarlos, dejar
atrás algunos y sobre todo crear otros nuevos” –
proceso en el cual los éxitos notables “de arriba”
presuponen no solo nuevas relaciones de fuerzas “abajo”
sino la transformación de todo el enfoque en todos los niveles,
desde las acciones cotidianas hasta los importantes momentos institucionales”
(Lucien Seve, Comunismo: ¿Qué segundo aliento?).
El propio pensamiento de Gramsci acerca de la congregación
de fuerzas heterogéneas se convierte en su negación,
pues éste es el reflejo de las condiciones históricas,
económicas y políticas, resultando como aseguraba
Lenin en la teoría sobre el reflejo. Las condiciones objetivas
independientes de la voluntad del hombre son las que impelen a la
III Internacional a formular el “Frente Único”,
para conseguir los frentes populares que instaurarían las
Republicas Democráticas Populares. Pero a diferencia del
“compromiso Histórico” y de la táctica
de desgaste, los Frentes Populares se basaron en los principios
revolucionarios leninistas y del conocimiento del momento histórico
para culminar las tareas democráticas burguesas. Liquidados
los vestigios feudales y finalizada la revolución democrática
burguesa, la lucha es frontal contra el estado capitalista, después
se sustituirán las instituciones capitalistas por las proletarias.
Nada de proceso, nada de desgaste, sólo pura revolución.
Los continuadores del marxismo occidental, no tienen en cuenta
la perennidad de las circunstancias que concurrieron entre 1920
y 1945 y que ocasionaron la necesidad de los frentes populares como
instrumento de las democracias populares, en su constitución
previa a la dictadura del proletariado. Y desde hace años
especulan en torno a las superestructuras, en torno a la idea, con
formulaciones estrictamente académicas, olvidándose
de la práctica real, de la lucha de clases, de los movimientos
de masas. Lo lamentable es que a esta dejación se la quiere
alimentar con bases teóricas que niegan la lucha de clases:
De esta manera, la formación marxista de varias generaciones
fue marcadas por un determinismo algo primitivo según el
cual el curso de la historia lo determinaría en “última
instancia” el desarrollo de las fuerzas productivas “materiales”
consideradas en sí, última garantía del porvenir
socialista –al que corresponde de manera unilateral en los
años setenta un voluntarismo izquierdista para el cual “la
lucha de clases lo decide todo” (Lucien Seven, Comunismo:
¿Qué segundo aliento?).
Estemos alertas, prestemos gran atención, pues asistimos
a un período (reflujo del movimiento obrero) propicio para
la incubación de nuevas formas de revisionismos. La confusión,
la inconcreción, las trampas teóricas, rasgos característicos
que se desprenden del “marxismo occidental”, se ocultan
tras la verborrea radical. Los principios de la Dictadura del Proletariado,
del acceso al poder por el proletariado y sus aliados tras derrocar
al estado capitalista, sustituidos por Republicas Democráticas
Populares anacrónicas, están en peligro de extinción
en los programas de muchos partidos que se reclaman del marxismo-leninismo.
Las influencias de un tiempo crítico para el Movimiento Comunista
Internacional aún no superado son enormes, así como
su distorsión teórica, y están siendo asumidas
con dudosa facilidad. Pero, todo se lleva a cabo con el señuelo
de la investigación para descubrir maneras modernas de hacer
que entierren las inveteradas tácticas leninistas, que para
muchos han quedado obsoletas, refutadas por la historia; aunque
la vergüenza de manifestarlo públicamente les impida
plasmarlas en los programas, problema, que sin embargo, solucionan
en la practica porque ésta les abre la posibilidad de irlas
rechazando.
22/01/2005

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