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Desafío del Parlamento cubano: No dar tiempo a que la fe se debilite

Soledad Cruz

A más de 150 años de su nacimiento, ocurrido en la calle de Paula en la entonces San Cristóbal de La Habana, el 28 de Enero de 1853, José Martì tiene mucho que enseñarnos todavía. Parecía escrita para las elecciones cubanas de este 20 de enero del 2008 aquella advertencia publicada en el periódico Patria el 11 de junio de 1892. "A un plan obedece nuestro enemigo: el enconarnos, dispersarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo". Y siguiendo esa prédica iluminada el 91 por ciento de los cubanos votamos unidos por los candidatos propuestos en la confianza de que entre todos, juntos, podemos seguir adelante si no olvidamos otras sugerencias martianos sobre el mejor modo de gobernar.

Martí fue el primero en alertarnos desde su época que de Estados Unidos no podíamos esperar nada los nativos de esta isla signada por la codicia de vecino tan poderoso. En carta al compatriota Ricardo Rodríguez Otero, fechada en New York, el 16 de mayo de 1886, explica las razones por las cuales sería cosa de ignorantes creer que la anexión de Cuba a Estados Unidos solucionaría los problemas del país: "Quién ve que jamás, salvo en lo recóndito de algunas almas generosas, fue Cuba para los Estados Unidos más que posesión apetecible; Quien lee sin vendas lo que en los Estados Unidos se piensa y escribe desde la odiosa carta de instrucciones de Henry Clay en 1828, hasta de lo que si propio dicen en su conversación y en su poesía, hasta el somos los romanos de este continente, de Holmes: Somos los romanos y llegará a ser ocupación constante nuestra la guerra y la conquista; quien ama a su patria con aquel cariño que sólo tiene comparación, por lo que se sujetan cuando prenden y por lo que desgarran cuando se arranca, a las raíces de los árboles, ese no piensa con complacencia, sino con duelo mortal, en que la anexión pudiera llegar a realizarse.

Sólo el que desconozca nuestro país, o éste, o las leyes de formación y agrupación de los pueblos, puede pensar honradamente en solución semejante: o el que ame a los Estados Unidos más que a Cuba, enfatizaba Martí en esa misma carta. Y en Vindicación de Cuba, artículo aparecido en 1889 como réplica a otro vejatorio de la identidad cubana definía la posición de los cubanos emigrantes favorables a la independencia de Cuba en aquel país: "Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre han comenzado en esta república portentosa su obra de destrucción (...) no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado del poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia.

La Historia le ha dado la razón a nuestro Martí. Los Estados Unidos de Norteamérica se han convertido en un imperio de peores presupuestos que el romano y aquellos elementos funestos que se avizoraban desde entonces liderean la nación que lejos de ser la típica de la libertad, tiraniza al planeta con guerras y conquistas, realidad sólo negada por lo ignorantes de ahora o por sus indignos secuaces. Pero los personeros de su régimen totalitario se niegan a reconocer que los elocuentes resultados de unas elecciones, donde el voto no es obligatorio, y más del 96 por ciento de la población apta para tal ejercicio democrático acudió a las urnas y el 91 por ciento de los que votamos aceptamos la propuesta de Fidel de votar unidos por todos los candidatos después de que en el 2007 se había producido una valiosa polémica sobre los problemas del socialismo cubano que la dirección del país asumió.

Que una administración como la de Bush, presidente que llegó a su cargo después de un escándalo internacional a causa del conteo de los votos la primera vez y la segunda ocasión con casi la mitad de los votos ganados limpiamente por nuestros candidatos a Diputados a la Asamblea Nacional, se permita tal dislate es el colmo del cinismo y la prepotencia sobre los cuales deben tomar nota las personas honestas del orbe.

El sistema eleccionario cubano no es perfecto, como ha reconocido Ricardo Alarcón, Presidente de la Asamblea Nacional, en entrevista publicada en Juventud Rebelde y reproducida en numerosos medios alternativos, pero tampoco es perfecto el del resto del mundo. Pero nadie puede ni imaginar siquiera que por mucha propaganda, o pretendida coacción, se pueda lograr que más de 8 millones de ciudadanas y ciudadanos vayan a votar y mucho menos que se les pueda obligar en el momento último de hacer su voto.

La mejor prueba es que un hubo más de un tres por ciento de boletas en blanco y más de un uno por ciento de anuladas y otro por ciento que no fue a votar. A mí me gusta la verdad, aunque no tenga remedio, y porque creo como Martí que mejor sirve a su patria, que también es la humanidad, según su definición, quien la asume con todos sus riesgos. Por eso no puedo tolerar las campañas de calumnias y mentiras de los que no pueden admitir que la inmensa mayoría de los cubanos votó voluntariamente por la revolución y el socialismo y sabe que no puede esperar cambios espectaculares pero exigirá con toda razón y moral una mejor gestión gubernamental.

"Si vamos por donde quiere ir nuestro pueblo, venceremos; si no, no", le escribió Martí a al generalísimo Máximo Gómez en carta llena de angustia donde exponía de manera valiente sus inconformidades con el modo en que los legendarios héroes de las anteriores guerras enfocaban la lucha por la independencia que él, Martí, sin que nadie le diera instrucciones estaba organizando. En esa misiva del 20 de octubre de 1884, le aclara al viejo guerrero que admira y respeta, que un pueblo no se funda como se manda un campamento y que "la patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia".

La mayoría revolucionaria del pueblo cubano ha dicho con absoluta sinceridad en los debates del año 2007 lo que piensa, siente y aspira de la gestión gubernamental y lo ha hecho con sensatez, con responsabilidad, conocedora de la compleja situación internacional y de sus efectos en la vida cotidiana, distinguiendo con sabiduría los límites entre las consecuencias reales y palpables de la política norteamericana contra Cuba, que es la mayor limitante, sin dudas, y ese otro bloqueo interno levantado con medidas burocráticas, obsoletas ya para estos días, acudiendo a fórmulas agotadas por el uso, frenadoras de ese capital de inteligencia que ha creado la propia Revolución en todas las esferas del saber humano y que pueden ser aprovechadas para encontrar remedio o palear muchas de las adversidades diarias.

El propio Martí definió una vez que a veces esperar es vencer, pero en las circunstancias actuales en Cuba, será necesario atender a aquella nota suya titulada El arte de pelear, aparecida en Patria el 19 de marzo de 1892, en la que enérgico advierte: "Se pierde una batalla cada día que pasa en la inacción. Se pierde una batalla cuando no se guía inmediatamente al ataque la fe que cuesta tanto trabajo levantar. Se pierde una batalla cuando en el momento que exige mano rápida y grandiosa en los jefe, y mucho brazo y mucho corazón para la arremetida, tarde en vérseles a los jefe la mano rápida, y se da tiempo a que se desorden los corazones".

Este Parlamento que inaugurará su trabajo el próximo 24 de febrero, esa Asamblea que me representa a mí y a todas las cubanas y cubanos, por cuyos miembros voté confiando en sus méritos, en la seguridad que sin méritos no hubieran sido propuestos, tiene la obligación moral y legal de analizar todos los problemas planteados y darle respuesta, y tomar decisiones que satisfagan a esa mayoría que votamos y le demuestre a los que dejaron su boleta en blanco, o fueron selectivos, o no votaron que nuestra confianza depositada está justificada, que será una Asamblea a la altura que los tiempos exigen y sus sesiones y deliberaciones no serán una interminable lectura de discursos para legitimar la complacencia con lo que está bien hecho y no asumir lo que anda deshecho, porque lo que funciona bien ha de reconocerse para estímulo de quien lo propicia, como diría Martí, pero lo que anda mal, no funciona, es ineficaz, es cómplice del enemigo que quiere destruirnos.

No les vamos a pedir a las diputadas y diputados, que sean magos, pero si que trabajen con inteligencia, que se auxilien de todo los saberes acumulados, los de la ciencia y los de la experiencia, que es otro tipo de ciencia, y de la lógica del pueblo, que al decir de Fidel en la Historia me absolverá, es sencilla pero implacable, para que todo lo que está a la mano, lo que puede ser solucionable ahora mismo, lo sea y pongo de ejemplo lo ya dicho, una concepción adecuada de hacer producir la tierra por aquellos que están en capacidad e interés de hacerlo; eliminar todas esas prohibiciones, que como se ha reconocido, crean más delitos e ilegalidades, fomentar una manera honrada y legal, socialista, para que las personas tengan alternativas para ganar su sustento y no se siga corrompiendo la ética del vivir en turbios mecanismos donde todos somos afectados porque se roba al estado los bienes que nos pertenecen colectivamente.

El Parlamento cubano tiene que hacerse todas esas preguntas, que se hace la población que lo eligió y tiene que exigirle a los organismos administrativos, respuestas y evitar esos informes apologéticos de Ministerios, donde todo funciona muy bien, aunque autocráticamente declaran que están insatisfechos, sin aclarar cuales son las insatisfacciones mientras sus presuntos logros no se palpan en las calles, las veredas, los caminos.

Para que esta legislatura funcione como esperamos hay que darle mayor autoridad al primer eslabón del Poder Popular, el Delegado de circunscripción; delegado es un concepto muy apegado a Martí, que lideraba el Partido Revolucionario Cubano y simplemente, democráticamente, humildemente firmaba sus trabajos de prensa y los documentos como el Delegado, él se consideraba así alguien en quien los otros han delegado una responsabilidad, pero el delegado nuestro de circunscripción no puede cumplir esa tarea que le hemos dado sus electores, porque no se le tiene en cuenta como merece, los planteamientos de los vecinos que él debe trasmitir a las instancias correspondientes no tienen respuesta, o no tiene la adecuada y veraz porque los funcionarios que deben darla no consideran esa una estructura donde comienza la participación real de las gentes en su gobierno. Y esa es la manera más directa de tratamiento particular y diferenciado de cada ciudadana y ciudadano a sus problemas.

Una de las causas fundamentales de malestar de la población cubana es esa, la falta de respuesta de quienes tienen la obligación de hacerlo, según la Constitución de la República y las leyes que rigen nuestra democracia, que tiene numerosos aspectos que perfeccionar en el espíritu socialista, no en el legalista burgués, para que cada vez se más realmente participativa, no sólo en la votación en la elección, sino en las decisiones y responsabilidades ciudadanas, pero es auténtica e indiscutiblemente una democracia porque su razón de ser es el beneficio de las gentes.

El Parlamento que elegimos y que inaugura sus sesiones de trabajo el 24 de febrero, el día que en 1895 comenzó la guerra necesaria organizada por Martì, tiene el mandato de la inmensa mayoría del pueblo para trabajar con serenidad e inteligencia, pero sin demora, porque estos cinco años de legislatura definirán el futuro de la nación.

Grandes son los riesgos que tenemos, pero ninguna batalla se puede ganar sin tomar riesgos. Y las más sofisticadas estrategias pueden dar al traste sin la táctica adecuada. No hay que acobardarse ante los peligros, sino conocerlos y afrontarlos, dijo Martì en carta a Juan Bonilla de agosto de 1890 en los tiempos duros de preparar la guerra y en septiembre de 1891, convocando a los cubanos para un encuentro de recordación del 10 de octubre, inicio de las guerras independentistas, hacía una aseveración útil para los diputados de hoy:" Hay un pueblo de un solo corazón que vigila y confía". No defraudarlo es la compleja y hermosa tarea. No dar tiempo a que la fe mostrada se debilite es el desafío.

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