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El pensamiento único y la neutralidad imposible |
Omar González
1. HISTORIAS CON OLVIDO
En enero de 1995, en un célebre artículo que publicara
en Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet definió
al "pensamiento único" como "una especie de doctrina
viscosa, que, insensiblemente, envuelve cualquier
razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo
paraliza y acaba por ahogarlo"; y, también, como "la
traducción en términos ideológicos con pretensión
universal de los intereses de un conjunto de fuerzas
económicas, en particular las del capital
internacional."
Corrían tiempos de incertidumbre y parálisis en la
izquierda convencional, y de jolgorio y frenesí en la
derecha, siempre inclemente. El capitalismo aprovecharía
la ocasión para presentársenos, una vez más, como la
"única" opción, la
ineluctable, la democrática, aún cuando
supiéramos que, en lo esencial de sus nuevas
prolongaciones, se trataba del más desolador de los
fundamentalismos, el del mercado como pauta de todas las
cosas. Para entonces, no pocos conversos, como alguna
vez los llamara Günter Grass, y algún que otro
advenedizo, habían decretado el fin de la historia y la
muerte irreversible de las ideologías. Empezaban años de
oscuridad y de renovado estoicismo para los
revolucionarios y, en general, para las fuerzas
progresistas del mundo. Una nueva izquierda,
necesariamente difusa, multipolar e incrédula de viejos
métodos y axiomas, comenzaba a estructurarse, y el
impacto salvaje de la globalización iba a acelerar su
crecimiento en un marasmo de confusiones que aún
pervive.
Pero tal escenario no fue obra de un día -si bien los
acontecimientos aceleraron su manifestación-, ni
únicamente consecuencia directa del fracaso del
autoproclamado "socialismo real"; venía gestándose, como
si se tratara del huevo de una serpiente, desde los
tiempos remotos del colonialismo, que no vaciló en
exterminar o disociar pueblos y civilizaciones enteros,
porque era imprescindible aniquilar sus culturas para
proponerse dominarlos a plenitud. Largo sería el camino:
borrar la identidad, vaciar de memoria a generaciones y
generaciones, fue, es y será tarea de siglos y de
milenios. Sin esta noción crítica del pasado, no nos
explicaríamos lo que acontece hoy.
El arzobispo sudafricano Desmond Tutu, logró describir
el significado cultural y económico de la colonización
con una parábola que trasciende los orígenes del
imperialismo y se valida en nuestros días. Me permito
citarla:
"Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la
tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y recen'. Y
cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y
nosotros teníamos la Biblia."
Este largo proceso de vaciamiento físico y cultural, al
que son inherentes la suplantación de la historia y la
desinformación como programa, llegó a extremos tales
que, en 1878, las metrópolis occidentales eran dueñas
del 67 % de la superficie terrestre, y, hacia 1914, ya
tutelaban el 85 % del planeta. En este contexto, la
visión europea del resto del mundo estuvo tan
circunscrita al enfoque de sus propios problemas que
muchos de los pensadores más radicales de aquellos
momentos, no pudieron substraerse de ella. Marx, por
ejemplo, en su artículo "Bolívar y Ponte", de 1858, nos
legó una de las semblanzas más inexactas y maniqueas de
cuantas se hayan escrito acerca de la trayectoria
esplendente del Libertador, y otros no menos
imprescindibles, omitieron, más por desconocimiento que
por subestimación -lo que no excluyo-, la heroica
historia de los pueblos del Sur. Es algo que,
explicándose en otras razones, aún perdura e inquieta.
La ausencia de referencias al pensamiento (y al ejemplo)
inconmensurable de José Martí en el legado teórico
europeo más extendido -no ya en el siglo XIX, sino
durante la última centuria y lo que va de esta-, es
símbolo de una perspectiva que, en el mejor de los
casos, calificaría de empobrecida y discriminatoria,
según corresponda. El control mediático de la sociedad,
como se advierte fácilmente, no es un rasgo de la época
actual; siempre ha sido una característica de quienes se
han propuesto dominar el mundo desde la hipocresía y la
mentira. De ahí la importancia de nuestra duda y de toda
sospecha, aunque sin paranoia.
El
mundo ahora es propiedad de las corporaciones, que lo
administran y controlan con mayor severidad que como lo
hicieron antaño los colonizadores. Ser pobre, negro o
indio
-a
fin de cuentas casi lo mismo-, quinientos doce años
después de que América se revelara a Europa como la
Tierra Prometida, continúa siendo sinónimo de
esclavitud, desolación y genocidio cultural. Conocidos
son los innumerables proyectos de "modernización"
forzosa, implantes ideológicos y erosión continua de
valores, amén de las consabidas usurpaciones del espacio
vital, supuestamente en nombre del progreso. Ahora
mismo, los indios mapuches, que se enfrentan a la
transnacional Benetton porque ha invadido sus tierras y
se ha propuesto instalar en ellas uno de los mayores
rebaños productores de lana del mundo, no solo entran en
el laberinto mortal de las leyes imperiales, sino en la
desconcertante cultura de la propiedad privada. Para
ellos, sencillamente, la tierra es como el aire:
inasible. Un patrimonio de todos.
Hace apenas dos años, EE.UU. (48 %), la Unión Europea
(30 %) y Japón (10 %), dominaban la posesión de la
industria, la banca y los negocios mundiales. Hoy, con
toda seguridad, esta cifra ha aumentado para mal de las
soberanías nacionales; de hecho, entre las quinientas
compañías más grandes del mundo, ninguna es
latinoamericana o africana, y apenas tres pertenecen a
magnates originarios de los llamados Tigres o Dragones
de Asia. Igualmente, es alarmante saber que EE.UU., la
Unión Europea y Japón, controlan el 90 % de la
circulación mundial de información o, lo que es lo
mismo, determinan la agenda y el punto de vista
editorial de los medios masivos, a tal punto que las
alternativas son condenadas a la marginalidad absoluta.
De este modo, el diseño y radicación del pensamiento
único encuentra su mejor plataforma ideológica en las
agencias de noticias y en la panoplia de medios
digitales, impresos y radiotelevisivos con que se
manifiesta la globalización en este campo. El propio
Ramonet, en un reciente análisis acerca del universo
mediático francés, alertaba de las consecuencias de esta
devastación del pluralismo informativo en aquel país.
Tómese en cuenta, por último, lo señalado por J. Foster
Dulles, tan temprano como en 1945, cuando aseveró: "Si
me obligasen a escoger un único principio de política
exterior, escogería la libre circulación de
información". Libre circulación que, como es sabido, ha
de ser entendida como confinamiento absoluto de
cualquier diferencia inconveniente al sistema. El
pensamiento único es también eso: la totalidad de las
formas, la ubicuidad del presidio, la ilusión de vivir
en libertad mientras la diferencia agoniza.
En términos de exclusión y desigualdad, con la
globalización neoliberal se han roto todos los records.
En su informe de diciembre de 2004, la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) señala que mil 400
millones de personas, junto a su familia, ingresan y
malviven con dos dólares al
día, y de ellas, 550 millones ganan menos de uno.
A estas últimas, se agregarían 514 millones hasta el
2015, en un pronóstico que algunos califican de
reservado. Para afrontar esta realidad, en lo tocante a
los de menor ingreso, el Producto Interno Bruto de
América Latina tendría que crecer entre 3 y 4 %
anualmente; el doble de lo conseguido durante la última
década. Algo que parece improbable si nos atenemos a la
circunstancia actual y a sus perspectivas inmediatas.
En la práctica, puede afirmarse que la mitad de la
población mundial vive en la pobreza, más de 800
millones pasan hambre, alrededor de mil 50 millones son
analfabetos y la tercera parte desconoce aún los
beneficios de la electricidad. Peor, ni siquiera el
infierno. Vaya pregunta la que habría que hacer a los
ideólogos del neoliberalismo, pero la respuesta nos la
sabríamos de memoria.
El
Santo Grial del pensamiento único está en la Casa
Blanca, regenteada ahora por un holding de viejos
mazorqueros de la industria energética, armamentista y
bursátil. Pero, digámoslo por justicia, no están solos.
Tras su fanatismo y tozudez primitiva
-como en El cerebro de Donovan, de Curt Siodmak-,
alguien piensa "como, por y para" ellos. Se
trataría de una elite neoconservadora, integrada por
ideólogos renegados y dogmáticos, lo mismo demócratas
que republicanos, antiguos ultraizquierdistas y ex
liberales, neocristianos y xenófobos, adinerados todos,
que, sin excepción, poseen vínculos orgánicos con los
medios de comunicación más influyentes, varios de ellos
a su cargo, y con las cabezas visibles de la
Administración, al tiempo que incrustan y promueven
ideas de naturaleza extrema, como serían: el mesianismo
de EE.UU., la estrategia para un nuevo siglo americano,
la inevitabilidad de la IV Guerra Mundial, y un
ilimitado rosario de maquinaciones que les permiten
instrumentalizar los asuntos de la subjetividad. En el
trasfondo de este entramado filosófico, que no deja de
ser coherente con los hechos de gobierno, estaría la
sustentación teorética del nuevo tipo de fascismo que
pretende imponérsenos, y que, como todo absolutismo, se
basa en la reiteración de la mentira hasta lograr que
reemplace a la verdad.
Sin embargo, estas nuevas falacias no tienen prosapia ni
atractivo literario alguno. Por su vulgaridad y pavorosa
sustentación, quedarían excluidas de cualquier referente
ilustrado. Clasificarían en el ámbito de lo tenebroso.
Cervantes, que dedicó a la fabulación personajes y obras
imperecederas, nos dice en el Quijote, por boca
del Canónigo de Toledo que ".tanto la mentira es mejor
cuanto más parece verdadera y tanto más agrada cuanto
tiene más de dudoso y posible". En lo que atañe al
actual gobierno de EE.UU., su mendacidad no evoca
certezas ni provoca placeres, pues siempre conduce a la
muerte mediante el engaño. Únicamente en aquella
sociedad, alucinada como ninguna, presa del pánico, la
trivialidad y la desconfianza, puede la doctrina
neoconservadora encontrar relativo asidero en
determinados estratos, lo que no significa que no tenga
cultivadores y partidarios en otros países. En lo
esencial, quiérase o no, su explicación y raíz estarían
en el miedo, que constituye, a fin de cuentas, el
superobjetivo de toda ideología imperialista.
Verbigracia, uno de los tantos recursos de que se vale
la administración Bush en su cruzada contra el
terrorismo.
2. EL CEREBRO DE DONOVAN Y LA IMAGEN DEL "OTRO"
Entre todas las maravillas y angustias que nos legara el
siglo XX
-el más breve de la historia, según Eric Hobsbawn- el
cine (que nació antes, pero socialmente se realizó
después), la televisión e Internet son, sin duda, las
que han experimentado un crecimiento exponencial más
acelerado desde el punto de vista social; el SIDA sería
la calamidad por antonomasia.
Cuando se analiza la circulación internacional del cine,
lo primero que salta a la vista es la marginación de
todo filme que no sea norteamericano. Muy pocas
producciones europeas, consiguen verse en Asia, África y
América Latina, y mucho menos en los EE.UU., donde, como
promedio, solo entre el 1 y el 3 % de los largometrajes
exhibidos son de procedencia extranjera. Al interior del
Viejo Continente, la situación tampoco es muy
edificante. En Italia no se programa el cine español,
excepto las obras de Almodóvar y Amenábar; en España no
se disfruta el francés, y en Francia, que es donde se
aprecia mejor cine no estadounidense, el producido en
Latinoamérica se distribuye de tal modo que muy pocos
pueden acceder a él. En toda Europa, el estreno de
cualquier filme globalista -léase producido "por" o
"desde" las majors de Hollywood- desplaza
automáticamente de las pantallas al cine nacional. En
2002, España decreció en más de 6 millones de
espectadores con relación al año anterior,
continuó en picada en 2003,
y aunque dio signos de recuperación en 2004, hasta
alcanzar 140 millones de entradas vendidas -había
logrado 137,5 millones en 2003-, su cinematografía
perdió 3 millones de espectadores que fueron a dar a las
salas que exhibían filmes estadounidenses. Hoy la cuota
de mercado del cine español es de apenas 14 % en su
propio país, como se aprecia en la siguiente tabla, en
la que llama la atención, además, el reducido espacio
que ocupan las cinematografías de otros países europeos
y la ya referida hegemonía norteamericana. Sirven de
poco las preguntas, los números gritan por sí solos.
Tabla 1
CUOTA DE MERCADO DE PELÍCULAS DE LA UNIÓN EUROPEA Y
EE.UU.
1 de enero a 15 de diciembre de 2004
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Fuente: Ministerio de Cultura (www.mc.es/cine) |
Algunos estudios dados a conocer alegremente en Madrid
hace unos días, comportan la sensación de que las
circunstancias pudieran ser mejores de lo que parecen.
Sin embargo, convendría desvestir las cifras y
desentrañar sus esencias. La Encuesta de hábitos y
prácticas culturales en España entre 2002 y 2003,
incorpora esa perspectiva cuando sostiene que 62,1 % de
los 12 mil entrevistados asistió al cine alguna vez
durante el período; 86,2 escuchó música; 22,4 dedicó
tiempo a la lectura de un libro (no obstante afirmar que
el 98,6 % de los hogares cuenta con 125 volúmenes como
promedio); 30,3 se informó mediante la lectura de
periódicos, y 15 % destinó buena parte de sus horas
libres al uso de ordenadores. De igual modo, en una
tendencia que es universal, cada español habría
invertido la media diaria de 165,6 minutos en consumir
programas de televisión, donde el cine ocupa el segundo
lugar de preferencia luego de las noticias. Nada se
dice, en el reporte de esta encuesta que recibo, acerca
de la calidad y, menos aún, de la presencia, o no, de la
gran cultura hispana en las prácticas y hábitos de los
encuestados, lo que me obliga a preguntas que el lector
comprenderá: ¿cuánto hay en estos números de telebasura,
música tecnoclónica, banalidad, cine metralla,
manipulación de la información, literatura shopping y
contenidos digitales reprobables? ¿Cuánto hay de riqueza
espiritual y cuánto de empobrecimiento humano? Tal es el
problema: una respuesta que las estadísticas jamás
contienen. Por si fuera poco, leo otra noticia tan
contradictoria como preocupante: el 50 % de los
españoles, de acuerdo con una encuesta publicada en
enero de 2005, prefiere el cine extranjero antes que el
de su país. Y vuelvo a mirar la Tabla 1, que no es
precisamente la de salvación, y entonces me acuerdo de
una plaga llamada José María.
Por su parte, el Observatorio Europeo del Audiovisual
continúa presentando cada año su informe Tendencias
del mercado mundial de filmes, en cuya edición de
2004 se afirma que los veinticinco países que
actualmente forman la Unión Europea, produjeron 752
largometrajes de ficción en 2003 (solo veinticinco más
que en 2002, cuando eran quince estados), y que se
vendieron 954 millones de tickets (4,4 % menos que el
año anterior). De estos últimos, solo el 26,6 % fue
adquirido para ver películas propiamente europeas; en
cambio, el 71,2 % estuvo destinado a proyecciones de
filmes norteamericanos, y apenas el 2,2 % a la
producción del resto del mundo. Como se aprecia, la
preponderancia del cine hollywoodense es también
abrumadora a escala comunitaria, a pesar de que la
totalidad de los países de la UE produjo más películas
que EE.UU., donde esta vez solo el 2 % de lo exhibido
fue de procedencia extranjera. Para ilustrar aún más la
realidad que hemos descrito, cabe agregar que únicamente
en tres países (República Checa, Finlandia e Irlanda),
sendos largometrajes
de procedencia nacional consiguieron ser más taquilleros
que El Señor de los Anillos: las dos torres y
Matrix Reloaded, y que solo seis películas de los
diez nuevos estados miembros, pudieron ser exhibidas
comercialmente en la vieja Unión, donde alcanzaron,
léase bien, la patética cifra de 37 mil espectadores, o,
lo que es igual, 0,004
% de la totalidad. Estaríamos hablando de
cinematografías otrora tan celebradas como la húngara,
la polaca y la misma checa. En contraste, el animado
norteamericano Buscando a Nemo
-de los Estudios Pixar, pero distribuido por Disney-,
logró nada menos que 37,7 millones de entradas vendidas,
mil 18 veces más que los seis filmes de los nuevos
estados miembros.
Si
este es el "paisaje después de la batalla" en la culta,
integrada e industrializada Europa, cuna del
cinematógrafo, qué ocurrirá en otros territorios menos
favorecidos o eternamente expoliados por la acción del
Norte. En el caso de África, América Latina y buena
parte de Asia
-por diversos motivos, China e India serían una
excepción- todo cálculo, por manipulado que esté,
conduce a peores diagnósticos. Para quienes se empeñan
en parecer ingenuos ante la asfixiante realidad que
acompaña a la globalización, estos datos deberían
resultar anonadantes. Es, con la televisión como
pandemia, el paroxismo de la incultura y el pensamiento
únicos, pues ya se sabe que quien no participa de la
diversidad, se esclaviza y mutila hasta ser incapaz de
reconocerse a sí mismo.
Pero hay más, tantos casos como periferia. Sobrecoge el
de Argentina, país con larga tradición cinematográfica,
que si vive hoy momentos de promisoria revitalización de
la producción nacional, la herencia del menemismo,
medularmente diseccionada por Pino Solanas en su
documental Memoria del saqueo, continúa
postergando sueños y asfixiando deberes. Considérese
que en el año 2004, según estadísticas del Instituto
Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), ese país
tuvo 41 millones 313 mil 329 espectadores, de los cuales
86,6 % optaron por películas extranjeras, y que solo
tres de los 61 filmes nacionales exhibidos rebasaron las
500 mil entradas vendidas, dos de ellos por encima del
millón. Los datos que siguen, aportados por otra
entidad, son harto elocuentes (obsérvense los
concernientes al cine latinoamericano):

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Como hemos señalado otras veces, para los genuinos
realizadores audiovisuales de los países
subdesarrollados -"en desarrollo" sería un consuelo de
tontos-, la alternativa no puede ser imitar o postrarse
a los pies de Hollywood, sino encontrarse a sí mismos en
la turbulencia de sus cosmogonías y en la apropiación
crítica de los nuevos soportes tecnológicos, a riesgo,
incluso, de quedar en el intento o de las consabidas
contracciones curriculares. Sin voluntad política,
tampoco habrá continuidad de un cine nacional en nuestro
mundo. Apostemos por las nuevas tecnologías, ciertamente
más viables y "democráticas", pero es imprescindible que
tengamos con qué y sepamos cómo utilizarlas. Los
gobiernos no pueden continuar al margen del incierto
destino de las cinematografías emergentes. Si ahora es
tarde, mañana lo será demasiado. Un cine propio es otra
barrera frente a la seudocultura del pensamiento único,
un escudo, un verdadero problema de seguridad nacional.
Debemos "dotar de conceptos a la ira", como pedía Noam
Chomsky. Nuestra legítima rebeldía ha de ser encauzada
con más inteligencia que entusiasmo. Y en nuestro caso,
el cine, además de revelación original, será también
pensamiento emancipatorio. No es la solución, pero sí la
imagen del conflicto.
Por otra parte, en nuestra tarea, lo estratégico tampoco
sería el jacobinismo de los puritanos, sino el día a día
de la lucha en crecimiento. El que no sigue no
necesariamente está perdido, pero ha de volver para
saber que está. Inquisidores hubo que han muerto de
apostasía, y cardenales tontos que se creyeron dioses, y
ventajeros ágiles que cayeron en sus propias trampas. La
vida no es un libro y tampoco es un dogma. Se me antoja
una puerta.
La coherencia del imperio es impecable cuando se propone
actuar ante cualquier forma de disidencia. Su arma más
poderosa es el dinero, que tiene en el mercado el
elemento regulador más eficaz de la conciencia pública.
Aquí me viene a la mente -tendría que explicarme por qué
en este preciso instante- el caso del controvertido Andy
Warhol, reconocido como uno de los más importantes
artistas plásticos estadounidenses del pasado siglo,
quien, provisto de un carácter corrosivo y escéptico,
llegó a afirmar: "Comprar es más norteamericano que
pensar". Y en esa misma tónica, cuando le preguntaron,
en 1970, si era verdad que le gustaría ser una máquina,
comentó:
"- Es que la vida duele... Si pudiésemos convertirnos en
máquinas, todo nos dolería menos. Seríamos más felices
si estuviéramos programados para ser felices."
Y en 1971:
"- ¿Cuáles son sus planes futuros?
- No hacer nada."
Y en 1977:
"- ¿Ha ido a votar alguna vez?
- Una, pero me asusté mucho. No podía decidirme por
quién votar.
- ¿Cree usted en el Sueño Americano?
- No, pero sí creo que se puede hacer algo de dinero en
su nombre."
Y, por último, en 1985, tres años antes de su muerte:
"- En cuanto a los años 60..., le dice el periodista.
- Oh, no, todo es más excitante ahora.
- ¿En qué sentido?
- Hay más de todo. Los artistas plásticos son las
estrellas. Ahora está el video-art, el nightclub-art, el
latenight-art...
- Entonces los artistas finalmente están recibiendo el
reconocimiento que se merecen.
- No. Lo que tienen es la atención de los medios."
De eso se trata, de los medios, de su perversidad
intrínseca, y del hecho cierto de que el arte pop
norteamericano ya se había consolidado como bien
mercantil a mediados de la década de los 80 -Duchamps
no estaba para padecerlo-,
en una tendencia que sigue en ascenso, y que se
ha convertido en la obsesión de todos los
coleccionistas, para quienes hacerse de un Warhol, un
Rauschenberg o un Jasper Johns, equivale al frenesí del
usurero. Y a quién no le gustaría, dirán los pícaros;
claro, a quién no le gustaría, pero y el precio...
El caso es que el 10 de noviembre de 2004, en la Casa
Christie´s de Nueva York, una obra de Andy Warhol
inspirada en una manifestación ocurrida en 1963 a favor
de los derechos civiles en Alabama, fue subastada
por 15,1 millones de
dólares. Ya en 1998, este artista había alcanzado el
récord para una de sus piezas, al venderse
uno de sus retratos de
Marilyn Monroe en 17,3 millones de dólares. En total,
hasta el año 2002, las obras debidas a Warhol, según
Artprice.com, mostraban un registro en subastas de 5 mil
303 presentaciones, ubicándose muy por encima de sus
contemporáneos. Tal persistencia, al margen de la
calidad o la pertinencia social de los asuntos, debe
más a las reglas del mercado que a la justicia
llamémosla cultural. Otros creadores de valía, quizás
con tantos o más méritos que este artista, carecen del
más mínimo acceso. ¿Por qué? Otra pregunta con
respuestas obvias. Ya sé, cito a Warhol porque se lo
tragó el sistema. Hay rebeldes que se quedan sin
causa.
El Che Guevara, en El socialismo y el hombre en Cuba,
caracterizó magistralmente este fenómeno cuando dijo:
(En la sociedad capitalista), "el hombre está dirigido
por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al
dominio de su comprensión. El ejemplar humano,
enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le
liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor.
Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va
modelando su camino y su destino." ¿Hace falta más? Ah,
el Che, "vivo, como no lo querían..." Y algunos
pretenden olvidarlo.
3. UN ESPEJO LLAMADO INTERNET
En el ciberespacio se calcula que existan más de 8 mil
millones de páginas Web -otras fuentes hablan del doble;
generalmente, ninguna coincide-, innumerables fotos (Google
indexa 800 millones), cifras siderales de correos
electrónicos, periódicos y otras publicaciones en línea,
así como música, imágenes y texto en los más disímiles
formatos. Pero en este universo insondable, casi nada es
ingenuo. Pongamos el caso de una de las tantas
aberraciones que se han globalizado apoyándose en la
Red: la pornografía infantil. Al decir de la
organización no gubernamental española Anesvad, existen
alrededor de 4 millones de sitios y páginas que la
incluyen entre sus servicios, de los cuales dos terceras
partes son tarifadas. En este mismo sentido, la policía
británica dispone de más de 3 mil millones de imágenes
detectadas en la Web, sin incluir videos y relatos, y
organismos internacionales estiman que el número de
personas dedicadas a su consumo, supera las 50 mil, y
que 2 millones de niños son obligados a la prostitución
en el mundo. Ante un fenómeno tan degradante como este,
no cabe la indiferencia social ni la irresponsabilidad
de los estados. Esta agresión a la dignidad humana
debería tener otra respuesta, otra pregunta.
Los discretísimos vaticinios de Nua Internet Surveys a
finales del siglo pasado, cuando pronosticaba que los
usuarios de Internet llegarían a 350 millones en el año
2005, han sido arrasados por la realidad. Es un alarde
de las leyes de Murphy,
que, como se sabe, las escribe Arthur Bloch. Cada
solución genera nuevos problemas, reza una de ellas.
De hecho, la mayor parte de los indicadores han venido
duplicándose regularmente, lo que no significa que no
choquen con sus propios límites ni dejen de acrecentar
las asimetrías socioculturales que caracterizan a
nuestra época.
En un contexto tan previsible y al mismo tiempo tan
incontrolado, como el que hemos descrito, no es difícil
comprender que cualquier alternativa que no esté
estructurada sobre bases de interacción, sea la más
cruda metáfora de la soledad. Para lograr influir
positivamente en el sujeto virtual, hay que utilizar
mejor las escasas brechas y oportunidades que la
globalización nos permite, lo que resulta más complejo
si consideramos que, solo desde el punto de vista
lingüístico, Internet es también un espejo de las
hegemonías.
De acuerdo con estudios de la finiquitada Global
Reach.com, los usuarios de países originarios de habla
inglesa, representaban el 35,2 % de la totalidad mundial
en septiembre de 2004, y los de idiomas de origen
europeo, exceptuando los angloparlantes, el 35,7 %.
Quedarían fuera el hindi, el chino y otras lenguas
originarias de países densamente poblados, sobre todo de
Asia, que aún no cuentan a los efectos macroestadísticos,
pero cuyo ímpetu se torna irreversible.
En cuanto a la estructura geográfica del cibermundo, los
datos que aporta la entidad española ABC del Internet,
que estimaba el total de usuarios en 794 millones 792
mil 396 en agosto de 2004 -para Global Reach eran 801
millones 400 mil en septiembre del propio año-, nos
revelan la naturaleza nada homogénea del acceso a las
nuevas tecnologías, condicionado por la región donde se
viva y el consiguiente nivel de desarrollo económico.
Comprobémoslo en el siguiente cuadro:
En el caso específico de EE.UU., en junio de 2004
disponía del 25,6 % de los accesos mundiales, con una
penetración en su población de
69,3 %, equivalente a 203
millones 271 mil 187 de los poco más de 293 millones de
habitantes con que cuenta el país.
Pero no hay que afligirse demasiado ante el peso de las
estadísticas. Si la Red la construyen los tejedores,
enlazar todos los sitios y dominios alternativos no es
imposible. En esta dirección, el Encuentro Mundial de
Intelectuales En Defensa de la Humanidad, efectuado en
Caracas en diciembre de 2004, es un ejemplo de lo que
podemos hacer si empleamos las nuevas tecnologías en
función de un objetivo preciso y bien concebido. Otro,
la impresionante movilización internacional en torno al
llamamiento Detengamos una nueva maniobra contra Cuba,
formulado inicialmente por un reducido grupo de
escritores y periodistas españoles frente al propósito
del gobierno de EE.UU. de condenar a la Isla en la
Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que sesiona en
Ginebra. Tanto en uno como en otro caso, la experiencia
ha sido de una eficacia incuestionable, y en lo que se
refiere al llamamiento, se consiguió involucrar a miles
de prominentes personalidades de todo el planeta,
quienes se adhirieron a él día tras día, en una
secuencia que duró varias semanas. La comunidad virtual
y mediática internacional, sobre todo en Italia, México,
Argentina, Portugal y España, también se hizo eco de
esta última acción, incluyendo varios periódicos
habitualmente dedicados a la satanización de la
Revolución cubana. El establecimiento desinformativo, si
bien continúa en su campaña de tergiversación, se vio
obligado a abrir espacio a la disensión real, incluso a
partir de anuncios pagados por los muchos amigos de
Cuba. Anuncios que, dicho sea de paso, fueron
penosamente escamoteados en el diario español El País,
que los colocó en sus páginas supuestamente menos afines
y frecuentadas. ¿Qué otra cosa esperar de quienes
llevan tanta "prisa" por renegar de su pasado? ¿Fue
rosadito el rojo?
En cualquier caso, este fenómeno de la multiplicación
solidaria tiene antecedentes de gran importancia durante
los últimos cinco años; un período en el que la
conciencia de lo digital se entronizó con las
alternativas de la altermundialización. El Foro Social
Mundial de Porto Alegre -y otros similares de índole
regional o temática-, deben tanto a los beneficios del
pensamiento interactivo y al acceso a las nuevas
tecnologías de la información, que sería imposible
imaginarlos sin su existencia.
Redes como Indymedia, iniciadora del uso de Internet en
las movilizaciones sociales -recuérdense las protestas
contra la OMC en Seattle, en noviembre de 1999- y
Nodo50, que agrupa a más de 840 organizaciones de
izquierda y movimientos sociales, junto a un repertorio
de revistas y periódicos digitales en diversos idiomas,
emisoras de radio y televisión comunitarias, entre
otros, constituyen un incipiente, aunque todavía poco
concertado, tejido de
voces. Unificar sus intenciones sin ignorar sus
peculiaridades, sin la sombra estéril del protagonismo
excluyente, que tanto daño ha hecho y hace a los
esfuerzos integradores de izquierda, sería tarea de la
mayor prioridad mientras combatimos la embestida
imperial, convencidos como estamos de su envergadura y
de la urgencia de vertebrar una respuesta coherente y
necesariamente organizada.
4. OTRAS RAZONES DE LO IMPOSIBLE
La expansión inicial de la televisión estuvo ligada a su
función informativa y a su probada eficacia para el
entretenimiento y la difusión publicitaria; hoy en día
predomina la última de estas razones. A partir de la
guerra contra el pueblo de Iraq, la cadena Fox ha
desplazado a la CNN de la preferencia de los
televidentes en los EE.UU.; ello no se debe a que
exprese puntos de vista editorial distintos, en los que
no tendrían divergencia esencial alguna, sino a la
seductora conjunción de bazar y espectáculo con que se
muestra la primera.
Hoy el análisis del hecho noticioso -el periodismo de
opinión-, es identificado con el aburrimiento; lo que
cuenta es la imagen, poco importa si verdadera o falsa.
En el diseño de programación, los comentaristas son
relegados a espacios coyunturales, y están condicionados
por su apariencia física, independientemente de sus
aptitudes intelectuales y su autoridad acerca de un
asunto determinado. La marca de las instituciones que
representan es más importante que su identidad en tanto
especialistas o expertos supuestamente renombrados.
Cadenas como la CNN, ABC o History Channel, cuyos
perfiles son distintos, están plagadas de este tipo de
construcción efímera.
La mentira como sistema y hábito, irradiada por los
centros de poder, reproducida hasta la saciedad por las
agencias de noticias, las televisoras, los periódicos y
revistas, la radio y el maremagno de ingenios de la
comunicación corporativa en nuestra época, provoca
reacciones cada vez más desconcertantes, aunque
comprensibles si nos atenemos al principio de que el
consumo mediático es sobremanera acrítico allí donde
mayor es el acceso a las nuevas tecnologías. En tal
sentido, cabe entender lo expuesto por Amy y David
Goodman en un artículo que ha dado la vuelta al mundo, y
que fuera publicado originalmente en el
Baltimore Sun el 7
de abril de 2005.
Además de aportar evidencias acerca de lo
mañosas que resultan
algunas encuestas -en los EE.UU., como en ningún otro
país, son determinantes a la hora de decidir sobre
cualquier asunto-, los autores enfatizan en las
consecuencias de la falta de diversidad informativa en
un contexto marcado por la influencia de un gobierno en
el que veinte agencias federales han invertido nada
menos que 250 millones de dólares en la creación y envío
de noticias falsas a las televisoras locales
en relación con la guerra de
Iraq. De ahí que no sea de extrañar que aún el 56
% de los norteamericanos crea firmemente que el gobierno
de Saddan Hussein tenía armas de exterminio masivo en el
momento de producirse la invasión yanqui, y que seis de
cada diez participantes de esta nueva encuesta de ABC
y The Washington Post, piense que Bagdad brindaba
ayuda directa a Al Qaeda. Esto, cuando incluso el
Congreso de EE.UU. e influyentes personalidades de aquel
país -como el ex secretario de Estado Colin Powell, en
reciente entrevista concedida a la revista alemana
Stern-, han reconocido que todo fue un fraude que
sirvió de pretexto para la agresión. Otras mentiras
pudiera narrar, pero son tantas, que más vale seguir con
lo que todavía es verdad.
El canon mediático que prevalece en nuestra época, es el
occidental anglosajón, tanto en el diseño de lo
informativo como en las artes de la comunicación
audiovisual. Los descamisados y amerindios puros no
clasifican en las televisoras bastardas o de clientela;
los negros, por lo general, tampoco; los mestizos, si
tienen los ojos verdes, suelen ser bien acogidos para
presentar programas o actuar en culebrones de mala
estirpe. En cuanto a la publicidad, ni siquiera en
emisoras de Perú, Ecuador, Bolivia o México, el modelo
se aparta del dogma. Muy raras veces he visto un anuncio
de cerveza que no apele a una mujer rubia y joven -lo
que añadiría otro problema, el del lugar de la mujer en
los medios-, ni el de un auto pilotado por un indígena,
así sea urbanizado. A ciencia cierta, sería difícil de
conciliar con la realidad de todos días.
Los bancos de imágenes para
la publicidad pueden estar en Sydney, Tokio, Nueva York
o Los Ángeles, y, visto desde allí, el resto del
mundo es, acaso, folclore y paisaje. A Ed Meyer, el zar
de los anuncios, "el hombre de los 445 millones", como
lo llaman ahora en los EE.UU., le importa un bledo la
situación de Haití. Ni falta que le hace, comentarán los
cínicos.
Benetton, con su bucolismo epidérmico y su marketing del
arco iris, ha intentado hacer del pastiche multiétnico
un estilo sui generis, pero sus resultados
denotan, cuando salen bien, una vulgar
instrumentalización del "otro". Es un emporio demasiado
avieso como para llegar a la profundidad en todos los
colores, y revelarnos, por ejemplo, la inocultable
amargura del negro.
La CNN en español es particularmente ilustrativa en lo
que se refiere a esta hibridez aséptica. Sus conductoras
son, por lo general, mestizas, pero insípidamente
cosméticas e indeterminadas, y ellos, tan impersonales
como irreconocibles. Una televisión alternativa tendría
que ser, como se lo ha propuesto Telesur, el proyecto de
emisora regional que vienen promoviendo Venezuela y
otros países latinoamericanos, una oportunidad para los
que no tienen rostro, para los ignorados y olvidados,
para el verdadero color de nuestra identidad, para los
que todo lo saben, porque lo han sufrido, y nunca se les
ha permitido hablar; en fin, para los condenados de la
Tierra, que jamás han sido los ricos.
En
este ámbito de la televisión, la desigualdad estructural
es también un abismo. Mientras en 1995 había en el
mundo un telerreceptor por cada 6,8 personas, en Gambia
y Haití no pasaban de dos y cuatro por cada millar de
habitantes; en contraste, EE.UU., Canadá y Japón
exhibían el incomparable promedio de 806, 709 y 700 de
estos equipos por igual número de ciudadanos. Ha sido
tal su generalización, que en el año 2010 se prevé que
estén funcionando 2 mil millones de unidades en el
planeta, y en el 2025, cinco mil millones. Con toda
seguridad, si continuamos como vamos, Gambia y Haití no
figurarán aún entre los primeros países con acceso a
este medio audiovisual, que, véase cómo son las cosas,
ya anda por la digitalización plena entre los dueños del
mundo. Claro, no olvidemos que una tercera parte de los
habitantes de la Tierra, cuando anochezca hoy, entrará a
las tinieblas con la luz de un candil.
Ahora bien, para qué sirve la televisión en nuestros
días, o mejor, cómo y con cuáles propósitos se utilizan
sus infinitas posibilidades tecnológicas y
cognoscitivas. Por lo general, independientemente de los
buenos ejemplos, este medio no pasa de ser el clásico
caballo de Troya al servicio de la globalización
dominante. Y es en este punto cuando introduzco
nuevamente algunos datos que me parecen imprescindibles
para comprender la magnitud del fenómeno.
En el año 2002, el consumo mundial de televisión aumentó
en 180 segundos, lo que elevó el promedio existente a
204 minutos (3,4 horas) por persona diariamente. Con
respecto a 2004, he leído que ya ronda los 250 minutos.
El país con mayor teleaudiencia hace dos años fue EE.UU.,
con un per cápita de 4 horas y 16 minutos al día
-en la Unión Europea (cuando los 15), llegó a ser de 3
horas y 22 minutos. En cuanto a géneros, la Ficción
ocupó el primer lugar, con el 74 % de los diez programas
más sintonizados a escala mundial, incluyendo al cine,
del que, específicamente el norteamericano, representó
el 60 % de los filmes más vistos. O sea, por si fuera
insuficiente lo que ocurre en las salas de cine, la
llamada "caja tonta" se encarga de constreñir cualquier
resquicio por donde entrarían las posibles alternativas
de una programación diversa e inteligente.
La humanidad, cuya defensa lo precisa todo -y "todo"
sería poco-, necesita con urgencia de la emancipación
mediática. La globalización de las comunicaciones, al
tiempo que ha propiciado el diálogo, la instantaneidad,
el conocimiento y la identificación "de" y "con" el
"otro", para no referirme a sus incuestionables
beneficios en otros campos, ha transformado al individuo
en un animal consumista, dependiente de la voluntad
hegemónica y sin capacidad de extrañamiento ante su
rutina diaria. Rehén de las circunstancias, su única
ambición es formar parte de la manada, creyéndose
diferente y próspero. Por eso, pretender ser neutral
ante las trágicas realidades descritas en este artículo,
es no solo inadmisible, sino irresponsable. Y bien sé
que no lo he dicho todo.
La Habana, marzo de 2005.
Publicado en La Jiribilla

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