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Capital, globalización y alternativas o http//www.demo.market.cap

Humberto Miranda Lorenzo

Más que su exposición ante auditorio alguno o su publicación, la verdadera motivación de las reflexiones que «emborronan estas cuartillas» está dada en la oportunidad de continuar, en una de las patrias del Che, una discusión que comenzó en La Habana en enero del último año del último Siglo del milenio que termina (aunque por ahí está la idea de que el milenio realmente acaba con el 2000 y no con su comienzo) y quedó trunca por la rapidez con que vivimos y porque el entrañable amigo con quien la sostenía pudo refugiarse en su pasaje Habana-Buenos Aires en aquella ocasión.

No dejé todo este tiempo de pensar en lo que nos motivaba y deberá seguir siendo el impulso vital en nuestra búsqueda de sentido de la vida. Andamos tras el camino del mejoramiento humano, tras la salida a un mundo en el cual quepamos todos y todas, en el que podamos respirar el aire incontaminado de ahora y después sin el sobresalto de su agotamiento o (visto en términos globalizadores) sin el temor a despertarnos con la subida de sus precios en las bolsas porque la OTAN tuvo que efectuar una intervención humanitaria para controlar los principales fondos de tan preciado elemento. Andamos «en busca de un sueño que no hay todavía».

Pese al reacomodo postmoderno del discurso, los términos bajo análisis siguen siendo los mismos: capitalismo, globalización, neoliberalismo, explotación, dominación, desigualdad, exclusión y, por qué no, democracia y alternativas. A pesar del muro que se cayó (y por su causa), a pesar del gran casino en que se ha convertido la economía mundial (y por su causa), a pesar del nuevo «look» y la nueva misión histórica de la OTAN (y por su causa).

Hemos estado discutiendo sobre el estado actual del sistema-mundo en que vivimos. Del estado crítico en que se encuentra ese sistema y de las profundas causas y de las posibles alternativas a dicha crisis.

No pocos son los peligros que entraña hablar en términos de crisis sistémica del capitalismo. Todavía no se borran de la memoria histórica las toneladas de papel invertidas por los estrategas del «socialismo real» en las que se decretaba la «crisis general del capitalismo» y la agonía del sistema. «La Unión Soviética en 20 años estará en el comunismo», rezaba el título de un artículo de Nikita Jruchov publicado por el periódico Hoy, en La Habana, en 1960. De aquel entonces a fines de los 80, el socialismo real transitó de «victoria en victoria hasta su derrota final».

No es en esos términos que se plantea la crisis en nuestras reflexiones. De crisis hablamos en tres direcciones fundamentales. Crisis del capitalismo como sistema de relaciones de producción; crisis del capitalismo como proyecto civilizatorio y crisis del capitalismo como alternativa de convivencia humana.

El sustento metodológico de tales aproximaciones es bastante sencillo -según el principio del «occamismo», cuando hay varias explicaciones a un mismo problema las más sencillas tienden a ser las más cercanas a la realidad--, se parte de tres puntos de análisis: modelo de acumulación-sociedad humana-medio ambiente. Este es solo un punto de comienzo para la valoración económica, política, ética y humana que sirve de apoyo a la búsqueda de respuesta al cuestionamiento de nuestro lugar en el mundo.

Grosso modo la crisis del sistema de relaciones de producción tiene, a su vez, tres manifestaciones fundamentales, a saber:
- Tendencia decreciente de la tasa de ganancias y su cada vez más difícil recuperación.
- Tendencia decreciente de la capacidad transformativa del ser humano y devaluación del capital humano.
- Crisis de la contradicción capital-naturaleza.

La lógica del desarrollo del capital está basada en la búsqueda de la elevación constante de la tasa de ganancias. A primera vista todo radica en una sencilla fórmula: la tasa de ganancias es igual a la tasa de explotación dividida por la composición orgánica del capital más uno. El gran ciclo del capital, entonces, tiende a actuar sobre el numerador y el denominador de dicha relación. Así, por un lado, debería lograrse el aumento de la tasa de explotación a través de la reducción del valor de la fuerza de trabajo --lo cual resulta posible a base de disminuir los salarios reales, las prestaciones de la seguridad social, las pensiones, los gastos sociales del Estado, etc.-- y una mayor intensidad en la explotación de los trabajadores para aumentar la productividad; lo que se logra con inversiones que sustituyan la fuerza de trabajo humana por máquinas, con un cambio en la organización del trabajo, etc.). Por otro, debería favorecer la reducción de la composición orgánica del capital media de la economía, lo que implica que tal política debe permitir la desaparición de las empresas menos competitivas, incentivar la reestructuración del aparato productivo con cargo al empleo, etc.

La economía contemporánea ha logrado inculcarnos la idea de que todo el proceso de producción y reproducción de la vida del ser humano se reduce a fórmulas y recetas infalibles, inamovibles e inapelables. Recientemente un funcionario del FMI explicaba en Ecuador que la institución que representaba no pretendía obligar a ninguna nación a aplicar sus recetas. Sin embargo, las consecuencias de hacer lo contrario serían tan severas que no podrían ser enfrentadas.

La realidad, y los estudios serios que sobre ella se realizan, se han encargado de demostrar que la lógica del desarrollo humano -no reducible a la lógica del capital-es mucho más compleja que la simple fórmula que permite al capital elevar la tasa de ganancias.

Luego de superar la gran depresión de 1929 a 1933 y con la postguerra comenzó un período de «onda larga expansiva» del capital. Durante ese tiempo, y hasta 1973, el capitalismo experimentó un crecimiento económico estable basado en la producción de bienes y consumo masivos. Así mismo se sentaron las bases para la interconexión de las economías a nivel mundial, una moneda única que rige el comercio y las tasas de cambio a escala global y un sistema de instituciones comerciales y financieras capaces de establecer reglas de juego «homogéneas» para todos los países.

De todos modos, el modelo de acumulación de corte keynesiano entró en crisis para 1973, provocando que todo el mundo capitalista avanzado cayera en una larga y profunda recesión, combinando, por primera vez, bajas tasas de crecimiento con altas tasas de inflación, es lo que se conoció (y aún hoy se continúa en él) como el proceso de «estanflación».

La mayoría de los autores coincide en llamar a esta última etapa como «onda larga recesiva». A partir de 1973, la tasa de ganancias tiene una tendencia constante a la baja y, aunque en determinados momentos se ha logrado detener su caída y hasta se ha notado cierta recuperación, los pronósticos y los datos indican que será cuestión de milagro mantener un ritmo constante de crecimiento de la tasa de ganacias. De cualquier modo, no es ocioso reiterar que estos procesos tienen un carácter tendencial, a largo plazo. No es asunto de pensar que el sistema capitalista ya está en bancarrota y los ricos perdiendo sus bienes. De lo que se trata es de entender procesos que están teniendo lugar a escala global y las perspectivas que se derivan de ellos

Varios son los factores que están actuando en este sentido. Uno de los más importantes y de más severas consecuencias, está referido a la inclinación del capital hacia la especulación y el rol predominante que ha adquirido el sector financiero desde finales del Siglo XIX e inicios del Siglo XX.

Al analizar el capitalismo en su fase contemporánea y delinear sus rasgos fundamentales, Lenin mencionaba la fusión del capital industrial y el capital financiero conformando la oligarquía financiera. A contrapelo de los derrumbes, estas ideas tienen plena vigencia.

Esta tendencia al aumento del rol activo y predominante del capital financiero en el funcionamiento de la economía capitalista, en primer lugar, es un hecho que ha alcanzado escala global. El actual sistema mundo se rige más por los flujos financieros que por el comercio y la producción real de bienes y servicios.

El ciclo del capital, producción-distribución-cambio y consumo, se ve seriamente afectado al decrecer los ritmos productivos, hoy las crisis no se deben a una superproducción de mercancías acumuladas sin posibilidad de realización. En la actualidad las crisis se producen por la quiebra de mercados financieros sin respaldo productivo.

Por otra parte, a raíz de este último período de onda larga recesiva, la solución que surgió fue la de acudir a la disminución de los costos de producción sobre la base de la disminución del costo de la fuerza de trabajo. Ya fuera por vía del desempleo o por la vía de la reducción de los salarios de la fuerza empleada.

Vivimos hoy -afirma Dan Galin-- en una economía sin fronteras que ha creado un mercado mundial del trabajo en el que la mano de obra europea, norteamericana, japonesa o australiana está en competencia directa con la mano de obra de los países donde los salarios son entre diez y veinte veces inferiores. A la vez, en los países más adelantados, industrializados desde mucho antes, paulatina, pero ininterrumpidamente, bajan los salarios y aumenta el desempleo.

El sistema productivo actual está signado por los ritmos con que avanza la tecnología. Estos ritmos son tremendamente acelerados y ello implica que cada vez que un grupo de personas es desplazado de la actividad productiva, pierde su conexión con las nuevas tecnologías y con ello, una buena parte de su capacidad de transformación.

El trabajo, es asociado solamente al empleo, o sea, al trabajo asalariado. A partir de esta concepción, quien queda desocupado, queda rezagado en las posibilidades de estar actualizado en las tecnologías de producción, y con ello, del trabajo. Esta es una manifestación de la contradicción capital-trabajo, la cual en la actualidad se decide en detrimento de este último.

Por último, la lógica del sistema está basada en la explotación irracional de la naturaleza. En el paradigma liberal, la naturaleza es una infinita proveedora de recursos inagotables. Por esta vía, el sistema abre otra trampa, la de los límites sostenibles del desarrollo de la vida en nuestro entorno.

Tomemos un solo ejemplo, quizá el más utilizado, con el cual la mayoría de los gobiernos e instituciones internacionales mide la ejecución económica de un país: el Producto Interno Bruto (PIB), la suma de todos los bienes y servicios producidos por un país.

Aún como indicador de bienestar o miseria, el PIB deja fuera casi tanto como describe:

· excluye importantes áreas de actividad que descansan fuera del la economía monetaria, tales como el trabajo doméstico no remunerado, ignorando así una gran parte de la contribución de las mujeres a la economía. En el PIB se distorsiona esta realidad y, por otro lado se ignora el impacto de la doble jornada en la vida de las mujeres.
· el PIB excluye problemas vitales como la distribución de la riqueza y el ingreso dentro de cada país, se manifiesta «neutral» ante el tema de la distribución.
· mediante el PIB se comparan diferentes países, su crecimiento, a través de la simple operación de convertir a dólares norteamericanos las tasas oficiales de cambio, aún cuando generalmente están sobrevaluadas o devaluadas. Instituciones como el PNUD reconocen estas debilidades e intentan reflejar la realidad de otra manera. En sus reportes anuales realiza los estimados del PIB per cápita en términos de «paridad de poder adquisitivo», con lo cual trata de compensar las distorsiones de la tasa oficial de cambio. Pero las instituciones de poder real a nivel global como el Banco Mundial insisten en la utilización del PIB como rasero de los resultados económicos.
· en el PIB, además, se asume la naturaleza como inagotable, excluyéndose de esta manera el problema del agotamiento de los recursos naturales, un tema álgido en nuestros días cuando se calcula que debido a la deforestación y la emisión incontrolada de gases tóxicos a la atmósfera para el año 2010 la temperatura global -resultado del efecto invernadero-subirá entre 5 y 7 grados, con el consiguiente aumento del nivel del mar. De la misma manera, incluye como contribución al crecimiento económico y califica como actividad productiva el vertimiento de residuos -incluidos los tóxicos- en el mar u otras regiones naturales.

La distorsión de los criterios de la eficiencia basados en la explotación intensiva y la distribución racional de los recursos y la disminución de los costos de producción vía aumento de la productividad del trabajo; la ausencia de entidades capaces de controlar las inversiones -lo cual multiplica la anarquía total en la gestión económica y cuya consecuencia más palpable radica hoy en que por el mundo se mueven montañas de papel en especulación financiera, pero cada año decrece considerablemente la producción de bienes y servicios--; la «flexibilización» de los mercados laborales, traducida en los hechos en el deterioro físico e intelectual del grueso de la fuerza de trabajo a nivel global lo que la va haciendo cada vez menos apta -incluso se discuten los efectos genéticos en este sentido-para la actividad transformativa; y el agotamiento de las fuentes naturales de abasto y los desequilibrios ecológicos causados por la agresión al medio ambiente, ya no solo hacen cada vez más difíciles las condiciones -aun en un futuro para los propios países desarrollados-sino que en un sentido muy pragmático no permiten mantener las condiciones de reproducción ampliada del capital, no puede completarse el ciclo, si se tiene en cuenta, además, que la ausencia de empleo crea una crisis de demanda por falta de poder adquisitivo, y con ello se llega a un callejón sin salida que hace imposible la recuperación del crecimiento de la tasa de beneficio.

El capitalismo es un sistema de dominación múltiple no restringido solo al plano económico. Es un sistema de dominación sobre el ser humano a nivel de su espíritu, su cultura, a nivel de sus capacidades transformativas, a través de la exclusión de cada vez mayor número de personas de mayor cantidad de espacios de convivencia. Es un sistema de dominación irracional sobre la naturaleza. Y es bueno no seguirla viendo como algo ajeno, o en el mejor de los casos, un medio muy útil para nuestro desarrollo. El entorno ante todo, es la fuente de nuestra vida y la estamos agotando.

Estamos debatiéndonos ante un conjunto de alternativas que no dejan de ser otra cosa que caricaturas digitalizadas de la manipulación y el dominio del capital sobre nuestras realidades (virtuales y «reales»).

La verdadera crisis que enfrentamos a escala global es la crisis de alternativas. La humanidad en su desarrollo ha transitado hasta un callejón sin salida. La lógica del capital tejió sus redes, modernas y postmodernas. Siempre, como el cantor, «terminamos en lo mismo»: no hay otro modo de hacer las cosas y organizar nuestras vidas que el realmente existente, o sea, el orden capitalista, ya sea fordista, neoliberal, neokeynesiano, neoestructural. Comenzamos a torcer a la izquierda el camino del pensamiento y vamos transitando por la crítica hasta llegar al punto de viraje y alternativas. Justo ahí se nos pierde el rastro y quedamos a la deriva, pensando con nostalgia en «palacios de invierno» que ya no existen y, por consiguiente, imposibles de asaltar. O añorando aquellos focos guerrilleros capaces de mover a los oprimidos de nuestras tierras. Buscando las lecturas «subversivas» que nos orienten en cómo hacer la revolución, o navegando por internet con la brújula de Microsoft en busca de las verdades perdidas, encontrando chismes sobre algún Bill (Clinton o Gates), softwares o «softcore». En eso se nos van la vida y las alternativas. Estas últimas se supone, desaparecieron como los dinosaurios y no hay Parque Jurásico capaz de traerlas de nuevo a la vida.

El Capital ha provocado, entre tantos males, que la humanidad pierda su capacidad creativa. Hoy vivimos a base de remakes. Es como si todo estuviera inventado y no quedara nada por hacer. Tan solo reciclamos una y otra vez, con diferentes maquillajes, lo que ya ha sido creado y se invierten los cuantiosos recursos y talentos que poseemos en entretenernos de la misma manera de siempre, solo que ahora, se agregó el toque mágico de las computadoras. Se dice que ante el desconcierto de lo desconocido en tiempos remotos, el ser humano extrapoló sus cualidades a entes sobrenaturales en busca de consuelo. En los tiempos que corren todo indica que hemos vuelto al principio y hemos comenzado a extrapolar nuestras realidades a un monitor Super VGA. Los nuevos sacerdotes provienen del Valle Silicona o de las oficinas de programación en Bangalore. La propuesta es la misma en esencia. Ante el desconcierto virtualicemos nuestras aspiraciones, o tan solo aspiremos a tener el hardware para ello. La diferencia radica en que, a pesar de las apariencias, y a contrapelo de lo que mi amigo me afirmara en enero pasado, cada vez van siendo menos los bienaventurados de este mundo que puedan tener un ordenador, y peor aún, van siendo menos los que están lo suficientemente alimentados y en condiciones de pasar las tantas horas al frente del ordenador y sus hechiszos.

Si vamos a movernos, tenemos un amplio espectro de opciones. Desde un Subaru Vivio con una autonomía de 32 km/l a base de gasolina sin plomo, hasta un Volks Wagen, con un tronante motor turbo--diesel capaz de recorrer casi mil km con un solo tanque. Si decidimos cuestionar este y buscar otro modo de movernos corremos el riesgo de enfrentar la debacle tecnológica de los Ladas rusos, o un Yugo totalmente fuera de los parámetros del mercado por su maltrecha y decadente línea tecnológica. O peor aún, quedarnos varados no en la sociedad sin clases, sino en la sociedad sin «carros», como se le denominó a Cuba en la prensa norteamericana, a raíz de la crisis de los '90. Lo mismo sucede con la cultura y la información a «consumir» y el soporte tecnológico para hacerlo. ¿Qué ver en la TV? ¿Cómo se verá mejor la locutora de la CNN informándonos sobre el mundo en que vivimos? ¿Desde un SONY PanaBlack 34 pulgadas dolby Stereo sorround?

Reparemos en un hecho muy simple que habla por sí solo de la asimilación cultural, o del dominio de unas culturas sobre otras. Desde hace mucho tiempo a escala mundial se aplican patrones de medidas «universales». Las de área en metros, centímetros, kilómetros, etc. Las de peso en gramos, kilogramos, etc. Así ocurre con una gran cantidad de elementos que integran el sistema métrico decimal, aplicado en todas las mediciones en el mundo (quizá un primer intento homogeneizante de la globalización). Sin embargo, en los E.U. no hay centímetros y metros, sino pulgadas y pies, no hay kilómetros, sino millas, no hay kilogramos, sino libras, no hay hectáreas, sino acres, se adquieren las fiebres en Farenheights y no en Centígrados. Parecería una broma si no fuera porque el automóvil que se quiera exportar a los E.U, por ejemplo, debe marcar millas por hora y no km/h, de lo contrario, no se vende en el más vasto y atractivo mercado de autos del mundo.

En síntesis, existen sociedades, como la norteamericana, capaces de mantener sus identidades, incluso a contrapelo del consenso mundial en torno a aspectos tan importantes como las unidades de medidas. Es una especie de acto de «defensa», y por demás una forma más de imposición de patrones culturales al resto del mundo.

Y lo cierto es que el modelo soviético de sociedad --tal vez lo haya sido por alguna razón, en un momento determinado-- pero no puede ser hoy un patrón a seguir (o repetir) como alternativa al capitalismo. Un sistema de mando único y economía centralmente planificada, que terminó eliminando elementos realmente positivos -y necesarios-- de la sociedad capitalista (vista esta como estadio del desarrollo humano) y enraizó prácticas neofeudales y autocráticas.

Desde la tríada de análisis modelo de acumulación-sociedad humana-medio ambiente, el «socialismo real» esteuropeo, en primera instancia, no rebasó los objetivos y concepciones del capitalismo como proyecto civilizatorio. La acumulación económica y el crecimiento tuvieron lugar bajo la perspectiva fordista y taylorista de explotación del trabajo asalariado. Sin cambios esenciales en el modo de producir, en las relaciones del proceso productivo.

Simultáneamente, (y al constituir también un sistema de dominación múltiple) no solo no eliminó las bases objetivas de la enajenación capitalista, sino que creó nuevos modos de enajenación y provocó regresiones en aspectos que constituian conquistas de luchas anteriores, arrancadas al capital. La fuerza de trabajo continuó siendo mercancía, entonces con un solo mercado (el Estado). El pleno empleo dignificó el trabajo y trajo seguridad a la vida de las personas. Sin embargo, bajo las circunstancias en que tenía lugar, terminaba divorciando el mejoramiento de la calidad de vida del trabajo. La acumulación, en el plano de los individuos, no se producía sobre la base del salario sino del mérito, y este dependía en mucho de la opinión y muy poco, salvo casos excepcionales de gran relevancia, de aportes reales a través del trabajo diario y la actividad cotidiana. Por lo que terminó siendo parte del mecanismo de estancamiento económico y social.

La propuesta del socialismo real estaba, al decir de Gilberto Valdés, «atrapada en las redes de la modernidad». El modelo de acumulación seguía basado en el diseño de la explotación desproporcionada de la naturaleza. Se partía de la misma concepción liberal que asume a la naturaleza como inagotable e infinita proveedora de espacio y recursos. Ambientalmente no representaba un modelo sostenible o alternativo al del capitalismo.

El peor de los saldos es que un intento por cambiar el orden y dar un curso positivo y emancipador a la Historia humana, resultó en un baluarte de las ideas del fin de la Historia, de las utopías y de la perpetuación de la explotación y la irracionalidad en la convivencia de las personas. Tratar de buscar otro modo de vida, otro patrón civilizatorio se enfrenta hoy a una devaluación a priori por parte de la realidad monetarista y la evidencia del mercado. Quien vende, manda. Lo que queda entonces es vender o quedar excluido. Se presupone que no hay otra salida.

Pero somos seres provenientes de la naturaleza, una paciente y sabia creadora y hacedora de cambios. En nuestro ímpetu por demostrar superioridad frente a ella, y frente a nosotros mismos, en nuestra proverbial impaciencia, olvidamos que todo gran proceso en la naturaleza se dio en y a través de pequeños e imperceptibles cambios. Cada vez que ha producido uno de sus «milagros» han transcurrido miles de otros cambios y procesos verdaderamente asombrosos.

Si seguimos la lógica del desarrollo humano, sobre todo en los último 100 años, nos daremos cuenta que le hemos impreso un sello vertiginoso a nuestra vida y que, en la mayoría de los casos, las tareas gigantes y colosales han precedido nuestra actividad. Grandes descubrimientos, grandes procesos, grandes guerras, grandes revoluciones. Sin embargo, la más exitosa de todas en los últimos tiempos fue la del capital, la más inadvertida de todas, la que nos ha dejado sin aliento y atados en nuestras posibilidades de actuar. La gran pregunta que no podemos contestar con certeza es ¿qué hará la izquierda una vez en el poder?. Todo nos lleva a pensar que podremos hacer poco, si de cambios esenciales hablamos.

El problema está en pensar en cambios simultáneos, constantes y sin mucho ruido. Serán más bienvenidas las nueces en silencio. Según afirma Perry Anderson, el diablo está en los detalles. Es hora de mirar hacia ellos y sacarles al diablo de dentro.

¿Cómo transformar la sociedad si aún el niño le pega al perro y el hombre a la mujer? ¿Cómo reactivar el interés en la política sin un cambio radical de la manera en que la concebimos? Muchos conceptos nuevos deberán aparecer y otros «rehacerse» en la medida en que adquieran un nuevo contenido, en que tomen carne y sangre en nuevos sujetos.

La emancipación deberá pensarse también como algo múltiple, simultáneo en toda la diversidad de asuntos que nos competen como seres humanos. Transformar la realidad desde abajo implica transformarnos desde abajo, desde nosotros mismos. Las alternativas antisistema saldrán desde dentro de propio sistema. No necesariamente habrá que esperar a los cambios en los países capitalistas avanzados. Queda claro que el capitalismo no es el modelo de acumulación y desarrollo para nuestros países.

Del mismo modo debe profundizarse la reflexión y la discusión dentro y entre los sectores excluidos del sistema. El sueño de clases protagónicas de los grandes cambios se desvanece ante las realidades que vivimos. A la hegemonía de la clase dominante capitalista no la deberá sustituir la hegemonía de una determinada clase, sino la construcción de un poder contrahegemónico conformado por todos los sujetos y actores sociales que participan de la trama de la explotación desde la butaca del oprimido, del excluido. La hegemonía capitalista deberá ser sustituida por una hegemonía incluyente.

Al proyecto de dominación económica y política del capitalismo deberá sustituirlo un proyecto autogestionario e inclusivo. Un nuevo proyecto civilizatorio que reformule los conceptos con los que hoy actuamos bajo las reglas de juego del sistema. De lo que se trata no es de «abolirlos», sino de ir más allá Se trata de superarlos y hallar los nuevos que se ajusten a esa nueva forma de convivencia humana (entre sí y con el medio). La verdadera revolución llegará de cambiar la mentalidad y la forma de convivir de los seres humanos. La consecución de los objetivos de transformaciones superestructurales que traigan un nuevo orden social, serán puro trámite, pues para ese entonces, deberá ir sobrando el sistema de dominación del capital y el capital mismo.


La Habana-Buenos Aires 1999
(Antes del error del milenio)


NOTAS Y REFERENCIAS

1- Cfr. Anderson, Perry: Balance del Neoliberalismo: lecciones para la izquierda, (material mimeografiado), fondo GALFISA

2- En el trabajo de Jesús Albarracín La economía de mercado, Editorial Trotta, Madrid 1994 se realiza un análisis detallado de todo el proceso de la «onda larga recesiva» en que está sumido del capitalismo y cómo la salida de ella dentro del sistema se va convirtiendo en un modelo de imposibilidad. Por otra parte, instituciones como la CEPAL en sus Balances Preliminares de la Economía de América Latina y el Caribe, y el Banco Mundial en sus Reportes Anuales desde 1994 indican la tendencia al decrecimiento de la tasa de beneficios a escala global.

3- Ibídem, p. 7

4- Cfr. Miranda Humberto, «La utopía neoliberal o la ruleta rusa de las economías de la región. Análisis sobre el ajuste estructural en América Latina», en Las trampas de la globalización, Ed. José Martí, La Habana, 1999


Conferencia pronunciada en Buenos Aires.
Humberto Miranda Lorenzo
Grupo América Latina: Filosofía Social y Axiología
Instituto de Filosofía
La Habana
     
   
   
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