Siete días de horror
De cómo las matanzas
de Sabra y Chatila quedaron enterradas con las víctimas
Rosemary Sayegh
Publicado en la revista Al-Majdal,
15 de marzo de 2001.
(Traducción para CSCAweb de Pablo Carbajosa)
La obscenidad de las matanzas, sus detalles de sadismo,
el paisaje surrealista de cuerpos hinchados por el sol y edificios
demolidos por excavadoras, todo esto contribuyó a bloquear
las pruebas menos visibles de una cuidadosa planificación
logística. Una vez que los periodistas consiguieron entrar
en la zona donde se había producido la matanza, sus detalladas
informaciones y fotografías provocaron primero horror,
"naturalizando" después el episodio con los
estereotipos ya conocidos sobre los árabes: "venganza",
"odio", "brutalidad primaria". Las fotos
de la matanza cobraron una extraña transhistoricidad al
ser utilizadas una y otra vez por los medios occidentales, como
si esos cuerpos retorcidos y abotargados nunca hubieran tenido
vida. Aunque los periodistas desplazados al lugar pronto encontraron
pruebas de cooperación entre los israelíes presentes
en el exterior del campo y las milicias libanesas que estaban
dentro, y si bien escribieron sobre ello, la imagen que ha perdurado
es la de una especie de desastre natural. Como puso de manifiesto
un periodista norteamericano con el que visité la escena
de la matanza, "en la guerra estas cosas pasan". Pero,
claro está, estas cosas no pasan simplemente sino que
son resultado de algo.
El horror de la matanza atrajo a medios de todo el mundo y
fue motivo de reportajes que recibieron premios diversos por
su meticulosa investigación. Pero como de costumbre-
el interés de la prensa decayó rápidamente,
y no se vio sostenido por campañas de información
palestinas o árabes ni por acusaciones formales de crímenes
de guerra. No hubo por parte árabe intentos oficiales
de llevar a cabo un recuento del número de víctimas,
ni de solicitar la creación de un tribunal de crímenes
de guerra. Desde Damasco, Yasir Arafat acusó de mala fe
al emisario norteamericano Habib, que había garantizado
la seguridad de los civiles palestinos, pero en ningún
lugar quedó tan llamativamente de manifiesto la ausencia
de la OLP como en el de la masacre. Mientras que desde 1969 hasta
aquel mismo momento, la OLP siempre había hecho acto de
presencia para ayudar a la reconstrucción, atender a los
heridos, honrar a los muertos e indemnizar a los supervivientes,
esta vez, como consecuencia de la matanza, parecía totalmente
impotente. Chatila y los barrios de los alrededores ofrecían
escenas de caos y desolación, llenos del olor de la muerte,
de mujeres que lloraban y maldecían a los gobiernos árabes,
de periodistas en busca de testigos, de cuerpos y brigadas de
enterramiento (1). Las excavadoras,
con letras hebreas perfectamente visibles, traídas para
demoler las casas sobre los cuerpos, permanecían como
testigos mudos. Entre las organizaciones que se dedicaron a enterrar
a los muertos se encontraba la Cruz Roja Internacional y la libanesa,
así como la Defensa Civil. El recuento de cadáveres
varió en cada caso. Por lo que respecta a los enterramientos
en masa, hubo muchos aparte de la enorme tumba colectiva situada
en la encrucijada entre la calle Abu Hassan Salamremeh y el bulevar
del aeropuerto, donde se impediría posteriormente a los
palestinos levantar un monumento. El ejército libanés,
que ha vuelto a instalarse en torno al campo, no permitió
que la gente se acercara a otros enterramientos próximos
a la embajada de Kuwait, el campo de golf y la Ciudad Deportiva
(es posible que hubiera otro más cerca de Sidón).
Muchas familias se llevaron los cadáveres de sus deudos
para darles la debida sepultura y muchos supervivientes abandonaron
la zona. Pero el mayor obstáculo para un recuento completo
de las víctimas es que muchas personas, hombres sobre
todo hombres, fueron trasladadas en camiones para no regresar
jamás. En esas condiciones se hizo imposible llevar a
cabo un recuento preciso de muertos y desaparecidos
(2).
Entre las razones más importantes por las que el número
total de víctimas nunca llegará conocerse se cuenta
en primer lugar que ni los israelíes ni los libaneses
tenían interés en elaborar un recuento preciso;
en segundo, la matanza no concluyó el 18 de septiembre
a las 10 de la mañana, como se cuenta la mayoría
de las veces, sino que prosiguió de forma discontinua
por todo Beirut oeste y por el sur con asesinatos y secuestros
aislados, hasta que se quebró la dominación de
las milicias cristianas en febrero de 1984. Este progrom fue
obra de milicias antipalestinas que se movían libremente
por zonas de las que se habían visto excluidas hasta 1982.
De forma paralela, el ejército libanés (reestructurado
para garantizar la dominación del Kata´eb) llevó
a cabo una campaña de detenciones masivas de palestinos,
hombres y mujeres, así como de deportaciones de extranjeros
que trabajaban con los palestinos.
Un examen de la cobertura de la matanza por parte de Newsweek
resulta revelador como ejemplo de la forma en que los medios
occidentales destacaron sus aspectos más macabros, pero
echando tierra sobre sus implicaciones políticas y legales.
En el número correspondiente al 27 de septiembre (más
de una semana después de que se transmitieran las noticias
de la masacre por los teletipos de las agencias) aparecía
Grace Kelly en la portada con un pequeño titular en una
tira: "Masacre en Beirut". En páginas interiores
se encontraba un artículo de dos páginas ilustrado
con fotografías de los cadáveres, y una de un soldado
israelí con el siguiente pie de foto: "un error
espantoso". Al artículo sobre la matanza le seguía
otro sobre el holocausto nazi. Se citaba a un funcionario israelí
que afirmaba que "se nos debería conceder cierto
crédito (por haber detenido la matanza), aunque fuera
un poco tarde". En el siguiente número de Newsweek
(del 4 de octubre) el editorial lleva por título "Israel
atormentado: un momento para pensar"; un subtítulo
establece el motivo conductor para que se recuerde en el futuro,
"Cadáveres en Beirut, protestas en Israel.
Mientras que el corresponsal sobre el terreno, Ray Wilkinson,
realizó una excelente labor informativa (incluyendo pruebas
de la cooperación entre las fuerzas israelíes y
libanesas), los editoriales reconducen la atención hacia
Israel con titulares como "El alma angustiada de Israel",
haciendo que la masacre pase de ser un crimen a convertirse en
un asunto interno israelí. Tras esto, Newsweek
olvidó la masacre hasta el 6 de diciembre: "Israel:
investigación sobre la matanza" (filtraciones de
la Comisión Kahan que apuntan a Sharon); en el número
del 3 de enero de 1983, una imagen de archivo de uno de los cadáveres
de la masacre es elegida como una de las "Imágenes
del 82", y el 21 de febrero ("Sharon paga los vidrios
rotos") la portada muestra un retrato fotográfico
de Sharon superpuesto sobre parte de la imagen de un cadáver.
En páginas interiores se alaba el informe de la Comisión
Kahan como "una descripción valiente y meticulosa
del papel de Israel en la matanza de Beirut", lo cual se
contrapone a "la indiferencia moral del Líbano".
La preocupación moral de Israel queda bien ilustrada por
su aceptación a la ligera de las cifras de la matanza
de "unos 700 o más".
Investigaciones oficiales
y oficiosas
Tan necesarios como las excavadoras para enterrar los cadáveres
resultaron las investigaciones oficiales para echar tierra sobre
la matanza misma, relegándola a la historia, y asegurándose
de que sus responsables no fueron puestos a disposición
de la justicia. Hubo dos investigaciones oficiales, una israelí
y otra libanesa. Creada a regañadientes por Begin (que
había tomado parte él mismo en la matanza de Deir
Yassin en 1948), el principal objetivo de la Comisión
Kahan consistió en pacificar a los israelíes escandalizados
por la matanza, así como en impresionar a la opinión
pública norteamericana. Dejó a salvo a Begin imputando
a Sharon, a quien juzgó culpable de "responsabilidad
indirecta" por negligencia. Sin embargo, el Informe Kahan
se quedó corto al no acusar a Sharon de introducir deliberadamente
a las fuerzas libanesas en los campos con el fin de que llevaran
a cabo una matanza, y no puso en cuestión la veracidad
de la afirmación de Sharon de que habían quedado
"2.000 terroristas" en el campo. No investigó
las relaciones previas entre el ejército israelí
y quienes perpetraron la matanza, algunos de los cuales habían
recibido entrenamiento en Israel. También alentó
la política libanesa de Israel singularizando la culpa
de la Falange libanesa y exonerando a las milicias de Haddad,
pese a que existían testigos oculares y pruebas periodísticas
de que los haddadistas habían estado presentes. Por ende,
algunas de las pruebas presentadas a la Comisión fueron
declaradas "secretas" (Apéndice B), y siguen
siéndolo a fecha de hoy. Según Newsweek
(21 de febrero de 1983), se pensaba que el anexo de 10 páginas
contenía detalles sobre las relaciones de Israel con el
Kata´eb, y acaso también las notas del Mossad sobre
un encuentro entre Sharon, Amin y Pierre Gemayel celebrado el
día antes de que comenzara la matanza (15 de septiembre).
Tal vez un problema más básico del informe sea
que al centrarse en el episodio de Sabra y Chatila, lo cual tenía
por objeto "concluir" obligando a Sharon a dimitir,
la Comisión Kahan desvió la atención de
la invasión de 1982 en su conjunto, lo que no sólo
carecía de justificación sino que incluía
crímenes de guerra como el bombardeo de refugios civiles,
la utilización de armas prohibidas y la tortura de los
detenidos. Los hallazgos de la Comisión Kahan respondían
asimismo por tanto a las necesidades de la política norteamericana:
cerrar un "lamentable episodio".
El fiscal militar Assad Germanos fue puesto a cargo de la
investigación oficial libanesa. El 5 de enero de 1983,
la prensa libanesa informó de que Germanos había
realizado dos o tres visitas a Sabra y Chatila y que se esperaba
que su informe estuviera listo para marzo o abril (3).
En agosto de 1983 la agencia de noticias del Kata´eb,
al-Markazieh afirmó que el informe "exoneraba al
Kata´eb de toda participación y que no habría
procesamientos" (4).
El informe Germanos jamás se publicó. Dada la
identidad de los autores de las masacres, no era predecible otro
resultado
Además de las mencionadas, hubo dos investigaciones
internacionales independientes, la Comisión Internacional
de Investigación (International Commission of Enquiry)
y la Comisión Nórdica, organizada por el Palestinafronten
y EAFORD. Ambas celebraron sus sesiones en Oslo a fines de 1982
(5). El informe de la CII
difería del de la Comisión Kahan en algunos aspectos
cruciales. Analizaba lo sucedido durante la guerra, y no sólo
las masacres de Sabra y Chatila, y estimaba que justificaba un
tribunal de crímenes de guerra que siguiera las líneas
maestras del de Nuremberg. Subrayaba la responsabilidad de Israel,
de acuerdo con las convenciones de Ginebra, como "potencia
ocupante" que controlaba por completo la zona en la que
se produjeron las masacres, y señalaba las lagunas de
las alegaciones israelíes sobre la ausencia de complicidad,
presentando pruebas de la presencia de israelíes dentro
de la zona de los campos (6).
También confirmaba la condición abrumadoramente
civil de los residentes de la zona en vísperas de la masacre
y concluía con acusaciones contra Israel de intencionalidad,
ayuda y control. Otra investigación, menos conocida, fue
la de la Comisión Nórdica, cuyo informe incluye
testimonios de testigos oculares. A diferencia del informe de
la Comisión Kahan, que recibió tantas alabanzas
de la prensa norteamericana y se reprodujo en el New York Times,
los informes de la CII y la Comisión Nórdica apenas
si fueron recogidos por los medios de información occidentales.
Ninguna de estas dos investigaciones independientes sirvió
de base para un tribunal de crímenes de guerra al estilo
del de La Haya, aun cuando los crímenes de guerra israelíes
en el Libano sobrepasaran con diferencia cualquiera de las actuales
acusaciones contra Milosevic.
La reconstrucción de Amnon Kapeliouk de los tres días
de la matanza y los dos días siguientes es un "visto
y no visto" destinado a una rápida publicación,
pero resulta valiosa por venir de un periodista destacado sobre
el terreno que estuvo en contacto tanto con las Fuerzas de Defensa
israelíes como con supervivientes del campo. Su relato
confirma lo que también asevera Ray Wilkinson, reportero
de Newsweek: que hubo soldados que dieron cuenta de haber
informado a sus superiores de que se estaba produciendo una matanza
ya desde el jueves, el día en que comenzaron las muertes.
El libro de Kapeliouk apareció en hebreo, francés
e inglés y tuvo buenas críticas
(7). Sigue siendo posiblemente el relato más
leído sobre la matanza.
Investigaciones palestinas
Casi ignoradas por el resto del mundo quedaron tres investigaciones
palestinas. Aunque llevadas a cabo por activistas e investigadores
ligados al movimiento nacional, no fueron convocadas ni financiadas
por la OLP. La primera de la que tuve noticia, poco después
de la matanza, en el curso de mis visitas a Chatila, la realizaban
miembros locales de la Unión General de Mujeres Palestinas.
Lo sucedido en este caso ejemplifica los obstáculos que
hubieron de afrontar los palestinos entre septiembre de 1982
y febrero de 1984 para poder realizar cualquier tipo de trabajo
organizado. Los voluntarios que rellenaban formularios se vieron
a menudo interrumpidos e interrogados por el ejército.
Con el tiempo, otras tareas urgentes como distribuir ayuda a
quienes carecían de hogar se hicieron prioritarias por
encima del registro de víctimas de la matanza. Los documentos
recogidos se destruyeron finalmente, bien en la Batalla de los
Campos (que comenzó en mayo de 1985), bien cuando el ejército
arroló los archivos del GUPW por las calles durante uno
de sus registros en Fakhany. Ninguno de los que contribuyeron
a esta labor conserva en la actualidad documento alguno.
Entre las instituciones nacionales que sobrevivieron a la
marcha de los combatientes de la OLP se encontraba el Centro
de Investigación Palestino, saqueado por las FDI durante
su invasión de Beirut occidental. Su director, Jaber Suleiman,
puso manos a la obra para restaurar el conjunto de archivos saqueados
por las FDI. Otro investigador presente en el CIP en aquella
época se dedicó a reclutar a colegas y vecinos
de Chatila para llevar a cabo una investigación de la
matanza. Su objetivo consistía en reconstruir exactamente
lo sucedido a través de relatos de testigos oculares,
y calcular el número de muertos y desaparecidos. Entrevistaron
a más de 120 testigos antes de verse obligados a interrumpir
su labor por la explosión que se produjo en el Centro
de Investigación el 5 de febrero de 1983. Tras su destrucción,
la mayoría de los empleados del CIP fueron detenidos y
deportados. Hay distintas versiones sobre lo que sucedió
con los documentos. Hay quien dice que quedaron destruidos durante
la explosión, quien afirma que el ejército se los
llevó en camiones y quien cuenta que Jiryis consiguió
poner a salvo algunos, llevándoselos con él a
un nuevo exilio.
Los iniciadores de investigación sobre la matanza elaborada
por el CIP llegaron a publicar sus resultados preliminares en
dos números de Shu´oon Filastiniyyeh (números
132/133, de 1988, y 138, de 1983. En el primero de éstos,
los investigadores incluyeron diecinueve testimonios breves de
testigos oculares. No se daba el nombre completo, aunque sí
la edad, ocupación y residencia. Partiendo de sus respuestas,
da la impresión de que estos investigadores se preocuparon
sobre todo de establecer la identidad de los autores de las matanzas,
por medio de sus uniformes, insignias o acentos. La evidencia
proporcionado por los testigos oculares corrobora las crónicas
de los periodistas según las cuales los hombres de Haddad
participaron en la masacre. Varios testigos sostuvieron que podían
encontrarse "judíos" (es decir, israelíes)
entre los atacantes. Una mujer, por ejemplo, afirmó: "Me
di cuenta... por su mal acento árabe". Otra describió
a un comandante que hablaba con los soldados (atacantes): "Su
árabe era muy limitado. Era rubio y alto, israelí".
Testimonios similares se los escuché a supervivientes
de la masacre al iniciar mi trabajo de campo en Chatila (octubre
de 1982). Vale la pena hacer notar que ninguna de las demás
investigaciones israelíes, libanesas, o internacionales-
registró declaraciones de testigos del lugar.
De especial interés resulta el relato escrito en inglés
por un palestino de Chatila que estuvo presente durante la matanza
y que trató de resistir a los atacantes junto a un puñado
de camaradas (8). Sus declaraciones
transmiten el horror desde dentro, de no saber lo que estaba
sucediendo, los esfuerzos por llevar a los heridos al hospital,
el dolor por los amigos muertos, el rescate casi demasiado
tarde- de su propia familia. En un episodio surrealista, un oficial
israelí se dirigió a los hombres concentrados en
el Estadio Deportivo, una vez acabada la masacre, a fin de comunicarles
que los israelíes habían llegado "para impedir
cualquier matanza". Los testigos oculares afirmaron que
los hombres señalados por un delator encapuchado fueron
apartados y no ha vuelto a saberse de ellos.
Otra investigación fue la dirigida por la profesora
Bayan al-Hot, junto a un equipo de trabajadores de campo, que
comenzó a finales de 1982. En 1985, la Dra. Bayan suspendió
la publicación de su trabajo, pendiente de verificar el
análisis de los datos. Su impresión es que su investigación
tuvo éxito en lo que se refiere a contabilizar la mayoría
de los muertos, aunque no todos los desaparecidos.
El destino de los supervivientes
Al visitar Chatila después de la matanza me impresionó
la energía con la que la gente sobre todo las mujeres-
reconstruían sus hogares antes de la llegada del invierno.
Se inscribió a los niños en el colegio y se trasladó
a los heridos y enfermos para que pudieran recibir tratamiento.
Los colegios y las clínicas trabajaban a toda velocidad
para recobrar la normalidad. Umm Nabil, una de las supervivientes
a las que conocí en ese primer invierno, se dedicaba a
reconstruir su casa con sus propias manos, mientras sus tres
niños pequeños dormitaban en un carricoche. Su
vivienda se encontraba en uno de los caminos principales utilizados
por los agresores para entrar en la zona del campo. Se habían
marchado a primera hora del jueves debido al bombardeo, pero
el marido de Umm Nabil regresó para recoger la leche en
polvo del pequeño Nabil, de dos meses. Posteriormente
encontraron su cuerpo entre las fauces de las tenazas de una
excavadora. En la primavera de 1983, su casa reconstruida fue
demolida con excavadoras por una unidad del ejército libanés,
y Umm Nabil se vio obligada a mudarse a un edificio que la OLP
había construido como escuela. Allí sigue todavía.
Beit Atfal al-Summood, fundado en su origen por la Unión
de Mujeres para atender a los huérfanos de Tal al-Za´ter,
se encargó de los huérfanos de estas matanzas,
después de su regreso a Beirut en 1984. Beit Atfal no
es un orfanato al estilo occidental y desde 1984 ha evolucionado
hasta convertirse en una ONG de múltiples actividades,
entre las cuales se encuentra la asistencia a los huérfanos
y a sus familias naturales, incluyendo formas de patrocinio,
visitas y ayudas a la educación y formación. Rebautizado
con el nombre de Institución Nacional para la Atención
Social y la Formación Vocacional, ha ayudado a criar a
17 huérfanos de la matanza. No se trata desde luego de
un registro completo. Llevaría tiempo y recursos hallar
a todos los niños a quienes los periodistas o el personal
médico encontraron sin padres después de la masacre.
Así, por ejemplo, Ray Wilkinson, del Newsweek,
encontró a un niño de 11 años, Milad Farouk,
cuyo padre, madre y hermano habían sido asesinados. Jack
Relden, reportero de la UPI, relató a la Comisión
MacBride el hallazgo de una niña de 13 años que
fue la única superviviente de su familia (9).
Durante el invierno de 1982, tomé fotos de un niño
de unos ocho años que empujaba una carretilla cargada
de contenedores de agua. La gente me decía que había
perdido a sus padres y se ganaba así la vida para ayudar
a sus hermanos más pequeños. ¿Qué
ha pasado con estos niños supervivientes? No hay una respuesta
inmediata.
El 8 de marzo de 2001, el canal de televisión Al-Jazira
emitió el episodio sobre la matanza que forma parte de
su actual serie sobre la guerra civil libanesa, mostrando una
larga entrevista con Suad Srour y su hermano Maher. Suad fue
a la vez víctima y superviviente de la matanza, y se ha
hecho célebre gracias a su presencia en foros como el
Tribunal de Mujeres (Beirut, 1996) y la Conferencia de Beijing,
a pesar de estar semiparalizada a causa de cinco balazos, uno
de cuyos proyectiles se encuentra todavía alojado en
su columna. Su padre, tres hermanos y dos hermanas fueron muertos
a tiros al mismo tiempo que ella; sólo quedan vivos su
madre, su hermano y su hermana. La historia de la rehabilitación
de Suad y de sus actividades como miembro de una cooperativa
de discapacitados revelan un valor y una resistencia asombrosos,
sobre todo teniendo en cuenta que fue violada por las fuerzas
libanesas en uno de sus puestos de control, mientras era transportada
en una ambulancia de la Media Luna Roja para ser tratada en el
extranjero. No ha habido ningún olvido gradual para esta
familia que se ha visto recientemente obligada a regresar a la
casa del Horsh en la que se produjo la matanza. Suad reconoce
que le hace falta atención psiquiátrica, así
como píldoras para poder dormir, y que deberían
extraerle la bala de la columna vertebral.
Entre el campo de Chatila y el Bulevar del Aeropuerto, el
Horsh (el bosque) es una zona en la que los palestinos y libaneses
desplazados por los combates en el sur ha construido casas de
"okupas". El Horsh fue uno de los centros de la carnicería.
Hasta hace bien poco se impedía volver allí a los
palestinos, puesto que la zona está dominada políticamente
por el movimiento de Amal. Los palestinos obligados a regresar
a falta de otra vivienda se sienten amenazados por sus vecinos
y recurren a veces a la "protección" siria.
Entre las víctimas de la matanza del Horsh encontré
a Samiha Hijazi. En la masacre perdió a su hija recién
casada y a su yerno. Viuda, pasada la cincuentena, con las dos
piernas terriblemente hinchadas como consecuencia de heridas
de metralla durante la guerra de 1975-76, Samiha se ve obligada
a trabajar como limpiadora para ganarse la vida en un colegio
no muy próximo. De nacionalidad libanesa, su familia rompió
con ella al casarse con un palestino. Durante la Batalla de los
Campos, los milicianos de Amal descargaron su furia contra ella
matando a su único hijo. El apartamento en el que vive
no es de su propiedad y cuando regrese su propietario tendrá
que buscarse otro lugar para vivir.
Estos tres son sólo algunos de los cientos de supervivientes
de la matanza, muchos de los cuales viven todavía en los
barrios del sur de Beirut deficientemente dotados de servicios.
No se ha creado ningún comité que pueda representar
a gente como Umm Nabil, Suad o Samiha, o que presione en favor
de indemnizaciones. Si Suad fuera bosnia, tendría alguna
esperanza de que sus agresores comparecieran ante el Tribunal
de la Haya, pero hasta ahora ni la Autoridad Palestina ni el
Estado libanés parecen dispuestos a embarcarse en ese
rumbo. Por ende, las vidas de la gente de Chatila se ven todavía
más empobrecidas e inseguras de lo que eran en 1982. Visitar
la zona hoy en día supone verse sorprendido por la total
ausencia de mejoras. Por el contrario, lo que se encuentra es
una comunidad agobiada por el paro, un hábitat degradado,
unos servicios en decadencia y un futuro desconocido, es decir,
una matanza por otros medios.
¿Qué pasó
con los agresores?
Las memorias de Robert Hatem, apodado "Cobra", guardaespaldas
del comandante Elie Hobeika de las fuerzas libanesas, ni son
honestas ni son historia (10).
Su intento de exonerar a Sharon de su culpabilidad en las matanzas
apunta al grupo de presión israelí o libanés
en Washington como posibles iniciadores. La Asociación
para un Libano Libre coopera estrechamente con Israel, y el libro
de Hatem concluye con un llamamiento a los cristianos libaneses
para que se alineen junto a Israel en contra de Siria. Aunque
dista de ser "un relato verídico" de la matanza,
el libro de Hatem contiene ciertos detalles que no eran ampliamente
conocidos con anterioridad como, por ejemplo, los nombres de
los dirigentes de algunas de las unidades asesinas: Joseph Asmar,
Michel Zouein, George Melco, Maroun Mashaalani. También
da los nombres de los dirigentes de las fuerzas libanesas que
"llegaron para inspeccionar la carnicería: Fadi Frem,
Fuad Abi Nader (ambos se convirtieron posteriormente en comandantes
de las fuerzas libanesas), Steve Nakkour, Elie Hobeika. Se cita
a Hobeika como autor de la orden: "Exterminio total... arrasad
los campos". Se menciona a Sharon comunicando a los jefes
de las unidades que no debe haber ataques contra los civiles.
Y se omite hablar de la milicia de Haddad, otra señal
de la influencia de Israel.
Lo que resulta interesantísimo en el libro de Hatem
es la descripción que proporciona de las luchas internas
y la fractura de las fuerzas libanesas tras la muerte de Bashir
Gemayel, así como los sórdidos tratos y latrocinio
gracias a los cuales hubo quienes sobre todo, Elie Hobeika-
se hicieron inmensamente ricos. Hatem da algunas pistas sobre
la actual situación de los combatientes de a pie de las
fuerzas libanesas cuando declara "Siento... tener que sacar
a colación detalles tan sórdidos, pero debo hacer
justicia a los milicianos que nunca exigieron ninguna retribución
ni miramientos. (Hoy) viven en la pobreza y el temor..."
Se queja de que hombres como él se ven obligados a subsistir
con 400 dólares al mes y viven con el constante temor
de ser detenidos. Al transferir su lealtad de Israel a Siria,
Hobeika traicionó a la comunidad cristiana y a patriotas
honrados como él. Hatem concluye su libro apremiando a
los libaneses a que cambien esa elección.
La desilusión cristiana respecto a las milicias antecedió
por supuesto a las revelaciones de Hatem, y se remonta a las
contiendas y asesinatos de los ochenta. Fue entonces cuando las
milicias comenzaron a quedar desacreditadas en su propia tierra
como una "mafia", como traficantes de drogas, en lugar
de héroes. Hoy nadie quiere saber nada de ellos ni admite
tampoco haberlos conocido. Probablemente, muchos han seguido
el camino de Hatem al exilio. Si los sitios en la red de las
fuerzas libaneses elaborados en Washington y Detroit valen de
muestra, hay muchos que viven en los Estados Unidos. En el Líbano
de hoy nadie se jactaría de haber participado en la masacre,
como hicieron en aquel entonces varios milicianos ante los periodistas
extranjeros. A los cristianos libaneses no les gusta que les
recuerden la existencia de un episodio tan digno de descrédito,
ni tampoco que los combatientes cristianos fueron sus primeros
ejecutores.
Por supuesto, el mismo Hobeika sigue todavía en escena.
Desde el final de la guerra civil libanesa ha sido ministro de
tres gobiernos, una vez con Omar Karameh y dos con Hariri, y
responsable sucesivamente de Asuntos Sociales, Recursos Eléctricos
e Hidráulicos y Personas Desplazadas. Sin embargo, no
consiguió ser elegido en las últimas elecciones
parlamentarias y no ocupa ningún puesto en el actual gobierno.
Cierto "Middle East Intelligence Bulletin" colocado
en Internet por el US Committee for a Free Lebanon advierte que
el año pasado (febrero de 2000) el fiscal del Estado,
Addoum, ha reabierto el sumario del asesinato de 1984 contra
el Dr. Saalim al-Hoss, en el que se cree que Hobeika estuvo implicado.
Hasta ahora no ha habido avances en este caso, pero careciendo
de una base de apoyo real es posible que sus días de poder
estén llegando a su fin.
Ni justicia ni indemnizaciones
Hay que preguntarse, en conclusión, por qué
los autores de una de las matanzas más brutales del siglo
XX nunca han sido llevados a juicio. O por qué los parientes
de las víctimas no han podido encontrar justicia ni han
recibido compensación alguna. Hay que admitir que ninguna
entidad oficial árabe la OLP, los gobiernos árabes,
las asociaciones de derechos humanos árabes- ha dado pasos
legales en esa dirección, pero una razón de más
peso es que la OLP nunca ha trabajado en serio sobre los aspectos
legales de la cuestión palestina y tenía escasos
conocimientos de derecho internacional. Hasta las numerosas víctimas
libanesas fueron ignoradas por el gobierno de Amin Gemayel, lo
que no resulta sorprendente, dado su tinte sectario. A los gobiernos
árabes les preocupaba solamente seguir iniciativas ilusorias
de los EE.UU. como el "Plan Reagan". Los grupos de
derechos humanos de aquella época estaban todavía
en su infancia. Otro factor crucial es que los medios de información
árabes estaban en 1982 mucho menos desarrollados que hoy
en día, y su cobertura de la matanza no fue lo bastante
sólida como para ejercer una presión pública
sobre los gobiernos para que éstos actuaran. No obstante,
lo que en última instancia hizo imposible que se organizara
un tribunal de crímenes de guerra como el de Nuremberg
fue la jerarquía del orden internacional. Sin el respaldo
de un Estado fuerte, llamamientos como el de la Comisión
Internacional Independiente cayeron en saco roto. Los gobiernos
del bloque oriental y los abogados progresistas hicieron campaña
para arrojar luz sobre la masacre pero ningún gobierno
occidental fue más allá de la condena y el olvido.
Los lugareños no olvidaron a sus víctimas. 40
días después de la matanza tuvo lugar una marcha,
principalmente de mujeres, hasta el más conocido de los
enterramientos masivos. El ejército libanés las
acosó, deteniendo a varias de sus dirigentes. También
hubo intentos de limpiar y vallar la zona, y el fotógrafo
japonés Riyuchi Hirowaki diseñó un monumento
destinado a honrar a las víctimas. Pero el emplazamiento
de los enterramientos masivos queda en el Horsh, lejos del campo
de Chatila, de modo que durante muchos años, las marchas
conmemorativas tuvieron que limitarse a los confines del campo.
Sin embargo, en 1988 hubo una procesión con velas, y en
septiembre pasado tuvo lugar una gran marcha en la que participaron
varios partidos libaneses y una importante delegación
italiana. Hay planes para crear un memorial permanente en este
lugar. Como nos recuerda la campaña armenia para el reconocimiento
de su holocausto, los crímenes de guerra nunca quedarán
enterrados del todo mientras un "pueblo" viva.
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