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Cuatro
horas en
Chatila
Jean Genet
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(C) de la traducción: Antonio
Martínez Castro para CSCAweb
Notas de CSCA
Julio de 2001
Presentación
Jean Genet nació en París en 1910. Abandonado por
su madre, ingresa por primera vez en 1920 en un reformatorio,
acusado de robo. Marginal, desertor de la Legión Extranjera,
viajero, marinero y delincuente, Genet redactará en los
años 40 sus primeras y magistrales obras (Notre-Dame
des Fleurs, Le Miracle de la rose, Haute survillance)
en las prisiones francesas, hasta que escritores e intelectuales
de su país (Sartre y Cocteau, entre otros) le reivindican
como la nueva figura literaria de Francia y logran que le sea
concedida la gracia presidencial en 1947. Después vendrán
la publicación de L'enfant criminel o Le journal
du voluer, en 1949, y nuevos procesos, esta vez por atentado
contra la moral. Homosexual declarado y reivindicativo, Genet
apoyará con gran valentía las causas de los desheredados
y de los pueblos: a las Panteras Negras en los propios EEUU,
adonde viaja en 1969 para hacer campaña a favor de la
liberación de sus presos; a los palestinos, conviviendo
con sus refugiados y guerrilleros en Jordania y el Líbano
entre 1970 y 1972, experiencia y compromiso (frente a una izquierda
francesa mayoritariamente filosionista) que narrará en
Un captif amoureux. Genet está en Beirut cuando
en septiembre de 1982 entra el Ejército israelí
y se producen las matanzas en Sabra y Chatila, por donde pasea
a las pocas horas de producidas, cuando los cadáveres
aún no han sido retirados de sus callejuelas. Escribirá
"Cuatro horas en Chatila", un testimonio políticamente
contundente y de una bellaza sobrecogedora que será publicado
en Francia en la Revue d'études Palestiniennes
y cuya primera traducción al castellano se ha realizado
para CSCAweb. Genet murió en 1986. [CSCAweb]
"(...) De un lado al otro de una calle, doblados o
arqueados, los pies empujando una pared y la cabeza apoyada en
la otra, los cadáveres, negros e hinchados, que debía
franquear eran todos palestinos y libaneses. Para mí,
como para el resto de la población que quedaba, deambular
por Chatila y Sabra se parecía al juego de la pídola.
Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan
estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos. Su olor
es sin duda familiar a los ancianos: a mí no me incomodaba.
Pero cuántas moscas. Si levantaba el pañuelo o
el periódico árabe puesto sobre una cabeza, las
molestaba. Enfurecidas por mi gesto, venían en enjambre
al dorso de mi mano y trataban de alimentarse ahí. El
primer cadáver que vi era el de un hombre de unos cincuenta
o sesenta años. Habría tenido una corona de cabellos
blancos si una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera
abierto el cráneo. Una parte ennegrecida del cerebro estaba
en el suelo, junto a la cabeza. Todo el cuerpo estaba tumbado
sobre un charco de sangre, negro y coagulado. El cinturón
estaba desabrochado, el pantalón se sujetaba por un solo
botón. Las piernas y los pies del muerto estaban desnudos,
negros, violetas y malva: ¿quizá fue sorprendido
por la noche o a la aurora?, ¿huía? Estaba tumbado
en una callejuela inmediatamente a la derecha de la entrada del
campo de Chatila que está frente a la embajada de Kuwait.
¿Cómo los israelíes, soldados y oficiales,
pretenden no haber oído nada, no haberse dado cuenta de
nada si ocupaban este edificio desde el miércoles por
la mañana? ¿Es que se masacró en Chatila
entre susurros o en silencio total?"
Texto inédito de 14 págs.
en castellano traducido del francés por Antonio Martínez
Castro para CSCAweb:
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