Cinco días en la prisión
jordana de Al-Yuweide: testimonio de Hisham Bustani
Hisham Bustani*
22 de abril de 2002, Amán, Jordania
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Puede que lo que van a leer
a continuación les conmocione; este es mi testimonio después
de haber permanecido encerrado en la prisión jordana de
Al-Yuweide durante cinco días."
La detención
Noche del martes 9 de abril
de 2002
Un grupo de activistas, entre los que nos encontrábamos
Shadi Mdnat (ingeniero) y yo mismo, estábamos reunidos
en la sede de la Unión de Asociaciones Profesionales (UAP)
en Amán, discutiendo sobre la utilización de botes
de gas lacrimógeno y sus efectos sobre la salud humana
-particularmente en zonas con una alta densidad de personas,
donde el gas se introduce en los hogares.
Dentro de mi bolsa, yo llevaba un bote usado de gas lacrimógeno,
con dos números inscritos en la base inferior del mismo:
10 79. Discutíamos sobre estos números que, según
suponíamos, representaban la fecha de fabricación
del bote en cuestión, que había sido recogido en
el lugar donde recientemente se había celebrado una manifestación
en Amán [1]. La discusión versó también
sobre los efectos de la utilización de botes de gas lacrimógeno
caducados o, tal y como se podía leer en otro de los botes,
de botes que entre sus componentes tuvieran agentes multi-irritantes.
Habíamos iniciado la discusión a causa de las
numerosas quejas recibidas por las diversas organizaciones y
comités comprometidas con la defensa de las libertades
y los derechos humanos, de que la utilización de botes
de gas lacrimógeno caducados contra los manifestantes
es un hecho frecuente. Fueron estas mismas quejas las que impulsaron
a la Sociedad Jordana por la Defensa de los Derechos del Ciudadano
(SJDDC) a enviar una carta al primer ministro de Jordania, Ali
Abu al-Ragheb, de fecha 6 de abril de 2002, en la que se declaraba
que "la SJDDC ha recibido con enorme preocupación
las numerosas quejas relativas al empleo de botes de gas lacrimógeno
por parte de las fuerzas de seguridad, utilización que
acarrea significativos daños secundarios sobre la salud
humana; todo ello requiere de su parte una investigación
inmediata, así como el castigo de los responsables de
estas acciones".
Una vez fuera de la sede de la UAP y mientras estaba en compañía
de Shadi Mdanat, dos agentes de la denominada Seguridad Preventiva
nos siguieron y me llamaron por mi nombre: "Doctor Hisham...
Doctor Hisham..." Cuando miré hacia atrás,
me pidieron el bote de gas lacrimógeno vacío. Me
negué a dárselo, así que uno de ellos se
marchó y volvió con el oficial al cargo, que les
ordenó que registraran mi bolsa de mano. Les respondí
que no podía hacerlo a menos que me mostrase una orden
de registro. Se rió y, tras una breve discusión,
ordenó que fuésemos conducidos a la sede de la
Seguridad Preventiva, situada en la zona de al-Abdali. Allí
me quitaron mi bolsa de mano, la registraron, y confiscaron el
bote vacío, una película de vídeo sobre
las masacres de Sabra y Chatila y algunos documentos.
Procedieron entonces a interrogarnos. Nos negamos. Solicitamos
la presencia de un abogado y nos negamos a firmar cualquier tipo
de declaración. No se nos comunicaron los cargos de los
que se nos acusaba, ni se nos permitió ver a un abogado
o utilizar un teléfono. Durante mi estancia en la sede
de la Seguridad preventiva vi, al otro lado del pasillo, cómo
interrogaban a un muchacho (con quien me volvería a encontrar
más tarde en prisión) acusado de "quemar un
autobús durante las manifestaciones" (poco después,
me enteré de que esta acusación no es más
que una excusa común, un cliché utilizado contra
cualquiera que es detenido en la calle: "has quemado un
autobús", "has roto un semáforo",
"has roto el cristal de esa tienda", etc.). El chico
había sido golpeado con dureza en la comisaría
de Al-Naser; tenía la cara enrojecida, y unas enormes
protuberancias le salían del cuello (probablemente resultado
de haber sido golpeado con una manguera o con algún cable).
Cuando le dijo a quien le interrogaba que había firmado
una confesión bajo tortura en la comisaría de policía,
enseñándole las marcas que cubrían su cuerpo,
le pegaron en la cara unas cuatro o cinco veces. El chaval me
dijo que su único "crimen" había sido
ir caminando solo hacia su casa, cuando tres oficiales de policía
vestidos de paisano se acercaron y comenzaron a pegarle, acusándole
de haber "quemado el autobús".
Tras esperar dos horas más en Seguridad Preventiva,
fuimos trasladados a los calabozos de la Comisaría Central
de Al-Abdali, donde pasamos la noche.
El Tribunal de Seguridad del Estado
Mañana del miércoles,
10 de abril de 2002
Alrededor de las 11:30 de la mañana, Shadi Mdanat y
yo fuimos transportados (solos) en un camión de prisiones
a Marka. Por lo que decían los oficiales que nos acompañaban,
nos iban a presentar ante el Tribunal de Seguridad del Estado
bajo la acusación de "haber distribuido rumores que
dañan la reputación del Estado". Hasta entonces,
se nos había prohibido tener cualquier tipo de contacto
con otras personas, y oficialmente nadie nos había comunicado
de qué se nos acusaba.
El Fiscal del Tribunal de Seguridad del Estado rechazó
hacerse cargo del caso, de manera que volvieron a trasladarnos
a la comisaría. Desde allí, fuimos trasladados
a la oficina del Gobernador, que ordenó que permaneciéramos
detenidos durante 14 días. Entonces fuimos trasladados
a la prisión de Al-Yuweide.
Ceremonia de bienvenida en la prisión
de Al-Yuweide
Noche del miércoles,
10 de abril de 2002
Dentro del camión que nos transportaba a la prisión
de Al-Yuweide había seis personas. Todos habíamos
sido detenidos por orden del gobernador (sin cargos, y sin la
intervención de un abogado o un tribunal de justicia).
Los otros cuatro había sido detenidos en manifestaciones
y marchas a favor de la Intifada. Uno era taxista, dos eran propietarios
de un comercio, y el último era amigo de estos últimos.
Cuando nos bajamos del camión, entramos en una sala
(de tres en tres) donde nos obligaron a desnudarnos por completo.
Nos ordenaron que pusiéramos las manos sobre nuestras
cabezas y nos moviéramos arriba y abajo (flexionando las
rodillas) durante cerca de 30 minutos. Mientras duró este
"ejercicio", el oficial presente en la sala empezó
a pegar puntapiés a uno de los comerciantes; después
le ordenó que se arrodillara y besara el suelo, cosa que
el hombre hizo atemorizado, entre golpe y golpe.
Después nos condujeron al interior de la prisión,
donde nos recibieron con el siguiente saludo: "Así
que vosotros sois los manifestantes, ¿eh? Esperad y veréis".
Una vez dentro de otra sala, nuevamente se nos ordenó
que nos desvistiéramos. Después, un oficial con
un cable envuelto en cinta aislante comenzó a pegar a
los que estaban en la sala, uno por uno, en las manos y por todo
el cuerpo, a minuto por persona... Yo me libré cuando
le dije al oficial cuáles eran los cargos de los que se
me acusaba.
Después nos trasladaron a una habitación adyacente,
donde cortaron el pelo a todos, y cogimos unos pantalones y una
camiseta azules de una pila de ropa sucia que había en
el suelo. Los otros cuatro no dejaron de recibir golpes y bofetadas
durante todo este proceso.
Después, los seis fuimos conducidos a empujones hacia
el patio de la cárcel (la zona de visitas). A Shadi y
a mí nos pudieron aparte. Inmediatamente después,
un oficial de la prisión tomó un cubo de plástico
y empezó a golpear brutalmente a los otros cuatro por
todo el cuerpo. Después se le unió otro oficial
con un cable. La "ceremonia del patio" duró
unos cinco minutos; los gritos y las súplicas no llamaron
la atención de ninguno de ellos. Más bien, sirvieron
para intensificar los golpes. Lo que me llamó la atención
fue la presencia del médico de la prisión sentado
en un sofá... y mirando.
Después, tres policías de rango interior nos
condujeron hacia nuestra celda, con la recomendación especial
de que "cuidara bien de nosotros". A medio trayecto,
los tres oficiales nos hicieron parar, nos apartaron a Shadi
y a mí a un lado, y empezaron a practicar kárate
con los otros cuatro. Saltos, patadas en la espalda, bofetadas,
y toda clase de maniobras televisivas se sucedían, especialmente
dirigidas contra la cabeza. Personalmente, he de decir que ha
sido la cosa más vergonzosa que he presenciado en toda
mi vida.
Cuando terminaron de presumir, nos dirigimos hacia nuestro
módulo (módulo D), y mientras estábamos
frente a la puerta de nuestra celda (la número 18), cada
uno de nosotros (incluidos Shadi y yo) recibimos una bofetada
de bienvenida de parte del guardián del módulo;
después, entramos en la celda.
¿Módulo carcelario,
o sala de disecciones?
Jueves 11 de abril a domingo
14 de abril de 2002
El jueves nos despertaron a las 5:00 de la mañana para
"contarnos", procedimiento que se lleva a cabo con
regularidad todos los días. Había 61 prisioneros
en el módulo. 8 de ellos estaban acusados de algo. El
resto (como yo) permanecía detenido sin ningún
cargo por orden del gobernador. El número de prisioneros
se elevó a 68 la noche del sábado 13 de abril.
El módulo no estaba preparado para contener a tan alto
número de personas, de manera que la mayor parte de los
detenidos tenían que compartir la cama. La habitación
estaba bajo tierra, el nivel de humedad era muy elevado, había
frío, y las goteras no paraban.
Al amanecer, un oficial llamó a los prisioneros "nuevos".
Los seis fuimos conducidos nuevamente al patio. Allí se
nos ordenó a Shadi y a mí que volviéramos
a nuestro módulo. Los demás volvieron 15 minutos
más tarde con la cara enrojecida. Una vez más,
les habían golpeado.
Empecé a hablar con los presos, a conocer sus historias
y a enterarme de las heridas que habían recibido.
Un gran número de ellos llevaba en la cárcel
de Al-Yuweide cerca de una semana. Anteriormente, habían
estado detenidos durante uno o dos días en los calabozos
de las comisarías locales en Al-Naser, Al-Ashrafeyyeh,
Al-Baq´a, Al-Mohayirín, Al-Shmeisani, etc.
Edad: entre 18 y 27 años. Hombres jóvenes, normales
y corrientes, carentes de orientación política
alguna. Algunos habían participado en una o dos manifestaciones;
la mayoría no se había manifestado en su vida.
Casi todos me contaban la misma historia: uno caminaba con
su madre y su hermana en Ras Al-Ein; otro iba a comprar al supermercado
de Nazzal; otro estaba conduciendo con sus amigos camino de la
mezquita de Al-Rabiyeh para rezar el viernes; otro había
salido a comprar comida para unos familiares de su esposa que
la estaban haciendo compañía en el hospital de
Jabal Ammán; otro estaba dentro de su tienda en Wihdat;
otro conducía un taxi; otro era el pasajero. Y así
todos. En todos los casos, tres o cuatro agentes de seguridad
se les habían acercado y habían empezado a golpearles.
Después, les metieron en coches o autobuses de la policía,
donde los golpes seguían cayendo. En comisaría
fueron golpeados con palos, cinturones, a manotazos o a puntapiés.
Muchos aseguraron haber sido golpeados por 10 o 14 policías
a la vez. Uno a uno. Algunos dijeron haber sido golpeados "por
turnos". Una persona me dijo que en la comisaría
de Al-Mohayirín le habían recibido dos filas de
policías antidisturbios completamente equipados y que
ocupaban el tramo que iba del autobús hasta la entrada
de la comisaría.
Heridas: yo mismo fui testigo e investigué lo siguiente
en prisión. Todos los detenidos que había en mi
módulo tenían hematomas graves (rojos, azules,
marrones, amarillos), por todo el cuerpo. Muchos de los hematomas
formaban líneas rectas, causados por el empleo de cables
y mangueras. Dos personas tenían heridas con puntos en
la cabeza.
Entre las más graves, había una persona con
un corte muy profundo en el lado derecho de la frente, de unos
8 cm. de longitud, que había sido causado por los golpes
recibidos con un instrumento afilado mientras la persona intentaba
librarse de los golpes. Otro tenía una herida muy profunda
en la mano izquierda, causada por la acción de un oficial
que presionó la aguja de la hebilla de su cinturón
hasta penetrar en la carne. Otra persona tenía aún
la marca de una bota claramente marcada en la parte izquierda
del rostro. Me aseguró que un policía le había
plantado la bota encima durante 30 minutos, mientras iban camino
de la prisión. A otro de los detenidos, la sangre se la
estaba acumulando en el ojo izquierdo a causa de los golpes recibidos
con un cinturón. Me dijo que tenía el ojo tan inflamado
como una manzana pequeña. Otro prisionero había
sufrido pérdida de la audición en el oído
derecho tras haber sido golpeado con un cinturón.
También me comentaron otros tres incidentes en los
que se había obligado a los detenidos a arrodillarse y
limpiar con la lengua las botas del oficial de policía.
Los detenidos también nos contaron su particular "ceremonia
de bienvenida" en Al-Yuweide, ceremonia que incluyó
una fiesta de golpes de hora y media en una habitación
cerrada. Cómo sería, que las paredes estaban cubiertas
de rojo. Se les obligó a permanecer a la pata coja mientras
eran golpeados, a correr desnudos bajo la lluvia, a arrastrarse
por el suelo mientras les golpeaban, generalmente con cables
y mangueras de riego. Nos contaron cómo, literalmente,
les habían tenido que "transportar" hasta sus
celdas debido a la gravedad de sus heridas.
El viernes y sábado por la noche, fuimos testigos de
más sesiones de golpes y bofetadas contra cinco nuevos
detenidos, que afirmaron haber sido golpeados también
en el patio. Fui testigo de la sesión de golpes que recibió
un muchacho de talla pequeña, joven (unos 18 años),
delante de todos los detenidos y en presencia del subdirector
de la prisión porque había respondido afirmativamente
a la pregunta del subdirector sobre si se golpeaba a alguien
en la cárcel de Al-Yuweide.
En el tintero se quedan muchos otros detalles que son triviales
en comparación con lo que he narrado más arriba,
pero lo que está muy claro es que hay una voluntad clara
y manifiesta de meter el miedo en el cuerpo a todos estos hombres
jóvenes. Allí se respira una atmósfera de
terror; la más mínima voz fuera del módulo
puede dar lugar a una "llamada de atención".
El cotilleo diario en la prisión es saber si las heridas
han mejorado algo; desean que no haya más manifestaciones
para que nadie más pueda ser víctima de estas "fiestas",
y también se habla sobre quién es el oficial más
"misericordioso" y cuándo le toca la ronda.
Salí de la cárcel el domingo, 14 de abril de
2002, a las 12:30 p.m., después de haber pagado una fianza
de 10.000 dinares jordanos (14.300 dólares) [2].
Shadi Mdanat salió de prisión al día siguiente
tras haber pagado una fianza similar. Algunos de los que compartieron
conmigo el módulo en el que estuve también salieron;
otros no. Y otros muchos sencillamente no tienen dinero suficiente
para pagar la fianza. Siguen encerrados en condiciones inhumanas,
viviendo a cada momento que pasa con el miedo de ser golpeados
y humillados otra vez.
Otra cuestión importante es que nuestra detención
no debe ser vista como algo normal, sino que más bien
debe ser interpretada como un aviso más que obvio y una
clara amenaza contra todos los que trabajamos por la defensa
de las libertades y los derechos humanos. Está claro que
la autoridad política en Jordania no solamente no tolera
el activismo político ni las actividades pro-palestinas
o pro-iraquíes, sino que también trata con mano
de hierro a los activistas pro-derechos humanos y defensores
de las libertades.
Notas CSCAweb:
1. Véase en CSCAweb:
Los
activistas jordanos Bustani y Mdanat, detenidos e
Hisham
Bustani: Cinco días de protestas en Jordania en solidaridad
con Palestina
2. Un dólar equivale a 0,888 euros, es decir la fianza
ascienda a más de 12.700 euros, más de 2.100.000
pesetas.

.
|