La revuelta popular libanesa
contra el neoliberalismo
Alberto Cruz
CSCAweb,
6 de febrero de 2007
"Volveremos a nuestra
aldea un día
y ahógate en el calor de la esperanza,
volveremos,
aunque el tiempo pasa
y las distancias crecen entre nosotros"
Sanarji'u (Volveremos)
Una canción
de Fairuz se puede escuchar estas últimas semanas en Líbano.
Sanarji'u. Volveremos. Es una canción de amor y de esperanza,
como casi todas las suyas. Este pequeño país está
dando una lección al mundo árabe. A pesar de la
opinión que se viene trasladando de forma machacona en
occidente, es ingenuo pensar que la crisis libanesa comenzó
con la guerra con Israel del pasado verano y que se termina con
la lucha contra un gobierno que no representa a la mayoría
de la población. Hay algo más, es también
una lucha contra un gobierno abiertamente neoliberal, que sigue
al dictado las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional
y del Banco Mundial.
Líbano es un país
que no llega a los 5 millones de habitantes. Y, sin embargo,
tiene una deuda externa de 41.000 millones de dólares.
La consecuencia de una política económica especuladora
impulsada por el primer ministro Rafiq Hariri desde el fin de
la guerra civil en 1990. Hariri reconstruyó Beirut a expensas
del resto del país y se centró en los sectores
de lujo, en las actividades financieras y bancarias en vez de
en modernizar sectores vitales en el país como el agrícola
y la pequeña industria. Hariri quería volver a
la situación anterior a la guerra civil, a ese manido
dicho de "la Suiza de Oriente Medio", con el único
objetivo de hacer de Líbano el centro del tránsito
para el dinero del petróleo de sus poderosos vecinos,
especialmente Arabia Saudí.
El Ministro de Hacienda de
Hariri era Fouad Siniora, que impulsó una serie de reformas
económicas de corte abiertamente neoliberal. El programa
fue expuesto en París en el año 2002 y contó
con la promesa de reformar el sector público sin
atreverse aún a privatizarlo del todo-, pagar la deuda
externa, cortar los gastos públicos y aumentar los ingresos
fiscales con la finalidad de "balancear el presupuesto en
el año 2006". Entonces, como ahora, Siniora logró
el apoyo económico de un grupo de países: 4.400
millones de dólares. Líbano sólo ha recibido
de esa cantidad prometida 2.500 millones.
La corrupción lo devoraba
todo y la situación no mejoraba. Siniora decidió
entonces dar otra vuelta de tuerca: en el mes de marzo de 2006
decidió aceptar las nuevas recomendaciones del BM y del
FMI y proceder a incrementar el IVA y a privatizar los sectores
de telecomunicaciones, eléctrico y la compañía
aérea Middle East Airlines (MEA). Eso fue la gota que
colmó el vaso de la paciencia popular. No hay que perder
de vista que dos tercios de la población libanesa viven
en el umbral de la pobreza y que el salario mínimo no
llega a los 250 dólares al mes (192 euros). Una situación
en la que vive la mayoría de la comunidad shií.
Según los datos que manejan los sindicatos, el porcentaje
de gente pobre en Líbano se ha incrementado un 7% en una
década: en 1995 era del 47%, en el año 2004 pasó
a ser del 54%. Es por ello que se había decidido iniciar
una serie de movilizaciones que la agresión israelí
del verano paralizó y se introdujeron nuevos elementos
en la situación.
Por una parte, el gobierno
de Siniora vio la ocasión perfecta para eliminar a su
principal adversario, Hizbulá. Según la agencia
palestina Ma'an, Siniora mantuvo una reunión secreta con
el primer ministro israelí, Ehud Olmert, en el balneario
egipcio de Sharm el Sheij inmediatamente después de que
fuese aprobada la Resolución 1707 del Consejo de Seguridad
de la ONU que puso fin a la guerra (1). Según esta versión,
desmentida por Siniora pero que se viene cumpliendo a carta cabal,
el gobierno libanés se comprometió a "implantar
la ley y el orden" en todo el país en alusión
al sur, zona controlada por Hizbulá-, a desarmar al brazo
armado de este movimiento político-militar apoyándose
en la presencia de tropas internacionales en esa parte del territorio
libanés y a mantener a su gobierno dentro de la órbita
pro-occidental reduciendo y eliminando la resistencia libanesa
y los movimientos nacionales de la oposición.
Hizbulá había
logrado la victoria sobre los israelíes, y eso alarmaba
y mucho a los regímenes árabes más reaccionarios,
especialmente a Arabia Saudí, Egipto y Jordania, quienes
desde los primeros momentos de la guerra lanzaron duras acusaciones
a Hizbulá y sólo la admirable capacidad de lucha
y de resistencia de esta organización hizo que, a última
hora, desempolvasen viejas medidas políticas para intentar
mediar y calmar a sus propios pueblos. Según la agencia
palestina, en esa reunión entre Siniora y Olmert también
estuvieron representantes egipcios y saudíes.
Privatización
del sector público
Por otra parte, Siniora encontraba
la excusa perfecta para acelerar su plan de privatizaciones alegando
que la destrucción causada por los israelíes hacía
imprescindible este tipo de medidas económicas para sacar
al país de la ruina. La prensa libanesa informaba al detalle
de este plan y decía que "el impacto de las medidas
[sobre la población] ha sido evaluado en un panorama a
medio plazo por el FMI" (2).
Los empresarios rápidamente
se sumaron a esta propuesta y fueron algo más lejos: plantearon
al gobierno la necesidad de ampliar la jornada laboral a 36 horas
para los funcionarios; de privatizar la compañía
nacional de electricidad, Electricite du Liban; la compañía
aérea MEA, la gerencia del aeropuerto internacional Rafiq
Hariri de Beirut, y los sistemas de agua y depuración
de aguas residuales (3), entre otras cuestiones.
Este era el ambiente previo
a las importantes manifestaciones populares que se vieron en
Líbano a lo largo de todo el mes de diciembre (4). Hizbulá
hacía valer su poder y establecía una serie de
alianzas con otras fuerzas políticas: el Movimiento Patriótico
Libre (cristiano), el Partido Comunista, Amal (shií),
nasseristas e incluso pequeñas formaciones suníes
y drusas. Básicamente, los acuerdos se basan en un gobierno
temporal de unidad nacional que elabore una nueva ley electoral
basada en la representación proporcional; un estado secular
y democrático; lucha decidida contra la corrupción
y el soborno; coexistencia pacífica para eliminar el sectarismo,
y condena de los asesinatos políticos, entre otras.
Todo ello cristalizó
en impresionantes movilizaciones populares en el mes de diciembre,
como decía, y en una serie de huelgas parciales durante
los primeros días del mes de enero. El principal sindicato
de Líbano, la Central General de Trabajadores (CGT), que
cuenta con 350.000 afiliados, impulsó la lucha contra
las medidas económicas del gobierno presentando a los
trabajadores un plan de 12 puntos entre los que los más
importantes eran la lucha contra el desempleo; impedir la fuga
de cerebros y la emigración de la juventud; aumento de
las capacidades productivas del sector agrícola, industrial
y de servicios; reforzar el sistema de Seguridad Social (la reforma
del sistema de pensiones también está dentro de
los planes del gobierno de Siniora); combate contra la corrupción,
el soborno y el robo desde las instituciones públicas,
y el incremento del salario mínimo hasta asegurar que
llega para la canasta básica e impedir las privatizaciones
del sector público.
Ante el autismo del gobierno,
que pese a no contar con quórum para tomar decisiones
tras la dimisión de los ministros de Hizbulá, Amal
y del Movimiento Patriótico Libre decidió seguir
adelante con su plan neoliberal y presentarlo formalmente en
la Conferencia de París, se convocó una huelga
general que paralizó el país el día 23 de
enero de este año. La huelga hizo mucho daño, de
ahí que se desvirtuase su objetivo y los partidarios del
gobierno iniciasen una serie de enfrentamientos sectarios con
los opositores.
Sin embargo, estos enfrentamientos
aunque se extendieron entre todos los sectores, fueron especialmente
graves entre los cristianos. Las Fuerzas Libanesas de Samir Geagea
arremetieron contra los militantes del MPL de Michel Aoun. Los
observadores, aunque reconocen que hubo enfrentamientos shíes-suníes,
consideran que "la guerra intercristiana ha sido probablemente
la más virulenta" de la huelga y de los días
siguientes (5).
La nueva
guerra fría
La situación en Líbano
está pareciéndose cada vez más a un resurgimiento
de la guerra fría. La derrota de Israel, el fiasco iraquí
y la consolidación de Irán como potencia regional
han provocado un realineamiento ideológico vestido de
reforzamiento religioso: suníes contra shiíes,
o viceversa. Es la nueva táctica estadounidense que sí
se está mostrando eficaz y que ellos llaman "las
fronteras de la sangre".
Quien está llevando
la iniciativa es Arabia Saudí y a ella se han sumado de
forma entusiasta Jordania (es muy esclarecedor el artículo
aparecido en The Daily Star el pasado 27 de enero titulado
"Jordania comienza a reaccionar siniestramente a la grieta
suní-shií"), Egipto, Estados Unidos, Israel,
la Unión Europea y el gobierno de Siniora.
Es Arabia Saudí quien,
en carta enviada a Bush el 18 de diciembre de 2006, le sugirió
que no se retirase de Iraq hasta el año 2008 puesto que,
en caso de hacerlo, financiaría a la guerrilla, mayoritariamente
suní. Son los saudíes quienes han sugerido a israelíes
y estadounidenses que apoyen al presidente palestino, Abbas,
en detrimento del primer ministro de Hamás. Son los saudíes
quienes han advertido públicamente a Irán que "modere
sus interferencias" en Iraq (y así hay que interpretar
el último movimiento de Muqtada al Sáder volviendo
a incorporarse al gobierno de Maliki y no verlo así es
no entender nada de geopolítica), en Palestina (por su
anunciado apoyo político y monetario al gobierno de Hamás)
y en Líbano (6).
Y es Arabia Saudí quien
más dinero a ofrecido a Líbano en la conferencia
de París. Del total de 5.850 millones de dólares
apalabrados, los saudíes aportarán 1.100 (847 millones
de euros) para evitar que Hizbulá y sus aliados derriben
al gobierno de Siniora. Le han seguido los EEUU con 795 millones
de dólares. Otros, como los países europeos, faltos
de una política exterior autónoma siguen a sus
mayores basados en una creencia casi mística sobre la
magia del libre mercado. Si algo está claro hoy día
es el fracaso absoluto de las políticas monetaristas y
librecambistas impuestas a sangre, y nunca mejor dicho, y fuego
por el Fondo Monetario Internacional. Ese gran cártel
de las finanzas en manos de los Estados Unidos para influenciar
en las políticas económicas, a costa de las políticas
sociales, de los países del denominado Tercer Mundo y
dictar a estos gobiernos soberanos qué es lo que tienen
que hacer, qué decir y cómo comportarse. Un FMI
y un BM que también han decidido contribuir en esa conferencia
de donantes de París III con casi 200 millones de dólares.
Para los participantes en esta conferencia no existe el hambre,
la miseria, la marginalidad. Sólo una espuria pretensión
por parte de una organización "terrorista" de
tumbar a un gobierno "legítimo" al que hay que
apoyar a costa de cualquier cosa.
Con este dinero se intenta
comprar tiempo, que no paz. Y más cuando el gobierno Bush
acaba de dar carta blanca a la CIA para que actúe contra
Hizbulá (7) y a otras agencias de inteligencia para que
financien a los grupos anti-Hizbulá. Mucho tendrán
que aportar para que la rebelión de los pobres libaneses
contra el neoliberalismo se termine. Como alguien ha escrito
con una clara carga poética, a lo que estamos asistiendo
en Líbano es a una demostración de la fuerza de
los débiles.

Notas:
(1) Ma'an,
21 de diciembre de 2006.
(2) The Daily Star, 27 de diciembre de 2006.
(3) Ibid.
(4) Alberto Cruz, "Hizbulá lee a Gramsci"
(5) Al Ahram,
25-31 de enero de 2007.
(6) Al Jazeera, 27 de enero de 2007.
(7) The Telegraph, 23 de diciembre de 2006.
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