Islam en Europa
Normalizar el Islam como realidad
europea
Isaías Barreñada*
Tribuna
Complutense,
21 de febrero, 2006 / CSCAweb, 3 de marzo, 2006
"Hay
necesidad de un debate continuado, en Europa, sobre el lugar
de lo religioso en la vida pública, pues la secularización
generalizada y las nuevas formas de religiosidad plantean retos
novedosos. Pero sobre todo urge un ejercicio de conocimiento
mutuo, de comprensión, de aceptación y de acomodación
de lo distinto y a lo distinto. Hay que revisar cómo se
educa en la diversidad, hay que recuperar la memoria, y asumir
la diversidad en continuo cambio."
"Islam frente a Occidente",
"Islam y democracia", "Mundo musulmán ante
Europa" todos estos son títulos frecuentes en debates,
tertulias y prensa. En todos ellos subyacen las ideas de diferencia,
de confrontación, de oposición. Un punto de partida
que creo debemos cuestionar porque es un prejuicio que falsea
todo acercamiento a una realidad con la que convivimos en Europa
desde hace décadas, aunque a muchos les cueste reconocerlo.
Hay millones de ciudadanos
europeos musulmanes, desde España a Finlandia, de Irlanda
a Grecia. El Islam forma parte de la realidad europea. Es la
religión de una parte importante de la población
europea (13 millones en la UE, 23 millones si se incluye Europa
Oriental). Es producto de nuestra historia: hay un Islam autóctono
(Balcanes), hay una población musulmana descendiente de
los colonizados, hay conversos, pero sobre todo, desde hace cuatro
décadas, está el Islam de la inmigración.
Todo ello ha ido modificándose con el paso del tiempo;
el musulmán europeo nieto de inmigrantes turcos o magrebíes
vive un Islam diferente del de sus abuelos. El Islam es una religión
europea, como africana y asiática, y como el cristianismo
lo es de Oriente Medio o de otras regiones. Pero además
es un hecho heterogéneo, dadas las muy variadas formas
de vivir la "identidad musulmana", y complejo, pues
cambiante.
Por ello es necesario, incluso
imperativo, asumir esta realidad con normalidad. Pero nos confrontamos
con un profundo y extendido desconocimiento, que se torna muchas
veces, al ser manipulado, en ignorancia inducida y en fuente
de conflictos graves. Frecuentemente el Islam se nos presenta
como la alteridad de Europa y se le presenta como problema.¿A
qué se debe?
En primer lugar hay una construcción
ideológica culturalista y esencialista, cuyos más
insignes representantes son Bernard Lewis y Samuel Huntington,
que presenta el Islam como una construcción cerrada, invariable
y absoluta, que lo explica todo. El dogma determina los comportamientos.
Por ello el mundo musulmán aparece como opuesto a Occidente,
y se hace inevitable el conflicto a escala global. A pesar de
ser criticada, esta concepción es dominante y hegemónica.
Insiste y perpetúa un acercamiento al Islam como marcador
identitario de la diferencia. Y en estas posiciones se ve frecuentemente
apoyada por fundamentalistas de la civilización occidental,
de derecha o de izquierda.
En segundo lugar es que la
globalización del Islam político ha tocado también
a Europa. El islamismo radical trasnacional ha obligado a concebir
respuestas en materia de seguridad, pero en muchos casos ha alimentado
una cultura del miedo y de la sospecha generalizada: el musulmán
se ha convertido en ciudadano sospechoso per se, sujeto a un
control especial. Obviamente esto ha alimentado la discriminación
y el racismo.
Luego, el discurso culturalista
ha servido como medio de encubrimiento. El Islam "problemático"
es tratado para explicar o justificar los problemas sociales,
la marginación económica, la exclusión,
las limitaciones de ciudadanía. Al igual que los esencialistas
hacen del Islam un problema a escala global, muchos políticos
hacen del Islam un problema local; el musulmán, por ser
musulmán, pone en peligro la paz social. Incluso la gestión
de esta confesión por parte de los sistemas políticos
laicos es diferente.
Esta combinación de
factores posibilita un uso político de la ignorancia y
del miedo. En vez de afrontar la diversidad y la complejidad,
se cultiva con frecuencia una emotividad primaria que impide
el diálogo, el conocimiento y el debate racional. En un
sentido y en otro, con grados de responsabilidad desiguales,
la prensa juega un papel clave. Resultado de todo ello es la
creciente permeabilidad de la opinión pública a
la islamofobia; hoy se permite con el Islam, lo que no se hace
con otras identidades.
Esto no es un fenómeno
aislado y desconectado. En los países de mayoría
musulmana, hay también una percepción del problema.
Las poblaciones tienen un sentimiento de haber sido heridas en
su identidad. Viven como una injusticia, un maltrato, y una dominación,
no sólo los discursos que vienen de Occidente respecto
a ellos, sino también las intervenciones de esos países
y de la comunidad internacional. Tienen una conciencia clara
que la imagen de enemigo que se les atribuye desempeña
un papel clave en la guerra global y en las nuevas formas de
dominación y de hegemonía. Esta frustración
es aprovechada por los grupos radicales yihadistas, cuando no
por algunos gobiernos en apuros. Al mismo tiempo, en esos países
hay importantes movimientos de secularización, creando
nuevas formas de vivencia de lo musulmán que conviven
con formas tradicionales y con otras modernas, globalizadas y
desconectadas de las culturas locales.
Por ello es necesario tener
en cuenta la realidad del Islam europeo. Un Islam cada vez más
autónomo de sus orígenes históricos, de
tradiciones nacionales y culturales; imbricado en un medio fuertemente
secularizado y en un marco político laico. Plural y diverso,
en el que conviven formas laicas, liberales, conservadoras, fundamentalistas
o salafistas. Es un Islam que busca crear instituciones representativas
propias, que hagan de interlocutor con los gobiernos; en el que
aparecen nuevos cuadros y líderes, unos formados en el
exterior y otros que son verdadera expresión de la realidad
europea. De una forma u otra reivindican el reconocimiento de
una identidad musulmana europea, pues se da en Europa y por europeos.
Los ciudadanos europeos de
confesión musulmana son un ejemplo evidente de la tantas
veces cuestionada compatibilidad entre Islam, laicismo y secularización.
Si se asegura su plena ciudadanía, muchos podrían
contribuir a la modernización y democratización
de sus países de origen. Si no, se posibilita que actores
exteriores (Estados, organizaciones), viendo sólo "Islam
en Europa" y negando su europeidad, se presenten como defensores
de estos correligionarios marginados y discriminados, pretendiendo
su control y haciendo de ellos rehenes para causas concretas.
El caso de las viñetas
del profeta Mahoma en la prensa europea y las reacciones en varios
países musulmanes es un ejemplo ilustrativo de esta problemática.
Simplificación, provocación desde posiciones irrespetuosas
con el otro, instrumentalización trasnacional por parte
de radicales y gobiernos, encubrimiento con un debate sesgado
sobre la libertad de expresión todo ello alimentando las
percepciones esencialistas y reforzando el discurso del choque
de civilizaciones y los estereotipos xenófobos y racistas.
Si una lección podemos sacar de este grave episodio es
que el pluralismo de creencias y el multiculturalismo de facto
deben conllevar un pacto tácito de moderación en
la expresión de las creencias, incluida la no creencia,
y eso sin limitar la libertad de expresión.
El reto es por lo tanto en
primer lugar europeo y político, pues toca a la construcción
de ciudadanía. No es una cuestión de incompatibilidad
de creencias, valores o leyes, sino de percepciones y de voluntad
política.
Hay necesidad de un debate
continuado, en Europa, sobre el lugar de lo religioso en la vida
pública, pues la secularización generalizada y
las nuevas formas de religiosidad plantean retos novedosos. Pero
sobre todo urge un ejercicio de conocimiento mutuo, de comprensión,
de aceptación y de acomodación de lo distinto y
a lo distinto. Hay que revisar cómo se educa en la diversidad,
hay que recuperar la memoria, y asumir la diversidad en continuo
cambio.
Pero este reto debe contar
también con una base política que favorezca la
justicia y el derecho a escala global, porque es difícil
imaginar el diálogo con el ruido de fondo de las ocupaciones
militares en Iraq y Palestina, con el apoyo occidental a las
dictaduras de tantos países árabes y musulmanes,
y con los dobles raseros.
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