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* Roni Ben Efrat, es editora de la publicación israelí de izquierda 'Challenge'

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Tercer asalto en Palestina

Roni Ben Efrat*

Challenge nº 91, mayo-junio 2005
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 20 de mayo de 2005
Traducción: Pablo Carbajosa

Oficiales del ejército israelí han avisado a Sharon del siguiente escenario: a no mucho tardar tras la retirada de Gaza, los palestinos caerán en la cuenta de que Sharon no tiene más conejos en su chistera, en cualquier caso no para ellos y se entregarán a nuevos alborotos. "Tercer asalto" lo llaman estos oficiales y es como para tomarles en serio. En 1999, esos mismos círculos militares profetizaron el estallido de la segunda Intifada.

A la aprobación del plan de retirada en la Knesset le siguió una corta euforia, pero hay signos ahora de que israelíes y palestinos van por sendas distintas hacia destinos que no son los de la paz. Cada parte se prepara, sin duda, para un cambio de envergadura. El primer ministro israelí, Ariel Sharon, se dispone a enfrentarse a decenas de miles de colonos, ahijados suyos. Abu Mazen (Mahmud Abbas), al preparar sus reformas, se enfrenta no sólo a Hamás sino a la generación más joven de su propia Fatah, hambrienta de poder. No obstante, y a pesar de los preparativos de cambio, no queda claro para qué cambio se están preparando en cada lado.

Empecemos con Sharon, pues la suerte de Abu Mazen dependerá en buena medida de lo que haga. ¿Habrá una segunda parte que continúe la retirada, tal como esperan tranquilamente los norteamericanos, además de los europeos y los socios de gobierno de la izquierda israelí? Sharon no muestra sus cartas, pero su comportamiento, empezando por su visita el 11 de abril al rancho del presidente norteamericano George W. Bush no augura nada bueno. Veamos algunas indicaciones de ello:

1) Durante su visita, no bailó al son de Bush. En vez de afirmar que se sentía alentado por los pasos que está dando Abu Mazen, en lugar de hallar nuevas esperanzas para la Hoja de Ruta, no hizo más que sumar quejas: que si Abu Mazen no cumple lo prometido, que si no está destruyendo la "infraestructura del terrorismo" -que si no está requisando las armas de Hamás-, ¡qué va, si ni siquiera lo intenta! Por lo que respecta a sus propios planes, declaró que los asentamientos grandes de Cisjordania permanecerán en Israel en cualquier acuerdo futuro, "con todas las consecuencias que de ello se derivan" (léase: anexión). Intentó sin éxito suscitar la anuencia norteamericana a nuevas construcciones en estos bloques. En una entrevista posterior al encuentro con Bush afirmó que "Maa´aleh Adumim formará parte de Israel, y habrá continuidad territorial entre este lugar y Jerusalén". La secretaria de Estado, Condoleezza Rice se apresuró a dejar claro que no era ésta la postura de su presidente, que considera la edificación en los asentamientos como un impedimento a la Hoja de Ruta.

2) Sharon ha recortado los gestos conciliatorias hacia Abu Mazen. El más importante estriba en la liberación de presos palestinos, pero en esto el primer ministro israelí se muestra tacaño en extremo. Por ende, tras entregar Tulkarem a la autoridad palestina (AP), envió al ejército a la ciudad en persecución de la lista de "los más buscados". Un día tras otro se suceden los artículos sobre la decepción del "establishment" de Israel con Abu Mazen.

Tranquilizar a los colonos

La última espinita es la decisión del gobierno de reconocer como universidad al centro académico de Ariel, una ciudad de asentamientos en Cisjordania. Este centro es un retoño de la universidad de Bar Ilan. Podemos interpretar la decisión como un desplante a los especialistas académicos británicos que decidieron boicotear Bar Ilan por su conexión con el centro situado en Cisjordania. Pero más allá de ello, se trata de un presagio del futuro. En palabras del ministro de Finanzas, Benjamin Netanyahu: "Resulta importante establecer una universidad en Ariel con el fin de dejar claro que el bloque de Ariel pertenecerá por siempre a Israel". Es verdad que no hay que tomarse demasiado en serio que un político diga "por siempre", pero el momento escogido resulta significativo. Sharon envía un mensaje tranquilizador a los colonos, mientras ejercita sus músculos ante la comunidad internacional y los palestinos.

Pero, ¿por qué tendría que preocuparse por corregir la impresión conciliatoria, hasta incluso de paloma, dada al anunciar la retirada? Tal vez vaya con segundas. El Plan de Retirada se concibió como forma de castigar a los palestinos en el ocaso del mandato de Yasir Arafat, aislado en la Muqata. Las negociaciones quedaron congeladas. Hubo presiones internas para que avanzaran por parte del Shin Beth (Servicio de Seguridad), de oficiales objetores, hasta de pilotos de combate. Y tenía que hacer que algo se moviera. La retirada unilateral le permitiría, además, tomar medidas unilaterales de otro cariz en Cisjordania. Tal como pusimos de manifiesto en nuestro último número: un toma y daca unilateral.

La muerte de Arafat y la presteza de Abu Mazen en cooperar con Sharon en el proceso de retirada tuvo el efecto de volver a barajar las cartas. Porque, veamos, si de pronto aparece un socio, ¿por qué entregar gratis Gaza? Mientras pudiera seguir actuando unilateralmente, Sharon no necesitaría tomar en cuenta al otro lado. En resumen, se ha metido en una extraña suerte de desaguisado. Tan pronto se queja de que no hay socio a la vista como se dedica a minarlo en cuanto aparece uno.

El antiguo asesor en el Departamento de Estado, Aaron David Miller, afirmó el 27 de abril que "puede que Abu Mazen tenga intención de cerrar un trato con Israel, pero carece de capacidad para ello. El primer ministro de Israel puede que tenga capacidad, pero no tiene intención."

Hay consenso entre los especialistas: a la retirada le seguirá un año de "no hacer nada", hasta que Israel celebre las elecciones previstas para fines de 2006. Será un año muy largo para Abu Mazen. La falta de últeriores avances políticos puede terminar destryéndolo.

Por su parte, Abu Mazen explota el cansancio de la Intifada, así como el vacío que ha seguido a la muerte de Arafat, para dar pasos que agraden a los norteamericanos y la comunidad internacional.

Con ayuda de Egipto, ha logrado crear una cierta calma, como lo evidencia el descenso de las acciones de terroristas suicidas y de lanzamiento de cohetes Kassam. Ha logrado cierto crédito al haber incorporado a Hamás al meollo de la escena política palestina, y tiene la esperanza de que eso impulse la disolución de su rama militar.

La caída de Abu Mazen

Los palestinos están decepcionados con las últimas actuaciones de Israel. Desde la oficina de Sharon se instiga regularmente a contrariar a Abu Mazen. Mamuhd Nofal, destacado experto político (antaño en la izquierda palestina, ahora más cerca del centro) ha escrito sobre el tema en Al-Hayyat (2 de mayo, 2005). La postura negativa de Sharon's hacia Abu Mazen, afirma, va más allá de un intento simplemente táctico de inclinar a Bush en su contra antes de que acuda a Washington. Va también más allá del intento de presionar al dirigente palestino para que combata al terrorismo. La negatividad de Sharon, piensa Nofal, es estratégica. Mientras habla de paz, el primer ministro israelí erige el muro, confisca tierras y amplía los asentamientos de Cisjordania. Se niega a dar contenido a los compromisos alcanzados en Sharm el Sheij. A Bush le dijo que la caída de Abu Mazen era sólo cuestión de tiempo. "Este discurso", escribe Nofal, recuerda a otro anterior en el que se trataba de deshacerse de Arafat". La calle palestina cree que Bush y la izquierda palestina están ocupadísimos apoyando a Sharon en ese "valiente paso" de abandonar Gaza, mientras se muestran indiferentes a la suerte de Abu Mazen.

Los problemas internos de este último no son menos complicados que los de Sharon con los colonos. Hamás se ha avenido a quedarse quieta, por lo que parece, hasta que Israel se retire de Gaza en agosto. Quiere conservar su estrecha relación con la calle palestina, que está cansada de la Intifada. Por otro lado, las elecciones al parlamento palestino están previstas para el 17 de julio y por primera vez Hamás presentará candidatos. Llevará cierto tiempo hasta que la organización se acostumbre al lenguaje parlamentario por contraposición al de las mezquitas o las pistolas. No se dará prisa en asumir un papel principal, porque carece de base ideológica para poder negociar con Israel y los EE. UU. Sin embargo, Hamás mantendrá el pie cerca del freno, y en cualquier momento puede parar a Abu Mazen si va demasiado lejos.

Los problemas inmediatos del presidente palestino guardan relación con los grupos de presión dentro de Fatah, su propia facción. Le exigen que jubile a la vieja guardia de la OLP (los que volvieron con Arafat de Túnez), y dé más poder a los jóvenes leales de Fatah que se encontraban presentes durante la primera Intifada. Esta exigencia no tiene que ver con sus capacidades o habilidades de gobierno. Más bien se refiere la acumulación de dinero, de cargos y poder. Pero Abu Mazen no tiene elección. Como no ignora, un motivo del estallido de la segunda Intifada, fue la frustración de la misma gente de base, que sentían que Arafat les había abandonado.

Teniendo en cuenta lo recalcitrante de Israel y la debilidad palestina, parece poco probable que los Estados Unidos puedan hacer avanzar el proceso político. Cuando Bush adoptó la imprudente posición de que Israel podría conservar bloques de asentamientos en el marco de un acuerdo permanente, echó por la borda, de hecho, cualquier esperanza palestina de una conclusión justa. Bush difunde esa vacua charla de llevar la democracia al mundo árabe. Se enorgullece de ayudar a los libaneses a desahuciar a Siria, pero no puede sacar a su propio país de Irak ni a Israel de Cisjordania. ¡Ha habido elecciones en Irak! ¡Y las habrá en los territorios palestinos! Pero, ¿de qué sirven las elecciones si los electos no pueden tomar decisiones en un Estado que sea libre y soberano? Las elecciones no crean por sí solas una democracia. Tiene que haber algo de verdad para lo que uno es elegido. Ninguna de las partes ha aprendido las lecciones de la primera y segunda Intifada. Israel se niega a abandonar Cisjordania. En el trigesimoctavo año de ocupación, "la única democracia de la región" gobierna como déspota absoluto de cuatro millones de personas. Y al alimentar su odio, juega con las vidas de su propio pueblo. La dirección palestina, por su parte, sigue confiando el destino de su pueblo a un imperio en declive dirigido por un fundamentalista servidor de los magnates del petróleo. Nada hay en el horizonte esta vez que detenga el Tercer Asalto.