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La pandemia en un sistema en crisis

BUSCANDO CAMINO

Panamá, Año XV, No. 261    –   7 de abril de 2020.

El contagio por el corona virus ha estremecido al conjunto de la vida humana. Hace evidente que la globalización no es solo un hecho económico, ha trastocado en todo el mundo la cotidianidad de las personas, sus ritmos de desplazamiento, sus relaciones sociales y sus medios de sustento.

La pandemia nos advierte ahora que toda la especie es víctima de las consecuencias de las políticas neoliberales impuestas en beneficio de las elites comerciales y financieras locales, en asocio con el capital internacional. El Estado quedó subordinado a los intereses de las grandes transnacionales, apegado a pie juntillas a los programas de ajuste estructural que fueron impuestos a la economía desde los años ochenta. Con ellos obligan a los gobiernos a decidir en beneficio del capital y no de la ciudadanía, aumentando la pobreza y la desigualdad.

Tales políticas incentivaron la espiral de endeudamiento, el incesante consumismo y la corrupción, alterando las condiciones ambientales con efectos nocivos de las relaciones humanas con la naturaleza; ello no es intencional, pero es una consecuencia importante en relación con la pandemia del COVID-19, como de otros virus que hemos experimentado y que ya se predicen para el futuro.

Esto indica que las políticas adoptadas por los gobernantes crean estos desastres, por tanto, son un producto de la acción humana. Así, por ejemplo, la tala de madera en Darién, la destrucción de los manglares y la minería, tienen peligrosas consecuencias para las poblaciones.

La economía panameña durante los últimos seis años ha estado en franco declive, el producto interno bruto pasó de 5% en 2014 a 3.5% en el 2019. Las perspectivas antes de la catástrofe del COVID-19 no eran alentadoras, hoy es impredecible saber hasta donde se contraerá la actividad económica.

Entre los sectores más dinámicos de la economía menguará la construcción debido al encarecimiento de los insumos importados y la contracción de la capacidad de compra de ese por lo menos 20% de desempleados, y al desorden que irrumpió en las cadenas de producción e intercambio de mercancías. El turismo y otras actividades comerciales estarán en declive como efecto de la pandemia. La ralentización del intercambio de mercancías a nivel mundial afectará el tránsito por el Canal de Panamá y al hub logístico instalado en sus riberas. Lo anterior sin duda reducirá la recaudación de impuestos. La puerta de la recesión está abierta.

El gobierno actual ya estaba entre la espada y la pared antes de la pandemia, hoy esto se agrava a falta de un plan que defina una ruta clara, con capacidad de impulsar la actividad económica, la generación de empleos dignos y la sostenibilidad de la vida.

El manejo político de la crisis se enfrenta a un enorme descontento, apaciguado en el interín por el temor a la pandemia, al ubicar a la población entre el riesgo del contagio, la muerte o el comer. Sobre el gobierno pesan como una loza las experiencias de los gobiernos que contaron con un fisco de elevados montos de capital que despilfarraron y robaron, e invirtieron en monumentos como la ciudad hospitalaria sin hacer efectiva su culminación por el saqueo a las arcas del Estado.

La pandemia ocurre en condiciones de pobreza multidimensional que afecta fuertemente a la infancia, la adolescencia, a las mujeres y adultos mayores, y tiene su mayor impacto en las comarcas indígenas. Se agudiza por la falta del servicio del agua potable en áreas marginadas, de viviendas donde hay hacinamiento, en especial, en los barrios urbano marginales. Antes de la pandemia las trabajadoras/es en un 45% estaban en el mercado laboral informal y un veinte por ciento de las/os jóvenes está desempleado. La población sin ingresos propios, en mayor proporción compuesta por mujeres, probablemente verán sus condiciones de vida aún más deteriorada, una vez se levante la cuarentena.

Las experiencias ciudadanas sobre la corrupción gubernamental de todos los gobiernos post invasión nos alertan. Por lo bajo ¡este gobierno dispondrá de 7,500 millones de balboas en deuda que pagaremos todos! No queda claro cómo será gastado ante las necesidades de las personas o las ambiciones de sus bolsillos. Las confusiones respecto al monto de los bonos, y a la distribución por la vía de quienes siempre han dilapidado los fondos públicos, nos hacen más desconfiados e indignados.

Enfrentar la crisis con un plan realmente solidario significa poner a las personas en el centro de las acciones y no precisamente con los controles policiales y medidas inconsultas y antidemocráticas; por el contrario, la soga de la crisis no debe romperse del lado de los trabajadores/as, y para que ello no ocurra, así como plantea el Sr. Cortizo con sus juegos de lápices, todos los ciudadanos debemos participar en la recuperación durante y después del COVID-19. Todas las organizaciones de trabajadores/as, de la sociedad civil, de la micro, pequeña y mediana empresas, la juventud, mujeres, derechos humanos, LGBTI+, afrodescendientes, indígenas y adultos mayores, además de los sectores económicos con los que gobierna Cortizo, debemos tener arte y parte en la lucha contra la pandemia y las medidas de emergencia alimenticia que se deben tomar. Todos vivimos en este país, con nosotros y nosotras se debe planificar la recuperación, no exigimos menos.

Hay que garantizar a quienes mueven la economía con su trabajo que de ninguna manera se les va a afectar con reformas a los derechos consagrados en el Código de Trabajo, tal como están exigiendo connotados ultraderechistas.

El plan con el que nos comprometemos todos/as prioriza la producción nacional y la seguridad alimentaria. Dota de los presupuestos necesarios al sector salud, al desarrollo científico, a la innovación tecnológica y garantiza que no se sigan vulnerando los derechos de nuestros niños/as e invierte en una educación de igual calidad en todo el territorio para el desarrollo de la cultura y el pensamiento científico.

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