Articulo Publicado en el diario "Pagina 12"
ADRIAN
KRMPOTIC, EL LIDER DE LA ORP
“Y vos decís: lo que necesito es un fusil”
Hace
cinco años que está preso y es la primera vez que cuenta la historia de la
organización armada que fundó. Su versión del atentado a Bergés y sus planes
para matar a Galtieri. Las extorsiones a Coto y el final de sus acciones “por
una infidencia”.
“En la
lista seguía el otro Vergez... y Galtieri.” Adrián Krmpotic tiene 36 años,
fue condenado a 18 de prisión por haber liderado la Organización
Revolucionaria del Pueblo (ORP) que atentó contra el represor Jorge Bergés,
entre otros hechos. “La intención no era matarlo sino secuestrarlo para
hacerlo confesar las atrocidades que cometió y sacarle información para ubicar
hijos de desaparecidos que aún siguen apropiados”, explicó sobre el ataque
al ex médico policial. Afirmó tener motivos para romper el silencio que
mantuvo hasta ahora, aunque aclaró que “el encierro no es el mejor lugar para
la autocrítica”. Página/12 lo entrevistó en la cárcel de Devoto, de donde
recién podrá salir en abril de 2007 si le conceden la libertad condicional.
Lleva cinco años detenido, de los cuales tres le serán computados doble.
Mientras tanto, pasa sus horas en el pabellón 49 bis, un sector algo más
habitable que el de los presos comunes. Y prepara una campaña, que incluirá
una página en Internet y el apoyo de algunos organismos de derechos humanos y
políticos de izquierda, para que la Cámara de Casación acceda a revisar su
sentencia.
Creció en Núñez, cerca de la ESMA. “Me estaba aproximando a mi objeto de
estudio”, comentó para aflojar el clima que impone la sórdida oficina del
superpoblado presidio. “Fui al mismo colegio que Spinetta, el San Román, y
egresé en 1983. Con un grupo de amigos se nos dio por el cine, y recorriendo
videoclubes llegamos a la Biblioteca Popular José Ingenieros, reducto de los
últimos anarquistas”. Ahí tomó contacto con la problemática de los
derechos humanos. “Entré a la militancia desde la inteligencia, en Abuelas.
Fue la experiencia más productiva e interesante. Tenías un objetivo, un
método y muchas posibilidades de tener éxito. Uno en el que participé fuerte
fue el caso de Carla Rutilo Artés y me encargaba de los seguimientos del
represor (Eduardo Alfredo) Ruffo. En el ‘83 estábamos entusiasmados con que
la democracia posibilitara llegar a la verdad. Había cierta paciencia con la
lentitud con que la institucionalidad resolvía el reclamo de justicia. Pero
luego viene uno con un fusil a pedir ‘sacame esta ley’ y la
institucionalidad va y lo hace. Y vos decís ‘ah, estoy errado, lo que
necesito es un fusil’.
–¿La ORP nace como consecuencia de esa bronca?
–En gran medida sí. Fue revalorizar la posibilidad de la acción armada
frente a la debilidad de la institucionalidad.
–¿Qué orientación ideológica tenía?
–Era un rejunte de gente de partidos de izquierda. Insisto en el contexto. A
la sensación de construir un edificio con las herramientas inadecuadas hay que
sumarle la debacle de la desaparición del paradigma soviético y del de la
revolución sandinista.
–¿Cuáles eran sus objetivos?
–Aunque parezca pequeño, era establecer un canal apropiado para discutir que
el mundo unipolar gobernado por el neoliberalismo triunfante no era la única
variante posible. Nos pusimos a estudiar la evolución del sistema electoral
argentino, detectamos los primeros síntomas de ausentismo. Empezamos a pensar
que la sensación de desazón que sentíamos nosotros era parte del surgimiento
de un nuevo sujeto social. Discutíamos de economía y llegamos a la conclusión
de que la organización debía estar en condiciones de encarar acciones
militares, con el objetivo de participar en la institucionalidad. Querés
privatizar una empresa. Bueno, avisale a los nuevos dueños que no van a tener
empresa cuando la terminen de comprar. Los vamos a enfermar saboteándolos. Ese
era el intento. Sos un juez que presumís de robar para la corona, hacete un
pozo bien hondo porque cuando te encontremos vas a pasar una quincena a otra
parte.
–Además de discutir de economía, ¿se entrenaban, aprendían a armar bombas?
–Nosotros nunca usamos explosivos. –¿Y los atentados contra los cajeros
automáticos? Se hicieron conocidos por esos hechos.
–Eran artefactos lanzapanfletos, sin explosivos.
–¿Hoy existe la ORP?
–No.
–¿Se financiaban mediante extorsiones a empresarios como Alfredo Coto?
–Nos financiábamos como los partidos políticos, las comisarías de la
provincia de Buenos Aires... Siempre hay dos formas en una organización
política, la ordinaria que es el aporte de los afiliados, la venta de las
publicaciones, y la extraordinaria es producto de las tareas financieras, que no
necesariamente son a mano armada. Se le sugiere a alguien la importancia, la
necesidad o la conveniencia de hacer un aporte. O propiciar donaciones. El
Hospital Garraham recibió una. Coto era conocido, después nos enteramos de que
era menemista. El auto de Eduardo Menem estaba siempre en la cochera de Espinosa
y Paysandú, donde Coto tiene su sede central. Coto dijo en una entrevista que
había facturado ese año 1.500 millones. Entonces nosotros le pedimos el uno
por mil, por única vez en concepto de contribución no voluntaria. Las
lanzaderas en sus locales, como las de las marchas de ahora, fueron sólo una
carta de presentación. Le dijimos que no íbamos a reivindicar esos hechos. No
llegamos a cobrar porque detuvieron a un compañero en Montevideo, José Alonso.
–Ustedes cuidaban cada detalle, se camuflaban. Sin embargo, dejaron sus
huellas digitales y cayeron por un delito común como la extorsión.
–Esas huellas fueron plantadas después. Mientras nuestro compañero estaba
detenido allá como preso político el juzgado de acá hizo aparecer una huella
en el espejo retrovisor de un auto abandonado luego del robo de un camión
blindado. Una huella que llamativamente correspondía a Alonso. Entonces lo
requieren por un hecho común y no político. Fue absuelto de ese hecho en el
juicio oral porque esa huella no se tuvo en cuenta.
–Pero ése fue el hilo que permitió desbaratar su organización.
–Ninguna cosa de éstas se cae sin una infidencia.
–Usted sostiene ahora que la ORP no quiso matar a Bergés. ¿Qué querían?
–Hablar con él. Hasta ese momento habían trascendido nuestras campañas
contra las privatizaciones, por la abstención y el voto en blanco. Usábamos
trucos como colgar un gran cartel en el puente de Rivadavia y General Paz
simulando que tenía un par de cazabobos, avisando a los medios para que nadie
saliera lastimado. Entonces vos garantizabas dos horas de tránsito cortado,
cámaras. Creo que inventamos los cortes de ruta. (Ríe).
–¿Por qué Bergés?
–No deja de sorprenderme esa pregunta. Un hombre confeso de haber cometido el
delito más repugnante que es torturar, violar a una embarazada y hacerla parir
en medio de su mugre, condenado por la Justicia y luego sustraído de su
accionar en virtud de una ley. Un día lo agarran a los tiros y la gente
pregunta ¿por qué?
–Pero ¿por qué él y no otro represor?
–La elección es aleatoria. A fines de 1993 tenía una clínica de
ginecología en Quilmes. El tipo desapareció, pero al tiempo me lo crucé por
la zona y ahí pintó el proyecto inicial. Se van a cumplir veinte años del
golpe, lo agarramos, lo hacemos hablar, que se haga cargo, aprovechamos las
movilizaciones y proponemos que la gente vote sobre qué hacer con él... El
sentido era que luego de los indultos se había apagado la persecución judicial
de estos tipos que seguían dando vueltas. Queríamos mantener vivo el problema.
–¿Había más en la lista?
–Estaba el capitán (Héctor) Vergez, el del campo de La Perla. En ese momento
vivía en Rivadavia al lado de la boca del subte. No daba el espacio y podía
salir gente lastimada. Y (Leopoldo) Galtieri, que estaba regalado en Chivilcoy a
una cuadra de Beiró, cuarto piso, frente a una casa abandonada... Pero a ése
no lo llegás a agarrar, le tenías que pegar un tiro y nada más.
–¿Le tiraron 20 tiros a Bergés y no querían matarlo?
–Lo único que lo hubiera lastimado gravemente era una 9 milímetros que
estaba de apoyo. Yo tenía una escopeta de repetición, cargada con 12/70,
postas perdiceras que te picotean todo, pero no tienen peligro de muerte. Recibe
impactos, tiene cicatrices por todos lados, pero no fueron 20 tiros con la
ráfaga de una ametralladora. Tiene un solo tiro que le entró por el brazo.
Herido ya no nos servía. Pero no me imaginaba que iba a salir corriendo como
una rata, esperaba que fuera un soldado, que se defendiera. Puso de escudo a su
mujer... Siempre andaba armado y sabiendo eso fuimos armados nosotros también.
Bergés trabajaba en la brigada de Quilmes en ese momento, estaba en actividad.
Cuando (Eduardo) Duhalde se entera que estaba internado lo exoneró enseguida.
–¿Hubo una ORP paralela de agentes de inteligencia y policías?
–No, eso lo inventó (Francisco) Benzi en un reportaje.
–Pero persistió la duda sobre la verdadera integración de la ORP.
–Toda tarea de contrainteligencia tiene un resabio en la memoria.
–Entonces, según usted ganaron ellos también en ese sentido.
–(Se exalta) ¿Y por qué pensás que estoy acá?
–¿Por qué confesó estos hechos durante la investigación?
–Para cortar esta situación: había gente presa que no tenía nada que ver,
mi mujer estaba detenida, había más de 300 intervenciones telefónicas.
Agrandaron los hechos. La SIDE recibía 30 mil dólares por mes para esa
investigación.
–Tras el juicio oral sus compañeros salieron en libertad, pero a usted le
dieron siete años más de lo pedido por el fiscal. ¿A qué lo atribuye?
–El tribunal recibió presiones muy fuertes y me cobró Bergés. Pero dejó
una serie de errores del ABC del derecho que permitirían que esto se corrija en
Casación. Por el mismo hecho me absolvieron y me condenaron: el robo al camión
blindado de Juncadella. Me condenan por un delito por el que no me habían
indagado: las explosiones, que no hubo, contra los locales de Coto. Además,
pedimos que se excluyan las pruebas recogidas por la SIDE en forma ilegal. Si
prospera el recurso deberían declarar nulo el juicio, o al menos reducir mi
pena. Depende de que la gente que habló con el tribunal oral no tenga también
los teléfonos de los jueces de Casación.
–¿Por qué decidió hablar ahora?
–Porque puedo y porque debo. Ya tengo sentencia y me juego mis últimas
fichas. Pero no se trata de hacer una autocrítica porque lo que diga un
encerrado puede ser interpretado como arrepentimiento. Tengo pila de cosas, pero
no borran la intención original. Por respeto a quien todavía cree que puede
seguir siendo la vía, y por orgullo porque por esto me jugué la vida y perdí
la libertad. En todo caso, no es el público el que va a conocer esa
autocrítica.
–¿Tendría sentido hoy la violencia?
–El neoliberalismo pretendía ejercer un culto a la acción individual y
consiguió multiplicar la acción colectiva. Ahora hay que celebrar que los 20
millones de personas que no saben qué van a cenar esta noche estén pensando en
cómo procurar comida y no limpiando ningún fusil.
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