04.   Síntesis apretada del proceso evolutivo

 

¿Por qué Marx pudo acertar haciendo ese pronóstico? Porque sus investigaciones entre 1857 y 1858 le llevaron a concluir, que los límites histórico-económicos del capitalismo, radican en las mismas causas que le dieron origen: el desarrollo incesante de las fuerzas materiales productivas. O sea, que los límites de cada etapa en el proceso histórico de la humanidad —desde la llamada “edad de la piedra” como el más remoto medio de trabajo, hasta nuestros días—, estuvieron y están en las consecuencias deletéreas de la organización social del trabajo en cada una de ellas, causadas por el progreso científico-técnico incorporado a tales medios de producción. Son exactamente esas mismas causas las que determinaron históricamente el pasaje del comunismo primitivo a la más moderna sociedad capitalista, pasando por el esclavismo y el feudalismo. Por ejemplo, en el caso de la transición del esclavismo al feudalismo:

<<El cristianismo no ha tenido absolutamente nada que ver en la extinción gradual de la esclavitud. Durante siglos (esta religión) coexistió con la esclavitud en el Imperio romano, y más adelante jamás ha impedido el comercio de esclavos de los cristianos ni de los germanos en el Norte, ni el de los venecianos en el Mediterráneo, ni más recientemente la trata de negros. La esclavitud ya no producía más de lo que costaba, y por eso acabó desapareciendo. Pero al morir dejó tras de sí su aguijón venenoso bajo la forma de prohibición del trabajo productivo por los hombres libres. Tal es el callejón sin salida en el cual se encontraba el mundo romano: la esclavitud era económicamente imposible y el trabajo de los hombres libres estaba moralmente proscrito. La primera no podía ya y el segundo no podía aún, ser la forma básica de la producción social. La única salida posible era una revolución radical>>. (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”. Ed. Progreso. Moscú/1986 Pp. 327. Versión digitalizada Pp. 84-85. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro).

 

En su obra “Los primeros filósofos” George D. Thomson transcribe el testimonio dejado por Diodoro de Sicilia sobre las condiciones de trabajo de los esclavos en las minas de oro de Egipto en el siglo I a.C., a los que se les hacía trabajar hasta la muerte:   

<<...No hay descanso ni medios de huir, pues, dado que hablan una variedad de lenguas, sus guardianes no pueden ser sobornados por conversaciones amistosas o casuales actos de bondad. Si la roca que contiene oro es muy dura, se la ablanda primero mediante el fuego, y cuando ha sido suficientemente ablandada, miles y miles de estos desdichados, los más robustos, son obligados a trabajar sobre ella con instrumentos de hierro, bajo la dirección de un experto que examina la piedra e instruye sobre el lugar en que deben empezar. (...) En esta tarea no se emplea el ingenio sino la fuerza. Las galerías no se perforan en línea recta sino que siguen las vetas del brillante metal. Cuando la luz natural desaparece por las sinuosidades o vueltas de la cantera, utilizan lámparas que aseguran a sus frentes, y allí flexionan sus cuerpos para adaptarlos a los contornos de la roca, arrojando al suelo los fragmentos que arrancan. Trabajan sin descanso y bajo el látigo de un guardia cruel. Niños que no pasan de diez o doce años, descienden a las profundidades y, con gran esfuerzo, reúnen los trozos del mineral arrancado para llevarlo hacia la entrada de la mina, donde otros hombres de más de treinta años reciben cantidades prescritas de material que ellos mismos muelen en morteros de piedra munidos con pilones de hierro, hasta dejarlo del tamaño de una lenteja. Luego, el mineral así triturado es entregado a mujeres y ancianos que lo colocan en hileras de muelas, donde, accionados por una manivela en grupos de dos o tres, lo reducen a un polvo tan fino como la mejor harina.  Todo el mundo se sobrecoge de horror observando a estos desgraciados condenados a trabajos tan penosos sin un trozo de tela para cubrir sus desnudeces ni contar con ninguna piedad en su situación. Pueden estar enfermos, inválidos, viejos o débiles mujeres: no hay para ellos respiro ni indulgencia. Todos por igual son obligados a trabajar mediante el látigo, hasta que, abrumados por las penurias, mueren en su tormento (en tais anankais). Su miseria es tan grande que ellos temen lo futuro más que lo presente. Los castigos son tan severos, que la muerte se espera como algo más deseable que la vida>>. (Diodoro de Sicilia 3.11. Citado por G. D. Thomson en Op. Cit. Ed. Siglo XX/1975 Pp. 281).

 

          Como todo modo de producción que antecedió a su inmediato sucesor basado en la creciente productividad del trabajo, por la misma causa la antigua sociedad esclavista bajo el Imperio Romano, a la postre no hizo más que cavar su propia tumba. Así lo ha descrito Karl Kautsky en el apartado c) del capítulo I de su obra: “Orígenes y fundamentos del cristianismo”. Las técnicas aplicadas sobre la materia prima del hierro, sirvieron para elaborar herramientas de trabajo más sólidas, duraderas y eficaces que la piedra y el bronce, entre ellas los instrumentos bélicos para la guerra de conquista, con fines de aprovisionamiento de mano de obra esclava.

 

          Pero la guerra era imposible sin soldados, cuyo mejor y más fiel elemento humano-social para estos menesteres al interior de ese sistema, fue la minoría relativa del campesinado libre. Y a medida que su creciente desaparición en combate mermaba los ejércitos romanos, se hizo cada vez más necesario sustituirlos por mercenarios reclutados fuera de los límites del Imperio, que se vendían al mejor postor:

        <<Ya en los días de Tiberio, el emperador declaró en el Senado que había una falta de buenos soldados, habiendo sido aceptada toda clase de gentuza y de vagabundos. Cada vez se hacían más numerosos los mercenarios bárbaros en los ejércitos romanos reclutados en las tierras conquistadas; finalmente los organismos del ejército tuvieron que integrarse con extranjeros, enemigos del Imperio. Bajo César ya encontramos teutones en los ejércitos romanos.

         Con la decreciente oportunidad de reclutar soldados para el ejército entre la clase dominante y con la creciente escasez y el aumento en el costo de los soldados, creció necesariamente el amor de Roma por la paz, no porque se hubiese realizado un cambio en los conceptos éticos, sino por razones completamente materiales (económicas). Roma tenía que economizar sus soldados, y no podía pensar ya en extender los límites del Imperio; tenía que contentarse con obtener el suficiente número de soldados para mantener (el control de) las fronteras existentes. Es precisamente en el tiempo en que Jesús vivió, bajo Tiberio, que la ofensiva romana (de expansión territorial y sometimiento de sus habitantes), vista en conjunto llega a un límite. Y ahora comienzan los esfuerzos, en el Imperio Romano, para mantenerlo unido contra los enemigos que amenazaban desde fuera. Y las dificultades de esta situación empezaban en esos momentos a ser más serias, porque mientras más extranjeros —principalmente teutones—, servían en los ejércitos de Roma, más enterados estaban sus vecinos bárbaros de su riqueza y de su modo de guerrear, para no mencionar su debilidad, y más se sentían dominados por el deseo de penetrar en el Imperio, no como mercenarios y sirvientes, sino como conquistadores y amos. En lugar de emprender nuevas cacerías de esclavos, los dirigentes romanos se vieron pronto obligados a retirarse ante los bárbaros o a comprarles la paz. Así, en el primer siglo de nuestra era, la afluencia de esclavos baratos cesó bruscamente. Cada vez se hacía más necesario criar esclavos.

         Pero éste era un proceso muy costoso. El entrenamiento de esclavos resultaba beneficioso solamente en el caso de los esclavos domésticos de tipos superiores, capaces de realizar trabajo cualificado. Era imposible continuar administrando los latifundios con el empleo de esclavos adiestrados. El uso de esclavos en la agricultura se hacía cada vez menos frecuente y hasta la minería se hallaba en decadencia; al mermar el suministro de esclavos capturados en la guerra, la explotación de muchas minas dejó de ser beneficiosa.

         El derrumbamiento del sistema económico esclavista no proveía un renacimiento del campesinado. Faltaba el número de campesinos económicamente solventes y, además, la propiedad privada de la tierra constituía un obstáculo. Los propietarios de los latifundios no estaban dispuestos a ceder sus propiedades, sino simplemente a disminuir la escala de sus grandes operaciones. Ponían una parte de sus tierras a disposición de pequeños arrendatarios o colonos, bajo la condición de que trabajaran una parte del tiempo en la hacienda del amo. De este modo surgió un sistema agrario que aun después, en el período feudal, siguió siendo la ambición de los grandes terratenientes, hasta que el capitalismo lo suplantó con el sistema de arrendamientos.

         (…..) Pero este nuevo modo de producción no pudo detener el proceso de decadencia económica resultante por la falta de suministro de esclavos. Este nuevo método era también técnicamente más atrasado, comparado con el campesinado libre, y era un obstáculo para el desarrollo técnico. El trabajo que el colono estaba obligado a realizar en la hacienda del terrateniente, continuaba siendo un trabajo compulsivo que se realizaba con la misma mala gana y negligencia, con el mismo desprecio para el ganado y los utensilios, tal como sucedió con el trabajo de los esclavos. Por supuesto, el colono trabajaba en una hacienda de su propiedad, pero era tan pequeña que no existía el peligro de que se volviese insolente o de que obtuviese más de lo necesario para vivir y, además, la renta que tenía que pagar en especie era tan excesiva, que el colono tenía que entregar a su amo todo lo que producía en exceso de lo necesario para cubrir sus más elementales necesidades.

         Las regiones agrícolas de nuestros días tienen, al menos, el recurso de la emigración a regiones industrialmente prósperas. Recurso que no existía para el colono en el Imperio Romano. La industria originaba medios de producción en muy escasa medida, pues se hallaba dedicada principalmente a artículos de consumo y de lujo. Según disminuían las sobre ganancias de los latifundistas y de los propietarios de minas, la industria en las poblaciones retrocedía y su población decrecía rápidamente.

         Pero la población de las provincias también decrecía. Los pequeños arrendatarios no podían sostener una familia numerosa porque el rendimiento de sus haciendas en tiempos normales apenas bastaba para sostenerlos a ellos. Las malas cosechas los encontraban sin elementos de reserva y sin dinero para comprar lo que necesitaban. El hambre y la miseria (de los colonos) eran las que obtenían ricas cosechas (para los terratenientes); las masas del coloniaje eran diezmadas, principalmente los niños. El decrecimiento de la población en Irlanda durante el siglo pasado es un paralelo al decrecimiento de la población del Imperio Romano:

         “Es fácil entender que las causas económicas que ocasionaban un descenso en la población de todo el Imperio Romano, operaban más perceptiblemente en Italia y más en Roma que en ningún otro lugar. Si el lector desea datos, que piense que la ciudad de Roma en tiempo de Augusto había alcanzado un millón de habitantes, habiendo permanecido en ese nivel durante el primer siglo del Imperio, y que en la época de Severo había descendido a 600.000; después el número continuó decreciendo rápidamente"[1]>>. (K. Kautsky: Op. Cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

 

            Los orígenes del feudalismo y del capitalismo, ambos sistemas con su respectiva y específica naturaleza económico-social distintiva, también estuvieron históricamente determinados por las mismas causas que han hecho a la superación de los límites que sus respectivos modos de producción anteriores habían venido poniendo al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad, proceso histórico que nosotros obviaremos aquí, porque como suele decirse, “para muestra basta un botón”.

 

          En cuanto a los límites objetivos que el sistema capitalista se ha venido poniendo periódicamente a sí mismo en su proceso decadente, decir que han sido las crisis de superproducción de capital, a raíz de una insuficiente ganancia respecto del capital gastado para producirla (medido en términos de salarios, suelo, materias primas, materias auxiliares, mobiliario y desgaste de la maquinaria en funciones). ¿Por qué insuficiente ganancia? 1) porque la creciente productividad del trabajo exige que un cada vez menor número de operarios ponga en movimiento un volumen mayor de medios de producción y 2) porque la jornada diaria de labor no puede superar las 24 hs. Así las cosas, para que la productividad del trabajo aumente, el gasto de capital en maquinaria, materias primas y materias auxiliares (combustibles y lubricantes), debe superar progresivamente a la inversión en salarios; lo cual determina que la ganancia de los capitalistas aumente periódicamente pero cada vez menos, porque ese plus de valor capitalizable surge del trabajo no pagado. De modo tal que, bajo esta dinámica, el capital invertido y gastado aumenta más que la ganancia obtenida. Ergo, la Tasa General de Ganancia Promedio —como relación global en cada país entre ingresos de plusvalor y gastos de capital— disminuye necesariamente, hasta que el proceso de producción se detiene por falta de una rentabilidad que lo justifique. Por ejemplo, si una determinada masa de capital invertido en un país es de 1.000€ y la Tasa General de Ganancia Media es del 15%, el plusvalor resultante es 150€ y su capital acumulado pasa a ser de 1.150€. Para abreviar, suponiendo que en el siguiente proceso productivo la Tasa de Ganancia pasa del 15 al 9%. El capital incrementado de 1.150€ a una tasa del 9% pasaría a obtener sólo 103 unidades monetarias de ganancia, es decir, 47€ menos. En semejantes condiciones, la nueva inversión del plusvalor de 150 no se realiza, porque para volver a obtener poco más que aquellos 150€ de ganancia, el capitalista tendría que invertir un capital mayor que los 1.150€ disponibles. Exactamente 525€ más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75€). Bajo estas nuevas condiciones previstas, la inversión de 1.675 no se realiza. No sólo porque la ganancia no compensa al capital disponible invertido, sino también porque al no disponer de los 525€, debe pedir un crédito por esa cantidad adicional, de modo que, entonces, su ganancia neta no sería ya del 9% sino que le supondría una pérdida equivalente al importe de la tasa de interés a pagar por el préstamo. A este fenómeno Marx le ha llamado "Sobreacumulación absoluta de capital" que genera las crisis periódicas.

 

          Estas crisis y sus consecuentes depresiones, se han venido sucediendo durante períodos cada vez más largos y difíciles de superar. Pero se sucedieron económicamente unas a otras a instancias de la desvalorización del capital sobrante durante las recesiones, sin que la productividad del trabajo deje de aumentar en las siguientes fases de recuperación y expansión previas a la siguiente crisis. Sin embargo, teniendo en cuenta que la masa de capital con que comienza cada ciclo, siempre es superior a la del comienzo del ciclo anterior ya superado, las dificultades para salir de las sucesivas depresiones, se acrecientan. Así, hasta que se crea una situación que Henryk Grossman en 1929 ha dado en llamar crisis de sobresaturación permanente de capital, una condición a la que se llega según el capital invertido y la productividad del trabajo aumentan, menguando el incremento de la ganancia capitalista que así, tiende inevitablemente al 0 absoluto[2]. Tal es el la fuerza objetivamente determinada del proceso, que Marx pudo demostrar en sus manuscritos de 1857-1858 más arriba citados. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/todo.htm.

 

Grossmann dice que para contrarrestar la tendencia objetiva al derrumbe del sistema por insuficiente rentabilidad, buena parte de los grandes capitales con alta tecnología en los principales países de la cadena imperialista, emigran hacia la periferia del sistema global para recalar en los países subdesarrollados. Este comportamiento no se explica tanto por la rentabilidad de las empresas, como por la necesidad de resolver el problema de supervivencia del sistema en su conjunto. Y en efecto, dada la cada vez más alta composición técnica y orgánica de la masa de capital invertido en los países centros económicos, cuanto mayor sea la población en la periferia subdesarrollada del sistema que cae bajo su dominio, mayor será la masa de capital que la burguesía podrá seguir acumulando sin alcanzar el punto de la sobresaturación. Por ejemplo, lo sucedido en los países llamados "tigres asiáticos" durante los últimos cuarenta y cinco años, donde gran parte de su población abandonó la pequeña producción mercantil agraria y urbana, para vivir de un salario trabajando al servicio del capital imperialista excedentario invertido allí, constituye una prueba categórica de la tendencia universal del capitalismo tardío a alejar en todo lo posible el horizonte de su crisis definitiva. En 1996, la masa de capital ocioso en los principales países imperialistas, que desde la década de los años 70 se invirtió en la economía de esos países periféricos, fue de 93.000 millones que se sumaron a los 47.000 invertidos en 1994 y 70.000 en 1995. Estos hechos confirman con total rotundidad las crecientes dificultades de la burguesía en su etapa tardía, para superar los actuales niveles de sobresaturación de capital acumulado:

<<...en estas economías (de los países subdesarrollados) entró más dinero del que podía ser (normalmente) invertido de forma rentable a un riesgo razonable>> (Alan Greenspan, presidente de la reserva Federal de EE.UU. "El País": 08/02/98 Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Ya en 1977, Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur, Tailandia, Indonesia, Malasia y Filipinas, exportaron productos industriales puros por un valor de 61.000 millones de dólares, tanto como Francia. Esta cifra fue superior en un 560% a la de 1970. Tal fue la válvula de escape que pudo sacar del atolladero al sistema capitalista tras la segunda guerra mundial, retardando así la deriva hacia una nueva sobresaturación permanente de capital, como la que resultó de la crisis en 1929.

 

          Según Marx, la ley de la acumulación bajo condiciones de recesión, se manifiesta en una detracción del uso de la maquinaria instalada y en el consecuente desempleo masivo de asalariados, lo cual prescribe o determina que, tanto el valor de la maquinaria en venta como los salarios, deban bajar por exceso de oferta, dos fenómenos forzados por circunstancias críticas en la esfera de la producción, que allí se combinan con el incremento en la intensidad del trabajo empleado, aumentando los ritmos de la maquinaria, recursos ambos que también están objetivamente determinados y debilitan la tendencia al derrumbe del sistema:

<<Y así es cómo en general se ha  demostrado, que las mismas causas que provocan la baja de la tasa general de ganancia, suscitan acciones de signo contrario que inhiben, retardan y en parte paralizan dicha caída. No derogan la ley pero debilitan sus efectos. Sin ello resultaría incomprensible no la baja de la tasa general de ganancia, sino, a la inversa, la relativa lentitud de esa disminución. Es así como la ley sólo obra en cuanto tendencia, cuyos efectos sólo se manifiestan en forma contundente bajo determinadas circunstancias y en el curso de períodos prolongados>>. (K. Marx: El Capital” Libro III Cap. XIV. Ed. Siglo XXI/1976 T.6 Pp. 305-306. Subrayado nuestro).

 

            O sea que, según Grossman y de acuerdo con Marx, inhibir y enlentecer no significa anular la tendencia al agravamiento de las contradicciones del sistema capitalista, que así tiende históricamente de  crisis en crisis, hacia su desintegración a instancias de la lucha entre las dos clases sociales antagónicas irreconciliables:

<<La reducción del salario por debajo (del valor) de la fuerza de trabajo (empleada) crea nuevas fuentes de acumulación (que generan plusvalor). “De hecho, una parte del fondo para el consumo necesario del obrero, se transforma así en fondo (de ganancias) para la acumulación de capital”. Sólo cuando se visualiza esta relación, puede apreciarse toda la superficialidad de aquellos “teóricos” sindicalistas (la misma superficialidad que siguen ostentando los catedráticos de economía aplicada y los políticos institucionalizados reformistas de hoy día), que proponen el aumento de los salarios como medio para superar la crisis, aumentando el “consumo” interno. ¡Como si para la clase social de los capitalistas la finalidad de la producción no fuera la valorización de su capital, sino la venta de sus productos!>>. (Henryk Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 206. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

          Tal como ya sucediera en los años treinta del siglo pasado, la prueba de que hoy día el sistema capitalista haya llegado por segunda vez al extremo de alcanzar la sobresaturación permanente de capital, es que ocho años después del estallido de la última crisis en agosto de 2007, la consecuente recesión no muestra signos de superarse sino al contrario. Y aquí es preciso recordar que de aquella recesión tras el estallido de la crisis en 1929, la burguesía internacional sólo pudo salir a instancias de la más enorme destrucción de riqueza y el más horrible holocausto en la historia de la humanidad, provocados por la Segunda Guerra Mundial, convertido en el medio más eficaz al que la burguesía ha debido apelar, para sacar una vez más a su sistema de aquél atolladero.

 

          Tal como se está volviendo a insinuar peligrosamente hoy, fue aquella una guerra de rapiña entre coaliciones de países representativos de la misma clase social burguesa, cuya mutua destrucción masiva de riqueza material y vidas humanas, permitió al sistema capitalista en su fase postrera retrotraer las condiciones de producción en tiempos de paz, hacia etapas históricas precedentes de su desarrollo, empobreciendo a la sociedad y a sus sobrevivientes para prolongar así el vigente sistema explotador y genocida. De hecho, en los años previos al desenlace de aquella gran guerra, las medidas de política económica keynesiana  “anticrisis” del llamado “New Deal” —ensayadas durante su primer mandato por el presidente Franklin Delano Roosevelt en los EE.UU— fracasaron rotundamente.

 

          Así las cosas, el espantoso hecho que logró trascender históricamente las consecuencias de la crisis económica sistémica de sobresaturación permanente de capital en 1929, fue la Guerra Mundial que se desencadenó durante el segundo mandato de Roosevelt, el 1 de setiembre de 1939, y en la que los EE.UU. decidieron participar en 1941, antes del ataque japonés a la base de Pearl Harbor, cuando los servicios secretos americanos hacía tiempo que ya estaban alertados de sus preparativos y deliberadamente permitieron que se consumara, para justificar la presencia de sus fuerzas armadas en el escenario de ese conflicto bélico. Todo un negocio preparado y organizado por la diplomacia anglo-norteamericana coaligada, después de que la banca de esos dos países imperialistas financiara el armamento con destino a la Alemania Nazi, naturalmente con fines gananciales, tal como así sucedió.

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[1] Ludo M. Hartmann, Geetchichte ltaliens im Mittelalter, 1897, vol. I, pág. 7.

[2] El incremento de cualquier cosa que aumenta cada vez menos, acaba siendo = 0