La ideología estadounidense
Samir Amin*
21 de mayo de 2003. Al Ahram Weekly,
15-21 de mayo de 2003, núm. 638
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Animada por su éxito
reciente, la extrema derecha controla en la actualidad los resortes
del poder en Washington. La alternativa que se ofrece está
clara: o bien se acepta la hegemonía de EEUU y el 'liberalismo'a
ultranza que promueve -y que significa poco más que una
exclusiva obsesión por hacer dinero- o se rechazan ambos.
En el primer caso, estaremos dando a Washington vía libre
para 'rediseñar' el mundo a imagen de Texas. Solo eligiendo
la segunda opción podremos ser capaces de hacer algo para
contribuir a la reconstrucción de un mundo que sea esencialmente
plural, democrático y pacífico".
Hoy, EEUU está gobernado por una junta de criminales
de guerra que llegaron al poder a través de une especie
de golpe [de Estado]. Aquel golpe pudo haber estado precedido
por unas (dudosas) elecciones: pero no debemos olvidar que Hitler
fue igualmente un político elegido. En esta analogía,
el 11 de septiembre cumple la función del "incendio
del Reichstag" [1], permitiendo a la Junta garantizar
sus poderes de fuerza policial similares a aquellos de la Gestapo.
Tienen su propio Mein Kampf -la Estrategia de Seguridad
Nacional [2]-, sus propias asociaciones de masas -las
organizaciones patrióticas- y sus propios predicadores
[3]. Es vital que tengamos el coraje de decir esas verdades
y de dejar de enmascararlas en frases como "nuestros amigos
estadounidenses" que han dejado de tener significado.
La cultura política es el producto a largo plazo de
la Historia. Como tal, es obviamente específica de cada
país. La cultura política estadounidense es claramente
distinta de lo que ha emergido en la historia del continente
europeo: mediante el establecimiento de Nueva Inglaterra por
sectas protestantes extremistas se ha configurado el genocidio
de los pueblos indígenas del continente, la esclavitud
de los africanos y la emergencia de comunidades segregadas por
sus especificidades étnicas como resultado de sucesivas
oleadas migratorias durante el siglo XIX.
La modernidad, el secularismo y la democracia no son el resultado
de una evolución en las creencias religiosas o siquiera
revolucionarias; por el contrario, es la fe la que ha tenido
que ajustarse para satisfacer las exigencias de estas nuevas
fuerzas. Este ajuste no se ha producido exclusivamente en el
protestantismo; tuvo el mismo impacto en el mundo católico
aunque de modo distinto. Se creó un nuevo espíritu
religioso, liberado de todo dogma. En ese sentido, no fue la
Reforma la que otorgó la precondición para el desarrollo
capitalista, aunque la tesis de Weber ha sido ampliamente aceptada
en las sociedades protestantes de Europa, que fueron favorecidas
por la importancia que les dio. Tampoco la Reforma representa
interpretaciones tempranas del cristianismo; al contrario, la
Reforma fue simplemente la más primitiva y confusa forma
de una ruptura.
Un aspecto de la Reforma fue el trabajo de las clases dominantes
conducidas por la creación de iglesias nacionales (anglicana
o luterana) controladas por dichas clases. Como tales, esas iglesias
representaron un compromiso entre la burguesía emergente,
la monarquía y los grandes terratenientes, a través
del cual pudieron acorralar la amenaza que representaban los
pobres y los campesinos.
Marginar con eficacia la idea católica de universalidad
estableciendo iglesias nacionales sirvió, en particular,
para reforzar el poder de la monarquía, fortaleciendo
su autoridad como árbitro entre las fuerzas del Antiguo
Régimen y aquéllas de la burguesía ascendiente,
y reforzar el nacionalismo de esas clases, retrasando, con ello,
la emergencia de nuevas formas de universalismo que serían
promovidas más tarde por el socialismo internacionalista.
Sin embargo, otros aspectos de la Reforma fueron conducidos
por las clases más bajas que eran las principales víctimas
de las transformaciones sociales provocadas por el nacimiento
del capitalismo. Esos movimientos recurrieron a formas de lucha
tradicionales derivadas de los movimientos milenaristas de las
Edad Media. Como resultado, lejos de abrir el camino, estuvieron
predestinadas a retrasar las necesidades de su tiempo. Las clases
dominantes tendrían que esperar hasta la Revolución
Francesa -y a sus formas de movilización democrática,
popular, laica y radical- y al advenimiento del socialismo para
hallar vías [que permitieran] articular efectivamente
sus exigencias al respecto de las nuevas condiciones en las que
vivían. Los primeros grupos protestantes modernos, por
el contrario, se cimentaron en ilusiones fundamentalistas y ello,
en cambio, favoreció la réplica infinita de sectas
esclavas del mismo tipo de visión apocalíptica
que prolifera actualmente en EEUU.
Las sectas protestantes que se vieron obligadas a emigrar
en el siglo XVII desde Inglaterra habían desarrollado
una forma de cristianismo diferenciado tanto del catolicismo
como del dogma ortodoxo. Por ello, su imagen del cristianismo
no era compartida siquiera por la mayoría de los protestantes
europeos, incluidos los anglicanos, de donde emergió la
mayoría de la clase gobernante británica. En términos
generales, podemos decir que la genialidad esencial de la Reforma
fue reclamar el Antiguo Testamento que había sido marginado
por el catolicismo y la Iglesia Ortodoxa cuando definieron al
cristianismo como una ruptura con el Judaísmo. Los protestantes
resituaron al cristianismo en su lugar como sucesor legítimo
del Judaísmo.
Legitimidad bíblica
La particular forma de protestantismo que hallo su vía
en Nueva Inglaterra sigue configurando la ideología estadounidense
en la actualidad. Primero, facilitó la conquista del "Nuevo
Continente", instruyendo su legitimidad en base a referencias
bíblicas (la referencia bíblica de la violenta
conquista de Israel de la "Tierra Prometida" es un
tema constantemente reiterado en el discurso de EEUU). Más
tarde, EEUU extendió su misión encomendada por
Dios hasta abarcar el mundo en su totalidad. Por ello, los estadounidenses
han comenzado a verse a sí mismos como el "pueblo
elegido" (en la práctica, un sinónimo del
término nazi Herrenvolk). Esta es la amenaza a
la que hacemos frente en la actualidad. Y por ello el imperialismo
estadounidense (y no el Imperio) será incluso más
brutal que sus predecesores, la mayoría de los cuales
nunca reivindicaron estar investidos por una misión divina.
No estoy entre los que creen que el pasado solo puede repetirse.
La Historia transforma a los pueblos. Eso es lo que ha pasado
en Europa. Sin embargo, desgraciadamente, la historia de EEUU,
lejos de trabajar por la erradicación de sus horribles
orígenes, ha reforzado aquel horror y ha perpetuado sus
efectos. Ello es así tanto para la "Revolución
americana" como para la colonización del país
mediante sucesivas olas migratorias.
A pesar de los intentos actuales de promover sus virtudes,
la "Revolución americana" no fue más
que una limitada guerra de independencia bastante desprovista
de cualquier dimensión social. En ningún caso en
el curso de su revuelta contra la monarquía británica
intentaron los colonos americanos transformar las relaciones
económicas y sociales: simplemente rechazaron seguir compartiendo
los beneficios con las clases gobernantes de la metrópoli.
Querían el poder para sí mismos no para cambiar
las cosas sino para seguir haciéndolas igual -aunque con
más determinación y mayores márgenes. El
objetivo prioritario era proceder a la colonización del
Oeste que implicaba, entre otras cosas, el genocidio de los americanos
nativos. Igualmente, los revolucionarios nunca cambiaron la esclavitud.
De hecho, la mayoría de los líderes revolucionarios
eran propietarios de esclavos y sus prejuicios sobre esta cuestión
se demostraron inquebrantables.
El genocidio de los nativos americanos estaba implícito
en la lógica de la nueva elección de la misión
divina para los pueblos. Su masacre no puede ser condenada simplemente
sobre la base de la moral de un pasado arcaico y distante. Hasta
1960, el acto del genocidio se proclamaba bien abierta y orgullosamente.
Las películas de Hollywood oponían al bien
de los cowboys el diablo nativo americano, y esta
tergiversación del pasado ha sido central en la educación
de sucesivas generaciones.
Lo mismo ocurre con la esclavitud. Tras la independencia,
tuvo que pasar cerca de un siglo antes de que la esclavitud fuera
abolida. Y a pesar de las demandas de la Revolución Francesa
en el sentido contrario, cuando se produjo el hecho de la abolición
no tuvo nada que ver con la moralidad (solo se produjo porque
la esclavitud ya no servía a la causa de la expansión
capitalista). Así, los afro-americanos tendrían
que esperar otro siglo para que se les concediese unos mínimos
derechos civiles. E incluso entonces, el racismo profundamente
arraigado de las clases dirigentes ha sido difícilmente
desafiado. Hasta la década de los 60 el linchamiento siguió
siendo un hecho habitual que procuraba un pretexto en los pic-nics
familiares. De hecho, la práctica del linchamiento persiste
en la actualidad, de modo más discreto e indirecto, en
las vías de un sistema judicial que envía
a miles de personas a la muerte (la mayoría afro-americanos)
a pesar del conocimiento general de que al menos la mitad de
los condenados son inocentes.
Migración e individualismo
Las sucesivas olas de inmigración han ayudado igualmente
al reforzamiento de la ideología estadounidense. Los inmigrantes
no son en modo alguno responsables de la miseria y la opresión
que causan sus exilios. Dejan su tierra como víctimas.
Sin embargo, la emigración significa igualmente la renuncia
a la lucha colectiva para cambiar las condiciones en sus países
de origen; cambian su sufrimiento por la ideología individualista
del país receptor desarraigándose. Este cambio
ideológico sirve igualmente para retrasar la emergencia
de la conciencia de clase que escasamente tiene tiempo a desarrollarse
antes de que una nueva oleada de inmigrantes llega para ayudar
a abortar su expresión política. Desde luego, la
migración contribuye también al "fortalecimiento
étnico" de la sociedad estadounidense. La noción
de "éxito individual" no excluye el desarrollo
de fuertes comunidades étnicas de apoyo (irlandesa, o
italiana, por ejemplo) sin las que el aislamiento individual
resultaría insoportable. Sin embargo, también en
esto, el fortalecimiento de identidades étnicas es un
proceso que el sistema estadounidense cultiva únicamente
para recuperarlo ya que debilita inevitablemente la conciencia
de clase y la ciudadanía activa.
Así, mientras el pueblo de París se estaba preparando
para "asaltar el cielo" (según la Comuna de
1871), las ciudades de EEUU proporcionaron el escenario para
una serie de guerras asesinas entre bandas formadas por generaciones
sucesivas de pobres emigrantes (irlandeses, italianos, etc.)
cínicamente manipulados por las clases dirigentes.
Hoy en EEUU no hay un partido de los trabajadores ni lo ha
habido nunca. Los poderosos sindicatos de trabajadores son apolíticos
en su más amplio sentido del término. No tienen
vínculos con partido alguno con el que puedan compartir
y expresar sus preocupaciones; ni han sido nunca capaces de articular
una visión socialista propia. Por el contrario, suscriben,
como todo el mundo, la ideología liberal dominante que
de este modo permanece incontestada. Cuando luchan, lo hacen
sobre la base de una agenda limitada y concreta que en modo alguno
cuestiona el liberalismo. En este sentido, eran y siguen siendo
posmodernistas.
Sin embargo, para las clases trabajadoras, las creencias comunitarias
no pueden proporcionar un substituto a la ideología socialista.
Ello es cierto incluso para los afro-americanos, la comunidad
más radical de EEUU, ya que la lucha de ideologías
comunitarias está, por definición, limitada a la
lucha contra el racismo institucionalizado.
Uno de los aspectos más desatendidos de las diferencias
entre las ideologías europeas (en su diversidad)
y la ideología estadounidense es el impacto de la Ilustración
en su desarrollo. Sabemos que la filosofía de la Ilustración
fue la cuestión decisiva para el lanzamiento de la creación
de las culturas e ideologías modernas de Europa y su impacto
sigue siendo considerable hasta hoy, no solo en los centros del
desarrollo capitalista, bien sean católicos (Francia)
o protestantes (Gran Bretaña y Holanda), sino también
en Alemania y Rusia.
Ello contrasta con EEUU, donde la Ilustración tuvo
solo un impacto marginal que atrajo únicamente a una minoría
aristocrática (y favorable a la esclavitud) [representada]
en ese grupo encarnado en la posteridad por Jefferson, Madison
y unos pocos más. En general, las sectas de Nueva Inglaterra
fueron indemnes al espíritu crítico de la Ilustración
y su cultura permaneció más próxima a las
Brujas de Salem que al impío racionalismo de las Luces.
Los frutos de ese rechazo emergieron cuando la burguesía
yanqui llegó a la mayoría de edad. En Nueva Inglaterra
emergió una creencia simple y errónea que mantenía
que la Ciencia (es decir, las ciencias puras, como la
Física) deberían determinar el destino de la sociedad
-una opinión que ha sido ampliamente compartida en EEUU
durante más de un siglo, no solo entre la clase dirigente,
sino también entre la gente común.
La substitución de ciencia por religión explica
algunos de los rasgos sobresalientes de la ideología estadounidense.
Explica por qué la filosofía es tan insignificante,
porque ha sido reducida al empirismo más reductor. Explica
igualmente el frenético esfuerzo de reducir las ciencias
humanas y sociales a ciencias puras (es decir, duras):
así, la Economía pura ocupa el lugar de
la Economía política y la ciencia de los genes
reemplaza a la Antropología y la Sociología. Esta
última y desafortunada aberración proporciona otro
punto de conexión entre la ideología estadounidense
contemporánea y la ideología nazi que ha sido favorecido
sin duda por el profundo racismo que recorre toda la historia
de EEUU. Otra aberración causada por esta peculiar visión
de la ciencia es una debilidad por la especulación cosmológica
(de la cual la teoría del Big-Bang es el ejemplo
más conocido).
Entre otras cosas, la Ilustración nos enseñó
que la Física es la ciencia [que estudia] ciertos aspectos
limitados del universo que han sido distinguidos como objetos
de investigación, no la ciencia del universo en su totalidad
(que es un concepto metafísico más que científico).
A este nivel, el sistema de pensamiento estadounidense está
más cerca de los intentos pre-modernos de reconciliar
la fe y la razón que de la tradición científica
moderna. Esta visión regresiva fue perfectamente adaptada
a los propósitos de las sectas protestantes de Nueva Inglaterra
y al tipo de sociedad religiosa omnipresente que produjeron.
Como sabemos, es este tipo de regresión lo que hoy amenaza
a Europa.
Democracia y mercado
Estos dos factores que configuran la formación histórica
de la sociedad estadounidense -una ideología bíblica
dominante y la ausencia de un partido de los trabajadores- se
han combinado para producir una situación completamente
nueva: un sistema regido de facto por un único
partido, el partido del capital.
Los dos segmentos que integran este partido comparten la misma
fórmula fundamental del liberalismo. Ambos dirigen únicamente
la minoría que participa en este tipo de democracia truncada
e impotente (un 40% del electorado). Como la clase trabajadora,
por regla general, no vota, cada segmento del partido tiene su
propia clientela de clase media para la cual ha ajustado su discurso.
Ambos han esculpido su propio electorado compuesto de ciertos
segmentos de intereses capitalistas (lobbies) y grupos
de apoyo comunitarios.
La democracia estadounidense actual constituye el modelo avanzado
de lo que yo he denominado "democracia de baja intensidad".
Su funcionamiento está basado en la separación
total entre la gestión de la vida política a través
de la práctica de la democracia electoral y la gestión
de la vida económica que está gobernada por las
leyes de la acumulación de capital. Más aún,
esta separación no está sujeta a forma alguna de
cambio radical; forma parte de lo que puede ser denominado el
consenso general. Sin embargo, es esa misma separación
lo que destruye efectivamente todo el potencial creativo de la
democracia política. Castra las instituciones representativas
(parlamentos y otras) que de manera impotente están rendidas
por su sumisión al mercado y a sus dictados. En
este sentido, la elección entre votar a los demócratas
o a los republicanos es en el fondo fútil porque lo que
determina el futuro del pueblo estadounidense no es el resultado
de las preferencias electorales sino las variaciones de los mercados
financieros y de otros mercados.
Como resultado, el Estado estadounidense existe exclusivamente
para servir a la economía, es decir, al capital, al que
obedece enteramente abandonando las cuestiones sociales. El Estado
puede funcionar de este modo por una razón primordial:
porque el proceso histórico que formó la sociedad
estadounidense ha bloqueado el desarrollo de una conciencia política
de las clases trabajadoras.
Ello contrasta con los Estados europeos que han sido (y pueden
convertirse de nuevo en) el foro obligado en el que se han desarrollado
las confrontaciones entre los grupos con intereses sociales.
Es por ello que los Estados europeos favorecen los compromisos
sociales que se invierten en prácticas democráticas
con significado real. Cuando la lucha de clases y otras luchas
políticas no fuerzan al Estado a funcionar de este modo,
cuando no pueden seguir siendo autónomas frente a la lógica
exclusiva de la acumulación del capital, la democracia
se convierte en un ejercicio completamente inútil, como
ocurre en EEUU.
La combinación de una práctica religiosa dominante
-y su explotación por medio del discurso fundamentalista-
con la ausencia de conciencia política entre las clases
oprimidas, da al sistema político de EEUU un margen de
maniobra sin precedentes, a través del cual puede destruir
el impacto potencial de las prácticas democráticas
y reducirlas a rituales benignos (la política como un
entretenimiento, la inauguración de campañas electorales
con animadores, etc.).
Ideología y capital
No obstante, no debemos dejarnos engañar. No es la
ideología fundamentalista la que ocupa el puesto dirigente
y la que impone su lógica a los reales detentadores del
poder: el capital y sus siervos del gobierno. Es el capital y
solo él quien toma todas las decisiones y únicamente
cuando lo ha hecho moviliza la ideología estadounidense
para que sirva a su causa. Los medios que se despliegan -el uso
sistemático y sin precedentes de la desinformación-
pueden entonces servir a sus propósitos aislando a los
críticos y sujetándolos a una forma permanente
y odiosa de chantaje. De este modo, el sistema puede manipular
fácilmente a la "opinión pública"
cultivando su estupidez.
Gracias a este contexto, la clase dirigente estadounidense
ha desarrollado una especie de cinismo total envuelto en una
carcasa exterior de hipocresía que resulta perfectamente
transparente a los observadores exteriores pero de algún
modo invisible a los propios pueblos estadounidenses. El régimen
está bastante satisfecho de recurrir a la violencia, incluso
en sus formas más duras, cuando quiera que surge la necesidad.
Todos los activistas radicales estadounidenses saben esto demasiado
bien; las únicas opciones que tienen abiertas son renunciar,
o ser un día asesinados.
Como todas las ideologías, la estadounidense es "cada
vez más vieja e inservible". Durante periodos de
calma (marcados con un fuerte crecimiento económico, acompañado
de lo que pasan por ser niveles aceptables de beneficios) la
presión de la clase dirigente sobre su pueblo disminuye
naturalmente. Así, de vez en cuando, el sistema tiene
que infundir nuevo vigor a esa ideología usando los métodos
clásicos: un enemigo (siempre un extranjero, ya que se
ha decretado que la sociedad estadounidense es buena por definición)
es designado ("el Imperio del Mal", "el Eje del
Mal") lo que justificará la movilización de
todos los medios posibles con el fin de aniquilarlo. En el pasado
ese enemigo fue el comunismo; el McCarthismo (un fenómeno
que los pro-estadounidenses de hoy han olvidado ya) hizo
posible el lanzamiento de la Guerra Fría y la marginación
de Europa; hoy, es el terrorismo que es, simple y claramente,
un pretexto creado para servir al proyecto de la clase dirigente:
el control militar del planeta.
Hegemonía y poder militar
El objetivo reconocido de la nueva estrategia hegemónica
de EEUU es prevenir la emergencia de ninguna otra potencia que
pueda ser capaz de oponer ninguna resistencia frente a los mandatos
de Washington. Para ello es necesario desmantelar países
que se han convertido en demasiado grandes de modo que
[se puedan] crear un número máximo de satélites
serviciales y dispuestos a aceptar las bases de EEUU para su
protección. Tal y como han acordado los últimos
tres presidentes [de EEUU], Bush-padre, Clinton y Bush-hijo,
solo un país tiene derecho a ser grande y ese es
EEUU.
En este sentido, la hegemonía de EEUU depende fundamentalmente
de su desproporcionado poder militar más que de ninguna
ventaja específica de su sistema económico.
Gracias a su poder, EEUU pude situarse como el dirigente incontestado
de la mafia global cuyo "puño visible" impondrá
el nuevo orden imperialista sobre aquellos que pudieran resistirse
a alinearse.
Animada por su éxito reciente, la extrema derecha controla
en la actualidad los resortes del poder en Washington. La alternativa
que se ofrece está clara: o bien se acepta la hegemonía
de EEUU y el liberalismo a ultranza que promueve -y que
significa poco más que una exclusiva obsesión por
hacer dinero- o se rechazan ambos. En el primer caso, estaremos
dando a Washington vía libre para rediseñar
el mundo a imagen de Texas. Solo eligiendo la segunda opción
podremos ser capaces de hacer algo para contribuir a la reconstrucción
de un mundo que sea esencialmente plural, democrático
y pacífico.
Si hubiesen reaccionado en 1935 o 1937, los europeos hubieran
sido capaces de parar la locura nazi antes de que causara tanto
daño. Retrasando su reacción hasta 1939, contribuyeron
a sus cientos de millones de víctimas. Es nuestra responsabilidad
actuar ahora para contener y eliminar el desafío neo-nazi
de Washington.
Notas de CSCAweb:
1. Véase: Fasano Mertens, Federico: "De Hitler a
Bush", separata de La República, 30 de marzo
de 2003 en www.moir.org.co/irak/Carta_embajador_eeuu_uruguay.htm.
2. Véase en CSCAweb: Carl Messineo y Mara
Verheyden-Hilliard: Evaluación crítica de la nueva
'Estrategia de Seguridad Nacional' de la Administración
Bush
3. Véase en CSCAweb : El 'Proyecto para el Nuevo
Siglo Estadounidense', la 'Doctrina Bush' y la guerra contra
Iraq
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