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Movilizaciones en la universidad francesa

La violencia y la joven clase trabajadora (y la revuelta que ella alimenta)

Sábado 25 de marzo de 2006, por pepe

Hace más de veinte años que los jóvenes trabajadores viven sometidos a la misma situación, al mismo tipo de medidas. La historia se repite, aunque la copia sea cada vez más odiosa que el original. Más de lo mismo. Esta triste historia comienzó a mediados de los años 80, en plena presidencia de François Mitterand. En ese momento fueron adoptadas dos tipos de medidas con el pretexto de limitar el paro (particularmente, el paro juvenil) y de aumentar la flexibilidad en las empresas.

El primer tipo de medidas implicó directamente la acción del Estado, que abrió la vía a la multiplicación de contratos de duración limitada o temporal para "ayudar" a la inserción de los jóvenes. El nombre de estos contratos ha cambiado con el tiempo y ha sido necesario que los gobiernos sucesivos realizaran verdaderos esfuerzos semánticos para que cada nueva medida correspondiera a una nueva denominación. Cada gobierno presentó una distinta.

El actual CPE (Contrato Primer Empleo) se sitúa en la órbita de los precedentes contratos de inserción. Las empresas han acogido cada una de estas diposiciones con los brazos abiertos, no para reclutar más jóvenes bajo sus filas, sino para beneficiarse de una mano de obra a bajo coste y gestionada en términos de disciplina de mercado: el joven trabajador que consiga -al cabo de los ocho años de media que dura una trayectoria en la precariedad en el estado francés- una relativa estabilidad, en cualquier empresa, tras este verdadero “parcours du combattant” (via crucis) habrá tenido tiempo suficiente para ser probado, seleccionado, socializado en un comportamiento de tipo individualizado y conformista.

El segundo tipo de medidas corresponde a las sucesivas modificaciones introducidas en el marco del derecho del trabajo, que afectan a la globalidad de la clase trabajadora, esa a la que algunos (en virtud precisamente de la heterogeneidad creciente en cuanto a las formas de gestión que la encuadran) reducen a la simple apelación de “condición”: la “condición” de trabajadores, la “condición” obrera. La más importante de todas estas modificaciones es sin lugar a dudas la creación del CDD (el genérico contrato temporal) que por supuesto es mayoritario en cuanto a números de contratos/año se refiere -contrato atípico se les llamaba no hace mucho tiempo.

En Francia este tipo de contratación representa más del 60% del flujo total de contratación en las empresas, para la Catalunya del tripartit esta cifra alcanza el 80%, según datos del Departament de Treball. Los límites estipulados en la legislación (referentes a este tipo de contratos -sobre todo- los límites en cuanto a su renovación) se los pasan por el forro los empleadores de turno, con el acuerdo casi siempre tácito o explícito del currante de turno que prefiere, óbviamente, pájaro en mano que ciento volando.

El CPE reproduce la misma historia triste, pero va un poquito más allá. Ojo al dato: lo presentan como un contrato indeterminado, aunque la duración de este tipo de contrato esté limitada a un máximo de dos años. Primera gran mentira: un contrato que presenta una cláusula de duración no puede ser en modo alguno un contrato indeterminado. El CPE presenta sin embargo una novedad extraordinaria: la posibilidad de despedir al joven sin ningún tipo de justificación ofrece a los empleadores un contrato perfectamente elástico. En el contrato temporal, la duración del acuerdo está por lo menos clara, lo que ofrece algún tipo de garantía al trabajador, por reducida que esta sea. El CPE es mejor aún: no deja resquicio de garantía temporal alguna. Despido discrecional.

Ha sido muy interesante seguir por televisión o radio los debates en torno al CPE en cuestión: los ideólogos de la clase empresarial hablaban de proyecto de empresa, de la gran comunidad que es Francia, donde cada uno desde su posición debe contribuir a la riqueza de su tejido empresarial y de la nación. Ya no se esconden. Por su parte, los jóvenes interrogados preferían dimensiones como incertidumbre, estrés, retardamiento de los proyectos vitales, infantilización, incapacidad de proyección, impasse permanente, sensación de transitoriedad.
Sin embargo, rara vez se referían, lo que da materia para pensar, a la experiencia misma del trabajo bajo esas condiciones, al sometimiento en la empresa a unas relaciones políticas de tipo dictatorial, a la obediencia pura y simple que sustituye a las relaciones anteriores de compromiso, a las nuevas formas en definitiva de esclavitud salarial que dicho dispositivo genera.

Los ideólogos del empresariado francés, muy finos ellos, apelaban al comportamiento ético por parte de los empresarios en el uso de los CPE. Sin embargo, no puede construirse una política general, una sociedad, sobre tales bases. En el dispositivo CPE existe implícitamente esta descentralización al empleador de turno, y esto es lo más grave, de un poder excepcional sobre los jóvenes trabajadores. Una profundización del movimiento requiere pues retomar este elemento como frontera política y buscar articulaciones entre los distintos grupos sociales.

Detrás de todas estas medidas no hay nada más que violencia sobre la clase trabajadora, y más particularmente sobre la joven clase trabajadora. Es justo y legítimo preguntarse sobre qué bases se construye la sociedad, de qué modo se socializan los jóvenes en el trabajo (bajo qué valores), y cómo llegan a naturalizar las relaciones sociales de opresión y de explotación que los subyugan como al niño yuntero del poema o qué tipo de enfrentamientos (de resistencia) pueden esperarse de parte de estos jóvenes -a menudo formas de resistencia de tipo pre-político del tipo ‘no me mates tanto’.

La situación para cada uno de los jóvenes se está volviendo material y simbólicamente insoportable, y no merece más que una respuesta posible: la revuelta. ¿Qué factores la contienen entonces? El efecto sistémico de la situación global: la experiencia de cada uno en la precariedad, la dificultad de crear ligámenes estables en el trabajo, la naturalización de las propias capacidades, de la cualificación individual, y la negación de la cualificación colectiva en todo proceso de trabajo: me he encontrado a jóvenes, en fábricas o en otros centros de trabajo, que no entienden cómo hacen los viejos para resistir y confrontar a las jerarquías; como ellos no pueden (cegados como están en su experiencia individual) lo viven como una suerte de injusticia. Mientras los jóvenes tratan de exhibir al máximo sus capacidades para eventualemente hacerse ver por el empleador de turno, los viejos viven anclados, incluso en los empleos más heterónomos, en valores antiguos y durables como la solidaridad y la cooperación (sostenidos en todo este proceso por las organizaciones de clase). Estos valores se transmiten de generación en generación, pero requieren un tiempo de aprendizaje y una cierta homogeneidad en las condiciones de trabajo: dispositivos como el CPE actúan contra estas dos variables.

También la ceguera de las organizaciones de clase, haciendo de la juventud una especie de factor variable (regulador) de la lucha de clases en general: sorprende que no haya una reflexión específica sobre la precariedad y sobre la experiencia de la precariedad.

Sin embargo, cuando el vaso se desborda, aparecen actitudes simple y llanamente de revuelta. Lo vimos en noviembre. Lo estamos viendo ahora en las universidades. Entonces las organizaciones de clase frenan: lo hicieron en noviembre, lo están haciendo ahora.

En ambas revueltas se encuentran las mismas raíces y afectan a toda la clase trabajadora. De alguna manera son una cristalización de la relación de fuerzas a nivel global.

1) de una parte, estas revueltas cristalizan la negatividad de unas relaciones salariales que tienden a variabilizar la masa salarial: como si se tratara de un costo variable cualquiera. La fuerza de trabajo es tratada en las empresas a un nivel inferior a una máquina, que es un costo fijo. El trabajo en tanto que valor de uso, como experiencia, se diluye en el valor de cambio, en el vil metal del que muy pocos se llenan los bolsillos.
2) la segunda raíz es política. El gobierno y los empleadores necesitan trabajadores dóciles, obedientes, a los que vampirizar los conocimientos que posean al servicio siempre de los objetivos de la empresa. La precariedad es una de las armas utilizadas para modernizar las empresas: trabajadores que no creen en absoluto en lo que hacen, pero que lo hacen de todas maneras. No importa lo que piensen, sus puntos de vista, no importa lo que sientan: y si no sirven, a la calle.

Los jóvenes trabajadores no han llegado a verbalizar su revuelta: necesita un proceso largo. Como en toda revuelta, se puede hablar de dos caras que no dejan lugar a dudas de por donde van a ir los tiros políticos de esta generación de trabajadores.

De una parte la cara amable: la de las manifestaciones, de las asambleas generales, de las ocupaciones de universidades -el viernes 17 por la noche hubo una verdadera batalla campal entre los antidisturbios y los estudiantes por el control de la Sorbona. Estudiantes de las universidades de la corona parisina bajaron al centro -muchos quizás por primera vez- para “apropiarse” de la mítica universidad, lo que deja bien a las claras que en el fondo la revuelta es identitaria (y la importancia también que dan a la formación en este proceso), de las coordinaciones entre estudiantes y profesores de universidad precarios, que están empezando a cristalizar por todas partes. Algunas experiencias están siendo muy interesantes: en Nanterre, otra facultad mítica, algunos profesores (muchos precarios) del área de las ciencias sociales, en coordinación con los estudiantes, han propuesto la recuperación de los programas formativos: durante las horas lectivas, estando como está la facultad ocupada, regirá el programa educativo alternativo compuesto por la coordinadora de lucha: intervenciones sobre la democracia, el paro, la precariedad, debates, películas...El sábado hay manifestación con las organizaciones de clase. La prioridad para el movimiento es ahora su profundidad política y su articulación (profesores, sindicatos de clase y precarios).

De la otra parte, la cara menos amable: la de los hechos de noviembre, la de la violencia de los que no encuentran una ocupación, como en noviembre. La del cinismo, la del individualismo, la del sentimiento de fracaso, la de la competencia generalizada de los que, acabada la manifestación, tienen que volver a su empleo precario. De los que sólo otorgan importancia al dinero como manera de revalorizarse, completamente desligado del esfuerzo necesario para obtenerlo.
Esta revuelta no se va a acabar aquí. Va para largo. Sobre el fondo permanente de la cara menos amable veremos de tanto en tanto aparecer rayitos de esperanza de la cara amable. Yo creo que hay materia para el debate.

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