El hábito de engañar, de embaucar, de emborrachar para disminuir las capacidades de reacción o comprensión con la idea de agredir sexualmente son formas de sumisión generalizadas y, además, consensuadas socialmente
Nerea Barjola Ramos 6 de agosto de 2022 elDiario.es
- rchivo - Discoteca, foto de recurso Germán Lama - Europa Press - Archivo
Alarma social y confusión son dos términos que están sirviendo para sintetizar, enunciar y significar la práctica de los pinchazos y de la sumisión química. En mi opinión, el debate está, precisamente, en despejar esta ecuación, renombrar sus variables y clarificar sus funciones. Esta acción es una cuestión tan matemática como orgánica –en términos de cuerpo social– que permite reflejar la salubridad del ejercicio, afianzamiento y protección de las violencias sexuales dentro del conjunto social.
Para empezar es relevante situar la práctica de la sumisión química como uno de los formatos que adquiere el ejercicio de las violencias sexuales, es decir, lo innovador es, quizás, el formato pero no el contenido ni la intencionalidad. El hábito de engañar, de embaucar, de emborrachar para disminuir las capacidades de reacción o comprensión con la idea de agredir sexualmente son formas de sumisión generalizadas y, además, consensuadas socialmente. He aquí la primera cuestión importante; el proceso de asentar consensos implica naturalizar el método y la naturalización es el paso previo necesario para banalizar la violencia sexual y vaciarla de contenido político. Esta idea nos sitúa directamente en las consecuencias de englobar los pinchazos dentro de conceptos como alarma social y confusión. Desde una perspectiva feminista no hay confusión –está todo muy claro– y la alarma social no deja de ser un mecanismo que la sociedad activa para impedir (re)pensar en términos políticos qué hay detrás de los pinchazos. Dicho de otra manera, la confusión y la alarma social cumplen coordinadamente con una función: ejecutar el sistema de control, castigo y vigilancia que se instaura sobre la vida y el cuerpo de las mujeres y proteger el libre ejercicio de las violencias sexuales. ¿Es la confusión la que deriva en alarma social o la alarma social la que genera la confusión?
El (des)orden –orden en términos patriarcales– en el debate produce falta de claridad, miedo, dificultad para saber qué pensar, qué hacer, y esta confusión es el estadio perfecto para aferrarse a aquello que sí conocemos y practicamos; el machismo y las violencias sexuales. Inevitablemente, en la confusión, aparece la alarma social vinculada, única y exclusivamente, al miedo. Esta alarma sin debate crítico no transforma, si construimos alarma social estamos protegiendo de manera estructural la violencia sexual. Y este es uno de los debates que debemos implementar.
Por lo tanto, batería de preguntas con sus respuestas: ¿a qué está respondiendo la alarma social? A proteger el statu quo sexual y sus privilegios. ¿Qué nos sorprende o escandaliza exactamente de los pinchazos? Que la violencia sexual se materialice en una praxis que viola el pacto de lo asumible, de lo aceptable, de lo que ya ha sido naturalizado y que como sociedad permitimos, construimos y cobijamos todos los días. A este respecto, la alarma social transparenta de manera precisa la legislación simbólica que impera en el conjunto social, esto es, nos inquieta el acto del pinchazo por impreciso, por desconocido y porque la violencia sexual se puede ejecutar, únicamente, dentro de parámetros de naturalización, de lo contrario deja al descubierto el contrato sexual patriarcal y su existencia. De ahí las expresiones “¿A dónde vamos a llegar?”. Ya hemos llegado, hace tiempo. Actos igual de graves suceden de manera continuada pero totalmente aceptados.
Por otro lado, la confusión y la alarma social se están alimentando de dinámicas que reproducen todos los mecanismos de las violencias sexuales. Así por ejemplo, una parte importante de las noticias publicadas tiene una perspectiva, básicamente, criminalística. Los discursos en torno al “proceder” de los pinchazos, la droga que contienen o los posibles efectos que generan son una forma de restar importancia al debate de fondo y (re)instaurar una voz que más allá de ser crítica es reaccionaria. Dar la voz a “expertos” que, además, reconocen abiertamente no saber cuál puede ser la droga que se está inoculando establece la duda y cuestiona las experiencias y los síntomas de aquellas que lo han vivido. Y, más grave aún, despolitiza nuestro debate ubicándonos en la deriva discursiva del machismo.
La sumisión química por medio del pinchazo, independientemente de cuál sea su intencionalidad o fin último, es una dinámica a partir de la cual ejercer control, sumisión y violencia sexual. Este binomio control-sumisión tiene múltiples formas de materializarse, una de las más importantes –y también la más sutil– es la incorporación del terror sexual que en la práctica se traduce en una constante reducción de las libertades más fundamentales para las mujeres. Los discursos que se han construido en torno al tema lanzan un mensaje aleccionador que refuerza la disciplina de castigo, vigilancia, alerta, autocontrol y terror sexual en las mujeres (sumisión); y consolidan la posición de poder y privilegios de los hombres (control).
Por todo ello, es imprescindible girar el foco, no continuar produciendo noticias y discursos que afiancen la violencia sexual sino que la deconstruyan y problematicen desde la teoría crítica feminista. Cuando hablo de girar el foco, hablo de situar la mirada y la responsabilidad en las actitudes de los que agreden y no en las de quienes son agredidas, hablo de situar el debate en sus justos términos. Planteemos la cuestión a partir de cuatro enunciados: “A las 22 en casa porque igual violas”, “Voy a buscarte porque a partir de determinada hora violas en grupo”, “Es mejor que no salgas esta noche porque va a haber mucha gente e igual violas”, “No transites solo por zonas donde creas que puedes violar”. Estas expresiones apelan directamente a la reducción de derechos y libertades de los hombres. Sería impensable plantear este escenario en el que, hipotéticamente, el espacio público, las actitudes, la libertad de movimiento y el ejercicio libre de la sexualidad es restringido para ellos, simplemente plantearlo puede generar una reacción violenta por su parte. Sin embargo, en la vida de las mujeres está absolutamente naturalizado, asumido y consensuado. El ’no todos los hombres’ –pero sí a todas las mujeres– no puede seguir siendo un argumento, es una falacia perversa a partir de la cual justificarse.
Tomemos “los pinchazos” como puerta de entrada para una reflexión más profunda con planteamientos y perspectiva feminista que posibiliten reflexionar sobre los privilegios y el prestigio social de la masculinidad hegemónica, la cultura de la violación y el pacto social que la protege. Viremos la mirada, responsabilicemos de las agresiones a quienes agreden, exijamos que el NO lo pronuncien ellos, a sí mismos y a sus iguales, y que el control social se enfoque hacia sus actitudes. En este contexto de debate, ¿qué cobertura tendrían los pinchazos?
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