Xarxa Feminista PV

Un putero paga por violar

Domingo 3 de mayo de 2020

1 mayo 2020 Cristina Fallarás Público

Mi deseo no es distinto del deseo de un hombre. Mi deseo en tanto que mujer. El deseo sexual de una mujer no es mayor ni menor que el de un hombre, no es ni más ni menos frecuente, no es ni más ni menos sofisticado. Es, y punto.

Recuerdo mi educación. Nos enseñaban que los hombres tenían deseo más frecuentemente, que tenían unas urgencias sexuales de las que las mujeres carecíamos. También nos explicaban que, en el caso de ellos, ese deseo sexual era perentorio. Algo así como que, cuando se ponían calientes, sufrían una necesidad casi clínica de aliviarse. Que no podían aguantarse. Eso les servía también para justificar que el marido usara a la mujer como orificio de alivio. Pero, sobre todo, para explicar la existencia de los burdeles. Más o menos, venían a decir que más nos valía a las hembras que hubiera otras mujeres con las que saciar tan animal impulso, porque una sola no podría soportarlo.

Con el tiempo, una aprende que el deseo masculino no se diferencia en nada del femenino. La misma intensidad, la misma frecuencia, el mismo apremio.

Sin embargo, tan marciana aseveración se sigue usando para excusar el hecho de que un hombre pague por usar el cuerpo de una mujer. Y, mira tú qué cosas, las mujeres en similar situación no pagamos por usar el cuerpo de un hombre. Por usarlo a nuestro antojo y sin su participación, sin su placer, sin nada más que un puñado de billetes, en el mejor de los casos.

Se trata de violar.

Un hombre no paga a una prostituta para tener relaciones sexuales ni porque su deseo le esté enloqueciendo. Un putero paga por violar. Ni más ni menos.

España es en este momento el país con mayor demanda de prostitución en toda Europa y el tercero en el "ranking" mundial, según datos de Naciones Unidas. El 39% de los españoles reconocer haber pagado, al menos en una ocasión, "por servicios sexuales", dicen. No. Reconocen haber pagado a cambio de violarla.

Vamos a empezar a llamar a las cosas por su nombre.

Mi deseo es igual de hondo, igual de frecuente e igual de perentorio. La diferencia es que yo nunca lo haría.

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