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Recuerdos de una escritora del porvenir: Elena Garro

Domingo 25 de junio de 2023

Su obra debe ser reconocida plenamente, porque la autora vivió eclipsada por Octavio Paz. Ella tuvo el coraje para criticar las injusticias sociales en México y desde allí interpelar al mundo

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Elena Garro, escritora mexicana, en 1964. / Cedida por Patricia Rosas Lopátegui

Liliana David 22/06/2023 El Salto

Hay épocas que no aceptan la aparición de mujeres rebeldes, revolucionarias, que se sublevan y se muestran convencidas de cambiar la realidad o el curso de la Historia. Son mujeres adelantadas a su tiempo, seres libres, polémicos, irreverentes, sin miedo, que tienen que asumir su existencia y la época que les toca vivir entre su deseo de libertad y los obstáculos de sus enemigos, que no siempre son visibles, aunque tales adversarios sabemos que están ahí y casi siempre son indisociables: el machismo y el poder. Pero hay ocasiones en que los enemigos de esas mujeres sí son visibles y tienen nombre y apellido.

Una gran mujer, como fue la novelista mexicana Elena Garro, nos ha dejado una obra entera que también da cuenta de la historia compartida por muchas otras mujeres marginadas, vulnerables, víctimas de un intocable poder. Una serie de escritos periodísticos, cartas y otros testimonios de su vida narran una existencia en la que tuvo como mayor enemigo, por todo lo que simbólica, política y existencialmente representó en su trayectoria vital, a Octavio Paz, quien fue su esposo de 1937 a 1959.

La obra y vida de Elena Garro están repletas de alusiones al renombrado escritor porque, como ella misma reveló, sólo podía escribir de lo que le había sucedido, y en ello había mucho de Octavio Paz, el único Premio Nobel de Literatura que le han dado a un escritor mexicano hasta la fecha. De manera que es comprensible que él aparezca en casi todos los capítulos de su historia. Un asunto que fue motivo de censura hacia la escritora tanto por parte del propio Paz como del círculo de poder que lo rodeó, protegió y apoyó a lo largo de su carrera como escritor y diplomático. Una censura que, como vamos descubriendo a lo largo de la historia de Elena Garro, fue ejecutada en menoscabo de una mujer única, una mujer aguerrida y atrevida, quien, además de escribir de manera brillante, fue activista y defensora de campesinos e indígenas.

Según me cuenta en nuestra entrevista Patricia Rosas Lopátegui, profesora asociada en la Universidad de Nuevo México (EUA) y biógrafa de Elena Garro, fue Octavio Paz quien le había prohibido a la propia Garro publicar o ventilar la vida íntima de su matrimonio. Por eso, la novela Testimonios sobre Mariana, que supone la obra más autobiográfica de Garro, en la que la escritora se aventura a narrar a partir de su relación sentimental con Paz, no vio la luz hasta 1980, veinte años después de haberla escrito. De hecho, ella no pudo darse a conocer como escritora sino hasta 1957, justo cuando Octavio Paz permitió que apareciese como dramaturga con una obra de teatro cuyo nombre, en retrospectiva, resulta insólito y bastante irónico: Un hogar sólido. “Esto se explica porque el matrimonio ya se había desarticulado y él estaba más consolidado como escritor, y porque tenía otros intereses amorosos”, dice Patricia Rosas, quien es autora de los libros El Asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica (UANL, 2014) y Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (Gedisa, 2020).

Las primeras publicaciones de Garro como dramaturga aparecieron hacia finales de los años cincuenta, pero una década antes había ya escrito y colaborado en algunos periódicos y revistas. De esa época data el reportaje titulado “Mujeres perdidas”, que salió en la revista Así de 1941, y que la convirtió en una pionera a la hora de visibilizar a las mujeres pobres, tras haber descrito las condiciones de vida de las presas en un reclusorio de la Ciudad de México; pero también fue una de las primeras periodistas mexicanas en abordar la violencia de género en las diferentes clases sociales, ya que había entrevistado a otras grandes artistas de su época que experimentaron, como ella, las consecuencias nefastas de vivir inmersas en una sociedad patriarcal. Pese a todo esto, ha sido su obra Los recuerdos del porvenir, publicada en 1963, la que la encumbró y le deparó un sitio junto a Juan Rulfo o, posteriormente, Gabriel García Márquez, aunque generalmente sean ellos, y no ella, quienes se impongan hoy como una lectura obligada.

La dificultad para encontrar su gran novela en las librerías es algo que comprobé durante el reciente viaje que hice a México, y coincide además con lo que me compartió Patricia Rosas al hablarme de lo complicado que le resultó organizar y juntar todo el trabajo periodístico de Elena Garro: “Las entrevistas que ella hizo estaban en el olvido, hasta que en 2003 me dediqué a reunir todo su acervo y reconstruir su carrera periodística. En 2005 salió un primer volumen con todo ese material, pero no pude concluirlo hasta el 2014 porque muchos de sus textos no estaban en la hemeroteca. Fue una odisea encontrar su periodismo”, advierte la investigadora. Pero ¿de dónde vino el intento de borrarla de la historia, e incluso de la vida cultural de México? ¿Qué error se le atribuyó para justificar el menosprecio que Octavio Paz, sus colaboradores y otros personajes políticos e intelectuales de la época le infligieron durante tantos años, contribuyendo así a su marginación? Esta es una cuestión que responde Patricia Rosas Lopátegui a partir de los encuentros y entrevistas sostenidos durante varios años con la novelista. De modo que con lo que Rosas revela en sus investigaciones, y con lo que se puede leer en los propios textos y memorias de Elena Garro, es imposible negar que su vida y obra fueron víctimas de un machismo absolutamente opresor.

Tampoco deja de sorprender que, en pleno siglo XXI, una mujer como Elena Poniatowska no se haya mostrado solidaria con las vivencias de Garro y que, por el contrario, haya intentado persuadirnos obstinadamente de que la asesina, metafóricamente hablando, de la gran escritora haya sido ella misma. Poniatowska escribió, años después de que muriese Elena Garro, que su verdadero asesino no fue sino su vida alejada de la realidad. Con ello insinuaba que la obra y la mujer no sufrieron la represión y exclusión de la que, como sabemos ahora, sí fueron víctimas. El ostracismo ejercido en contra de sus publicaciones impidió que durante años estas pudieran ser publicadas y alcanzaran la cota de admiración que aún se les debe. Probablemente es la debilidad vehemente del argumento de Poniatowska lo único verdaderamente irreal en el asunto, aunque también lo que explique su muy real mezquindad al haberse referido a Rosas Lopátegui como una biógrafa que insiste en que recordemos a Elena Garro y le rindamos tributo. Pues, sí, doñita-madame Poniatowka; en efecto, toda mujer debería leerla; en primer lugar, para no perderse el descubrimiento gozoso de una escritura genial; y, en segundo, para no olvidar el dolor de todas aquellas mujeres que nunca pudieron escribir ni contar su historia, ni tampoco hablar abiertamente del desprecio, por decir lo menos, del que fueron víctimas. Elena Garro pudo hacerlo con la belleza hiriente de las verdaderas artistas, y eso es lo que no le perdonaron. Su reivindicación es, pues, la de una mujer singular y la de una historia valiosa para nuestro tiempo, el cual parece empeñado en vivir sin memoria. Recordemos un poco.

A los 20 años, en 1937, Elena Garro viajó a España con Octavio Paz. Estaban recién casados cuando acompañó al joven poeta al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, realizado en Valencia, Madrid y Barcelona. En sus Memorias de España 1937, que vieron la luz en 1992, la autora nos conduce por una serie de recuerdos en los que se mezclan los sinsabores con el deseo de que las cosas resultaran distintas en sus ya unidas vidas. Garro nos cuenta sus breves pero significativos encuentros con poetas e intelectuales, como León Felipe, Luis Cernuda, María Zambrano, Rafael Alberti y algunos escritores mexicanos, que también habían acudido al Congreso de Antifascistas; entre ellos se encontraban Carlos Pellicer, Silvestre Revueltas y hasta la misma Berta Gamboa, de quien les hablé en un pasado artículo. En el relato que desgrana Elena Garro, sorprende la constante aparición de reproches y de palabras hirientes con que la agrede Octavio Paz. En un tono irónico y confesional, Garro escribe: “Los mexicanos siempre compadecieron a Paz por haberse casado conmigo. ¡Su elección fue fatídica! Me consuela saber que está vivo y goza de buena salud, reputación y gloria merecida, a pesar de su grave error de juventud”. Recién había iniciado su noviazgo, la pareja ya daba señales de los tormentos y amenazas que habrían de describir la relación del ensayista y la escritora. De esto hay evidencias en las cartas reunidas en Odi et amo: las cartas a Helena, como Paz llamaba a Elena Garro. Una edición de Guillermo Sheridan, que salió en 2021 bajo el sello de Siglo XXI.

Patricia Rosas me dice que “desde que se conocen y comienzan su relación como amigos, y durante su noviazgo, él era muy posesivo, controlador. Las cartas que él le enviaba son alarmantes porque Octavio quería que ella abandonara todos sus intereses artísticos y literarios. Ella era estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también era coreógrafa del Teatro Universitario, que en ese momento lo dirigía Julio Bracho. Elena estaba muy activa y Octavio le exigía en las cartas que no se dedicara a la danza, al teatro, que sus estudios no eran tan importantes como su relación. Era muy absorbente y eso está en las cartas de 1935 a 1937, que es cuando se casan. Son cartas muy reveladoras de ese poder de Octavio Paz, que está furioso porque Elena estaba participando en algunas películas, ya que la buscaban para hacer cine”.

En efecto, al leer las cartas, es insólito ver la serie de mandatos en que le exige obediencia, le da instrucciones de cómo debe comportarse y qué debe hacer. Valgan como prueba estos ejemplos: “Creo que ahora sí trabajaré con ganas. Ayúdame por favor. No salgas tanto. No pienses más que en mí”. “Te exijo que me digas todo y, además, que obedezcas mis órdenes”. “Me obedecerás ciegamente, sin tener conciencia o iré a matarte. No seas obstinada”. “Hazme favor de ser amable con mamá, aunque finjas. Y sopórtale sus cosas que debes entender que ella también sufre y que, además, ella ha soportado también mis rabias y mis crisis”. “Respecto a lo del cine: te sales y usas mi dinero”. Son cartas que exudan misoginia, machismo y una rancia visión cristianocatólica, a la vez que traslucen estructuras añejas que perpetúan la opresión de la mujer, reduciéndola a los roles tradicionales. Elena comenzó a destilar esa opresión a través de su escritura, aunque sus textos no fuesen publicados sino muchos años después de haber sido escritos.

Todo indica que Octavio Paz quiso confinar a Garro en su condición de esposa, retrasando lo máximo posible su aparición como escritora y como una mujer adelantada a su tiempo, una mujer libre, extrovertida, irreverente, que se identificó plenamente con otros mortales, como Gerda Taro, Robert Capa, Miguel Hernández, Antonio Machado, León Felipe o César Vallejo. Es un relato, el suyo, que nos debe interpelar, sobre todo porque las mujeres tenemos que hablar de nuestra vida, de nuestras pasiones e ideas a partir de nuestra propia experiencia. Coincido plenamente, pues, con Patricia Rosas cuando señala que si no viviéramos en un entorno patriarcal tan opresivo, si la mujer, a lo largo de la historia, hubiera sido considerada como igual al hombre, existirían hoy más mujeres hablando con su propia voz; pero, por siglos, la mujer ha estado silenciada. Elena Garro combatió ese destino y también intentaron callarla, aunque no lo lograron por completo.

Recientemente he releído Los recuerdos del porvenir, y debo admitir que lo único que deseo es que, algún día, sólo sean eso, recuerdos, y no el porvenir que se nos reserva a las mujeres. Desde su publicación, esta obra sigue manteniendo intacta su vigencia, pues retrata sin concesiones un contexto de violencia generalizada, aunque acentuando la que se ejerce, de manera particular, contra las mujeres. La singular visión del tiempo y su postura crítica ante el curso de la realidad han hecho que hoy nuevas generaciones la redescubran y reivindiquen su relevancia como escritora, algo que obvió el machismo de toda una sociedad culturalmente corrompida. Elena Garro debe hoy ser reconocida plenamente como una artista de genio, una mujer que tuvo el coraje suficiente para criticar las injusticias sociales en México y desde allí interpelar al mundo.

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