Xarxa Feminista PV

Flamencas sin fronteras

Jueves 28 de enero de 2021

Asediadas por el machismo transversal, siguieron creando, cantando, bailando y tocando. Y contribuyeron a dos cosas esenciales para el feminismo: crearon referentes y provocaron revoluciones internas

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La cantaora Carmen Linares en El Taller de CTXT Orieta Gelardin

Carolina Le Port 26/01/2021 CTXT

La definición extendida del flamenco se mueve entre el apropiacionismo y la subalternidad, pero en este momento histórico de obligatorio revisionismo para los investigadores y del minucioso trabajo de la reapropiación, me atrevo a decir que el flamenco es un género conformado por la integración racial y étnica, la cultura de compromiso y el feminismo: hablar de flamenco es hablar desde la memoria histórica.

El flamenco es un género de autor y eso ha podido ser un catalizador para encontrarnos el fenómeno de la feminista accidental: un acto de rebeldía para poder romper el canon, que siendo o no conscientes de ello, tiene una extraordinaria importancia para la visibilización del universo de lo femenino. Asediadas por el machismo transversal, las flamencas siguieron creando, cantando, bailando y tocando, contribuyendo a dos cosas esenciales para el movimiento feminista: los nuevos referentes arquetípicos para el colectivo y el cante de sirenas que provocaría tantas revoluciones internas.

La Niña de los Peines, la de la Puebla, la Paquera, las hermanas Bernarda y Fernanda de Utrera crearon formas de cante propios que fueron y son cantados hoy por los hombres sin ningún tipo de complejo fálico que les impida hacerlo. En los primeros registros discográficos también había mujeres, y Carmencita fue la primera mujer en aparecer en una película documental en los Estados Unidos.

Hubo más hombres que mujeres en el cante siempre. Sí, porque el machismo está en toda la sociedad y las capacidades de las mujeres han sido silenciadas de forma histórica, sistémica; pero en ese revisionismo histórico tenemos que encontrar nuevas formas de relato, cambiar las narrativas y sacar del anonimato a las transmisoras del cante flamenco, de tradición oral, un lenguaje adquirido desde la infancia y que, como la lengua, viene de la madre.

Incluso en este punto, me atrevería a retar al Materialismo Histórico, de ese hombre tan preocupado por los derechos de los individuos pero que apenas nombró a las mujeres en sus escritos: en esas “superestructuras”, tanto la importancia de la madre como fuente de producción de letras como en ese papel impuesto de cuidadoras, eran ellas esenciales en esa “cadena de producción” con esos cantes de día y noche, el necesario aprendizaje para poder ser flamenco monetizado. Y es que hasta el mérito de enseñar nos fue negado por la historia. Somos y hemos sido transmisoras y protectoras de la cultura popular.

“A mi mare de mi arma como la camelo yo

lo que yo quiero a mi mare como la camelo yo porque la tengo presente metida en el corazón

A mi mare de mi alma como la camelo yo”.

Las bailaoras ¡tan jóvenes! dejaban atrás la vida rural para irse a Linares o a Sevilla, a Barcelona y a Madrid. Unas sabrían y otras no que el peaje de empezar a ser bailaora pasaba por ser prostituidas en muchos de los cafés-cantantes; pero que de alguna forma encontraron espacios mínimos de libertad: taconeando en su tablao o librándose de aquella vida definida y decidida antes de nacer. Encontraron otro yugo, porque el camino hacia la libertad femenina está lleno de minas y pocas son las que consiguen llegar hasta el final, por eso esto no ha terminado: no es una cuestión sólo de igualdad de derechos, es una cuestión de la diferencia de lo femenino.

Vídeo: Carmen Amaya

El cante está al servicio del baile, así que el cantaor tenía que estar al servicio de la creación o creatividad de la mujer. La flamenca y catalana más universal fue Carmen Amaya. Tras el estallido de la Guerra Civil, huye de España hacia Argentina y comienza una exitosa carrera en el continente americano: la Casa Blanca, los Oscar y todo el branding norteamericano formó parte del decorado de su biografía. El flamenco y su deja vú particular. Ella creó una forma única de taconeo; pese a la distopía machista de la que era víctima, en el baile mandaba ella. Porque era libre y podía ser, su explosión artística era deslumbrante.

Probablemente era lo único en lo que mandaba, pero aquí no se trata de hablar de su biografía, sino de su aportación al flamenco como creadora.

¿Y las letras en el flamenco? Pues claro que hay letras terriblemente machistas, pero también proliferan las letras que denuncian la violencia de género.

“Tú no le pegues más a mi madre

y calla por Dios padre mío

que mira que si tú le pegas a mi madre

y esa es la que a mí me ha parido

y yo no consiento que a ella me la maltrate nadie”

El flamenco no es machista, lo es la sociedad patriarcal en la que hemos estado atrapados a lo largo de la historia universal. El flamenco es de los pocos géneros artísticos donde siempre ha habido mujeres entre las figuras destacadas. ¿Podían haber sido más? Sí, pero eso no lo resuelve el género musical, eso lo resuelven los programadores, las discográficas y las productoras musicales.

Uno de los grandes retos de la mujer del siglo XXI es encontrar su identidad separada del protagonismo androcentrista. Renunciar a esa representación arquetípica en la cultura, en la que el protagonista de nuestra vida debe ser un hombre. ¿Cuán cerca está usted de la figura masculina? ¿madre, hija, mujer, soltera o bollera? ¿Qué nivel de testosterona hay en su casa? Y es la cultura quien tiene la misión más complicada de todas: proponer modelos. Eva la Yerbabuena rompe los esquemas tradicionales para volverlos a proponer. Rocío Molina y Mayte Martín comparten lo íntimo; la Chachi trabaja la autorrepresentación desde los nuevos lenguajes. Anna Colom se encuentra con la música de América del Sur; Soleá Morente lo hace en el escenario indie. Rocío Márquez, incansable exploradora de la voz... Y así tantas otras mujeres que son la vanguardia del flamenco, un género que siempre ha mirado al futuro porque es un arte vivo, con un sistema musical propio pero creado desde el yo.

Vídeo: Mayte Martín & Belén Maya during IV Dutch Flamenco Biennale - Amsterdam

Marina Heredia y Estrella Morente tienen la dificilísima misión de proteger y fomentar el sentido de la saga flamenca, de la etnia y de Granada. Ahí es nada, y ahí están. Las maestras de baile, las regentes de las ventas o las flamencólogas e investigadoras (María Jesús Castro, La Pulpón, Cristina Cruces o Ana Díaz Olaya)... Sé que me dejo a muchas por nombrar, pero ¿cuántas veces podemos decir esto? ¡No me cabéis todas!

Las flamencas siempre tuvieron que crear desde su universo propio y tuvieron la oportunidad de expresarlo. Quizá hubo más oportunidades que en otras artes. La estructura propia del flamenco da un espacio individual para el cante, el baile y el toque (Adela Cubas, indispensable, y aquí sí echo en falta muchas más mujeres), pero también es cierto que la guitarra en el flamenco está viviendo su propia crisis.

El flamenco no existiría sin esa aportación femenina constante en cualquier momento histórico desde su creación. Desde las primeras grabaciones en pizarra hasta Spotify. De la sacra peña flamenca al Primavera Sound... ¿Cómo entender la bulerías sin La Paquera? ¿La Soleá sin La Serneta? ¿El baile sin Carmen, La Chana, La Chunga? ¿Y las Banderitas Republicanas sin la voz de Carmen Linares? Hay que ser muy valiente para hablar de política en un escenario flamenco y retar a aquellos que se apropiaron del género desde la exaltación de lo simbólico (el olé, el lunar, y la peineta).

El flamenco es un espacio para alimentar las memorias colectivas. Podremos negar la esclavitud en España, la persecución al pueblo gitano, el talento de la mujer y el universo de lo femenino, el espíritu integrador del pueblo andaluz o la Cataluña flamenca... Pero el flamenco, y las flamencas, seguirán contándolo y cantándolo.

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