Utopía // 16 de febrero de 2004

Una breve pero vital reflexión para los revolucionarios

¿Para qué participar en las elecciones?

El movimiento revolucionario venezolano siempre se ha caracterizado por no tener claro sentido de las proporciones históricas. En el pasado, ante las coyunturas electorales, de naturaleza táctica, respondíamos a través de un rechazo aduciendo razones de principios y de no querer contaminarnos. Hoy, ante exigencias similares, dejamos a un lado los asuntos estratégicos de la Revolución y corremos como enloquecidos hacia un intento de acuerdo electoral motivado, principalmente, por ambiciones burocráticas. He allí dos oportunidades históricas donde erramos a la hora de tomar las medidas apropiadas.

Entre nosotros, no es motivo de agudas controversias la postura de sí debemos participar o no en los procesos electorales. Las organizaciones políticas avanzadas no sufren ese trauma del pasado que nos limitaba a una respuesta de principios cada vez que se nos inducía a definirnos ante las estrategias electorales. El rasgo distintivo del modelo político burgués de tipo eleccionario consistió en convertir a este tipo de jornadas en un medio publicitario a través del cual se promocionaba a los candidatos como si se tratase de un producto comercial cualquiera. La conciencia política colectiva era menospreciada brutalmente. El objetivo estaba dirigido a alinear las masas inculcándole el culto a una figura mítica y a desarmarla ideológicamente, haciéndoles creer que el camino a la solución de sus problemas y necesidades más apremiantes consistía en depositar en terceros la facultad para decidir en su nombre, es decir, se producía de esa manera una transferencia de soberanía política desde los predios del colectivo social a manos del representante elegido. Había una especie de renuncia a que el Pueblo ejerciera directamente el papel de efectivo protagonista del proceso. Era la clásica estrategia de la democracia representativa.

Aquí cabría preguntarse si después de 5 años de Revolución democrática, algo ha cambiado en cuanto a la clásica metodología burguesa electoral. Ayer las élites partidistas, las camarillas burocráticas reemplazaban la participación popular. Ese fue uno de los elementos principales que contribuyeron a su debilitamiento y a su cuestionamiento ante millones de venezolanos. La democracia burguesa, desde el punto de vista político, fue abruptamente arrinconada. El Pueblo reclamaba transparencia, participación, más democracia efectiva.

El Presidente Chávez construyó su perspectiva y se ganó la confianza de millones de venezolanos porque en su discurso atacó abiertamente a las podridas y corruptas cúpulas del bipartidismo y llegó un poco más allá, llamó a derrotar la democracia representativa y a sustituirla por la democracia participativa y protagónica. Pero a esta altura del desenvolvimiento político e histórico, estamos obligados a hacer un acto de reflexión sincero y objetivo. Deberíamos preguntarnos: ¿Hemos roto de verdad con la práctica burguesa anterior?, ¿Acaso el modelo político actual es realmente revolucionario, participativo, democrático, transparente?, ¿Establece serias premisas para superar el viejo modelo de representación burguesa?, ¿No hemos sido demasiado permisivos?, ¿No hemos sido demasiado pasivos?, ¿No hemos otorgado demasiadas concesiones al viejo modelo burocrático de cooptación, según el cual, a nuestros representantes a los cargos deliberantes, o a los cargos en el aparato del Estado, se les designa según la voluntad presidencial?. Debemos recordar que la vía de la cooptación es un rezago feudal, ni siquiera una modalidad burguesa.

Según este método, un solo individuo se reserva el derecho, que le está por derecho conferido a las mayorías. Esta apreciación, en ningún modo es teoricista, no es actitud sectaria ni mucho menos debe catalogarse como un desconocimiento a la figura presidencial, es por encima de todo un problema de principios, de realismo político. Ya son artos conocidos los casos de Miquelena, de Arias Cárdenas, de Urdaneta Hernández, de Peña, de los Alejandro Armas, de los Alvarenga, de numerosos Gobernadores, Alcaldes y Ministros designados a dedo. Este sería el primer aspecto a considerar.

El segundo aspecto; qué tipo de acuerdo buscamos en torno a una táctica electoral, si antes no construimos la unidad sobre asuntos vitales del proceso. Es decir, nos apresuramos a convocar eventos unitarios a propósito de una coyuntura electoral, que seguramente aumentarán las desavenencias entre diversos grupos quienes aspiran mecánicamente ganar espacios para sí, escalar posiciones burocráticas que al ser ocupadas –en caso de salir favorecidos electoralmente– generarán mayores ambiciones de Poder, mayor alejamiento entre organizaciones y por tanto, mayor decepción.

Es decir, el proceso está amenazado en su conjunto. Nadie de nosotros se atreve a cuestionar la política económica del gobierno del Presidente Chávez. Pocos se atreven a sacar a la luz pública la terrible situación que se vive en PDVSA, el desastre del Banco Central, las tesis reaccionarias que se exhiben desde los ministerios de Planificación, de Comercio e Industrias, de Agricultura y Tierras, que reivindican las viejas tesis de la importación masiva de vienes y servicios, la tesis de generar una nueva burguesía de Estado para fortalecer el Capitalismo privado en desmedro de la economía popular asociativa. Nadie se atreve a denunciar abiertamente la dualidad de poderes que coexisten en el aparato de Gobierno, y en donde la burocracia actual, disfrazada de bolivariana, negocia y pacta con la vieja burocracia de la Coordinadora Democrática a expensas del movimiento popular y de la propia supervivencia del proceso.

Entonces, ¿Para qué nos congregamos en este momento, sólo para analizar los problemas de la coyuntura, para presionar a favor de alguna que otra figura local o regional de nuestra simpatía?, ¿Dónde queda la suerte del movimiento popular, actualmente incoherente, fragmentado, peleándose entre sí?, ¿Dónde están las banderas programáticas en defensa del proceso?, ¿Dónde están los debates abiertos que necesitamos profundizar sobre la reindustrialización del país?, ¿Dónde están las premisas sobre las cuales acordamos trabajar entre los trabajadores, de los pobres del campo, de los estudiantes?, ¿Qué esfuerzo hemos hecho para poner en la agenda del debate la educación, la Universidad que queremos, la agricultura que queremos, la modalidad de salud que queremos como Pueblo?, ¿Qué esfuerzo hemos hecho para construir un verdadero centro de gravedad político en torno al Poder Popular paralelo?, ¿Qué esfuerzo hemos realizado para construir una corriente ideológica que nos ayude a definir estrategias ante la ideología burguesa imperante, que nos permita superar las pequeñeces burocráticas que encandila a muchos luchadores políticos y sociales quienes pierden la perspectiva ante un cargo público, un carnet o una lisonja oficial?, ¿Qué hemos hecho ante la apatía burocrática de numerosos Alcaldes Bolivarianos quienes torpedean de mil maneras el proceso de construcción del Poder Local comunitario, de los Consejos Locales de Planificación Pública?. Y entonces, ¿Sobre qué base acordar una estrategia electoral, sólo sobre el simple deseo de alcanzar pingues espacios gubernamentales?. Y después, ¿Qué pasará cuando los nuevos representantes hagan caso omiso de sus compromisos, cuando el Pueblo continúe reclamándole a sus representantes las limosnas, los pasajes, las medicinas, el empleo?, ¿A eso llamamos participación?

La experiencia fallida del Polo Patriótico, del MVR, del Comando de la Revolución, de la “Democracia Directa” de Willian Izarra, radica precisamente en que han resultado cascarones vacíos, aparatos atractivos para captar incautos, donde el Pueblo nada tiene que buscar, son embajadas, reductos de casa fortuna cuyos éxitos pudieran ser transitorios, pero que a la postre genera y han generado desengaños populares.

Estamos a tiempo de rectificar, claro que sí. Pero veamos.

Dónde poner el acento de nuestra actividad; en participar en un acto electoral vacío, intentando alcanzar algún curul municipal, alguna alcaldía; así en frío, o construyendo un verdadero Poder Popular de base, a través del cual el Pueblo presione a ese viejo parlamento burgués aún intacto; y las asambleas de base de cada caserío, de cada barrio, de cada industria, de cada universidad se conviertan en una verdadera corporación de trabajo, donde se debatan los problemas de la comunidad, donde se le busque solución directa e inmediata a los problemas del Pueblo; en otras palabras, un centro político de participación que actúe de contrapeso al esclerotizado y corrupto consejo municipal, un Poder Popular que de hecho desafíe a la perversa burocracia municipal consumidora por excelencia de los fondos públicos, reproductora de las prácticas de corrupción y sustituta de la voluntad popular. Es decir, debe tomarse el punto electoral pero vinculándolo a la construcción de un verdadero Poder Popular, cuya expresión política sería las asambleas de hombres y mujeres del Pueblo, constituidos en asamblea permanente, con un programa propio, elaborado directamente por la comunidad, con su propio estatuto, sus propias normas y su propia autonomía económica y social.

Nada ganaríamos ahora con alcanzar algunos escaños municipales, si no tenemos a un Pueblo organizado por sí mismo, exigiéndonos rendición de cuentas, sancionando nuestras deslealtades, e inconsecuencias, revocándonos el mandato sin tener que pasar por el engorroso procedimiento de la burocracia electoral actual. Cierto es que el Pueblo es el factor decisivo en la profundización del proceso de la Revolución Democrática actual, pero si no se organiza, si no levanta sus propias banderas programáticas, si no eleva su conciencia política y social, siempre terminará siendo utilizado por las élites corruptas y oportunistas en nombre de los ideales más atractivos que podamos imaginar.

Lo importante hoy es desechar lo que nos separa, construir una referencia política que nos diferencie del arribismo, del oportunismo. Darle perfil ideológico a una corriente revolucionaria que, si bien se identifique con la defensa y el fortalecimiento del proceso actual, deslinde campo con la reacción fascista, con la carroña que conforma la Coordinadora Democrática, pero que al mismo tiempo ayude a depurar al Gobierno Bolivariano de toda suerte de arribistas, de oportunistas, de corruptos y de aquellos quienes creen que ocupar un cargo en el Gobierno se convierte en un fin en sí mismo. No olvidemos que aún no está resuelto el problema de quién vencerá a quién. Y esto es un asunto vital que debemos resolver quienes creemos en el protagonismo del Pueblo, ante quienes se limitan a hablar en su nombre a través de un aparato sectario, burocrático e inútil.

31 de enero de 2004

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