Por Miguel Ángel Quintanilla
Hace unos días tuvimos la oportunidad de celebrar los logros de las mujeres trabajadoras, y a este respecto me gustaría plantear una pregunta que considero muy relevante. Las políticas de discriminación positiva, para promover la igualdad de hombres y mujeres, ¿son compatibles con una adecuada política científica basada en criterios de mérito y excelencia académica?
Mi respuesta es "sí". Pero seguramente lo que pueda extrañar es que me atreva a plantear la cuestión que, sin embargo, surge continuamente cuando se diseñan políticas de promoción de la igualdad en contextos que se rigen por normas y criterios acordes con sistemas jerarquizados o estructuras meritocráticas, como la Ciencia. Ya no es políticamente correcto argumentar en contra de las medidas de discriminación positiva, en lugar de ello, más sutilmente, se argumenta a favor de un compromiso entre lo que se debe hacer para cumplir con las imposiciones de lo políticamente correcto y lo que en todo caso habría que intentar para conseguir la excelencia. De este modo, la respuesta tranquilizadora a la pregunta-provocación sería: "Las políticas de igualdad son incompatibles con una adecuada política científica, porque son incompatibles con el dominio exclusivo de los criterios de excelencia académica, pero si nos esforzamos todos, podemos llegar a un compromiso".
Hay otra respuesta posible, aparentemente más radical, aunque no es más que la consecuencia lógica de la anterior. En realidad, una vez que hemos renunciado a la inviolabilidad del criterio de excelencia, ¿por qué vamos a establecer ningún compromiso? Mejor echamos por la borda el propio criterio de excelencia académica y reivindicamos otro tipo de política científica. En el fondo, estaríamos ante una especie de revival de la vieja polémica ciencia burguesa / ciencia proletaria. Puesto que la meritocracia científica es incompatible con la igualdad y ésta es irrenunciable, renunciemos a aquélla y definamos un nuevo modelo.
Me parece que ambas respuestas son erróneas y perniciosas. Erróneas porque parten de un prejuicio compartido, que es la identificación de la igualdad o la equidad en la distribución de oportunidades con la inexistencia de estructuras jerárquicas o meritocráticas. Y perniciosas porque con la pretensión de reforzar el valor de las políticas de igualdad, en realidad abocan a la reivindicación de la diferencia, algo perfectamente legítimo pero que, en relación con la cuestión planteada, supone de hecho una renuncia al objetivo inicial.
Creo que puede ser útil en este punto recuperar una vieja distinción entre desigualdad y dominación de la filosofía política de tradición republicana. No todas las desigualdades son injustas, desde luego sí lo son si conllevan asimetrías de poder y relaciones de dominación. Una de estas estructuras sociales de carácter asimétrico es la Ciencia. Hay razones para ello, bien documentadas por los sociólogos. Recordemos los estudios de Merton sobre el reconocimiento del mérito en las comunidades científicas y el llamado efecto Mateo en la distribución del reconocimiento social: "El que tiene mucho recibirá mucho más, el que tienen poco hasta lo poco que tiene lo perderá".
El problema de estas estructuras meritocráticas no es que existan, sino que se produzcan como consecuencia de mecanismos de discriminación y se asienten sobre relaciones de dominación. Que haya diferencias entre maestro y discípulo no es disfuncional ni injusto, pero que el maestro abuse del discípulo, o se aproveche de su trabajo en detrimento del mérito ajeno, es inmoral y pernicioso para el sistema científico.
Ahora bien, ¿por qué ocurre precisamente que las diferencias jerárquicas se vean sistemáticamente dobladas por desigualdades sociales como las de sexo, etnia, clase social, etcétera? Éste es el caso de la posición de las mujeres en el sistema científico. En la base del sistema hay un elevado grado de igualdad (igual número de mujeres que de hombres en el sistema universitario, por ejemplo). Pero a medida que se asciende en la estructura jerárquica, la proporción de mujeres desciende inexorablemente.
Hay mecanismos sociales que explican esta situación. Supongamos que, por razones culturales o por simple inercia social, se produce de hecho un ligero sesgo en la selección de candidatos o candidatas en el primer escalón de una estructura jerárquica. Aun admitiendo que el sesgo es muy pequeño, a medida que éste se hereda en los siguientes escalones y que en ellos las opciones disponibles se van reduciendo, el efecto acumulativo de la discriminación pronto arrojará un resultado alarmante.
La forma de luchar contra la acumulación de esas desigualdades a lo largo de la escala jerárquica es compensar el sesgo discriminatorio con medidas de discriminación alternativa. Este tipo de medidas no atentan contra los criterios de excelencia científica. No se trata de abolir el mérito para la promoción de mujeres, sino de evitar que la aplicación de ese criterio se vea dificultada por la existencia de sesgos previos.
Algunas de las medidas que estamos poniendo en práctica en la política científica del Gobierno responden a esta lógica. Por ejemplo, a igualdad aproximada de méritos científicos, y siempre que se supere un umbral de calidad académica, primamos los grupos de investigación que incorporen más mujeres o que sean liderados por mujeres. Y a igualdad aproximada de requisitos académicos, preferimos comisiones paritarias, o al menos proporcionales, para intervenir en los procesos de selección y evaluación de personal académico.
Hay algunas críticas a esta forma de proceder, aunque creo que no están exentas de cierta hipocresía. Por ejemplo, si asignamos cinco puntos sobre 100 a los criterios de discriminación positiva de género en la evaluación de proyectos científicos, eso implica que de dos proyectos con puntuación casi igual (4% de diferencia, por ejemplo) saldría primado el que fuera beneficiado por el criterio de discriminación positiva (en un 5%). Y aquí viene el escándalo: un punto fatídico (5 - 4 = 1) puede inclinar la balanza a favor de las mujeres y en contra de la excelencia científica. Se podría admitir este argumento... Sólo que la variabilidad estadística de las puntuaciones con las que se evalúan proyectos científicos es seguramente bastante mayor que el 5%. Así que, sí es cierto: la discriminación a favor de la mujer "viola" los criterios de excelencia... en un margen inferior al error estadístico esperable. Sin duda habría sido mucho mejor deshacer el empate echando una moneda al aire. Pero no sé por qué.
Esperamos con total confianza que el resultado de estas políticas no sólo va a ser un sistema científico más igualitario y más justo, sino también -y sobre todo, en este caso- más eficiente: nos permitirá incorporar a la aventura científica seguramente a la mitad, al menos, de los "cerebros" más brillantes de la especie humana, los de las mujeres.
Fuente: El País
Miguel A. Quintanilla Fisac es secretario de Estado de Universidades e Investigación.
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