Fernando Vallespín
En efecto, llevaban razón quienes pensaban que este país estaba viviendo por encima de sus posibilidades. Y no estoy hablando de economía, estoy hablando de igualdad, de igualdad de género. Nos creímos que nuestro machismo atávico ya era parte del pasado con tanta ministra, una vicepresidenta primera y rompedoras políticas de igualdad. Han bastado un par de cambios en el Gobierno, el cese de la vicepresidenta De la Vega y la eliminación de dos ministras para que volvieran las esencias patrias. La superestructura tan bienintencionadamente construida por Zapatero se ha acabado desvelando como tal, como un acto de quijotismo en un país de sanchopanzas machistas. No porque el Gobierno vaya a cambiar su enfoque favorable a la mujer, sino por el ruido y las reacciones que ha generado un mínimo cambio de fichas en la estructura de poder. Era la señal que la horda masculina de nuestro país, siempre dominante, por supuesto, estaba esperando para volver a lo de siempre. Y no piensen que me estoy refiriendo solo a la derecha, que nunca disimuló su antipatía por las "ministras del Vogue"; me refiero también a la izquierda, que no esconde su entusiasmo por tener al fin un Gobierno "con más rubalcabas y menos bibianas".
El golpe de timón, y en esto coinciden unos y otros, derecha y mucha izquierda, era imprescindible, entre otras cosas, porque "¡ya estaba bien de frivolidades!". La seriedad, señores, va asociada al poder masculino. Solo él nos puede sacar del fango de la crisis económica y puede proyectar la imagen adecuada para tiempos en los que hay que zafarse de "debilidades" y abordar la lucha final de la legislatura en condiciones agónicas.
Ahora hay que "comunicar" que se es fuerte, hay que echarle un par. ¿Y quién mejor para ello que quienes están dotados por la naturaleza para hacerlo? La política, esto es lo que se destila subrepticiamente de la recepción de la noticia del cambio de Gobierno, exige concentrarse en lo esencial cuando las cosas vienen mal dadas. Lo prioritario ahora es pasar al cuerpo a cuerpo, a una batalla de bayonetas y con toda la caballería; desprenderse de lo superfluo, de lo que adorna pero no suma, como el Ministerio de Igualdad.
Si en lo económico nos habíamos creído que éramos como los países centrales de Europa, también pensamos que en cuestiones de género éramos Escandinavia. La Suecia del sur. No cabe duda de que hemos avanzado enormemente a este respecto, de que la mujer está hoy en España muy por encima del varón en algunas variables importantes, como titulaciones universitarias y presencia en algunos de los cuerpos de élite de la Administración, aunque encalle en los altos cargos directivos de las empresas y siga chocando contra el casi inevitable techo de cristal. Pero lo que no se ha logrado hasta ahora es exorcizar al macho irredimible de nuestro inconsciente colectivo. Ahí sigue, agazapado, esperando la menor ocasión para hacerse presente. Y esa ocasión al fin ha llegado después de tan larga represión.
Se alegará que, después de todo, sigue habiendo una mujer en el ministerio que hoy es el más importante, el de Economía. Pero no olviden que siempre se dijo que estaba ahí para que Zapatero pudiera hacer y deshacer a sus anchas, no como con Solbes. O sea, la imagen de la mujer subordinada. Se dice también que se mantiene la cuota femenina en el Gobierno, pero muchos creen que es solamente por eso, para "vestirlo", no por méritos propios. Es decir, la imagen de la mujer florero. Hay quien puede pensar que el PP al menos se atreve con una mujer, Soraya Sáenz de Santamaría, para enfrentarse en el Parlamento al sabio comunicador Rubalcaba, que mata con elegancia. Pero ya vieron en su estreno del miércoles que su partido no se acababa de fiar y le cubrieron bien las espaldas con lo más granado y masculino de su partido. Dos verdaderos perros de presa, Ignacio Gil-Lázaro y Rafael Hernando. La imagen de la mujer como insegura y no fiable. Y, en fin, ahí están las rancias y rijosas declaraciones del alcalde de Valladolid; la mujer como objeto sexual del hombre.
Subordinadas, floreros, inseguras, volubles, objetos del deseo... De modo consciente o inconsciente siguen funcionando los estereotipos, que se trasladan con facilidad al espacio de la política. Con el agravante en este caso de que a aquellos que osamos elevar la voz en su defensa enseguida se nos tapa la boca acusándonos de ceder ante lo políticamente correcto, como si lo normal, lo correcto de verdad, fuera tener que pensar en la línea de lo dominante.
Fuente: El País. Vota el artículo en El País, lo merece!!!
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