Por Anna Freixas
El curso de la vida, entendido como un proceso, como un camino con un principio y un fin, actualmente se caracteriza por la ruptura de las normas de edad, siendo ésta irrelevante en sí misma, de tal manera que la continuidad y el significado de la persona son independientes de la edad. Nadie desea hacerse mayor, envejecer, sin embargo, mantener determinadas actitudes negativas ante un proceso que es natural, esperable y deseable puede suponer para las personas adentrarse en un túnel oscuro que, dada la longevidad actual, puede prolongarse durante muchos años. Este lamento por la juventud pasada, como si la vida no valiera nada después de los brillos de ésta, impide hacer una reevaluación constante para aprovechar las posibilidades del presente: lo único de que ciertamente se dispone.
Las personas sufren una discriminación evidente a medida que se hacen mayores. Esta discriminación por edad afecta a los dos sexos y supone una percepci ón negativa por parte de la población joven de las personas a medida que se hacen mayores o simplemente de las personas que parecen mayores. Percepci ón negativa que incluye ideas como pérdida, enfermedad, dependencia, deterioro, etc. y que la mayoría de las veces no se corresponde con la realidad de la gran mayoría de personas mayores que viven con autonomía, independencia, salud y energía hasta edades muy avanzadas.
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