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REIVINDICACIÓN DEL GRAFITTI
(Para Sergio Tamayo)

Si no supiéramos todos quién es ese hombre,
por llamarlo de alguna manera,
y la dimensión abominable de su obra
(asalto al Palacio de la Moneda,
asesinato impune de Salvador Allende,
muerte y mutilación de Víctor Jara,
miles de desaparecidos,
torturados, encarcelados,
perseguidos por sus ideas o sus sueños,
y otras canalladas innúmeras
que no es preciso recordar ahora,
para no sentir la rebelíón de la sangre
o la náusea infinita del alma),
nos ofendería que una mano anónima,
la mano cobarde de la calumnia,
escribiese su nombre en la lugar público
para que todos lo viesen
como un infundio,
pero conociendo sus desmanes
contra el pueblo de Chile,
y contra todo aquel que aún se sienta humano,
¿a quién le extraña que alguien,
sintiendo repugnancia por sus actos,
haga una pintada recordando
la inhumana memoria de un tirano?
¿se mancilla por ello un honor que no tiene?
¿es mentira o infundio lo que allí se afirma?
¿quién se escandaliza por unas palabras
que se corresponden  fielmente con la realidad?
¿los que antes escribían loas al dictador
en los periódicos del régimen?
¿los que ahora continúan su obra?
¿por qué se rasgan las vestiduras,
tal sepulcros blanqueados,
y acusan a su autor de incivilidad?
¿tan grave es manchar una pared o una piedra?
¿no es peor mancharlas con la sangre de los inocentes?
¿a quién defienden y por qué?
¿quién, decidme,
oyendo el nombre de Pinochet,
no lo sitúa inmediatamente,
con la naturalidad de la palabra justa,
junto a la palabra asesino?

Señores gobernantes:
no hay suficientes paredes en el universo
para llenarlas de grafittis
con el nombre del dictador chileno.
Habría que escribirlo en el lienzo del cielo,
en los ojos mudos de las estrellas,
en los ríos del llanto que él ha causado,
sobre la superficie dolorida del mar,
en los altos desiertos de la noche,
en los labios de los muertos,
en las severas bibliotecas
de los legisladores y los leguleyos,
junto a los versos de los poetas,
en los fajines de los militares,
en los altares de las iglesias,
en los despachos de los poderosos,
en la frente de sus cómplices,
y en las calles de todas las ciudades del mundo,
porque todos sabemos
que ha quedado grabado,
como una maldición,
junto al de otros que todos tenemos en nuestras mentes,
en el libro más negro de la Historia.

Por eso extraña, y nos ofende,
que, en tiempos que llaman democráticos,
se condene a un hombre
por escribir un nombre
que todo bien nacido
pronuncia con asco.

Si esta es la democracia que tenemos,
y estos los jueces que merecemos,
y este es el país que quieren construir,
que no cuenten con nosotros,
que no digan más palabras vacías,
que nos dejen en paz con nuestra soledad,
con nuestros sueños
de libertad y de justicia.

Yo también pienso lo mismo
que la persona que escribió ese grafitti,
y lo firmaría ahora mismo, si fuera preciso,
con mi sangre.
Todos los que pensamos como él,
y estamos aquí, con la conciencia limpia,
lo firmamos en este momento
con estas palabras:
Pinochet, asesino.
Repetidlo conmigo:
¡Pinochet, asesino!...

Antonio Casares

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