Las verdaderas causas de la actual guerra en yugoslavia

Desde fines de la década de los sesenta, el sistema capitalista prepara las condiciones propicias para una tercera guerra mundial de consecuencias humanas mucho más catastróficas que las dos anteriores. Semejantes condiciones vienen históricamente dadas por una fuerza material independiente de la voluntad de los capitalistas. Esta fuerza material consiste en la enorme presión social que ejerce la multibillonaria masa de capital sobrante en busca de población adicional explotable existente fuera del sistema capitalista puro. Tal es la tesis con la que el GPM se presentó en las páginas de Internet en noviembre del pasado año, expuesta en nuestro trabajo sobre la "Teoría Marxista de las crisis capitalistas", que sigue apareciendo en esta misma pagina web.

Entendemos por "sistema capitalista puro" a la libre explotación del trabajo asalariado disponible o extracción directa de plusvalor por parte de propietarios privados de medios de producción, esto es, sin interferencias políticas o estatales de ninguna índole. Tal es la tendencia irresistible que tiende a imponerse cada vez con más fuerza. Tendencia objetiva irreversible de no mediar una acción revolucionaria del proletariado mundial que rompa con la organización del trabajo y de la vida social y cultural basada en el modo de producción capitalista, en la propiedad privada de los medios de producción.

Una de las parcelas del trabajo social todavía no incorporado como fuente directa de apropiación y disponibilidad discrecional de plusvalor por parte de los propietarios privados, está constituida por los trabajadores de las empresas del Estado, especialmente en aquellos países con burguesías nacionales débiles, dominados por regímenes políticos pequeñoburgueses del tipo nacional-populistas, con proyectos de acumulación de capital basados en un capitalismo de Estado burgués o de "desarrollo autosostenido del capital nacional", donde los Estados -constituidos también en empresas públicas- han venido actuando a modo de barrera de contención del capital multinacional privado, en salvaguarda de la pequeña y mediana explotación del trabajo asalariado. Son los residuos del bloque histórico de poder formado entre la clase obrera (en especial su aristocracia en gran parte localizada en las empresas del Estado) y la pequeña y mediana burguesía nacional "no monopólica". A excepción de Cuba -cuya excepcionalidad confirma la regla- a esto se redujo el antiimperialismo que floreció en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial.

Países como Egipto, Agelia, Congo, Angola, Indonesia, Brasil, Venezuela, Méjico, Chile, Argentina, Nicaragua, Guatemala, República Dominicana y Granada, estuvieron más o menos tiempo comprometidos con este tipo de proyectos apoyados por el ya disuelto y mal llamado "bloque socialista".

También Yugoslavia al igual que Siria, Irak y Libia, los eslabones más débiles de la cadena reformista del capitalismo en este momento, donde buena parte del proletariado trabaja y malvive para mantener a pequeños empresarios ineficientes y a un ejército de burócratas estatales a cargo de regímenes políticos despóticos o cuasi "democráticos".

El caso de Yugoslavia no es más que una variante del capitalismo de Estado nacional burgués que ha sido el sostén del "antiimperialismo" descrito más arriba. En esencia, esa variante consiste sumariamente en una muy limitada autogestión (poco que ver ya con la de los primeros tiempos) por parte de los trabajadores de las empresas en que trabajan, todas ellas propiedad del Estado nacional, donde cada una compite con las demás según los dictados de la ley del valor (tanto a nivel nacional como a nivel internacional), y los trabajadores, repartidos en cada una de ellas, además de un salario diferencial determinado por las distintas categorías laborales, y después de pagar un impuesto sobre los llamados "fondos fijos", pueden disponer -según las exigencias del mercado- qué parte de las ganancias netas generadas por su trabajo destinan al fondo de acumulación y qué otra parte dedican al consumo personal.

El Partido Comunista Yugoslavo PCI (Liga de los Comunistas a partir de 1952) ha dirigido el país desde la guerra, con un amplio consenso popular. Logró su legitimidad histórica en virtud de su papel dirigente en la revolución de 1941-45 y en la lucha de liberación nacional contra la ocupación extranjera nazi-fascista.

Ciertamente, el Estado burgués en Yugoslavia fue destruido "técnicamente hablando", no por una insurrección de masas dirigida por el PC sino por el invasor fascista. Sin embargo, la resistencia dirigida por los comunistas no habría podido ser victoriosa sin crear simultáneamente un poder de Estado alternativo. Dicho de otra manera, lo que hizo posible la revolución no fue la descomposición temporal de la burguesía local bajo los golpes de la guerra, sino la intensa oposición de las masas a cualquier restauración del orden burgués.

Aunque condenado a la clandestinidad desde 1921, el Partido Comunista Yugoslavo emergió en 1941 como el único partido panyugoslavo. Entró en la guerra con un programa que daba a la clase obrera una misión que transcendía "las cuestiones propias de la clase". Salió de ella como el partido hegemónico, referencia central para una amplia mayoría de la población yugoslava. La guerra de clases fue simultáneamente una guerra de liberación nacional, no sólo para Yugoslavia, sino también para las nacionalidades que la componen, y su fusión en el Estado yugoslavo fue un giro decisivo para el papel del Partido Comunista Yugoslavo en el período que siguió a la guerra. A la postre, las tendencias objetivas hacia la "nacionalización" del partido de la clase obrera, no harían más que reforzarse en ausencia de una Internacional revolucionaria, tendencias que - como hemos de explicar más adelante- irían a agudizarse en el contexto de la crisis iniciada en 1979.

Tras la ruptura con la planificación central y la colectivización de las tierras según el modelo stalinista (1945-50), la L.C.Y. introdujo el modelo de autogestión en todos los sectores del trabajo social (incluidos los servicios y la cultura). No obstante, el Estado siguió centralizando fuertemente las inversiones a través del llamado "Fondo Central de Inversiones" que controlaba el 70% de las inversiones realizadas, lo cual dejaba escaso margen de gestión a las empresas. Los Consejos Obreros y Comités de Gestión fueron órganos meramente ejecutivos limitados a gestionar los fondos atribuidos centralmente a cada empresa tras la deducción de los impuestos y tasas, además de proceder al reparto de la renta según los resultados obtenidos en el mercado, y de elegir y revocar a las direcciones de las empresas. En cuanto al sector agrícola ganadero, el 80% de las tierras de cultivo volvieron a ser de propiedad privada. En lo esencial, los precios y el comercio exterior siguieron estando bajo control.

En 1965 se llevó a cabo una Reforma Económica que consistió en una mayor descentralización para favorecer la mayor productividad del trabajo. Se procedió a suprimir el Fondo Central de Inversiones cuyos fondos pasaron a ser administrados directamente por los bancos y las empresas, cuya distribución empezó a depender de la rentabilidad. Como consecuencia lógica de ello, hubo una liberalización considerable de los precios. También se instituyó un Fondo de Ayuda a las regiones subdesarrolladas que todavía se mantiene, aunque se destina un porcentaje irrisorio del producto social. Estos fondos son distribuidos por los bancos en forma de préstamos a interés, cuando antes se distribuían sin ninguna contraprestación. De este modo, los bancos se convirtieron rápidamente en los principales depositarios de los fondos de inversión, concediendo créditos a cambio de fuertes tipos de interés, lo que les permitió acumular, durante el período 1965-71, grandes sumas incontroladas.

Durante el período 1971-80, el sistema bancario se descentralizó y las empresas pasaron a ser las únicas autorizadas para crear bancos comerciales sobre la base de sus propias aportaciones. El plan central determina las grandes opciones de inversión como resultado de un proceso de aproximaciones sucesivas a los planes de las empresas, comunas y repúblicas. Aun respetando estas grandes opciones prioritarias, las unidades de trabajo fueron libres de gestionar sus ingresos para cubrir sus inversiones, el consumo colectivo y los ingresos del personal.

La lógica de esta reforma llevaba la carga de un verdadero programa de restauración del capitalismo: la forma descentralizada de determinar las rentas, hizo que en la práctica las rentas más elevadas se encuentren en los sectores que gozaban de una posición privilegiada gracias a su peso en el mercado. De este modo, tal como en el capitalismo, la competencia operó una transferencia de valor desde las empresas de menor composición orgánica del capital a las de una composición mayor, y de las regiones relativamente pobres a las de mayor desarrollo relativo. Sobre esta base material, la solidaridad social se tornó imposible y el control obrero derivó inevitablemente en un control burocrático.

Los vínculos políticos multiétnicos y multinacionales de la federación yugoslava empezaron a hacer agua a partir -por primera vez en 20 años- de la penuria de bienes como el café y el detergente, en medio de la crisis iniciada en 1979. En 1985, la dirección del la L.C.Y. reconoció que el país atravesaba por una crisis económica. La deuda externa alcanzó por entonces los 20.000 millones de dólares, la inflación subía al 250% en 1988, el crecimiento industrial se estancó (cayendo a veces por debajo de cero). En 1987, Kosovo, Macedonia y Montenegro, regiones situadas en la parte más meridional del país, se declaraban en quiebra. En semejantes circunstancias, el consenso instituido en la L.C.Y. y el delicado sistema de equilibrios étnicos y nacionales se hundieron.

El paro hizo su aparición en una amplia escala y las condiciones de vida cayeron al nivel de los años 60. La respuesta de los trabajadores apelando a la huelga general, terminó por fracturar su alianza con el partido. Un poderoso sentimiento de malestar invadió a la intelectualidad, favoreciendo en ella a las corrientes derechistas y nacionalistas. Esta propensión general de la sociedad a atrincherarse en los particularismos nacionales y locales gravitó también sobre la L.C.Y. Dado su carácter federativo, la crisis reforzó la tendencia omnipresente en ese partido, a que la burocracia de cada república y provincia se atrinchere detrás de los intereses locales y nacionales que representa.

Pero ha sido en Serbia donde el retorno a la afirmación en los sentimientos nacionales tomó la forma más virulenta. En este contexto nacionalista del etéreo, el ejército yugoslavo encontró un estímulo para atribuirse el papel de guardián de la integridad del Estado yugoslavo. Con el acceso en 1987 de Slodovan Milosevik al poder indiscutido en la Liga de los Comunistas de Serbia, la preponderancia de la política de clase fue oficialmente abandonada en favor de la consolidación nacional bajo supremacía serbia.

Kosovo es un territorio histórico serbio. Conocido como el Campo de los Mirlos, es entrañable para los serbios y célebre en la historia, por haber sido el campo de batalla donde miles de antepasados suyos dejaron la vida luchando por esas tierras. Allí, Lázaro, el último zar de Serbia, se defendió heroicamente luchando en 1389 contra el sultán Amuratés I y sucumbió. Durante las guerras balcánicas de 1912-13, los serbios obtuvieron en Kosovo varias victorias sobre los turcos. Fue allí donde, en 1915, después de una heroica resistencia contra los alemanes y los búlgaros, a fines de noviembre de ese año, los serbios, cercados, decidieron la retirada hacia el Adriático a través del territorio de Albania.

La Constitución federal de 1974 había reforzado considerablemente la autonomía de Kosovo y de Voivodina, las dos provincias situadas en la república de Serbia, haciéndolas partes constituyentes de la federación Yugoslava. A raíz de esta reforma constitucional, Kosovo sufrió una rápida albanización que culminó con la instauración de cuotas nacionales, que reducían los empleos disponibles para los eslavos en la función pública, donde habían sido hasta entonces privilegiados. Además, gracias a su elevada tasa de nacimientos, la preponderancia étnica de los albaneses aumentaba, transformando las condiciones lingüísticas, educativas y culturales, de esta nueva era democrática, haciendo retroceder la frontera étnica hacia el norte. Este proceso de albanización acabó su clara proyección hacia la independencia en 1981. Tras las manifestaciones de los albanokosovares reclamando el estatuto de república para la provincia, el estado Federal envió las tropas y 12 personas fueron muertas. Tales son los antecedentes históricos inmediatos de este conflicto.

Como siempre, los capitalistas -qué remedio- escriben la historia con arreglo a epifenómenos que encubren sus verdaderas fuerzas motrices. Así lo difunden y así lo hacen creer a sus clases subalternas, educadas de tal modo en la ilusión de que la humanidad se comporta según motivaciones políticas, religiosas o étnicas. De este modo

<<Lo que estas determinadas personas se "figuran", se "imaginan" acerca de su practica real, se convierte en la única potencia determinante y activa que domina y determina la práctica de estos hombres>> (K.Marx-F.Engels: (La Ideología alemana" Cap. II punto 8)

En realidad, la "fuerza determinada" que explica todo este movimiento bélico de las potencias imperialistas sobre Yugoslavia o Irak -por ahora- es que los propietarios de grandes masas de capital productivamente ocioso, no pueden seguir tolerando la supervivencia de proyectos de acumulación andrajosos como el de Yugoslavia, mientras ellos se ven obligados a practicar el canibalismo patrimonial invirtiendo en bolsa y demás mercados especulativos. Necesitan, pues, apoderarse del aparato productivo en países como Yugoslavia, para empezar a metabolizar el trabajo de millones de proletarios serbios en Yugoslavia y albanokosovares que aun escapan a la producción directa de plusvalor para los fines de la acumulación.

Dividirles por "razones" ideológicas accesorias de carácter instrumental para poder unificarles en lo que realmente importa: la común tarea de exprimir su fuerza de trabajo para engordar el capital multinacional. Para eso, apoyándose en el resucitado y oportuno proyecto de la gran Albania capitalista, y haciendo palanca sobre las diferencias nacionales, étnicas y religiosas en territorio histórico yugoslavo, los capitalistas ingleses y americanos, italianos, españoles y franceses, alemanes, turcos, griegos y holandeses; anglosajones, latinos, arios y otomanos; protestantes, católicos, ortodoxos e islamistas, todos ellos apiñados en la OTAN, olvidando sus diferencias nacionales y raciales, empezaron pugnando por agudizar esas mismas diferencias entre trabajadores de un mismo territorio en litigio, para trasladarlas al terreno político y seguidamente al militar, armando a uno de ellos, los albanokosovares, para inducirles a una matanza con los del "otro bando" por "razones" que, en realidad, son absolutamente contrarias a los intereses de clase de ambos y nada tienen que ver con las motivaciones de quienes les han conducido a semejante matadero.

Nunca la ideología de los "derechos humanos" había aparecido tan claramente comprometida con una guerra imperialista violatoria del derecho internacional público y de una irracionalidad genocida de posible alcance mundial como ésta que la OTAN está llevando adelante contra el pueblo yugoslavo y gran parte de la población albanesa en Kosovo. A esta población -que el teleperiodismo venal muestra en macabras escenas de muerte o vagando por las tierras heladas de la región en disputa para justificar la intervención armada de la OTAN- les trae al pairo el país al que en justicia pertenezca el sitio donde se habían establecido para vivir en paz, hasta que los imperialistas europeos y americanos lo hicieron imposible provocando todo este desaguisado que no se sabe dónde conducirá. De hecho, todos ellos aceptaron la ciudadanía yugoslava y sería delirante pensar que emigraron a esa región por otra causa que no fuera el deseo de mejorar sus lamentables condiciones de vida en Albania. Los nacionalistas serbios les dijeron: pueden ustedes trabajar en este país como ciudadanos yugoslavos y nadie les ha de molestar en lo más mínimo por ello, pero no vengan a pretender quedarse con estos territorios porque se les acaba la tranquilidad.

Azuzando los prejuicios nacionales y raciales de las minorías albanokosovares, la burguesía internacional ha roto la tranquilidad en esa parte del mundo, tal como durante la guerra fría se dedicó a romper sistemáticamente la política de statu quo o coexistencia pacífica de la burocracia soviética. Es que la incorporación de Yugoslavia a la C.E.E. supondría que la burguesía de los países que la integran contarían con un espacio económico expandido en la medida de ese territorio, de sus recursos naturales, de sus medios de trabajo y de su población asalariada disponible. Y el caso es que cuanto mayores son los espacios económicos y más poblados estén , tanto mayor puede ser la unidad empresarial y tanto más intensa también la especialización dentro de los establecimientos, lo cual significa igualmente disminución de los costos de producción y, consecuentemente, aumento del plusvalor por unidad de capital empleado o invertido. Esto contrarresta la tendencia histórica decreciente de la tasa de ganancia acercando así el posible reinicio de una nueva fase económica expansiva. Esto es lo que el señor Solana, hablando en plata, estaba significando al anunciar la orden de ataque, cuando culpó a Milosevik "del aislamiento en que mantiene al pueblo yugoslavo".

Claro está que si la burocracia dirigente del Estado Yugoslavo se sometiera pacíficamente a estas razones inconfesadas que determinan el comportamiento de la burguesía internacional -ahora respecto de Yugoslavia- a mediano plazo no hay duda de que no sólo aumentaría el plusvalor de los burgueses en general, sino que, por efecto del desarrollo en la productividad general del trabajo, los menores costes de producción beneficiarían también a los trabajadores de ese país, que así podrían vivir un poco mejor que hasta ahora. Tal como está ocurriendo, en general, con el pueblo español respecto de hace diez años. Esto demuestra que proyectos pequeñoburgueses basados en el autodesarrollo del capital nacional como el que hoy siguen defendiendo los burócratas del Estado yugoslavo están condenados a desaparecer.

Pero el caso es que la sociedad yugoslava no cede, como tampoco parecen darse indicios de un cambio pacífico radical de sistema ni en la URSS ni en China. Y tal como hemos afirmado en nuestra exposición sobre la "Teoría marxista de la crisis económicas del capitalismo", en tanto la cuantiosa masa de capital excedente siga presionando para apoderarse de los recursos materiales y humanos de esas grandes regiones,

<<…está claro que todo lo que este desenlace se prolongue, contribuye a que la misma duración y gravedad de la depresión del capitalismo empuje cada vez más hacia una resolución bélica de tales dificultades>>

 La agresión en curso a Yugoslavia confirma una vez más esta tendencia de la burguesía a resolver sus grandes crisis económicas mediante el genocidio bélico. Tal es el colmo alcanzado por la irracionalidad esencial de este sistema de vida presidido por las potencias imperialistas en su etapa postrera. En cuanto al régimen que los dirigentes yugoslavos ofrecen a la parte del proletariado europeo que gobiernan, según nuestra línea de razonamiento no sólo es de la misma naturaleza irracional en tanto obedece a la lógica de la ley del valor, sino que desde el punto de vista del desarrollo de esa lógica, constituye un anacronismo pequeñoburgués. Y aunque en realidad se trata de eso, Milosevik y sus partidarios ni lo mencionan. Hacen pasar todo el conflicto por una reivindicación territorial fundada en los valores históricos de la nacionalidad, del sagrado paradigma de los próceres y de la raza eslava, valores en los que han venido educando sistemáticamente a los trabajadores serbios. Es decir: se aferran a una misma irracionalidad mediante los mismos argumentos mostruosos sobre los que cabalgó la barbarie desatada por la burguesía imperialista alemana en 1939. Cierto que no para conquistar un "espacio vital" sino para defenderlo. Pero esto no les hace ser de distinta naturaleza, porque imperialismo y nacionalismo no son más que dos formas de manifestación de una misma sustancia: la propiedad privada capitalista.

Hablamos de argumentos mostruosos siguiendo el razonamiento ya expuesto de que:

<<La barbarie de las ideas precede a la barbarie de los hechos. Y esta barbarie de las ideas tiene su punto de arranque en la propensión burguesa a hacer verosímil el falseamiento sistemático de la realidad social. Por eso debe desencadenarse una fuerte ofensiva teórica para defender al marxismo, al socialismo, a la ciencia, a la razón, de los embistes de la estupidez política dotada de formidables medios de difusión.>> ("Teoría de las crisis económicas capitalistas": La crisis y el porvenir de la humanidad)

 Pero el caso es que los trabajadores serbios y albanokosovares se encuentran enfeudados a sus respectivas direcciones burocráticas proburguesas enfrentadas, y una vez desatado el conflicto, ya nada puede hacerse de momento. Porque como ha ocurrido siempre en tales circunstancias, la misma monstruosidad mística que les dividió y puso en disposición de matarse mutuamente, es lo único que les mantiene en la lucha, fortalece la solidaridad en las trincheras y el odio al enemigo en uno y otro bando.

Sin embargo, el reconocimiento de esta realidad en Yugoslavia no justifica la actitud de permanecer impasibles. Porque como también hemos dicho y la evidencia histórica así lo confirma,

<<…las grandes guerras siempre parten de la voluntad política e iniciativa de la dirigencia burguesa localizada en los países de la cadena imperialista>> (Ibíd)

 Pero para que esta voluntad e iniciativa se concreten, los imperialistas tienen que contar no sólo con el consentimiento sino con la misma decisión de quienes son inducidos a la guerra en sus países. Y el caso es que según pasan los días y se suceden los bombardeos, el rechazo a esta nueva guerra tiende a extenderse por las calles de las principales capitales de países pertenecientes a la OTAN. Y de acuerdo con lo razonado hasta aquí, si como para nosotros es cierto que ya no estamos en la década de los cuarenta y que proyectos como el de la actual Yugoslavia tienen todavía menos proyección histórica que el ya agonizante modo de vida que nos ofrece el capital multinacional, pensamos que es políticamente inconducente contribuir a que el proletariado mundial siga dividido marchando otra vez al matadero detrás de opciones que nos son las suyas propias. Insistimos, no estamos ya en los breves y efímeros tiempos en que las burguesías nacionales de los países dependientes fueron alternativa de vida momentánea frente al imperialismo. Tampoco el proletariado cuenta en estos momentos de retroceso y confusión ideológica siquiera con un embrión desarrollado de partido revolucionario a nivel internacional. Hay que construirlo. Y una opción verdadera y efectivamente revolucionaria por primera vez desde la degeneración de la IIIª Internacional, no se puede empezar a construir insistiendo en la pura táctica de fastidiar al "enemigo principal" olvidándose por enésima vez de los intereses históricos del proletariado para no espantar a la pequeñoburguesía; metiendo a la clase obrera bajo el ala política del "enemigo secundario"; volviendo a depositar falsas esperanzas de progresión revolucionaria en una opción tan irracional y monstruosa como la que se pretende combatir; sumando fuerzas a un "antiimperialismo" cuya resultante histórica en términos políticos no puede ser sino nula.

 ¡Fuera la OTAN de Yugoslavia!

¡Convirtamos cualquier guerra interburguesa

en guerra revolucionaria contra el capitalismo!


8 de abril de 1999

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