Efectos económicos y sociales de la EEB

El terror alimenticio provocado por la dieta zoofaga de los piensos compuestos y el tratamiento con la hormona del crecimiento, ha retraído sensiblemente el consumo de productos ganaderos, especialmente de carne bovina. Este descenso brusco y significativo de la demanda, actúa en la misma dirección y sentido que si aumentara la productividad del trabajo en el sector. Cuando esto ocurre, el precio del producto, naturalmente, desciende. El efecto subsiguiente de este trastorno económico, es que de la magnitud del descenso en los precios del ganado depende la cantidad de explotaciones donde la ganancia media y la renta diferencial desaparecen, con la lógica consecuencia de que en esa frontera agropecuaria del sitema, la explotación del trabajo asalariado deja de tener justificación económica, de modo que mientras los precios no se recuperen, sólo cabe allí el trabajo familiar o cooperativo cuya remuneración equivale poco más o menos a un salario mínimo por cada miembro de la unidad empresarial. Tal es la angustia de los sectores ganaderos afectados por la EEB que se resisten a dejar de vivir del trabajo ajeno, y la muy limitada solidaridad de clase por parte de los Estados capitalistas hacia estos sectores marginales de la burguesía agraria.

En realidad, la crisis agropecuaria provocada por el empleo de piensos compuestos en base proteica proveniente de restos de vacas y ovejas para el alimento de animales de la misma especie, es un fenómeno coyuntural que, aunque favorece, no determina la tendencia histórica a la progresiva disminución del trabajo asalariado en el campo, y a la centralización del capital agrario a expensas del pequeño y mediano empresario rural. En el punto de nuestro trabajo sobre la dialéctica, donde explicamos el concepto hegeliano de "realidad actual", nos referimos brevemente a esta tendencia objetiva irresistible del capitalismo tardío en España. (7)

En cuanto al resto de países imperialistas, según reporta Steven Gorelick en su artículo "La larga agonía del campo", publicado en el número 36 de la revista cristiana "Autogestión", 200.000 agricultores y 600.000 ganaderos del vacuno desaparecieron durante 1999 en Europa. Gorelik cita la revista británica "Farmer´s Guardian" donde se dice que los beneficios del pequeño capitalista agrario británico se redujeron en un 75% durante los últimos años, por lo que 20.000 de ellos fueron obligados al abandono forzoso de esta actividad comomedio de vida.

Respecto de los EE.UU., durante la década de los ochenta desaparecieron 235.000 explotaciones agrarias, y entre 1996 y 1999 los ingresos de las granjas norteamericanas remanentes se han reducido a la mitad, con unos precios de sus productos pecuarios tan bajos que, a finales de 1998, los cerdos eran vendidos por sólo unos pocos centavos de dólar sobre su precio de coste. El Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA), estima que el precio de los más importantes productos agricolas norteamericanos, como el algodón y la soja, serán este año los más bajos de los últimos cinco lustros.

Este proceso de centralización de los capitales agrarios a costa de la ruina de las empresas marginales del sector, se lleva a cabo a instancias de un progreso técnico mayor en la agricultura que en la industria, en medio de una competencia cada vez más feroz y despiadada por el descenso de los costes unitarios, donde la necesidad de proveerse de los más eficaces y onerosos medios de producción e insumos agroquímicos, así como de semillas más productivas pero también más caras, arrojan al pequeño y mediano empresario agrícola a un círculo vicioso determinado por la división capitalista del trabajo y la contradicción entre valor de uso y valor de cambio de las mercancías que fabrican. Así, las mejoras tecnológicas aumentan el producto obtenido por unidad de capital constante invertido, pero también las deudas de cada empresa individual; y dado que cada empresa produce lo más posible y a los menores costos con independencia de las demás, el exceso de productos que se fabrican para vender, a menudo exceden la demanda solvente, de lo cual resulta que los precios de mercado caen por debajo de los precios de producción y el negocio deviene ruinoso para muchos. En EE.UU., por ejemplo, las modernas instalaciones avícolas industriales que incluyen un cuidadoso control de la calefacción, de la iluminación y de una alimentación altamente especializada con grandes dosis de antibióticos, ha permitido que el avicultor medio llegue a producir 240.000 aves por año. Pero tras el balance que las grandes inversiones para esta tan prodigiosa como inhumana producción, el granjero tan sólo gana unos 12.000 dólares al año, lo cual representa cinco centavos de dólar por ave, muy por debajo de la ganancia media. Estos "avances" tecnológicos no suelen comportar ninguna ayuda para los granjeros, mientras que las empresas que salen más beneficiadas son las que fabrican y distribuyen las nuevas tecnologías.

Gorelik dice que esta dramática situación se traduce directamente en sufrimiento humano tan insoportable, que en no pocos casos deriva en suicidio. Actualmente es ésta la principal causa de muerte entre los granjeros norteamericanos, una tasa tres veces superior a la que se registra en el resto de la población económicamente activa. Esto es cierto y válido no sólo para la pequeña y mediana burguesía agraria en los EE.UU., sino con mayor razón económica en el resto del mundo. Pero no es menos cierto que, antes de llegar a ese extremo, muchos granjeros al borde de la quiebra caen en la inescrupulosidad delictiva más criminal, en un mercado que les margina cada vez más obligándoles a saturarlo de productos insalubres para economizar costes, exponiendo así la vida de los consumidores con tal de rapiñar una remuneración cada vez más pequeña. En el caso de la EEB, todavía no se sabe -o se oculta- la verdadera proyección social futura de una posible incubación epidemica transmitida a los consumidores, amenaza que pesa seriamente sobre la salud y -dadas las características de la enfermedad- sobre la vida misma de una holgada mayoría absoluta de ciudadanos asalariados en países como Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania, España y Holanda, que no vivimos explotando trabajo ajeno sino al contrario. ¿Qué cabe hacer frente a la lógica objetiva catastrófica que vincula el recrudecimiento de la competencia intercapitalista con la manipulación tendencialmente genocida de la naturaleza a instancias de la propensión inducida a bajar los costes de la producción de alimentos?

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notas

(7)

Otro ejemplo de realidad actual del capitalismo en extremo decadente, es la legislación promulgada en los países de la cadena imperialista que combina los aranceles protectores con la limitación de la producción agropecuaria, para evitar la "circunstancia" de que por efecto del inevitable desarrollo de las fuerzas productivas en el campo, el descenso de los precios agrarios deje sin sentido económico de existencia a millones de granjeros capitalistas y a decenas si no a cientos de millones de asalariados agrícolas (por ejemplo: de los 240.000 productores de leche que existían en España hace una década, hoy sólo quedan poco más de 70.000). Esta realidad actual ha tenido su origen en la Ley Pública 480 promulgada en EE.UU. por el gobierno de Eisenhower durante la década de los cincuenta. Desde entonces, los graneros y depósitos de leche o aceite comestible de los principales países productores rebosan de existencias que no ingresan al mercado para mantener un nivel de precios que garantice la ganancia capitalista en ese sector de la producción de plusvalor, mientras dos tercios de la humanidad padece hambre crónica y cientos de millones de personas mueren anualmente en el mundo a causa de enfermedades derivadas de una deficiente alimentación.

Pero las consecuencias de la disminución deliberada de la producción agraria no terminan aquí. Esta realidad revela, por una parte, que la legislación sobre subsidios al recorte de la producción agraria, tiene por cometido adicional contener la tendencia objetiva al descenso de los precios, para extender en el tiempo y así controlar políticamente las inevitables consecuencias sociales traumáticas de la centralización del capital en ese sector, tal como lo revelan las estadisticas de los últimos cincuenta años; por otra parte, todo el tiempo de progreso técnico efectivo que se deja de aplicar a la producción agraria -y que en buena parte se traslada necesariamente al valor de la producción global de alimentos- sumado al tiempo de trabajo que importa el valor dinerario de los subsidios, contrarresta los efectos del desarrollo de la fuerza productiva aplicado en la industria; de este modo, el descenso del trabajo necesario en el sector industrial se enlentece, y tanto el aumento del plusvalor relativo como la masa de plusvalor global (en la industria y en el agro) disminuyen, presionando así a la baja de la tasa de ganancia.

Todo el tiempo que se deja de producir en condiciones tecnológicas desarrolladas, es como si se tardara más y, por tanto, como si se produjera con técnicas obsoletas. Es la paradoja del progreso que se niega a si mismo. El tiempo que se deja de producir en el agro aumenta el tiempo de trabajo necesario, por lo tanto incrementa los precios de los productos agrarios, porque el tiempo que se deja de trabajar opera como si aumentara el tiempo realmente trabajado; es como si se siguiera produciendo con un desarrollo tecnológico menor. Esta "circunstancia", desde el punto de vista del progreso de las fuerzas sociales productivas es un despilfarro y, por tanto, una irracionalidad. La limitación institucional del trabajo social en el agro, tiene su razón de ser, su esencia puesta y manifiesta, en la legislación que concede los subsidios a ese despilfarro de capacidad productiva. La esencia de las fuerzas productivas en el agro, que "en sí misma" da sentido a la esta "realidad actual" del capitalismo, consiste en la "circunstancia" de que el libre juego de la oferta y la demanda provocaría un derrumbe en los precios agrarios dejando sin sentido la actividad del capital es ese sector del trabajo social o, lo que es lo mismo, en la necesidad de preservar el óptimo de ganancia empresarial en el agro, garantizando así la subsistencia en el mundo de cientos de millones de agentes defensores de la sacrosanta propiedad privada capitalista que, de otro modo, provocarían un desbarajuste social de proporciones catastróficas para el sistema, debilitando sensiblemente el bloque burgués de poder frente al proletariado. Para eso se deja que miles de millones padezcan hambre crónica y otros tantos no puedan salir de sus condiciones mínimas de subsistencia.

Finalmente, esos subsidios, ¿de dónde salen? Del Estado. ¿Con qué fondos financia el Estado esas subvenciones? Con los impuestos. ¿Cuál es la principal fuente de recaudación impositiva en los presupuestos estatales? La imposición indireca, los impuestos al consumo final. ¿Sobre qué clase social recae la mayor parte de esos ingresos fiscales? Sobre la clase trabajadora. De las presentes y futuras deliberaciones en la OMC a raíz de esta "preocupación histórica" de la burguesía, así como de las sucesivas "determinaciones del derecho" que allí queden fundadas respecto de "relaciones jurídicas preexistentes", nada se podrá esperar que logre resolver las contradicciones explosivas del sistema en este orden de cosas determinado por la ley del valor. ("Realidad actual y posibilidad abstracta")

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