2.6 .- Realidad actual y posibilidad abstracta

Recordemos que, para Hegel, "realidad actual" es la razón existente y manifiesta, pero no por sí misma sino a través de otro. Las fuerzas productivas del trabajo que son según el capitalismo, son simplemente una realidad actual, porque son a través de otro, de la burguesía. Pero esa realidad actual de las fuerzas productivas es la propia realidad actual del capitalismo, porque sin fuerzas productivas no hay capital y porque la esencia del capitalismo es la fuerza productiva del trabajo enajenado, es decir, el proceso de trabajo subsumido en el proceso de acumulación de plusvalor. Cuando Marx y Engels hablan en el "Manifiesto" del "movimiento actual", se refieren a la sociedad burguesa en su conjunto a la "realidad actual" de las fuerzas productivas que van siendo según el proceso de valorización, según la ley del valor, según los intereses de la burguesía.

Desde entonces, la realidad efectiva del capitalismo –que lo fue mientras favoreció el libre desarrollo de las fuerzas productivas, es una contingencia y cada vez más una pura posibilidad abstracta, como se demostró varias veces en los últimos 150 años:

<<Valorado de esta manera como una mera posibilidad, lo real efectivo es un contingente y, por su lado, la posibilidad es la contingencia pura.>> (G.W.F. Hegel: "Enciclopedia" §144)

<<Por el hecho de que, ahora, en la accidentalidad (contingencia), tanto lo real como lo posible son el ser puesto, ellos han conseguido la determinación en ellos mismos; por consiguiente, en segundo lugar, ellos se convierten en la realidad actual>> (G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Libro II Cap. 2. Lo entre paréntesis es nuestro)

Cuando Hegel habla de realidad actual, como algo posible (que puede ser o no ser) y contingente (que no es por sí mismo) quiere significar que no todo lo real que tiene en sí mismo su razón de ser y existe, es la expresión adecuada de la racionalidad. El ordenamiento jurídico burgués también entra dentro de la categoría hegeliana de realidad actual. En sus "Principios de la Filosofía del Derecho" Hegel distingue entre la "la explicación y justificación históricas" de una legislación cualquiera en virtud de determinadas circunstancias, y "el significado de una justificación válida en y por sí.

El ordenamiento jurídico de una sociedad es justo y válido en y por sí mismo -y así tiende a reflejarse en la conciencia y en la moral de sus ciudadanos- cuando la justicia que imparten sus leyes se ajusta a la racionalidad de la vida humana. Por consiguiente, cuanto más irracional se vuelve un sistema de vida dominante, tanto más cae su ordenamiento legal en la justificación histórica de la política estatal según las circunstancias y más se aleja de la racionalidad humana. Y cuando esto ocurre, mayor es el contraste entre la aparente racionalidad de los "fundamentos de ley" que aparece en la llamada exposición de motivos y la ilegitimidad –por irracional- de lo que realmente legalizan e imponen, así como mayor la exigencia que las clases dominantes hacen recaer sobre los legisladores, en orden a mistificar y embellecer adecuadamente esas "razones".

 

...Es decir, que entre la conducta que legaliza el derecho positivo capitalista y lo que la racionalidad exige, hay una contradicción lógica insalvable cada vez más flagrante, es decir, que, lo que hace la ley es convalidar una irracionalidad tras otra...

Tomemos, por ejemplo, los cambios en la normativa legal respecto del mercado de trabajo en España. En "los fundamentos de ley" de las dos reformas del mercado de trabajo que sucedieron al "fuero de los trabajadores" vigente durante la dictadura política de Franco, los legisladores se atienen a la "circunstancia" del paro, al hecho en sí; eluden analizar las distintas "circunstancias".

La esencia de las fuerzas sociales productivas que hoy existe y se manifiesta en el paro estructural masivo, es un fenómeno que hace sólo treinta años era todavía inexistente. Por tanto la legislación laboral bajo el capitalismo responde a las distintas circunstancias históricas por las que discurre la realidad efectiva inmediata del capitalismo, o realidad actual de las fuerzas productivas que van siendo según las relaciones de producción capitalistas...

 

...El trabajo social bajo el capitalismo no se manifiesta por sí mismo sino a través de la previa compraventa de la fuerza de trabajo; es trabajo-mercancía, trabajo enajenado. En el hecho del paro, el capitalismo atenta contra la más elemental racionalidad del ser humano, en la medida en que limita cada vez más el derecho a ejercer lo que hace a la naturaleza de su género: el trabajo. Es más: instituyendo el paro, la burguesía niega su propia razón de ser como clase social dominante, no sólo porque impide a un creciente número de asalariados su existencia como trabajadores menesterosos: el derecho a vivir de su propio trabajo, sino porque se niega a sí misma el privilegio de explotarles, que es su razón de ser en tanto clase. Como dicen Marx y Engels en el "Manifiesto":

Es, pues, evidente, que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él>> (K. Marx-F. Engels: "Manifiesto del partido comunista" Cap. I)

Otro ejemplo de realidad actual del capitalismo en extremo decadente, es la legislación promulgada en los países de la cadena imperialista que combina los aranceles protectores con la limitación de la producción agropecuaria, para evitar la "circunstancia" de que por efecto del inevitable desarrollo de las fuerzas productivas en el campo, el descenso de los precios agrarios deje sin sentido económico de existencia a millones de granjeros capitalistas y a decenas si no a cientos de millones de asalariados agrícolas (por ejemplo: de los 240.000 productores de leche que existían en España hace una década, hoy sólo quedan poco más de 70.000). Esta realidad actual ha tenido su origen en la Ley Pública 480 promulgada en EE.UU. por el gobierno de Eisenhower durante la década de los cincuenta. Desde entonces, los graneros y depósitos de leche o aceite comestible de los principales países productores rebosan de existencias que no ingresan al mercado para mantener un nivel de precios que garantice la ganancia capitalista en ese sector de la producción de plusvalor, mientras dos tercios de la humanidad padece hambre crónica y cientos de millones de personas mueren anualmente en el mundo a causa de enfermedades derivadas de una deficiente alimentación.

Pero las consecuencias de la disminución deliberada de la producción agraria no terminan aquí. Esta realidad revela, por una parte, que la legislación sobre subsidios al recorte de la producción agraria, tiene por cometido adicional contener la tendencia objetiva al descenso de los precios, para extender en el tiempo y así controlar políticamente las inevitables consecuencias sociales traumáticas de la centralización del capital en ese sector, tal como lo revelan las estadisticas de los últimos cincuenta años; por otra parte, todo el tiempo de progreso técnico efectivo que se deja de aplicar a la producción agraria -y que en buena parte se traslada necesariamente al valor de la producción global de alimentos- sumado al tiempo de trabajo que importa el valor dinerario de los subsidios, contrarresta los efectos del desarrollo de la fuerza productiva aplicado en la industria; de este modo, el descenso del trabajo necesario en el sector industrial se enlentece, y tanto el aumento del plusvalor relativo como la masa de plusvalor global (en la industria y en el agro) disminuyen, presionando así a la baja de la tasa de ganancia.

Todo el tiempo que se deja de producir en condiciones tecnológicas desarrolladas, es como si se tardara más y, por tanto, como si se produjera con técnicas obsoletas. Es la paradoja del progreso que se niega a si mismo. El tiempo que se deja de producir en el agro aumenta el tiempo de trabajo necesario, por lo tanto incrementa los precios de los productos agrarios, porque el tiempo que se deja de trabajar opera como si aumentara el tiempo realmente trabajado; es como si se siguiera produciendo con un desarrollo tecnológico menor. Esta "circunstancia", desde el punto de vista del progreso de las fuerzas sociales productivas es un despilfarro y, por tanto, una irracionalidad. La limitación institucional del trabajo social en el agro, tiene su razón de ser, su esencia puesta y manifiesta, en la legislación que concede los subsidios a ese despilfarro de capacidad productiva. La esencia de las fuerzas productivas en el agro, que "en sí misma" da sentido a la esta "realidad actual" del capitalismo, consiste en la "circunstancia" de que el libre juego de la oferta y la demanda provocaría un derrumbe en los precios agrarios dejando sin sentido la actividad del capital es ese sector del trabajo social o, lo que es lo mismo, en la necesidad de preservar el óptimo de ganancia empresarial en el agro, garantizando así la subsistencia en el mundo de cientos de millones de agentes defensores de la sacrosanta propiedad privada capitalista que, de otro modo, provocarían un desbarajuste social de proporciones catastróficas para el sistema, debilitando sensiblemente el bloque burgués de poder frente al proletariado. Para eso se deja que miles de millones padezcan hambre crónica y otros tantos no puedan salir de sus condiciones mínimas de subsistencia.

Finalmente, esos subsidios, ¿de dónde salen? Del Estado. ¿Con qué fondos financia el Estado esas subvenciones? Con los impuestos. ¿Cuál es la principal fuente de recaudación impositiva en los presupuestos estatales? La imposición indireca, los impuestos al consumo final. ¿Sobre qué clase social recae la mayor parte de esos ingresos fiscales? Sobre la clase trabajadora. De las presentes y futuras deliberaciones en la OMC a raíz de esta "preocupación histórica" de la burguesía, así como de las sucesivas "determinaciones del derecho" que allí queden fundadas respecto de "relaciones jurídicas preexistentes", nada se podrá esperar que logre resolver las contradicciones explosivas del sistema en este orden de cosas determinado por la ley del valor.

Las "narcosalas", otra realidad actual del derecho positivo burgués en su etapa postrera. La droga es una mercancía como cualquier otra, que tiene valor de uso y valor de cambio, satisface una necesidad y se comercializa. ¿Dónde reside su valor de uso? En la insoportable irracionalidad de la "realidad actual", en la "necesidad" de sustraerse a ella, de rebelarse pasiva, abstracta e inofensivamente contra ella. Este valor de uso no solo es, pues, el soporte material de una fuente adicional de acumulación de capital, también es un valor político de primer orden para la burguesía. Pero, contradictoriamente, atenta contra el proceso de valorización, porque la burguesía necesita un proletariado voluntarioso e inteligente, y la droga atenta contra estas dos cualidades esenciales a la eficacia del proceso de trabajo en las condiciones actuales. Impotente para erradicar el "ser en sí" de La legislación que justifica las narcosalas se fundamenta en la "circunstancial necesidad" de preservar la salud y el "narcopatrimonio" de los drodadictos, así como el decoro del entorno urbano. Se legaliza y ordena la habilitación de locales higiénicos y seguros para la práctica democrática y recogida de la alucinación colectiva; esa cada vez más difundida forma fetichista químico-mercantil de "ser" por una cosa que es la droga. Tal vez sea aquí donde más claramente se muestre el cúmulo de contradicciones que sintetiza la realidad efectiva inmediata del capitalismo, su irracionalidad tendencialmente explosiva.

La financiación privada totalmente ilegal, de los partidos políticos, es una entre otras múltiples "circunstancias" de la cada vez más decadente "realidad actual" del capitalismo que marchan por delante del derecho positivo burgués. Hasta el momento, en su calidad de instituciones paraestatales, está previsto constitucionalmente en todo el mundo que los ingresos dinerarios de los partidos políticos parlamentarios provengan exclusivamente de fondos con cargo a las cuentas de los presupuestos estatales.

Una de las características del capitalismo en su etapa tardía, es la creciente y descarada conversión de la política institucional en mercancía, la fusión entre los grandes grupos empreariales oligopólicos y el Estado, a instancias de los partidos políticos institucionalizados y sus líderes, alternativamente convertidos en burócratas estatales altamente propensos al soborno y el cohecho. Esta tendencia es tanto más acusada cuanto mayor es el predominio de los vínculos monetarios y mercantiles sobre los estrictamente políticos en el conjunto de la sociedad, y mayor, por tanto, el cretinismo, la conveniencia personal y la estupidez ideológica general que preside los actos políticos de las clases subalternas. El secreto que explica la conversión de la democracia política en oligarquía dineraria, reside en el principio universal que anima el derecho constitucional burgués, de que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes".

Así, la acción política de los partidos en función de gobierno, que debiera ajustarse a las promesas electorales y a la voluntad política mayoritaria expresada en los comicios, es trucada subrepticiamente en favor de "circunstanciales" y contingentes poderes fácticos del dinero que así pasa a operar como capital político. Con ese dinero compran la voluntad política de los burócratas partidarios que pugnan por apoderarse del aparato estatal y financian la difusión de sus promesas electorales. Pasado el escrutinio, transforman esas expectativas en una acción parlamentaria y de gobierno que poco o nada tiene que ver con el interés de los votantes. Tal es la mecánica dineraria que convierte la hermosa visión de la democracia soñada por Montesquieu, en el gobierno de unos pocos magnates capitalistas. En octubre de 1994, notoriamente desmoralizado ante el rechazo del proyecto de ley que intentaba corregir la tendencia al triunfo de los partidos que más dinero dedican a financiar sus campañas electorales, el senador norteamericano George Mitchell sentenció de modo insuperable:

<<El dinero domina el sistema, el dinero invade el sistema, el dinero es el sistema>>. ("El País" 30/09/94. Subrayado nuestro)

Obviamente, la "exposición de motivos" de las leyes que norman estas realidades inmediatas del capitalismo tardío, no aluden a la consustancial irracionalidad de lo que preservan o ponen a salvo. En este sentido, respecto del derecho Hegel delimita muy precisamente entre la existencia de lo posible que puede ser de varias maneras –incluyendo su no ser- según las circunstanciales conveniencias, y la realidad de lo que tiende a ser sólo de una manera, según lo exige la razón que no sabe de circunstancias ni de conveniencias:

<<La consideración del surgimiento y desarrollo de las determinaciones del derecho tal como aparecen en el tiempo, esta preocupación puramente histórica, (circunstancial) así como el conocimiento de sus razonables consecuencias que nace de la comparación con relaciones jurídicas preexistentes (por ejemplo, lo legislado en materia de empleo que contenían los estatutos laborales del occidente capitalista hasta la década de los setenta, cuando todavía no existía el paro estructural masivo. Toda esa legislación quedó desactualizada, hubo que adaptarla a la "realidad actual" de la precarización laboral, reglamentando los contratos basura, a tiempo parcial y demás instrumentos jurídicos ad hoc.) que, tienen dentro de su propia esfera, (según Hegel la del "ser en sí" del trabajo, es decir, su "ser por otro"; según Marx, ese "otro" viene a ser el proceso de valorización capitalista) su mérito y su dignidad. No constituyen, sin embargo, una consideración filosófica, dado que el desarrollo según razones históricas (el aumento en la composición orgánica del capital social global que conduce al paro estructural) no se confunde (o no se debe confundir) con el desarrollo según el concepto (donde el mayor desarrollo científico aplicado a los medios de producción comprende racionalmente al pleno empleo con una jornada colectiva de labor más corta y un nivel de vida más alto, esto es, el ser por sí de la justicia respecto del trabajo, su validez y vigencia universal, en y por sí misma), y la explicación y justificación históricas no pueden extenderse hasta alcanzar el significado de una justificación válida en y por sí. Esta diferencia, que es muy importante y debe ser mantenida, es al mismo tiempo muy evidente: una determinación jurídica puede ser perfectamente fundada es decir, tener la esencia en sí mismo (los fundamentos de ley técnicamente comprendidos en la llamada "exposición de motivos") y consecuente respecto de las circunstancias y de las instituciones jurídicas existentes, y ser, sin embargo, en sí y por sí, injusta e irracional. (Una cosa es la esencia del paro -la razón de existencia del trabajo humano fundado en la propiedad privada de los medios de producción- y otra cosa es la libre e incondicional racionalidad del trabajo humano; una cosa es la esencia (capitalista) del trabajo social y otra muy distinta el concepto del trabajo humano. El concepto es la existencia de algo según su racionalidad. Algo que tiene su esencia o razón de ser "en sí mismo", existe, pero sólo es real si es racional. Para Hegel, la legislación laboral que se funda en la "circunstancia" del paro, es el derecho "en sí"; existe, tiene vigencia, pero no es real porque es irracional.)

(...) Con el descuido de esta diferencia, se falsifica la perspectiva y se transforma la pregunta por una verdadera justificación en una justificación de acuerdo con las circunstancias, en la consecuencia a partir de supuestos que por sí quizá tampoco sirven, etc., porque está en contradicción y, en general, se pone lo relativo (el ser según otro, o puesto en otro, la forma de ser de la fuerza productiva del trabajo según el proceso de valorización del capital) en el lugar de lo absoluto (o ser por sí mismo del trabajo social). (...) Estas leyes son positivas (es decir, rigen) en la medida en que tienen su significado y su conveniencia en las circunstancias, por lo cual sólo tienen un valor histórico (valen para cada "circunstancia" o momento existencial de la "realidad actual") y son de naturaleza (históricamente) transitoria>> (G.W.F. Hegel: "Principios de la filosofía del derecho". Introducción. Lo entre paréntesis es nuestro)

La creciente precariedad laboral, así como el aumento histórico de los excedentes agrarios, los epifenómenos del narcotráfico y la corrupción de los partidos políticos que comentamos aquí -incluidas las correspondientes formas jurídicas pragmáticas de hacer frente a esas circunstancias desde el punto de vista burgués- son sólo algunos ejemplos de la realidad actual o formas de manifestación del sistema capitalista, cuya irracionalidad cada vez más notoriamente catastrófica demuestra la transitoriedad y relativismo histórico de la burguesía como clase. El fenómeno de la sobresaturación de capital típica de su etapa tardía, convierte a las depresiones y las guerras en otras tantas realidades actuales cada vez más frecuentes, donde la racionalidad de la fuerza productiva del trabajo social, se expresa históricamente a través de su otro: las relaciones de producción capitalistas, cuya unidad contradictoria constituye la realidad efectiva inmediata esencialmente irracional del capitalismo.

Todas estas noxas o daños sociales y humanos demuestran que las relaciones de producción capitalistas son cada vez más incapaces de comprehender, abarcar o realizar adecuadamente la razón de las fuerzas productivas que se desarrollan en su seno. Por esta razón, las fuerzas productivas tienden a trascender esa inadecuación para crear una nueva realidad efectiva superadora en la que realizarse según su concepto: el socialismo. En su insuperable puesta en pie de la filosofía hegeliana, tras exponer las razones históricas de las fuerzas sociales productivas que explican su tránsito del feudalismo al capitalismo, ya en 1848 Marx y Engels resumieron la lógica por la que el movimiento social del trabajo está previsto que pase de la realidad efectiva devenida cada vez más en realidad actual -completamente irracional- del capitalismo, a la nueva y necesaria realidad efectiva del socialismo como forma de transición al comunismo:

<<Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio (las relaciones de producción capitalistas) sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar estos medios de producción y de cambio un cierto grado de desarrollo, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, esto es, la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera (el diezmo, la manumisión, las gabelas y demás determinaciones como las que regulaban las relaciones entre maestros y artesanos), en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas y (tras casi doscientos años de marchas y contramarchas) las rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa. (Se cerró así el círculo, donde la realidad efectiva del capitalismo se correspondía con la racionalidad de las fuerzas productivas)

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. (Si antes fue la burguesía la que como expresión de las fuerzas productivas sobrepasó las estructuras de dominación de, la "realidad efectiva" devenida en "realidad actual" del feudalismo, ahora se produce un movimiento análogo en donde a quien le toca transcender a la burguesía es al proletariado) Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio (que le sirvieron para sustituir a la sociedad feudal), se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y el comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazadora la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las fuerzas productivas ya creadas. (...) ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas...>> (K.Marx-F.Engels: "Manifiesto comunista" cap. I. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)

La dialéctica hegeliana de la esencia se revela, pues, en la "realidad inmediata" del capitalismo devenida cada vez más irracional, donde paro y miseria, crisis y guerras interburguesas, sublevaciones de las clases subalternas y golpes de Estado más o menos cruentos, revoluciones y contrarrevoluciones, son las formas todavía inadecuadas en que la fuerza productiva del trabajo social expresa su necesaria razón de llegar a ser y expresarse o existir por sí misma, tanto más cuanto más formidables son los límites que el capital les pone por delante según avanza el proceso de acumulación. Y así seguirá todo el tiempo en que el proletariado tarde en decidirse a liberar su fuerza productiva del cepo capitalista, dándose por sí la nueva forma o realidad efectiva del socialismo adecuada al trabajo colectivo en constante desarrollo.

El eufemismo de la llamada "globalización" con el que la usinas ideológicas del sistema definen la "realidad actual" del capitalismo, consiste en la sobresaturación, sobreoferta permanente o masa ingente de capital ocioso -contrapartida económico-social del paro- que hoy día mantiene deprimida la tasa de ganancia y presiona irresistiblemente por conseguir empleo productivo, esto es, producir, apropiarse y valorizar directamente trabajo excedente o plusvalor. El epifenómeno más notorio de esta "realidad efectiva inmediata" se revela en la tendencia irresistible a la privatización de empresas estatales y servicios públicos esenciales como la salud, la educación y los fondos previsionales jubilatorios, esa "realidad actual" de la pasada etapa expansiva del capital que diera pábulo a la ya reminiscente o anacrónico "Estado empresario". Se trata ahora de "liberar" a aquél "Estado del bienestar" de la masa de asalariados a su cargo -esa especie de aristocracia obrera socialmente privilegiada que la burguesía utilizó para dividir y debilitar políticamente la acción contestataria de la fuerza del trabajo en su conjunto, para convertirla en fuente directa de producción y acumulación del capital privado hoy día ocioso. Mal que pese sobre socialdemócratas, populistas y nacionalistas ubicados a la izquierda del sistema, esta "realidad actual" del capitalismo es objetivamente revolucionaria.

Esta realidad efectiva inmediata del capitalismo, implica la perspectiva de mayores y más graves consecuencias sociales y políticas, una profundización del ataque contra las ya deprimidas condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, perspectiva que sin duda gravita objetivamente en sentido revolucionario. Naturalmente, está en el carácter social y político de la burguesía tornar imposible semejante posibilidad real (porque ya están dadas las condiciones). Para ello procura que los trabajadores sigan siendo sólo asalariados y por tanto contingentes, esto es, que sigan teniendo su ser económico, social y político en un otro: el capital. En efecto, como asalariados, los trabajadores no son más que capital variable, y su trabajo, tanto como su salario, se limitan a reproducir la relación capitalista misma. Por tanto, el ser de su trabajo como asalariados, no es por y para si mismo sino por y para otros: los burgueses.

La recurrente realidad actual o actualidad real de los redivivos frentes populares en todo el mundo, al estilo del proyecto de "Izquierda Unida" en España o del aparentemente novedoso "Polo patriótico venezolano", es la expresión política que la burguesía se da para sí en determiadas circunstancias, para evitar que el proletariado deje de ser para y por otro y pase a ser clase revolucionaria, esto es, clase para sí, autoconciente; los frentes populares constituyen el ser en sí del trabajo social y el ser para sí del capitalismo. Se inscriben, pues, en la estrategia global de la burguesía consistente en mantener indefinidamente a las fuerzas productivas en el cepo de las relaciones de producción capitalistas.

Tal como sucede con el derecho burgués, que legaliza jurídicamente la "conveniencia" de la burguesía según las sucesivas "circunstancias" de su devenir cada vez más decadente o "actual", los políticos al servicio del sistema dentro del movimiento político del proletariado se dedican a legitimar esa realidad actual, procurando que el proletariado se conforme al mal menor que en cada momento le ofrece la realidad "actualmente existente". Y dada la creciente inadecuación de las fuerzas productivas a las relaciones de producción, la política reformista abreva necesariamente en la nostalgia de un pasado inmediato mejor que no volverá. Así se explica que critiquen la "realidad efectiva inmediata" de la "globalización" desde la perspectiva del capitalismo de Estado en liquidación; que cuanto más arrecia la tendencia objetiva a la centralización y unidad internacional de los capitales, más insistan en la defensa de los Estados nacionales y en la subsistencia del trabajo explotado en pequeña y mediana escala; que frente a la necesidad de comprometerse con el porvenir –que sin duda es socialista- se aferren al pasado capitalista. A la luz del método dialéctico revolucionario de Hegel, la política de socialdemócratas, nacionalistas y populistas de izquierdas, está en las antípodas de los principios políticos del proletariado revolucionario desde los tiempos del "Manifiesto"; constituye la renuncia más categórica a luchar dentro del movimiento actual de las fuerzas productivas, por el futuro de ese movimiento.

Dicha táctica de la pequeñoburguesía consiste en debilitar la fuerza social y política tendencialmente revolucionaria de los explotados evitando su unidad y autoorganización política como clase autoconciente; se trata de conseguir que su lucha se mantenga dentro de la "realidad actual" del sistema. Para ello, es vital a la supervivencia de la burguesía en su conjunto desvirtuar la dialéctica fundamental de clase contra clase; disolver la energía revolucionaria del proletariado en la alternancia político-institucional, en el falso juego de rivalidad entre el conglomerado interclasista "pueblo" y los distintos gobiernos "reaccionarios" de turno, donde lo único que se decide es qué parte de las clases dominantes "enfrentadas" se hace cargo del Estado para obtener los mayores beneficios en el común negocio de explotar trabajo asalariado.

Como repetía Marx en diversos pasajes de su obra, la pequeña burguesía tiende a conciliar los opuestos de la contradicción dialéctica dentro del capitalismo. Dada su condición de clase intermedia, la pequeña burguesía teme que el aluvión expropiatorio le pueda venir tanto del proletariado como de la gran burguesía. Pero, al mismo tiempo, dada su debilidad económica y política, necesita de ambas clases para apoyarse alternativamente en una en contra de la otra, según las "circunstancias" en el devenir "realidad actual" del sistema burgués. De ahí que su radical anticomunismo se combine con la política de limitar las consecuencias de la inevitable centralización de los capitales. Preservar el sistema y compartir en las mejores condiciones posibles el común negocio de explotar trabajo asalariado. Tal es la lógica económica y social que preside el comportamiento político de la pequeña burguesía.

Su estrategia consiste, pues, en mantener la lucha de clases en el término medio determinado por su propio ser social intermedio; de ahí que su orientación política se explique por el propósito de evitar que las fuerzas productivas se expresen políticamente por sí mismas, limitando su energía revolucionaria al objetivo de moderar la tendencia al monopolio de la propiedad privada. La expresión organizativa de esta política reformista son los frentes policlasistas, cuyo origen se remonta a la fracción de Willich y Schapper que condujo a la ruptura y disolución de la Liga de los Comunistas durante la revolución europea de 1848. Desde entonces, la realidad actual de los frentes policlasistas ha demostrado que nada han tenido ni tienen que ver con la racionalidad histórica de las fuerzas productivas, esto es, con el curso que esas fuerzas sociales del trabajo imponen al capitalismo, cuyo descenso secular en la tasa de ganancia implica la inevitable depresión histórica relativa de la burguesía marginal. Habiendo llegado a esta conclusión como resultado de sus investigaciones, y tras comprobar cómo la por entonces llamada "burguesía democrática" se echaba en brazos del bloque de poder formado por la alianza entre la burguesía reaccionaria y la nobleza, Marx rompió definitivamente en 1850 con el absoluto despropósito político que supone ligar el destino del movimiento obrero a los intereses de la pequeñoburguesía. En marzo de 1850, tras los acontecimientos políticos de 1848 en Europa, la fracción de Marx y Engel dentro de la Liga de los comunistas revisó las psiciones suscritas en el "Manifiesto" en cuanto a la política de alianzas con la pequeñoburguesía. Mantuvieron el mismo programa expuesto en el capítulo II, pero abandonaron el criterio de diluir el proletariado en las organizaciones políticas de la burguesía, pasando a plantear firmemente la necesidad elevada a principio de la organización independiente del proletariado.

Hasta ese momento, el programa de esta fracción tenía sólo un punto: derrocamiento del absolutismo e implantación de la República. Y una sóla táctica: marchar inmediatamente hacia la unidad política con los demócratas pequeñoburgueses en <<un gran partido de oposición>>, a fin de poder encarar la lucha por el poder sin pérdida de tiempo. En estas circunstancias, los "hombres de la pluma" agrupados en torno de Marx y Engels parecen haber sacado ya todas las consecuencias teóricas y políticas de su experiencia anterior en el seno del movimiento democrático amplio. Desde marzo de 1850 -fecha en que se procede a reorganizar la Liga de los Comunistas- la fracción de Marx y Engels dan por acabado el tramo del proceso revolucionario presidido por la burguesía, en el que el proletariado debía limitarse a acompañarle en su lucha contra el absolutismo. Si de lo que se trataba era de poner la teoría del proletariado en práctica, es decir, transformar la FILOSOFÍA del materialismo histórico en acción política revolucionaria, había que dotarse del instrumento o medio de acción sin el cual tal pretensión es imposible. Ese medio de acción era la organización independiente de los comunistas, cuyo cometido pasaba, a su vez, por contribuir a enriquecer la FILOSOFÍA desde la práctica misma. Para ello era requisito indispensable resistir la tentación del pasado, rechazando decididamente las ofertas de unión que los demócratas pequeñoburgueses oprimidos por la reacción demandaban al proletariado, para convertirle en un apéndice de sus intereses dentro de la sociedad burguesa existente:

<<En el momento actual, en que los demócratas pequeñoburgueses se hallan oprimidos en todas partes, predican al proletariado en general la unión y la concordia, le tienden la mano y aspiran a crear un gran partido de la oposición que abarque todos los matices existentes dentro del partido democrático; es decir, aspiran a enredar a los obreros en una organización de partido en la que predominen las frases democrático-sociales en general, detrás de las cuales se ocultan sus intereses específicos, y en la que, en gracia a la amada paz, no deberán manifestarse las reivindicaciones concretas del proletariado. Semejante unión les beneficiaría exclusivamente a ellos y redundaría totalmente en perjuicio del proletariado. Éste perdería su independencia a tan dura costa conquistada, para volver a convertirse en apéndice de la democracia burguesa oficial. Así, pues, semejante unión debe ser rechazada con la mayor energía. Los obreros, en vez de rebajarse una vez más a servir de coro y de caja de resonancia de los demócratas burgueses, deberán esforzarse, sobre todo los de la Liga, en crear al lado de los demócratas oficiales, su propia organización como partido obrero público y clandestino independiente, haciendo que cada comuna se convierta en centro y núcleo de un conjunto de sociedades obreras en que se discutan la posición y los intereses del proletariado, al margen de la influencias burguesas. [...] Para el caso de una lucha contra el enemigo común, no se necesita de ninguna coalición especial. Cuando se trate de luchar contra ese adversario, coincidirán simultáneamente los intereses de ambos partidos y, como ha ocurrido hasta aquí, también en el futuro se establecerá por sí misma esta unión, aunque encaminada solamente a fines momentáneos>>(K. Marx-F. Engels: "Circular del Comité Central de la Liga de los Comunistas" del 10 de marzo de 1850")

Marx y Engels advierten que los comunistas necesitan independencia política más que ninguna otra clase de la sociedad, porque el proletariado es la única clase que trasciende en su acción a todas las otras; es verdaderamente revolucionaria porque no teniendo ningún fuero especial en la sociedad de clases, tampoco puede aspirar a nada particular dentro de ella; porque al no estar ligada a ninguna forma de propiedad, el sentido de su lucha es la negación de toda propiedad. Por tanto, el tren de su movimiento no tiene ninguna terminal en la sociedad burguesa; su acción revolucionaria dentro de ella no es parcial o limitada sino total y PERMANENTE; Su accionar no se detiene en la reforma de tal o cual as-pecto de la sociedad de clases, sino que tiende objetivamente a su destrucción:

<<Mientras que los pequeños burgueses desean que la revolución termine lo antes posible y alcanzando a lo sumo las metas señaladas, nosotros estamos interesados, y esa es nuestra tarea, en que la revolución se haga permanente, en que dure el tiempo necesario para que sean desplazadas del poder todas las clases más o menos poderosas [...] Para nosotros no se trata de modificar la propiedad privada, de lo que se trata es de destruirla; no se trata de paliar las contradicciones de clase, sino de la abolición de las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de instaurar una nueva sociedad>> (K. Marx-F. Engels: ibid)

Ciento cincuenta años después de estas conclusiones, casi todos los partidos comunistas desgajados del tronco stalinista , junto con la totalidad de nacionalistas y populistas de izquierdas, siguen negando a Marx en nombre del marxismo insistiendo en hacer pasar por socialismo la política de estabilizar la explotación del trabajo asalariado en pequeña y mediana escala. En la etapa de la centralización y unidad internacional de los capitales, estos proyectos políticos pequeñoburgueses fundados en el autodesarrollo sostenido del capital nacional antimonopólico a instancias de Estados empresarios fuertes en países económicamente soberanos, están no ya fuera de toda posibilidad real -como en tiempos de Marx- sino que ni siquiera constituyen una mera posibilidad abstracta, porque hasta se contradicen con la imaginación. En tal sentido, es cada vez más patético que muchos nacionalistas y populistas de izquierdas en los países dependientes, sigan cautivos del realismo mágico literario elevado a categoría política de primer orden. Estos proyectos son contingentes en tanto son o pueden llegar a ser y existir para fines coyunturales de contener y desvirtuar auténticos procesos revolucionarios en curso, como fue el caso de los regímenes populistas triunfantes en Asia, Africa y gran parte de América Latina tras la segunda guerra mundial, cuyos inútiles esfuerzos por sobrevivir a la centralización y unidad internacional de los capitales se prolongan todavía hoy, trágicamente, en el día a día de países como Irak, Libia, Siria o Yugoslavia.

De todo lo razonado hasta aquí se concluye que, según avanzan las fuerzas productivas y el proceso de acumulación, la realidad actual del bloque circunstancial de poder político entre burguesía marginal y proletariado se torna más y más inestable e imposible, cuanto más incompatible deviene la propiedad privada capitalista con regímenes políticos donde prevalezca la explotación del trabajo asalariado en pequeña y mediana escala. La historia moderna desde 1848 hasta hoy, ha demostrado una y otra vez que allí donde el proletariado limitó el empleo de su energía revolucionaria a los objetivos del bloque de poder con la pequeñoburguesía, sus conquistas fueron tanto más efímeras y sus derrotas tanto más catastróficas política y humanamente, cuanto más anacrónicos e inviables devinieron los proyectos políticos policlasistas.

Según este razonamiento, de una manera u otra y según las "circunstancias", la realidad actual del frentepopulismo tiene su razón de ser y su posibilidad de existencia en la "necesidad relativa" (relativa porque ellos se relativizan en el gran capital, porque sin el gran capital no existen) de preservar el sistema burgués, manteniendo al proletariado como un contingente políticamente "emblocado" que así no puede actuar sino a través de otro: el capital. De este modo, que el proletariado vuelva a jugar la carta del bloque de clases, supone renunciar una vez más a que las fuerzas productivas se determinen políticamente según su concepto, esto es "en sí y por sí" mismas a instancias de una alternativa orgánica propia, independiente de cualquier fracción de la burguesía, prolongando los dolores del parto socialista.

En tanto y cuanto se vuelvan a determinar a través de otro, lo que va a hacer el proletariado es prolongar en sí mismo -porque recaen especialmente sobre él- los dolores del parto socialista. Mientras no dé el salto, nadie lo va a dar por él. Por eso Marx dice "nadie hará por los trabajadores lo que los trabajadores no sepan hacer por sí mismos".

Sintetizando: las sucesivas circunstancias o realidades efectivas inmediatas de las fuerzas productivas subsumidas en el capitalismo en tanto realidad actual -incluyendo los propios errores y experiencias políticas fallidas del proletariado- conforman las exteriorizaciones o actuaciones del trabajo social como mera posibilidad formal o abstracta, como una sucesión de posibilidades formales o abstractas que suponen las derrotas, triunfos efímeros, marchas y contramarchas de la historia en tanto posibilidad de otro. que en cada "circunstancia" aparece o existe como "actual" en el devenir de su actuar abstracto o formal, esto es, a través de las relaciones de producción capitalistas.

De otro, porque en tanto y cuanto el proletariado lucha contra el capitalismo sin un proyecto y partido propios, sus luchas se quedan inevitablemente dentro de la "realidad actual" del capitalismo, formando parte de ella. Por lo tanto, la posibilidad que tienen los asalariados de ser por sí en tales circunstancias es meramente abstracta, porque siguen actuando no por si mismos sino por otro, es decir, a través de las relaciones de producción capitalistas. Es el caso, por ejemplo, de la lucha por proyectos políticos como el de E.T.A. o I.U. en España. Pero cuando decimos que el actuar del proletariado supone la posibilidad de otro, nos referimos a la posibilidad del ser abstracto de la burguesía, de su posibilidad en tanto realidad actual, en tanto realidad efectiva que ha perdido su racionalidad. Por lo tanto, la "realidad actual" es una unidad abstracta que comprende y define a los dos polos de la relación dialéctica. Al proletariado en tanto racionalidad actuante según la irracionalidad del capitalismo; la burguesía en tanto mero existente despojado de racionalidad.

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