3.- Los ahorros del proletariado y la supuesta "clase media"

El dinero sale del calcetín y se refugia en la Bolsa (Revista "Su dinero" 15/02/98)

Una de cada tres familias españolas ya ahorra en fondos de inversión (Periódico "El Mundo" 27/01/99)

"Esplendor en la hierba" es el título de una novela escrita por Tennese Williams, que la industria cinematográfica de Hollywood llevó a las pantallas de todo el mundo en la década de los cincuenta. Allí, este escritor norteamericano describió el mismo frenesí por el que gran número de familias obreras acomodadas de su país --que confiaron sus ahorros al mercado bursátil en el punto más alto de la fase expansiva del ciclo-- se fueron a la ruina tras el Krack de la bolsa newyorkina que inició la llamada "gran depresión" mundial a fines de los años veinte.

Este mismo fenómeno llamado ahora "capitalismo popular", se ha vuelto a poner de moda entre los asalariados británicos y americanos desde que fuera promovido durante la década de los ochenta por los gobiernos "conservadores" de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Mientras no acaba de cumplir su cometido, esta fiebre especulativa que la congénita tendencia a la centralización de los capitales provoca en el cuerpo de la sociedad burguesa, alienta el prejuicio de que un asalariado al servicio del capital que invierte en bolsa, pierde su condición de tal y pasa automáticamente a ser "clase media", categoría social tan ambigua como equívoca utilizada por los revisionistas del marxismo desde que Bernstein la introdujera a principios del siglo pasado en polémica con Rosa Luxemburgo.

Como hemos visto que ocurre con los precios respecto del valor, la adscripción de cualquier individuo a una clase social no está en función de lo que en cada momento de su vida piensa de sí mismo, ni de sus ocasionales aspiraciones y consecuentes pautas económicas, sociológicas o políticas de comportamiento dentro del sistema social en que vive, sino por el lugar habitual que ocupa en el aparato productivo de esa sociedad, que es el que fija o determina unos específicos intereses sociales y tiende históricamente a que su práctica social global incluyendo la política- sea coherente con esos intereses de clase. Es del todo razonable, pues, la propensión de la intelectualidad burguesa a especular con las estadísticas del ahorro familiar, para neutralizar o desviar ideológicamente esa tendencia histórica del proletariado mundial. La especie social definida como "clase media" es el producto de esas especulaciones ideológicas interesadas, tal como lo fue la teoría geocéntrica impuesta por la Iglesia católica en tiempos de Galileo:

<<En el dominio de la economía política, la investigación científica libre no solamente enfrenta al mismo enemigo que en todos los demás campos. (se refiere a los fenómenos de la naturaleza –como la aparente traslación del sol- que oculta su verdadera realidad) La naturaleza peculiar de su objeto (el de las ciencias sociales, que lleva implícitos determinados intereses sociales) convoca a la lid contra ella (contra la investigación científica libre) a las más violentas, mezquinas y aborrecibles pasiones del corazón humano: las furias del interés privado. La Alta Iglesia de Inglaterra, por ejemplo, antes perdonará el ataque a treinta y ocho de sus treinta y nueve artículos de fe que a un treinta y nueve avo de sus ingresos. Hoy en día el propio ateísmo es culpa levis [pecado venial] si se lo compara con la crítica a las relaciones de propiedad tradicionales.>> (K. Marx: Op. cit. Libro I Prólogo a la primera edición. Lo entre paréntesis es nuestro)

Marx definió al proletariado como la clase de los asalariados con cuyo trabajo produce o contribuye a producir y a acumular plusvalor para la burguesía:

<<Desde el punto de vista económico, sólo puede llamarse "proletario" al obrero asalariado que produce y valoriza "capital", viéndose lanzado al arroyo tan pronto como ya no le sirve de nada a Monsieur Capital>> (Op. cit. Libro I Cap. XXIII).

Según esta definición, proletario es el obrero libre; libre en un doble sentido, pues de una parte ha de disponer libremente de lo que le pertenece, su fuerza de trabajo; y por otra parte, ha de estar "liberado" de la propiedad sobre los medios de producción que utiliza. Es decir que los medios de producción son propiedad del otro polo de la relación subjetiva: el capitalista. Pero, además de esto, el proletario, con su trabajo, debe valorizar o contribuir a valorizar capital, es decir, que aparte de reproducir el valor de su propia fuerza de trabajo debe aportar a la acumulación del capital social global de la sociedad.

¿Deja de ser proletario el asalariado al servicio del capital que dispone de ahorros y se le ocurre especular en bolsa? El hecho de disponer de este fondo, no importa dónde ocasionalmente se lo valorice, no es contradictorio con el carácter social de quien se gana la vida trabajando regularmente por un salario al servicio del capital.

Como ya hemos afirmado siguiendo a Marx, el volumen de las necesidades de la canasta básica es una determinación histórica, variable. Un coche, el pequeño fondo de seguridad "por si vienen mal dadas" o una vivienda en propiedad, son necesidades que hace 100 años no formaban parte de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo, pero hoy día constituyen exigencias cada vez más perentorias del salario relativo. Y el caso es que estas necesidades no se pueden solventar con el sólo importe de un salario mensual. Son opciones de compra de un sector cada vez más numerosos de los asalariados, para las que se hace preciso el ahorro, de modo que el hecho cierto de que un significativo número de explotados dispongan de fondos líquidos, aunque por eso se les haga creer lo contrario no supone que pierdan su condición de proletarios y pasen a formar parte de la burguesía.

Capitalista es sólo aquel que basa su existencia social en la explotación de trabajo asalariado. Dentro de esta categoría Marx distingue entre dos sectores: el pequeño patrón y el burgués propiamente dicho. La diferencia entre estos dos sectores consiste en que la masa de plusvalor que regularmente capitaliza o acumula el pequeño propietario capitalista, no alcanza para que él mismo se emancipe de la producción directa. Para diferenciarla del "capitalista propiamente dicho" Marx define la categoría del pequeño explotador de trabajo asalariado como un "híbrido de capitalista". Haciendo un "totum revolutum" entre el "salario de bolsillo" de la aristocracia obrera y el plusvalor del pequeño patrón, los teóricos burgueses se han inventado el concepto de "clase media" para reforzar ideológicamente a una clase dominante cada vez más minoritaria y, por tanto, esencialmente antidemocrática.

Según acabamos de comprobar que aconseja el método científico, vayamos también en este caso desde el síntoma a la etiología, desde el fenómeno a su razón de ser o esencia. Para descubrir la causa de esta manifestacion del capitalismo avanzado, hay que empezar, pues, por el síntoma mediante la simple observación inmediata. ¿Qué es la bolsa a primera vista? Es un epifenómeno de las sociedades por acciones, y éstas de la expansión del crédito en la sociedad capitalista avanzada.

¿Qué es lo que queda del conocimiento preliminar de esta realidad si quitamos de ella todo el polvo y la paja? Que la semilla de la bolsa es el crédito dinerario, donde opera la dialéctica entre dos categorías sociales determinadas por la oferta y la demanda de dinero: el prestamista y el prestatario.

Ahora bien, si el crédito supone que el dinero está sujeto a la interacción de la oferta y la demanda estamos en presencia de una mercancía más. Y ya sabemos que toda mercancía es una unidad contradictoria de valor de uso y valor de cambio. Sabemos también que toda compraventa supone que el ofertante de la mercancía reclama su valor, mientras que el demandante la requiere para usarla. ¿en qué consiste el "valor" o precio del dinero prestable? En la tasa de interés. ¿qué se propone hacer el demandante de dinero? Usarlo productivamente. ¿En qué consiste el uso productivo del dinero en la sociedad capitalista? En el proceso de valorización, en la transformación de esa masa de dinero en más dinero, o sea en capital real a instancias de la producción de plusvalor.

La contestación de esta última pregunta nos conduce inmediatamente a otra: ¿de dónde sale el interés del dinero prestado? De la ganancia del capital real, del resultado del capital productivo, del producido del capital industrial, de la masa de plusvalor. Habíamos visto que la formación de la ganancia media era la síntesis o resultado del proceso de producción y de circulación del capital productivo, donde los valores se transformaban en precios de producción. Ahora, el mercado del dinero y las categorías del prestamista y el prestatario, convierten la ganancia media del capital productivo en ganancia bruta del capital global (antes de impuestos), con lo que alcanzamos un grado más de aproximación en el viaje de retorno desde la esencia del sistema económico burgués a su existencia real, desde el trabajo abstracto como determinación del valor de la mercancía, al movimiento del capital en su conjunto, desde la categoría económica más simple, a la reproducción de la base material del sistema en su compleja totalidad.

En la dialéctica del mercado de dinero, el ofertante de fondos líquidos o prestamista, y el demandante o prestatario, se enfrentan realmente no sólo como personas jurídicamente distintas, sino como personas que desempeñan papeles económicos totalmente diferentes en el proceso de reproducción de la vida social bajo el capitalismo. Uno solamente presta el dinero, mientras que el otro lo emplea de forma productiva, lo usa para convertirlo en capital a instancias de la producción de plusvalor. Para el capitalista productivo que opera con dinero prestado, la ganancia bruta se descompone en dos partes: el interés que debe pagarle al prestamista y el excedente por encima del interés que constituye su propia participación en la ganancia. Dicho con más precisión, el producto específico real del capital es el plusvalor. Pero para el capitalista productivo que opera con capital prestado, su ganancia no resulta de restar el precio de costo industrial al precio de producción de sus mercancías, sino de deducir de este resultado la tasa de interés o precio de costo adicional por el uso del dinero tomado a préstamo.

De esto se infiere que, aun cuando el interés del dinero es una categoría históricamente anterior a la aparición del capital, la ganancia industrial capitalista es el presupuesto lógico del interés. Para que el interés del prestamista se realice, es necesario que su dinero se convierta en capital real a instancias del capitalista productivo:

<<El capital que devenga interés sólo se consolida como tal en la medida en que el dinero prestado realmente se transforma en capital y se produce un excedente (el plusvalor) del cual el interés constituye una parte.>> K. Marx: Op. cit. Libro III Cap. XXIII. Lo entre paréntesis es nuestro).

Si ponemos ahora nuevamente la atención sobre la fórmula general del capital, podemos ver allí que la forma mercantil M de una determinada masa de valor cambia dos veces de lugar. En un primer momento, la fuerza de trabajo FT y los medios de producción MP (medios de trabajo, materias primas y auxiliares) convertidos por distintos actos de compra-venta en capital variable y constante respectivamente, de manos de sus vendedores (los asalariados en el caso de la fuerza de trabajo y los diversos capitalistas productivos en el caso de los medios de producción) pasan por intermedio de diversos capitalistas comerciales a poder de otros capitalistas productivos que los compran. Estas operaciones comerciales quedan reflejadas en la primera parte de la fórmula D-M. En un segundo momento, el valor encarnado originalmente en M sale de la circulación y, por efecto del proceso de producción.....P.....toma cuerpo en otra mercancía M’ que, según la lógica del capital, está previsto que pase a manos de los eventuales compradores que la requieran, operación que viene reflejada en el segundo momento de la circulación: M’-D’ comprendido en la fórmula. Este segundo momento de la circulación del capital supone otras tantas operaciones de compra-venta por las cuales el valor dinerario invertido por los distintos capitalistas productivos refluye a ellos incrementado.

A lo que vamos es que en toda esta multitud de transacciones, el dinero actúa alternativamente como medio de cambio o como medio de pago. Como medio de circulación o de cambio en los pagos al contado, es decir, cuando los actos de venta y de realización del precio de las mercancías son simultáneos. Cuando por diversas circunstancias entre estos dos actos del intercambio mercantil transcurre cierto tiempo, el dinero actúa como medio de pago:

<<Basta indicar aquí las más simples de esas circunstancias. Un tipo de mercancías requiere más tiempo para su producción, otro tipo menos. La producción de algunas mercancías está ligada a diversas estaciones del año. Una mercancía es producida en el emplazamiento mismo de su mercado, otra tiene que realizar un largo viaje hasta dar con el suyo. De ahí que un poseedor de mercancías pueda asumir el papel de vendedor antes que otro el de comprador. (K. Marx: Op.cit Libro I Cap. III punto 3 b).

Estas circunstancias dan pábulo a las figuras del deudor y del acreedor típicas del dinero en función crediticia. El crédito surge, pues, de la función del dinero como medio de pago. Según estas condiciones, el propietario A de una mercancía vende a otro B que la compra como presunto representante de un dinero todavía inexistente, bajo promesa escrita de pagar a los 90 días de la fecha de emisión del documento llamado "letra de cambio". Si por cualquier causa A necesitara el dinero antes del vencimiento de la letra que mantiene en su poder, puede, a su vez, vender esta promesa a un tercero C a cambio de una mercancía cuyo pago queda también diferido por el tiempo que resta hasta el vencimiento de la letra, y así sucesivamente hasta que el último poseedor del documento procede a exigir su cobro a B una vez agotado el plazo estipulado. De este modo, un mismo medio de pago posibilita la ejecución de numerosas transacciones comerciales.

Según avanza el desarrollo de las fuerzas productivas y aumenta la masa del capital en funciones, los mercados se expanden y los intercambios a crédito generalizan la función del dinero como medio de pago a instancias de la letra de cambio:

<<Con el desarrollo del comercio y del modo capitalista de producción, que sólo produce con miras a la circulación, se amplía, generaliza y perfecciona esta base natural del sistema crediticio. En general, el dinero sólo funciona aquí como medio de pago, es decir, que la mercancía se vende no a cambio de dinero, sino de la promesa escrita de pagar en una fecha determinada. Podemos agrupar aquí, en homenaje a la brevedad, todas estas promesas de pago bajo la categoría general de letras de cambio. A su vez, estas letras circulan como medios de pago hasta sus días de vencimiento y pago y constituyen el dinero comercial propiamente dicho, de los billetes de banco, etc. Estos no se basan en la circulación dineraria –trátese de la de dinero metálico o de billetes bancarios del Estado- sino en la circulación de las letras de cambio.>> (K.Marx Op. cit. Libro III Cap. XXV).

Ya vimos que según el dinero actúe como medio de circulación o como medio de pago, se imponen los actos de compraventa al contado o a plazo, a través del dinero contante o mediante instrumentos de pago como la letra de cambio. Sea como fuere, en la medida en que a cada compra le corresponde una venta, según progresa la acumulación las transacciones dinerarias aumentan con los intercambios y cada capitalista debe pagar dinero constantemente a cada vez más personas, al mismo tiempo que constantemente recibe dinero de otras tantas. Estas operaciones meramente técnicas de cobros y pagos constituyen un trabajo y en la medida en que el dinero funciona cada vez más como medio de pago, se hacen necesarios cálculos de balance entre cobros y pagos. Este trabajo, que no crea valor, supone un costo de circulación. Se lo abrevia haciendo que un sector específico de agentes o capitalistas dinerarios -los banqueros- lo ejecuten a favor de la clase capitalista en su conjunto. Tal es la función de las cuentas corrientes bancarias. En el caso de las letras de cambio, los bancos se ofrecen a adelantar su cobro antes del vencimiento para posibilitar su uso anticipado, al precio que fija la tasa de interés vigente. En el descuento de estos valores comerciales se centra el grueso del negocio bancario.

En cuanto a las sociedades por acciones, es ésta una forma de crédito distinta de los valores comerciales. Mientras estos últimos dan mayor fluidez a la circulación y favorecen la continuidad entre las sucesivas rotaciones del capital, el crédito accionario engrosa directamente el capital para inversión, no para el giro normal de los negocios sino para la expansión de su base.

¿Qué supone e implica para una empresa determinada la iniciativa de lanzar al mercado bursátil una "oferta pública de acciones"? Supone regularmente la intención de ampliar la escala de la producción para valorizar una masa mayor de plusvalor, e implica el hecho y el derecho a "actuar" disponiendo discrecionalmente de dinero ajeno sin responder de ello en absoluto ante nadie. ¿Qué supone e implica para los compradores de esos títulos? Supone convertirles en prestamistas con la teórica posibilidad de participar en la apropiación del trabajo ajeno puesto en movimiento por la empresa ofertante, e implica la acción alternativa de mantener ese valor para usufructuar los probables dividendos, o venderlo en bolsa a la cotización del momento, en cualquier caso arriesgando perder parte o la totalidad de lo invertido. Tal es la mecánica del mercado bursátil.

Ahora bien, el precio o cotización de las acciones se basa en los dividendos a la tasa media de interés vigente. Por ejemplo, si el rendimiento anual o participación proporcional de una acción en el plusvalor producido por una empresa es de 250 pesetas y el tipo de interés medio del 5%, el precio o cotización de esa acción es de 5.000 pesetas, porque un capital de 5.000 al 5% rinde 250. De este modo, la ganancia empresarial no aparece como producto del trabajo impago sino como el resultado de una masa de capital invertido. Es que en la forma del capital-dinero que devenga interés D - D+<D desaparece todo rastro del proceso productor de plusvalor, convirtiendo cualquier rédito dinerario determinado, sea cual fuere su origen, en el interés de un capital, como si toda masa de valor en dinero tuviera la mágica virtud de crecer automáticamente por sí misma. Según este razonamiento que inspira la practica social en la bolsa de valores, en tanto es un rédito, también el salario puede ser considerado como el producto de un capital, la fuerza de trabajo, a la tasa de interés vigente:

<<Por ejemplo, si el salario de un año es = £ 50, y el tipo de interés es del 5% se consideraba la fuerza de trabajo anual como igual a un capital de £ 1.000. Lo desatinado de la concepción capitalista llega aquí a su pináculo cuando, en lugar de explicar la valorización del capital a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, explica, a la inversa, la productividad de la fuerza de trabajo a partir de la circunstancia de que la propia fuerza de trabajo es esa cosa mística, el capital que devenga interés>> (K. Marx: Op. cit. Libro III Cap. XXIX)

El absurdo de esta concepción salta a la vista por el hecho de que para crear ese interés, el asalariado debe trabajar, no sólo para reponer "su capital", el valor de su fuerza de trabajo, sino para crear una masa de plusvalor que es de donde se nutre el prestamista de dinero, el interés de su capital.

Ahora bien, si el valor de las acciones es igual a la capitalización de los dividendos según la tasa de interés vigente, suponiendo que el rendimiento de las empresas se mantiene constante, es decir, que el capital real no varía, los valores bursátiles aumentan o disminuyen en proporción inversa al aumento o disminución de la tasa de interés. De este modo, si el tipo de interés aumenta del 5 al 10%, el mismo título que siguiera asegurando un dividendo de 250 ya no valdría 5.000 Pts. sino 2.500. Bajaría a la mitad porque esa es la proporción en que ha variado la tasa de interés: ahora, 2.500 es el capital que al 10% de interés rinde 250. Esto significa que el precio de las acciones varía con independencia del valor real o patrimonio social del capital empresarial que representa. A esto se le llama volatilidad, que es mayor cuanto menor el tipo de interés.

La tarea de completar el aporte de los elementos de juicio para comprender en su totalidad la función de los instrumentos de crédito analizados aquí, hace necesario tener en cuenta el fenómeno de las crisis, sobre cuyas causas nos hemos extendido en otra parte de nuestra página web (http://www.nodo50.org/gpm/1crisis1.htm), por lo que no hemos de volver aquí sobre el asunto. Es fácil deducir, sin embargo, que si la tasa de ganancia no compensa al capital adicional (plusvalor) previsto para ampliar la producción, éste no se invierte y la expansión de los negocios se ralentiza. En tales condiciones, la demanda de medios de producción desciende y esto afecta en primer lugar al comercio mayorista. Si un almacenista de maquinaria deja de vender no puede descontar las letras correspondientes a esa venta esperada, al mismo tiempo que debe hacer frente al pago de las ya vencidas que emitió en su momento a cambio de las mercancías que compró y ahora no puede liquidar. Sólo podrá hacer frente a los primeros vencimientos del inmovilizado que mantiene si dispone de un fondo líquido de reserva, pero una vez agotado éste deberá acudir a su banco para pedir un préstamo, o girar en descubierto.

<<En tiempos de crisis la demanda de capital de préstamo, y por ende la tasa de interés alcanza su máximo; la tasa de ganancia, y con ella la demanda de capital industrial, en la práctica ha desaparecido. En esos tiempos cada cual pide prestado para pagar, para cubrir compromisos ya contraidos.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro III cap. XXXII)

Inmediatamente después del krach esta situación se generaliza a todo el comercio mayorista, especialmente al sector productor de bienes de producción. El crédito de confianza basado en las letras de cambio se retrae bruscamente porque el flujo y reflujo del capital en circulación se halla interrumpido en la forma mercantil M’ y la fase M’-D’ no se realiza en toda su masa de valor.

Si, tal como hemos visto, la acumulación del capital dinerario a instancias de la tasa de interés se produce a caballo del proceso real de producción de plusvalor, porque el interés del dinero es una deducción de la ganancia correspondiente al capital industrial y comercial, es lógico y razonable que si estas dos partes del capital global ralentizan su crecimiento, el primero sufre las mismas consecuencias. Al aumento de la demanda de capital de préstamos se le suma la retracción de la oferta, lo cual presiona todavía más al alza del tipo de interés. Pero el crédito se restringe todavía más por falta de confianza en el mercado ante la inseguridad generalizada en los pagos. Tras el "crash" bursátil de 1987 que inició la fase de crecimiento lento en la economía mundial, la morosidad en el conjunto del sistema financiero español alcanzó en 1990 los 840.800 millones de pesetas. Además de los créditos clasificados como morosos, en junio de ese mismo año la banca privada española llegó a acumular casi 1,5 billones de pesetas en "deudas a la vista" con sus clientes por diferentes conceptos, como descubiertos en cuentas corrientes y excedidos en cuentas de crédito, que en esa fecha totalizaban 522.000 millones de pesetas. Esta inseguridad en el cobro de los créditos fue compensada por los bancos mediante avales y garantías reales cada vez más exigentes para conceder créditos, e instrumentos de pago como los cheques y las letras de cambio comenzaron a ser desplazados por el pago al contado.

Al desplomarse la ganancia empresarial, los dividendos caen también en picado y con una tasa de interés en alza el valor de las acciones también repta por los suelos. En 1992, los beneficios de las grandes empresas españolas que cotizan en bolsa cayeron un 23%: de 700.000 millones de Pesetas antes de impuestos en 1991, pasaron a 550.000 millones en 1992. En el ramo dinámico de la construcción, estos beneficios se resintieron todavía más, agobiadas las empresas del sector por los gastos financieros ante el alza desorbitada de la tasa de interés. Según reportó "El País" en su edición del 8 de marzo de 1993, estos gastos incidieron un 50,7% en Agromán, 33,6% en Cubiertas, 31,8% en Fomento de Construcciones y 16% en Dragados. En esos momentos, el grueso del capital-dinero estaba en poder de la gran banca, la recesión había disparado el déficit fiscal en todas partes, y en todas partes la menguada aristocracia obrera que pudo sustraerse al paro, había buscado refugio para sus menguados ahorros en las cuentas a plazo fijo o en letras de tesorería. Pero seguían cumpliendo sus obligaciones diarias con la patronal para cobrar su salario a fin de mes. Exactamente igual que ahora.

<<En tiempos de estrechez, la demanda de capital de préstamo es una demanda de medios de pago, y absolutamente nada más; de ninguna manera es una demanda de dinero en cuanto medio de compra. (se refiere a que no es una demanda de dinero para inversión. Y esto lo aclara seguidamente) El tipo de interés puede elevarse muchísimo, sin que importe si el capital real –capital productivo y capital mercantil- se halla disponible en exceso o si hay escasez del mismo. La demanda de medios de pago (por pedido de crédito a los bancos) es mera demanda de convertibilidad en dinero (para hacer frente a los compromisos de pago pendientes) en la medida en que los comerciantes y productores puedan ofrecer buenas garantías.>> (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

Toda esta situación dispara la tasa de interés que, en muchas ocasiones se ha puesto por encima de la tasa de ganancia, amenazando con desbaratar todo el aparato productivo de la sociedad. En tales circunstancias, el precio de las acciones desciende en proporción al aumento de la tasa de interés. A esta presión objetiva a la baja de las cotizaciones bursátiles se suma la decisión de muchos capitalistas propietarios de títulos que se desprenden de ellos para hacer frente a los pasivos exigibles generados por sus empresas (pagos por deudas contraídas), así como los pequeños rentistas (asalariados, pensionistas, autónomos, etc.) que se apresuran a malvender sus papeles, hasta que la presión de la oferta acaba por provocar el derrumbe de las cotizaciones:

<<De lo dicho se desprende que en épocas de crisis y en general, en las paralizaciones de los negocios el capital-mercancías pierde en gran parte su cualidad de capital-dinero potencial. Y lo mismo ocurre con el capital ficticio, con los títulos y valores rentables, en la medida en que circulan en Bolsa como capitales-dinero. Su precio baja a medida que sube el tipo de interés. Baja asimismo por la escasez general de crédito, que obliga a sus poseedores a lanzarlos en masa al mercado para conseguir dinero. Y, finalmente, tratándose de acciones, baja unas veces al disminuir las rentas que dan derecho a percibir y otras veces como consecuencia del carácter especulativo de las empresas que con harta frecuencia representan. Este capital-dinero ficticio disminuye enormemente en épocas de crisis, y con él el poder de sus poseedores de obtener dinero en el mercado a cuenta de él. Sin embargo, la disminución de la cotización en dinero de estos títulos y valores en los boletines de cotización no tiene nada que ver con el capital real que representan y sí mucho, en cambio, con la solvencia de sus poseedores>> (Op. cit. Libro III Cap. XXX)

En este momento hacen su aparición los pocos grandes capitales especulativos que adquieren esos títulos desvalorizados a la espera de venderlos cuando el mercado se recupere. De este modo, la bolsa se revela como uno de los mecanismos más eficaces al servicio de la centralización de los capitales en perjuicio del ocasional pequeño ahorrista especulador.

<<En tiempos de estrechez en el mercado dinerario, estos títulos y obligaciones bajarán doblemente de precio; en primer lugar porque aumenta el tipo de interés, y en segundo término porque se los lanza masivamente al mercado para realizarlos en dinero. (...) Una vez pasada la tempestad, estos títulos vuelven a ascender a su nivel anterior, en tanto no representen empresas fracasadas o fraudulentas. Su depreciación durante la crisis obra como un poderoso medio para centralizar el patrimonio dinerario.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XXIX)

<<Hemos visto como en las fases desfavorables del ciclo industrial el tipo de interés puede ascender a niveles tan elevados que, en algunos ramos aislados de los negocios, de situación particularmente desventajosa, por momentos devora por completo las ganancias. (...) Este es el momento en el cual los capitalistas dinerarios compran masivamente estos títulos desvalorizados, los cuales en las fases ulteriores pronto recobran su nivel normal y ascienden por encima de él. Entonces se desprenden de ellos, apropiándose de este modo de una parte del capital dinerario del público.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XXXI)

En efecto, pasado el momento de la crisis donde la tasa de interés alcanza su máximo, porque la brusca interrupción de los flujos y reflujos de mercancías provoca una demanda de dinero en función de medio de pago, durante la recesión la sobreoferta de medios de producción (máquinas, y materias primas) hace descender sus precios por debajo de sus valores reales, la competencia intercapitalista se agudiza y las empresas más fuertes absorben a las más débiles. Por otra parte, la desinversión de capital adicional provoca el paro y los costes salariales bajan, mientras que los intercambios y las mutuas obligaciones se ajustan paulatinamente al descenso de la producción y cesa tanto la demanda de dinero para el pago de deudas pendientes, como el crédito para inversión. La tasa de interés desciende y la cotización de los títulos aumenta hasta alcanzar los niveles anteriores a su depreciación.

Con los elementos de juicio aportados en este trabajo, se puede comprender mejor el texto donde exponemos las causas del Crash mundial de 1987. Allí (ver nota 1), a propósito de la función de la bolsa como instrumento al servicio de la centralización de los capitales dinerarios, en el período entre la sobreproducción de capital real y la crisis financiera que anuncia la recesión, decíamos lo siguiente:

<<Estos movimientos objetivos del capital (dinero) son aprovechados por los Estados burgueses de acuerdo con los grandes conglomerados económicos implicados, para expropiar a las clases subalternas de sus ahorros. Durante los meses previos al "crash" de 1987 —tal como acaba de ocurrir en spaña desde principios de 1998- ante e—silencio cómplice de los partidos políticos y de las dirigencias sindicales, las grandes empresas capitalistas británicas hicieron profusas campañas de prensa y televisión exaltando las bondades del llamado "capitalismo popular" para canalizar el ahorro de buena parte de las capas medias. La política de privatización de empresas del sector público ha sido un intento político deliberado, antisindical y antiobrero para hacer entrar a buen número de trabajadores en el mismo circuito. Quince días antes del "Crash", la señora Tatcher hablaba de "la verdadera revolución inglesa" afirmando que "por primera vez hay más obreros accionistas que sindicalistas". Quince días después, muchos pequeños accionistas ingleses de condición asalariada desearon sin duda no haberse metido en semejante agujero negro.>> (GPM: Op. cit.).

Cuando la economía capitalista inicia otro ciclo corto en su fase de reanimamiento, la tasa general de ganancia se recupera y hay un exceso de capital de préstamo porque se da una situación en la que el tráfico de mercancías vuelve a ser fluido y el pago de los compromisos contraidos se cumple con la regularidad exigida por sus vencimientos, lo cual significa que el crédito comercial se independiza del crédito bancario propiamente dicho para la función del dinero en cuanto medio de pago. Marx dice que en esta fase del ciclo, es el capital industrial y comercial el que dicta sus condiciones al capital bancario. De todo esto resulta que la tasa de interés baja al mínimo.

Durante esta fase recrudece el proceso de centralización de los capitales, donde los que han sobrevivido a la depresión se apoderan a precios de saldo de los que han salido con dificultades. Esta centralización de la propiedad, a caballo del bajo coste de la fuerza colectiva del trabajo social -que el paro residual todavía permite comprar por debajo de su valor- prepara las condiciones del próximo auge, porque eleva la capacidad productiva de las estructuras empresariales resultantes de las fusiones, sin elevar en la misma medida su valor patrimonial, por lo que tiende a elevar la tasa general de ganancia: Pl. aumenta en mayor proporción que Cc + Cv.

La actual fase de tímida o vacilante recuperación coyuntural del capitalismo en los países de la cadena imperialista responde a este mecanismo clásico de la economía capitalista, cuyos efectos se ven ahora reforzados por el proceso de privatización en curso de los patrimonios estatales, incluido el de la ex URSS y demás Estados de Europa del Este donde predominó el llamado socialismo real. El auge de las bolsas se explica, pues, en gran parte, por la necesidad de masas billonarias de capital-dinero para financiar dichas privatizaciones con capital de riesgo ajeno, y en esto la gran burguesía española no se quedó a la zaga, contribuyendo a inflar la burbuja financiera de cuyo pinchazo en julio de 1998 sacaron pingües ganancias a expensas de la llamada "clase media":

<<Según la memoria de la Bolsa de Madrid, el ahorro familiar invertido en valores bursátiles durante 1997 aumentó en casi cuatro billones y medio de pesetas, curiosamente, un valor equivalente al desembolso del capital privado para comprar las 25 empresas del Estado español, que el gobierno del PP vendió a lo largo de estos dos últimos años. Muchos de estos pequeños ahorristas, los que se incorporaron a última hora --contribuyendo a redondear buena parte de los cuatro billones de pesetas-- al carrusel del capitalismo popular montado por el Estado español y las grandes empresas beneficiarias de la liquidación del patrimonio público, recordarán el 17 de julio pasado como una fatídica fecha:

El gobierno, que en los dos últimos años había vendido 25 empresas del Estado por un valor superior a los cuatro billones de pesetas, enlazaba una oferta pública (de acciones) con otra, aprovechando una coyuntura de ensueño y buscando ampliar esa capa social en Bolsa para sustentar la tesis del capitalismo popular tantas veces anunciado. Los datos económicos de inversión y consumo, las previsiones de beneficios en las empresas, la mejora del empleo, junto con la iniciativa bancaria, han logrado que la demanda de acciones haya superado a la oferta en todas las operaciones.>> "El País": 30/08/98 Pág. 43. Lo entre paréntesis es nuestro).

<<Tal era la euforia que se respiró hasta el 17 de julio de 1998. En los diez días subsiguientes a esa fecha, el patrimonio de las 35 mayores empresas radicadas en el Estado español, se cotizaba en 10 billones de pesetas menos.>> (GPM: "El crash bursátil de 1987" Ed./enero de 1999).

En su conjunto, estos especuladores aficionados fueron víctimas de algo muy parecido al timo de la estampita, ya que a instancias de la formidable campaña publicitaria montada por sus timadores (la gran burguesía y el Estado), decidieron cambiar billones de pesetas por promesas de enriquecimiento rápido que pronto se vieron convertidas en ruina. A caballo de la "coyuntura de ensueño" montada por el gobierno del PP, se inició la carrera entre los pequeños ahorristas por ser los primeros en acaparar la mayor cantidad de participaciones. En esta carrera no fueron pocos los que habiendo empeñado la totalidad de sus ahorros en la compra de acciones, las dejaron como garantía de créditos bancarios para la compra de nuevos títulos. El aumento de la demanda indujo a una oferta pública tras otra, cuya magnitud de "valor" excedió con mucho al patrimonio real de las empresas representadas por esos títulos.

Cuando finalmente se pinchó la burbuja de todo aquel capital ficticio, la "coyuntura de ensueño" se torno en pesadilla para quienes no sólo perdieron sus ahorros invertidos, sino que quedaron endeudados hasta las cejas. Para contrarrestar ideológicamente los desastrosos efectos sociales de la operación, los mismos que montaron la euforia atribuyeron las pérdidas a las empresas cotizadas a la baja. Nada más falso. De hecho, los propietarios de estas empresas cuya cotización acabó por derrumbarse no perdieron un duro, porque el valor real del patrimonio empresarial siguió siendo el mismo independientemente de la voluble y volátil cotización de las acciones antes y después del desastroso 17 de julio. Lo único que aconteció fue que el grueso de los 10 billones de pesetas "perdidos" habían cambiado de dueños. Y no por obra del azar sino en virtud de movimientos de oferta y demanda, a menudo inducidos por grupos de personas –entre ellas los propios dueños de las empresas cotizadas- con capacidad financiera e información privilegiada suficientes para manipular las condiciones del mercado y poder rapiñar así el ahorro de los incautos, combinando la euforia y el pánico a instancias de cambios en los precios de mercancías tan ficticias como es el caso de las acciones de bolsa.

Es que, según lo expuesto más arriba a propósito de la formación de la cuota de ganancia media, lo que está en juego en el mercado del capital real o capital productivo, es el plusvalor global creado en las empresas participantes, donde todos sus dueños ganan, aunque unos más que otros. En el mercado bursátil, en cambio, de la oferta y la demanda de acciones de bolsa no resulta el reparto de ningún plusvalor creado –que es nulo- sino que allí cada participante pone en juego su patrimonio dinerario invertido en esos títulos, de modo que, a diferencia del mercado real de capitales, en el mercado bursátil de capital ficticio lo que unos ganan otros lo pierden. Y aquí, los seguros perdedores deslumbrados por las engañosas magnificencias de la gran burguesía son los pequeños ahorristas, cuyo angustioso despertar del sueño embrutecedor inducido por el opio bursátil de las clases dominantes no merece compasión alguna.

Pasa con tu interlocutor respecto de la economía política lo que Marx decía que pasaba con el intelectual pequeño burgués Proudhon. Él comprende que los seres humanos producen paños, tela, tejidos de seda y automóviles. Pero lo que no parece haber comprendido es que:

  1. esos mismos seres humanos, según el desarrollo histórico de sus facultades, no sólo producen riqueza material, sino que también producen determinadas relaciones sociales de producción (como el trabajo esclavo, el servil o el asalariado) que divide a la sociedad en clases y caracteriza el modo de producción y la organización social en la que esos seres humanos viven.
  2. No ha comprendido que, además de producir la riqueza material, las relaciones sociales y las clases, los seres humanos también producen ideas, categorías o conceptos sociales, que prevalecen en cada sociedad organizada según los intereses de las clases dominantes.
  3. Y lo que menos aun parece haber comprendido, es que las clases y las ideas, categorías o conceptos que prevalecen en cada sociedad organizada sobre su modo de producción específico, son tan poco eternas como las relaciones sociales que reflejan; y que así como el arado mecánico y la energía hidráulica acabaron por arrojar las relaciones de producción esclavistas y serviles al basurero de la historia junto con las específicas concepciones del mundo que predominaron en esas dos etapas del desarrollo de la humanidad, del mismo modo, la irresistible tendencia a la generalización del automatismo y la aplicación del progreso científico a la producción material en general, tiende a dejar cada vez más sin sentido social a las relaciones de producción capitalistas y, con ellas, a la burguesía como clase dominante junto con sus valores económicos, filosóficos y morales.

Estimado Angel. Nada nos hubiera dejado más satisfechos de haber podido hacerte llegar lo expuesto aquí con la celeridad de quienes no adolecen de nuestras propias limitaciones intelectuales y trabas existenciales, incluida la pereza. Pero lo cierto es que siendo pocos, no sólo carecemos casi por completo de luz propia, sino que nos cuesta bastante proyectar como es debido toda la brillantez científica esclarecedora del materialismo histórico que Marx supo alumbrar. Hacemos lo que podemos con la diligencia y dedicación que nos permiten las circunstancias y el ser tal como somos en este momento, tratando sin demasiado estímulo de que nuestros esfuerzos no caigan en saco roto. Vivimos tiempos difíciles de los que sólo se puede sobrevivir políticamente con visión de futuro para la humanidad, arraigados en firmes principios científico-sociales. Esto es lo que nosotros procuramos con modestia y tenacidad.

Esperando tu respuesta se despide de ti el Grupo de Propaganda Marxista.

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