02. La crítica de Marx al sub-consumismo

 

         En realidad, es falso que la propensión al ahorro de los consumidores durante las fases expansivas de cada ciclo económico, acabe deprimiendo el consumo hasta el extremo de inhibir el estímulo de los empresarios industriales a invertir. Al contrario. Ese dinero, ahorrado por los consumidores ante la oportunidad de percibir mayores tasas de interés llamadas pasivas bajo tales condiciones económicas, es depositado en los bancos. Actúa como punto de apoyo en el que hacen palanca los capitalistas para expandir la producción e incrementar la ganancia. Es el indirecto inductor de la demanda para inversión. Un dinero que dichas instituciones crediticias no mantienen ocioso sino que, a su vez, lo ofrecen a sus clientes, los empresarios industriales, bajo la forma de fondos líquidos prestables, que acaba siendo invertido en la producción.  

 

         Las llamadas letras de cambio, inventadas en el Medievo para fines comerciales, han llegado a servir para tal cometido en la producción como instrumento financiero, consistente en una promesa de pago escrita “librada” en cada caso por el empresario deudor, quien se compromete a cumplirla en un plazo allí estipulado. Con ese documento suele acudir el acreedor a su banco antes del vencimiento, apelando al servicio que se le ofrece de recibir por adelantado el dinero equivalente que figura en la letra, a cambio de abonarle a la entidad financiera la tasa de interés correspondiente. Lo cual sin solución de continuidad, le permite adquirir inmediatamente los medios materiales y humanos adicionales necesarios, para encarar el siguiente período de rotación del capital en su empresa, garantizando así al sistema la continuidad del proceso de acumulación de capital, convertido en un “movimiento perpetuo” de ampliación a la escala de la producción, sin las interrupciones de los “tiempos muertos” propios de cada acto de compra-venta en el ámbito de la circulación, que incluye el transporte de la mercancía y permanencia en los almacenes de los intermediarios comerciales hasta su venta[1]:

<<Con el desarrollo del comercio y del modo capitalista de producción, que sólo produce con miras a la circulación, se amplía, generaliza y perfecciona esta base natural del sistema crediticio. En general, el dinero sólo funciona aquí como medio de pago, es decir, que la mercancía se vende no a cambio de dinero, sino de la promesa escrita de pagar en una fecha determinada. Podemos agrupar aquí, en homenaje a la brevedad, todas estas promesas de pago bajo la categoría general de letras de cambio. A su vez, estas letras circulan como medios de pago hasta sus días de vencimiento y pago y constituyen el dinero comercial propiamente dicho, (sustituto) de los billetes de banco, etc. Estos no se basan en la circulación dineraria —trátese de la de dinero metálico o de billetes bancarios del Estado— sino en la circulación de las letras de cambio>>. (K. Marx “El Capital. Libro III Cap. XXV. Lo entre paréntesis nuestro)

         De hecho, bajo circunstancias económicas expansivas con tal modus operandi que permite obviar el tiempo de la circulación entre la producción y la liquidación de los productos, jamás se ha dado el hecho de que la tasa de interés suba por encima de la ganancia, hasta el punto de dejar sin sentido la prosecución de la producción para los fines de la acumulación. Tal situación sólo se presenta una vez haya estallado la crisis, fenómeno que no sucede dónde ni cómo lo presentó Keynes escamoteando deliberadamente la realidad. 

         Ocurre por sobreacumulación absoluta de capital en el ámbito donde la riqueza se produce, o sea, cuando de un capital incrementado de magnitud dada, antes de iniciar el siguiente proceso productivo de acumulación se puede prever que pueda con él obtenerse igual o menor masa de ganancia que antes de su incremento. Por ejemplo, cuando una determinada masa de capital acumulado de 1.000 al 15% de ganancia, pasa, por tanto, de 1.000 a 1.150 unidades monetarias; pero al inicio del período siguiente se sabe que ha bajado del 15% al 9%, y el capital de 1.150 pasaría a obtener una ganancia de sólo 103 unidades monetarias de valor. En semejantes condiciones, la nueva inversión del plusvalor de 150 no se realiza totalmente, porque para volver a ganar poco más que esas 150 de plusvalor, el capitalista tendría que invertir un capital mayor que las 1.150 disponibles. Exactamente 525 más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75) lo cual le supone una pérdida neta de capital. No sólo porque el margen de 0,75 no compensa la inversión, sino porque no dispone de esa masa de valor adicional, con lo que tiene que pedir un crédito, de modo que, entonces, su ganancia no sería ya del 9% sino menos, el equivalente a la diferencia de la tasa de interés a pagar por el préstamo de 525.

         A este fenómeno Marx le llama "Sobreacumulación absoluta de capital", determinado por dos causas: eficiente y material de las crisis. La causa eficiente es el aumento en la composición orgánica del capital (gasto creciente en medios de trabajo respecto del insumo en mano de obra, como condición de una creciente productividad del trabajo), lo cual tiende a menguar el incremento de la ganancia respecto de lo que cuesta producirla y, por tanto, tiende al descenso de su tasa. Pero su causa material es el exceso de oferta por insuficiente ganancia, que no déficit de la demanda de mercancías de consumo final, como propuso Keynes[2].

         Y, en efecto, invirtiendo 1.150 con un rédito del 9%, ya no es solamente que descienda la cuota de ganancia, sino que merma el incremento de la propia ganancia, su volumen absoluto respecto de la rotación anterior. Se siguen obteniendo rendimientos positivos, pero menores, en nuestro ejemplo 47 menos = 150-103. Es decir, que la acumulación absoluta está todavía lejos de una situación en que la masa de plusvalor y, por tanto, su tasa de ganancia correspondiente sean ambas nulas, = 0. Sin embargo la desinversión se verifica. Por tanto, bajo condiciones críticas de sobreacumulación absoluta, se siguen obteniendo beneficios crecientes, pero menores. O sea, que cesa la ganancia creciente. Ergo: la acumulación prosigue, pero parte de los 150 obtenidos en la última rotación se retiran de la producción y pasan a invertirse en la especulación:

<<Hablar de sobreacumulación absoluta de capital es hablar de una masa de valor bajo la forma de dinero, que huye de la esfera de la producción de plusvalor, que deja de producir plusvalor porque no se invierte (en la producción) y por tanto, deja de demandar trabajo adicional. Tal es el principio activo que explica el fenómeno del exceso de capital con exceso de población o paro creciente. Esto se produce porque (desde el punto de vista burgués) la población obrera explotada se ha vuelto demasiado pequeña respecto del capital invertido, pero al mismo tiempo (desde el punto de vista de los asalariados) este capital deviene demasiado pequeño respecto de la población obrera explotable>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. 14-III. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro) http://www.nodo50.org/gpm/crisis/06.htm

         Así las cosas, el capital especulativo o ficticio que provoca la burbuja, se alimenta del capital real supernumerario —y de ninguna otra parte—, cuya fracción no compensada por el plusvalor obtenido es expulsada de la producción, al tiempo que, naturalmente, la parte acumulada disponible para inversión crece menos, hasta que el sistema desemboca en una sobreacumulación absoluta que provoca la crisis. Las crisis de superproducción de capital, pues, se preparan mediante este doble y contradictorio movimiento entre el capital real que es expulsado de la producción a causa del descenso sostenido de la Tasa de Ganancia, y el capital ficticio que infla la burbuja especulativa. Es el juego entre dos partes de un mismo capital como resultado de la Tendencia a la baja de la Tasa de Ganancia, que culmina en la crisis de sobreproducción absoluta de capital.

         De toda esta dinámica es fácil deducir que, si la tasa de ganancia vigente no compensa al capital + el plusvalor capitalizado previsto para ampliar la producción, éste plusvalor no se invierte totalmente y la expansión de los negocios se ralentiza.

 

         En tales condiciones, la demanda de más empleo en mano de obra y medios de producción adicionales (suelo, edificios, maquinaria, herramientas, materias auxiliares, etc.) tampoco se efectiviza. Esto afecta, en primer lugar, al comercio mayorista de estos materiales, así como a los asalariados recién incorporados al mercado de trabajo, cuya oferta de empleo no es satisfecha y van directamente al paro. Por su parte, si un almacenista de maquinaria deja de vender no puede descontar las letras correspondientes a esa venta esperada, al mismo tiempo que debe hacer frente al pago de las ya vencidas que emitió en su momento a cambio de las mercancías que compró y ahora no puede vender ni liquidar. Sólo podrá cumplir los primeros vencimientos del inmovilizado que mantiene, y esto si dispone de un fondo líquido de reserva; pero una vez agotado éste deberá acudir a su banco para pedir un préstamo, o girar en descubierto. Ergo:

<<En tiempos de crisis la demanda de capital de préstamo, y por ende la tasa de interés alcanza su máximo; la tasa de ganancia y, con ella, la demanda de capital industrial (para inversión), en la práctica ha desaparecido. En esos tiempos cada cual pide prestado para pagar, para cubrir compromisos ya contraídos>>. (K. Marx: Op. Cit. Libro III cap. XXXII)

 

         Ergo, el crédito desaparece y la tasa de interés —solo con garantía de pago sobre riqueza tangible— se dispara. Esto se verifica si partimos del proceso de circulación del capital en un país según la fórmula:  

D-M (…….P…….) M’-D’[3]

E inmediatamente después del krack, esta situación se generaliza a todo el comercio mayorista, especialmente al sector productor de bienes de producción. El crédito de confianza basado en las letras de cambio se retrae bruscamente porque el flujo y reflujo del capital en circulación se ve interrumpido en la forma mercantil M’ (mercancía recién producida conteniendo el plusvalor correspondiente lista para ser vendida). Por tanto, la fase siguiente prevista y realizada en condiciones normales M’-D’ (conversión de la mercancía producida en dinero) no se realiza en toda su masa de valor, porque ante un descenso de la demanda el producto que lo contiene debe venderse por debajo de ese valor o precio de producción.

         Y dado que la acumulación del capital bancario a instancias de la tasa de interés se produce a caballo del proceso real de producción de plusvalor —porque el interés del dinero es una detracción o deducción de la ganancia producida por el capital industrial—, es lógico y razonable que si estas dos últimas partes equivalentes del capital global M’-D’ ralentizan su crecimiento, el primero —préstamos de dinero para inversión productiva o compra de medios de producción y fuerza de trabajo: D-M sufra las mismas consecuencias por insuficiente demanda de capital-dinero a préstamo[4]. 

         Seguidamente, al aumento de la demanda de dinero como medio de pago se le suma la retracción de la oferta de dinero (crédito), lo cual presiona todavía más al alza del tipo de interés. Pero el crédito se restringe todavía más por falta de confianza en el mercado, ante la inseguridad generalizada sobre el pago de las deudas contraídas.

         Tras el "crash" bursátil de 1987 que inició la fase de crecimiento lento en la economía mundial, la morosidad en el conjunto del sistema financiero español alcanzó en 1990 los 840.800 millones de pesetas. Además de los créditos clasificados como morosos, en junio de ese mismo año la banca privada española llegó a acumular casi 1,5 billones de pesetas en "deudas a la vista" con sus clientes por diferentes conceptos, como descubiertos en cuentas corrientes y excedidos por deudas impagas en cuentas de crédito, que en esa fecha totalizaban 522.000 millones de pesetas. Esta morosidad de las empresas e inseguridad de los bancos en el cobro de los créditos, fue compensada por éstos mediante avales y garantías reales cada vez más exigentes para conceder préstamos, e instrumentos de pago como los cheques y las letras de cambio comenzaron a ser desplazados por el pago al contado.

         Al desplomarse la ganancia empresarial, los dividendos de las acciones caen también en picado y con una tasa de interés al alza el precio de las acciones también repta por los suelos. En 1992, los beneficios de las grandes empresas españolas que cotizaban en bolsa cayeron un 23%: de 700.000 millones de Pesetas antes de impuestos en 1991, pasaron a 550.000 millones en 1992. En el ramo dinámico de la construcción, estos beneficios se resintieron todavía más, agobiadas las empresas del sector por los gastos financieros ante el alza desorbitada de la tasa de interés. Según reportó "El País" en su edición del 8 de marzo de 1993, estos gastos incidieron un 50,7% en “Agromán”, 33,6% en “Cubiertas”, 31,8% en “Fomento de Construcciones” y 16% en “Dragados”. En esos momentos, el grueso del capital-dinero estaba en poder de la gran banca, la recesión había disparado el déficit fiscal en todas partes, y en todas partes la menguada aristocracia obrera que pudo sustraerse al paro, había buscado refugio para sus menguados ahorros en las cuentas a plazo fijo o en letras de tesorería. Pero seguían cumpliendo sus obligaciones diarias con la patronal para cobrar su salario a fin de mes:

<<En tiempos de estrechez, la demanda de capital de préstamo es una demanda de medios de pago, y absolutamente nada más; de ninguna manera es una demanda de dinero en cuanto medio de compra (se refiere a que no es una demanda de dinero para inversión. Y esto lo aclara seguidamente) El tipo de interés puede elevarse muchísimo, sin que importe si el capital real —capital productivo y capital mercantil— se halla disponible en exceso o si hay escasez del mismo. La demanda de medios de pago (por pedido de crédito a los bancos) es mera demanda de convertibilidad en dinero (para hacer frente a los compromisos de pago pendientes o deuda exigible) en la medida en que los comerciantes y productores puedan ofrecer buenas garantías>>. (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

 

         Ante semejantes condiciones se dispara la tasa de interés que, en muchas ocasiones, se ha puesto por encima de la tasa de ganancia, amenazando con desbaratar todo el aparato productivo de la sociedad. Consecuentemente, dado que la cotización de las acciones varía en relación inversa con la tasa de interés, a esta presión objetiva de la tasa de interés a la baja de las cotizaciones bursátiles, se le suma la decisión de muchos capitalistas propietarios de títulos, quienes se desprenden de ellos para hacer frente a los pasivos exigibles generados por sus empresas (pagos por deudas contraídas); otro tanto hacen los pequeños rentistas especuladores (asalariados, pensionistas, autónomos, etc.) que se apresuran a malvender sus papeles, hasta que la presión de la oferta acaba por provocar el derrumbe de las cotizaciones:

<<De lo dicho se desprende que en épocas de crisis y en general, en las paralizaciones de los negocios el capital-mercancía pierde en gran parte su cualidad de capital-dinero potencial. Y lo mismo ocurre con el capital ficticio, con los títulos y valores rentables, en la medida en que circulan en Bolsa como capital-dinero. Su precio baja a medida que sube el tipo de interés. Baja asimismo por la escasez general de crédito, que obliga a sus poseedores a lanzarlos en masa al mercado para conseguir dinero. Y, finalmente, tratándose de acciones, baja unas veces al disminuir las rentas que dan derecho a percibir y otras veces como consecuencia del carácter especulativo de las empresas que con harta frecuencia representan. Este capital-dinero ficticio disminuye enormemente en épocas de crisis, y con él el poder de sus poseedores de obtener dinero en el mercado a cuenta de él. Sin embargo, la disminución de la cotización en dinero de estos títulos y valores en los boletines de cotización no tiene nada que ver con el capital real que representan y sí mucho, en cambio, con la solvencia de sus poseedores>> (K. Marx. Op. cit. Libro III Cap. XXX)

         En semejantes circunstancias, el empleo autónomo de fondos líquidos por parte del Estado, para presuntos fines de reactivar la economía mediante obras de infraestructura que actúen como multiplicador (keynesiano) de la inversión privada derivada de tales gastos, será inútil mientras la tasa de ganancia no se recupere. Porque éste es el estímulo fundamental de la producción bajo el capitalismo. En modo alguno la demanda.  

         Y esta recuperación al alza de la tasa de ganancia no se producirá, hasta que la parte del capital excedentario que provocó su caída se desvalorice, incluyendo el destinado a salarios. Los recurrentes intentos por parte de los Estados burgueses de inducir a la inversión privada por mediación del gasto público autónomo, son vanos y engañosos raptos históricos que los políticos de la izquierda burguesía a cargo de los gobiernos han intentado inútilmente, sólo posibles cuando el capital se haya desvalorizado lo suficiente y la tasa de ganancia al alza recupere el pulso de los negocios[5]. Y el caso es que, según avanza el proceso histórico de acumulación, deambulando de crisis en crisis, esta dinámica entre cada crisis y su recuperación, se torna cada vez más problemática.

         Lo único de relevancia durante la fase recesiva que sucede a cada crisis —además del flagelo del paro generalizado— es que hacen su aparición los pocos grandes capitales especulativos que adquieren los títulos desvalorizados a la espera de venderlos cuando el mercado se recupere. De este modo, la bolsa se revela como uno de los mecanismos más eficaces al servicio de la centralización de los capitales, en perjuicio del ocasional pequeño y mediano ahorrista metido a especulador, ayuno de información privilegiada:

<<En tiempos de estrechez en el mercado dinerario, estos títulos y obligaciones bajarán doblemente de precio; en primer lugar porque aumenta el tipo de interés, y en segundo término porque se los lanza masivamente al mercado para realizarlos en dinero. (...) Una vez pasada la tempestad, estos títulos vuelven a ascender a su nivel anterior, en tanto no representen empresas fracasadas o fraudulentas. Su depreciación durante la crisis obra como un poderoso medio para centralizar el patrimonio dinerario>>. (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XXIX)

<<Hemos visto como en las fases desfavorables del ciclo industrial, el tipo de interés puede ascender a niveles tan elevados que, en algunas ramas aisladas de los negocios, en situación particularmente desventajosa, por momentos devora por completo las ganancias. (...) Este es el momento en el cual los capitalistas dinerarios compran masivamente estos títulos desvalorizados, los cuales en las fases ulteriores pronto recobran su nivel normal y ascienden por encima de él. Entonces se desprenden de ellos, apropiándose de este modo de una parte del capital dinerario del público>>. (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XXXI)

         En efecto, pasado el momento de la crisis, donde la tasa de interés alcanza su máximo, porque la brusca interrupción de los flujos y reflujos de mercancías provoca una demanda de dinero como medio de pago (para saldar deudas exigibles), durante la consecuente recesión la sobreoferta de medios de producción (máquinas, y materias primas) hace descender sus precios por debajo de sus valores reales, la competencia intercapitalista se agudiza y las empresas más fuertes absorben a las más débiles. Por otra parte, la desinversión de capital provoca el paro y la presión de los desocupados sobre los empleados determina que los costes salariales también se desplomen, mientras que los intercambios y las mutuas obligaciones se ajustan paulatinamente al descenso de la producción, cesando así tanto la demanda de dinero para el pago de deudas pendientes, como el crédito para inversión. La tasa de interés desciende y la cotización de los títulos aumenta hasta alcanzar los niveles anteriores a su depreciación.

 

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[1] “El empresario industrial sólo puede comenzar un nuevo proceso productivo, después de haber vendido el producto acabado y utilizado ese dinero obtenido, para comprar nuevos medios de trabajo, materias primas y fuerza de trabajo en concepto de salarios. De modo que cuanto más rápido es el proceso en el que la riqueza cumple su circuito circulatorio, tanto más pronto está el productor en situación de comenzar una nueva rotación de su capital y, por tanto, más productos puede dar salida el capital industrial de su ámbito en un espacio de tiempo dado”. (Henry Storch: “Cours  d Èconomie Politique, etc.”. Tome 1 Pp. 411-412. Citado por Marx en: “Grundrisse” Ed. Grijalbo/1977 T.21 Pp.498).

[2] El texto sobre la tendencia objetiva al descenso de la Tasa General de Ganancia Media, fue expuesto por Marx en los capítulos XIII, XIV y XV del Libro III de su obra central: “El capital”, previa demostración matemática en el apartado III de sus “Grundrisse” (fundamentos) titulado: “El dinero como capital”. Un tema tabú para Keynes que Marx abordó entre el 29 de noviembre y mediados de diciembre de 1857, acerca del cual nosotros hemos insistido varias veces en volver polémicamente desde 1997.       

[3] Donde D es el equivalente al capital-dinero invertido en la producción para adquirir la mercancía M, correspondiente a los medios materiales y humanos necesarios. En un segundo momento, (….P….) representa al proceso de tiempo productivo, durante el cual la suma de los costos de la producción se trasladan al producto, más el valor añadido en ese lapso por el trabajo humano bajo la forma de plusvalor o ganancia. El tercer momento significado por M’, representa el valor del producto listo para la venta, donde además del coste se ha materializado la ganancia. Finalmente, D’ es el dinero equivalente como resultado de la venta del producto, que cierra el correspondiente proceso de rotación del capital, incluyendo naturalmente al plusvalor o ganancia.   

[4] Una cosa es, pues, funcionalmente hablando el capital como dinero, y otra muy distinta el dinero como capital. El primero se nutre del interés en el mercado de dinero préstamos, el segundo de la ganancia en el ámbito de la producción de riqueza material. Y sin ganancia relativa creciente, la demanda de dinero para ampliar la producción de riqueza con ganancia, languidece hasta que prácticamente desaparece durante la recesión. Como sucede ahora mismo en Europa, que llegó a hundirse hasta no superar el 0,15% y así lo acaba de confirmar el actual presidente del BCE, Mario Draghi. Y si durante la crisis se dispara, es porque se lo demanda sólo para pagar deudas exigibles contraídas impagables por falta de liquidez. Precisamente porque la crisis de rentabilidad del capital interrumpe bruscamente la producción, rompiendo el natural encadenamiento de la liquidez entre cobros y pagos bajo condiciones normales. ¿Dónde se queda a la luz de estos hechos, la baratija ideológica de que la producción es una función positiva de la demanda agregada?

[5] Estos raptos son cada vez más débiles con tendencia a diluirse históricamente, hasta desaparecer en la lógica general tendente a la centralización de los capitales cada vez en menos manos. Esto es lo que ha sucedido con el keynesianismo inmediatamente antes de la segunda guerra mundial en EE.UU. e inmediatamente después de ella en el resto del mundo.