Butlletí
de la
Fundació d'Estudis Llibertaris
i Anarcosindicalistes
  La FELLA
Notícies, convocatòries
Publicacions
Contactar

 

Núm. 4    estiu    2002     Sumari     <<<     >>>


La historia como debate de ideas

Nacionalimperialismo y movimiento obrero en Europa.

Juan Gómez Casas, Edita CNT, Móstoles, 1985, 272 p.

Josep Alemany

A partir de los años sesenta, Juan Gómez Casas (en lo sucesivo JGC) fue un punto de referencia ineludible para quienes se interesaban por el anarquismo. Reunía dos características importantes:

1) No escribía sobre historia desde una perspectiva meramente erudita, sino que la concebía como el terreno donde llevar a cabo el debate de ideas. De ahí que también abordara cuestiones actuales.

2) Desplegó su actividad en el interior. Por una parte, se ahorró las esterilizadoras reyertas del exilio y, por otra, mantuvo el tipo en unos años en que el mundillo cultural estaba dominado por el marxismo más dogmático: estalinista, fidelcastrista, altuseriano, sin que faltaran las sectas trotskistas y maoístas. Además, JGC sostuvo varias polémicas con historiadores a la sazón en la esfera de influencia del estalinismo –Balcells, Termes, Elorza– y rebatió brillantemente sus afirmaciones. Dichos profesores de universidad no se esperaban una esgrima de tanta calidad por parte de alguien que no formaba parte de su gremio. Y es que JGC pasó por otra universidad, las cárceles de la posguerra, donde se hallaban algunos de los mejores cerebros de la época (otros habían ido a parar al exilio).

En todos sus escritos, JGC adoptaba un tono comedido, sin estridencias, pero aportaba argumentos sólidos y un rico bagaje conceptual. Se basaba tanto en su experiencia militante –y la de otros militantes– como en sus amplias lecturas. El rigor no está reñido con el apasionamiento.

Anarquismo todoterreno

El conocimiento de la historia puede, por supuesto, facilitar el análisis de la actualidad. Pero también lo puede entorpecer, porque, de tanto mirar por el retrovisor, algunos pierden la perspectiva del presente. A JGC no le pasó esto, como demuestra otra faceta de su personalidad, no tan conocida como su labor de historiador pero igualmente importante: los artículos dedicados a analizar cuestiones actuales. En ellos se ponía claramente de manifiesto que, en el caso de JGC, el anarquismo no se mantenía encerrado en sí mismo ni recluido en el pasado, sino que afrontaba los más variados aspectos de la actualidad.

NacionalimperialismoSin zambullirme en las hemerotecas, fiándome exclusivamente de la memoria, recuerdo una serie de interesantes artículos sobre la situación de Portugal tras la Revolución de los Claveles (en la revista «Sindicalismo»); un largo comentario sobre la «Carta a los dirigentes de la Unión Soviética» de Solzhenitsin (en «Destino»); una crítica de las tesis de Mikel Orraintía (en «CNT», firmada con el seudónimo de Benjamín). Asimismo, cuando llegó la hora de las escisiones, hizo una defensa razonada de las posiciones clásicas del anarcosindicalismo en «CNT» y en «El País». La recopilación de sus artículos formaría un buen libro. ¿Alguien se anima a publicarlos?

Dedicó varias obras al estudio del anarquismo en nuestro país. La primera –«Historia del anarcosindicalismo español»– se publicó por primera vez en 1968 y fue la más difundida. De «Los anarquistas en el gobierno (1936-1939)», cabe decir que el título no es de JGC, sino que lo impuso la Editorial Bruguera.

En sus trabajos como historiador, JGC no se ahoga en la acumulación de datos y bibliografía, sino que sabe extraer lo esencial. Al adoptar un planteamiento antiautoritario, pone en juego el intercambio de ideas y da un carácter dinámico a la exposición de los acontecimientos. Todas esas cualidades las encontramos, corregidas y aumentadas, en «Nacionalimperialismo y movimiento obrero en Europa». JGC dedicó muchas horas a la redacción de este libro. Y se nota. Es uno de sus mejores trabajos, la culminación de sus obras anteriores. Si bien lo terminó de escribir a finales de 1978, no se publicó hasta 1985, porque el original estuvo mucho tiempo paralizado en varias editoriales. Retraso que refleja las vicisitudes de la industria cultural. Las editoriales comerciales publicaron libros ácratas mientras se vendían. Cuando diminuyeron las cifras de ventas, a otra cosa mariposa.

Primera parte

El libro se divide en dos partes, y en las dos se repite el mismo esquema. Vemos actuar varias corrientes del movimiento obrero –fundamentalmente, una reformista y nacionalista, y otra autónoma e internacionalista– hasta que, al estallar una guerra nacionalimperialista –la franco-prusiana de 1870 primero, después la Gran Guerra–, se desencadena una ola de patriotismo que los gobiernos aprovechan para aplastar a las corrientes revolucionarias.

En la primera parte, JGC ofrece un estudio muy interesante de la Primera Internacional y de la Comuna de París, subrayando los planteamientos ideológicos de las distintas corrientes.

Como ejemplo de penetración de la ideología burguesa en ciertos intelectuales, JGC cita el nacionalismo de Marx, tal como queda reflejado en la carta a Engels de 20 de julio de 1870, cuando acababa de estallar la guerra franco-prusiana: «Los franceses necesitan unas azotainas. Si los prusianos salen victoriosos, la centralización del poder del Estado será útil a la concentración de la clase obrera alemana. La preponderancia alemana, además, transportará el centro de gravedad del movimiento obrero europeo de Francia a Alemania; y basta comparar solamente el movimiento en ambos países desde 1866 hasta ahora para ver que la clase obrera alemana es superior a la francesa, tanto desde el punto de vista teórico como en el de la organización. La preponderancia, en el teatro del mundo, del proletariado alemán sobre el proletariado francés, sería al mismo tiempo la preponderancia de nuestra teoría sobre la de Proudhon» (p. 74).

Precisamente, el predominio, en el Consejo General de la Primera Internacional, sito en Londres, de intelectuales burgueses –Marx y sus acólitos–, que no creían en la autonomía del movimiento obrero, dio al traste con la Primera Internacional. El otro factor decisivo fue la destrucción del movimiento obrero francés, en un momento determinante de su desarrollo, por los acontecimientos concatenados de la guerra y el aplastamiento de la Comuna.

Segunda parte

La segunda parte empieza con un capítulo de alto voltaje teórico sobre el imperialismo de las potencias europeas.

El ideal pangermánico se formó en la década de los noventa del siglo XIX en Alemania. Los nacionalistas alemanes, a quienes las colonias africanas adquiridas por Bismarck no acababan de satisfacer, cifraban sus esperanzas en la hegemonía en la Europa central. De ahí pasarían a la idea de colonizar a los eslavos. Ucrania empezó a ser entrevista como el África alemana. Vale la pena insistir en ello, ya que no faltan historiadores que presentan las empresas militares de Hitler en esta parte de Europa como el resultado de su locura o de un delirio wagneriano, cuando en realidad Hitler no hizo más que poner en práctica el «ideal pangermano que empezó a fraguarse a finales del siglo pasado» (p. 108). Frente al pangermanismo estaban, opuestos a él pero complementarios, el paneslavismo y el revanchismo francés (Clemenceau, por ejemplo, recelaba de la expansión colonial por temor de que esa proyección apartara a Francia de su objetivo más importante: la recuperación de Alsacia y Lorena [p. 111]). El imperialismo inglés, por su parte, acentuaba su ideario militarista y racista.

Gómez CasasY, como contrapunto al nacionalimperialismo, el movimiento obrero. Sin embargo, no todas sus corrientes adoptaban posiciones antagónicas a los gobiernos burgueses. El marxismo –representado a la sazón por la socialdemocracia alemana– se convirtió en la correa de transmisión de las significaciones capitalistas y nacionalistas dentro del proletariado. «En verdad, la ideología marxista y los grupos y partidos que se nutrieron de su savia ideológica fueron grandes beneficiarios de los procesos de concentración industrial y de centralización del poder político en razón del contenido autoritario de la propia doctrina. El agregado autoritario y centralista del medio creó las condiciones objetivas para el desarrollo de la corriente que, en el seno del movimiento obrero, revelaba características viscerales muy similares a las de la sociedad donde crecía y se desarrollaba. En realidad, el marxismo no fue una contracorriente, sino una corriente subsidiaria que había nacido del gran tronco autoritario de la sociedad global y tradicional», escribe JGC en la página 118.

Por otra parte, en el marxismo, los intelectuales forman la élite encargada de dirigir al proletariado, y dichos intelectuales «suelen ser intelectuales burgueses, no por su extracción social [JGC no es determinista ni fatalista], sino por las ideas fuerza que exhiben, tomadas del muestrario de la ideología burguesa» (p. 118).

Tras sentar las bases teóricas del período, JGC va analizando las jugadas de los gobiernos sobre el tablero del mundo y la evolución de las organizaciones de la Segunda Internacional y del sindicalismo revolucionario, especialmente el francés, hasta 1914.

Debe subrayarse la atención con que examina paso a paso, congreso tras congreso, el abandono de las veleidades revolucionarias por parte de la socialdemocracia y su gradual integración en los gobiernos burgueses. Así como las concepciones de los teóricos: Bebel, Kautsky, Bernstein, Rosa Luxemburg... Todo ello analizado desde la distancia que impone la discrepancia, pero sin recurrir a las descalificaciones.

Con la misma atención examina el sindicalismo revolucionario. Pero ello no es de extrañar, dada la afinidad del autor con dicho movimiento. Deshace tópicos en pocas líneas –el «mito Sorel», sin ir más lejos (p. 192)– y denuncia sin tapujos la represión contra la CGT francesa desencadenada por el trío siniestro Clemenceau-Briand-Viviani (pp. 195-196).

Más allá de la historia

El libro se cierra con el estallido de la guerra de 1914, que supuso la destrucción del sindicalismo revolucionario y el derrumbe de la Segunda Internacional. Sigue un añadido de seis páginas sobre las nuevas condiciones objetivas tras la segunda guerra mundial.

«Nacionalimperialismo y movimiento obrero en Europa» es uno de los libros más completos de JGC. En él aparece sintetizado lo esencial de varios estudios monográficos anteriores –como el dedicado a la Primera Internacional en España–, y, por otra parte, JGC saca mucho provecho de la bibliografía; Cole, Dólleans, Abendroth y Droz son citados con mucha frecuencia.

Con todo, el mérito principal del libro estriba en que rebasa el ámbito meramente historiográfico y proporciona al lector un sólido bagaje de ideas con las que éste puede analizar la actualidad de nuestro país y a escala internacional.

Si leer los libros de JGC es una de las mejores formas de rendirle homenaje, yo recomendaría éste en particular.


La FELLA    Notícies, convocatòries    Publicacions    Contactar    Inici