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Núm. 4    estiu    2002     Sumari     <<<     >>>


Trotski y las cacerías de patos

En razón del amplio período que abarca, en el libro proliferan ideas y comentarios sobre numerosas cuestiones. Quiero subrayar un concepto importante y formular una discrepancia.

En la página 119, JGC primero constata que numerosos autores –James Joll, Hobsbawn, incluso Woodcook– coinciden en establecer la siguiente dicotomía: marxismo-industrialismo, anarquismo-ruralismo. Ahora bien, «estos ilustres de la historiografía se equivocan de medio a medio, porque, aunque parezca mentira, no han estudiado los textos [...]. No hay un solo texto en toda la frondosa literatura ácrata en que se cante el pasado bucólico dominado por los bosques y la verde floresta [...]. En ninguna parte se hallan más estudios sobre planificación económica, industrial y agrícola que en los textos y en la literatura ácrata, tanto española como foránea».

Y ahora la discrepancia. En las páginas 13-14, como ejemplo del fatalismo marxista que cree en la «obligatoriedad del destino histórico», aduce JGC el comportamiento de Trotski. Al iniciarse la enfermedad de Lenin y desencadenarse la lucha por el poder, Trotski se marcha a cazar patos y deja que los acontecimientos sigan su curso ineluctable (es decir, que Stalin tome posiciones decisivas).

JGC se cree a pies juntillas lo que cuenta Trotski en «Mi vida». La realidad es muy diferente. Trotski no se fue a cazar patos por motivos filosóficos, sino porque quería que Stalin se hiciera con el poder del partido bolchevique y así introducir la siguiente división del trabajo: las tareas sucias para Stalin, las tareas más elevadas –formular teoría y escribir libros– para él, Liev Trotski. A Trotski siempre le persiguió la mala fama que adquirió como verdugo de Cronstadt y Ucrania. No deseaba empañar de nuevo su reputación.

Luego, claro está, cuando Stalin se hizo con el aparato, no se limitó a desempeñar un papel secundario, sino que desbancó a Trotski y acabó eliminándolo, primero políticamente, después físicamente. Tienen razón quienes consideran que el trotskismo no es más que el estalinismo fracasado.

Si JGC quería aducir un caso de fatalismo marxista, el propio Marx le ofrecía un ejemplo muy elocuente. En efecto, pese a proclamar el papel central de la lucha de clases en la historia, en «El capital» («Das Kapital») de Marx la lucha de clases brilla por su ausencia. En dicha obra, los obreros aparecen como instrumentos ciegos e inconscientes que realizan lo que les dictan unas «leyes económicas» independientes de la acción de los hombres y de las clases.


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