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Núm. 9    febrer    2004     Sumari     <<<     >>>


Actualidad de Herbert R. Southworth : El lavado de cerebro de Francisco Franco : conspiración y Guerra Civil

Herbert R. Southworth, Crítica, Barcelona, 2000, 335 pp.

Josep Alemany

Pasé el verano de 1971 en Londres. La librería Foyles, "The World's Greatest Bookshop", tenía casi todos los libros de Ruedo Ibérico. Uno de los muchos que adquirí fue un pequeño volumen titulado "El mito de la cruzada de Franco", de un autor norteamericano desconocido para mí y que, por añadidura, tenía un apellido estrambótico: Southworth. Estaba lejos de imaginarme que, con el tiempo, las obras de Southworth figurarían entre mis libros de historia preferidos.

La lectura, durante el franquismo, de "El mito de la cruzada de Franco" y de "Antifalange" constituía una experiencia extraordinaria. Vivíamos sometidos al bombardeo propagandístico del régimen, y de repente Southworth desmontaba, con argumentos y erudición, las mentiras del franquismo. El efecto liberador era fulminante. Ambas obras, huelga decirlo, fueron editadas en el exilio. En París, por Ruedo Ibérico.

franco7(En 1986, Plaza y Janés publicó la versión definitiva de "El mito de la cruzada de Franco", con un prólogo autobiográfico imprescindible para quienes se interesen por Southworth. También aparece, como es lógico, en las páginas de "José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico" [Anagrama, Barcelona, 2000]. Albert Forment se refiere a él en esos términos: "Herbert Rutledge Southworth, un norteamericano de izquierdas afincado en Francia que moraba en un castillo, el Château de Puy [...]. Southworth atesoraba, en dos de los salones del Château de Puy, la que probablemente era por entonces la mejor colección mundial privada de documentos, libros y revistas sobre la guerra civil española, tema en el que era una auténtica autoridad" [p. 241].)

Después de las obras mencionadas siguieron "La destrucción de Guernica" (Ruedo Ibérico, París, 1977) y varios artículos en libros colectivos, como los dos coordinados por Paul Preston: "España en crisis" (FCE, Madrid, 1977) y "La República asediada" (Península, Barcelona, 1999) (en el primero analiza la herencia fascista española, en el segundo la conexión CIA-Gorkín-Bolloten). En el año 2000 se editó su última obra: "El lavado de cerebro de Francisco Franco. Conspiración y guerra civil" (Crítica, Barcelona), que motiva estas líneas. Última en el sentido literal de la palabra: entregó el original tres días antes de su muerte.

El libro sigue la tónica de "El mito de la cruzada de Franco": va intercalando comentarios y digresiones en sus pesquisas bibliográficas. Con la diferencia que se ciñe a los dos temas que dan título a las dos partes del libro: "Los "documentos secretos" del "complot comunista"" y "El lavado de cerebro de Francisco Franco".

El anticomunismo, para la derecha, significaba oposición al cambio social. Por ese motivo, "socialistas, anarquistas y librepensadores estaban implicados en el "complot comunista"" (p. 221). Así, no es de extrañar que los "documentos secretos" hablaran de reuniones con la presencia de comunistas, socialistas y, como guinda, García Oliver, Pestaña y David Antona. Algo de todo punto inverosímil.

"Documentos" reveladores

El que los "documentos" fueran falsos no quiere decir que no sean significativos. Constituyen un testimonio de los preparativos del ataque contra la República que llevaba a cabo la derecha tras la victoria electoral del Frente Popular el 16 de febrero de 1936. Y ponen de manifiesto la mentalidad de los historiadores. Las páginas que Southworth dedica a Hugh Thomas y a Salvador de Madariada no tienen desperdicio.

franco8No faltan tampoco quienes afirman que los "documentos" son falsificaciones para, a renglón seguido, recuperar el fantasma del "complot" de la izquierda revolucionaria. Es lo que hacen el novelista-historiador Luis Romero (en "Cara y cruz de la República, 1931-1936") y Ricardo de la Cierva (en "Los documentos de la primavera trágica"). El objetivo es siempre el mismo: intentar justificar la rebelión de Franco recurriendo a la posibilidad teórica de que los revolucionarios españoles tramaran el derrocamiento del gobierno del Frente Popular. Vale la pena reproducir los argumentos de Southworth. Tras afirmar, en una nota de la página 269, que el apelativo de "Lenin español" aplicado a Largo Caballero "apenas concordaba con la realidad", escribe lo siguiente:

"El hecho innegable es que, prescindiendo de los excesos verbales de los partidarios de Largo Caballero y de los portavoces de los comunistas españoles, los apurados defensores intelectuales de la derecha española nunca han presentado un solo documento o acción que confirme la realidad de las acusaciones de que la izquierda pensaba atacar al gobierno del Frente Popular. Es indudable que algunos de los "documentos" que aparecen en el libro de Ricardo de la Cierva pueden interpretarse como incitaciones a la violencia, pero también es indudable que a estas palabras jamás las siguieron planes o acciones para una revuelta de la izquierda española contra el gobierno de su país. A decir verdad, ¿qué motivo había para tal revuelta?

"Fue la derecha española quien conspiró y se rebeló contra el gobierno legal de la República española. Los "documentos secretos" del "complot comunista" son una parte importante de las pruebas escritas del complot de los militares" (p. 158).

Para ofrecer una visión completa de la izquierda en la primavera de 1936, hay que añadir que la CNT en el Congreso de Zaragoza (mayo de 1936) debatió a fondo los movimientos revolucionarios de enero y diciembre de 1933 y abandonó la vía insurreccional.

Dimitrov en acción

En la segunda parte, Southworth analiza los fantasmas creados en el cerebro de Franco por la lectura de los boletines que en Ginebra publicaba la Entente Internationale Anticommuniste (EIA), en especial por los documentos dedicados al VII Congreso de la Komintern, presidido por Dimitrov en agosto de 1935.

Conviene subrayar que la EIA hablaba del peligro de una sublevación comunista precisamente en el momento en que la Komintern adoptaba la política del Frente Popular, de colaboración con los partidos de la izquierda, incluso la izquierda del centro, buscando alianzas con las potencias occidentales frente al fascismo. Ello suponía un cambio radical respecto a la estrategia anterior de clase contra clase empleada en Alemania -se tildaba a los socialistas de "socialfascistas"- y que facilitó la subida de Hitler al poder.

Instalado actualmente en el Estado español un gobierno de extrema derecha, con fuertes inclinaciones neofranquistas y neofalangistas, los historiadores que se mueven en su órbita disponen de recursos y facilidades para difundir sus puntos de vista. No es ninguna casualidad que una de las fundaciones que recibe más dinero del PP sea la Fundación Nacional Francisco Franco, que "se organizó más para glorificar al difunto general que para dedicarse a la investigación independiente" (p. 308). De ahí que, en las circunstancias actuales, las obras de Southworth adquieran especial interés. Más aún si tenemos en cuenta que, al fin y al cabo, los historiadores de la derecha se limitan a repetir los tópicos sobados y requetesobados del franquismo.

Intelectuales huérfanos de imperio

El reciclado de los planteamientos franquistas y falangistas no es exclusivo de la derecha. Denuncia Southworth con razón (p. 185) la epidemia de ensalzar a falangistas "arrepentidos" y de blanquear su pasado azul. Y cita dos ejemplos publicados en "El País".

El mejor antídoto de semejantes actitudes es la lectura de "Antifalange". La introducción, un análisis del falangismo de sesenta y tres páginas, aporta un sólido bagaje conceptual. A continuación vienen doscientas una notas aclaratorias al libro de García Venero "Falange en la guerra de España". En ellas Southworth demuestra poseer una esgrima polémica asombrosa.

Las páginas 52-60 están dedicadas a los intelectuales falangistas que dejaron de serlo (Antonio Tovar, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo). No es muy acertado calificarlos de arrepentidos. En realidad, quedaron "desilusionados por la muerte de los sueños imperiales" (p. 59), al darse cuenta de que, con la derrota del Eje en la segunda guerra mundial, España se quedaría sin imperio y el programa de la Falange no se cumpliría jamás.

franco9No se cansa de insistir Southworth, y con razón, en que el elemento diferenciador de la Falange, con respecto a los partidos conservadores, eran los sueños imperiales. No se puede entender el fascismo español si no se tiene en cuenta el papel central que desempeñaba el programa de expansión imperial. La Falange aspiraba a un Estado totalitario, en una nación unificada territorial, política y económicamente, con objeto de desviar y transformar el empuje revolucionario de los trabajadores en una aventura de conquistas imperiales.

Muchos historiadores se niegan a tomarse en serio la idea de imperio en el fascismo español. Quienes, en cambio, se la tomaron en serio fueron los falangistas cuando la coyuntura internacional les era favorable; es decir, mientras las potencias del Eje iban ganando la segunda guerra mundial. La victoria con que soñaban los falangistas de 1940 a 1941 no era una victoria contra la URSS, sino una victoria territorial contra Francia e Inglaterra, poseedoras de imperios. Reivindicaban África del Norte como parte del imperio español. Y la siguieron reivindicando hasta que, con el desembarco de los aliados en África del Norte la mañana del 8 de noviembre de 1942, se desvaneció el espejismo de un nuevo imperio. Lo que no desapareció fue el lema "Por el Imperio hacia Dios", que quedó pintado en los edificios oficiales como recordatorio constante de cuál era el objetivo supremo de la Falange.

Corrobora el papel fundamental de la idea de imperio toda la literatura de la generación del 98, que expresaba la nostalgia por el imperio perdido y formuló el ideario protofascista de la Hispanidad. Además, fomentaron un casticismo basado en lo más horrendo de la historia de España: la Reconquista, el heroísmo cristiano guerrero, la misión redentora de los indios en estado de naturaleza. Ortega y Gasset, por su parte, asocia las pérdidas territoriales con la decadencia nacional y concibe la grandeza de España en términos de expansión. Todos esos escritores e intelectuales sembraron la semilla del fascismo español.

Hay una continuidad histórica entre los valores míticos de la Reconquista, la Conquista y la guerra civil. En 1492 se inicia la conquista de América como resultado de la política expansionista de Castilla, que lleva a América la idea de cruzada que distinguió la guerra medieval contra el islam. Se trata de una empresa de aventureros en busca de un enriquecimiento fácil que significó rapiñas, violaciones masivas, esclavización y matanzas indiscriminadas. El mismo ejército, el mismo principio doctrinario de violencia y ocupación territorial, el mismo ideario primitivo de cruzada, la misma caza de "indios" (ahora "rojos") se volvió en 1936 contra el pueblo español, destruyendo el impulso hacia la renovación de la sociedad española que nacía de algunas organizaciones, pensadores y artistas que desplegaron sus actividades en los años de la República.

Rigor sin complacencia ni edulcorantes

Southworth ha dedicado su vida a desmontar, con gran rigor histórico y despliegue bibliográfico, las construcciones ideológicas y propagandísticas de la derecha. Gracias a la excelente técnica analítica que emplea en sus obras no incurre en ninguna actitud complaciente para con la Falange, el franquismo o la Iglesia católica.

Aquí cabe señalar que Josep Benet, en sus libros, en especial en "Catalunya sota el règim franquista", saca bastante provecho de las obras y las tesis de Southworth -lo cual me parece muy bien-; pero las desvirtúa, las edulcora -y esto ya no me parece tan bien-, pues les suprime toda la crítica de fondo que contienen contra la Iglesia católica.

Mucho peor es la posición de Stanley G. Payne. Muestra una gran admiración por José Antonio Primo de Rivera. No sólo en la lejana fecha de 1965, cuando publicó "Falange. Historia del fascismo español" (Ruedo Ibérico, París). En noviembre de 1994, en el dosier que la revista "L'Avenç" (núm. 186) dedicó a la extrema derecha española, escribió lo siguiente: "[...] un dels pocs trets positius de l'exigu moviment falangista durant els seus primers temps va ser el seu líder José Antonio Primo de Rivera, el qual tenia en alguns aspectes una personalitat inusualment atractiva". Atractiva para él. Para mí es repugnante.

Uno de los logros más sorprendentes de Southworth es que, mediante la discusión de ideas, da un cariz dinámico a un método en principio arduo: los comentarios bibliográficos. Su erudición se basa en el prodigioso dominio de la ciencia bibliográfica que adquirió cuando trabajaba en la Biblioteca del Congreso de Washington.

Leer y releer los libros de Southworth no sólo constituye el mejor homenaje que se le puede tributar, sino que, además, es una gozada, por la gran calidad intelectual que encierran.


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