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NI  NACIONES  NI  NACIONES  DE  NACIONES

Tonyo del Barrio.

Cuando uno creía que la discusión sobre qué y quién es una nación parecía que había pasado a la historia, y que ahora el problema eran los debates sobre las culturas y las civilizaciones, volvemos a las andadas.

¿Es Cataluña una nación? ¿Lo es España? ¿O mejor lo son las dos y entonces podemos hablar de una nación de naciones? Tanto uno como otro tipo de nacionalistas han enconado tanto el debate, que parece que no hay espacio para lo que voy a argumentar que es en realidad es la alternativa real: ninguna de ellas es una nación. No existen naciones, ni las unas, ni las otras, ni siquiera naciones de naciones.

Empecemos por dónde debería comenzar una discusión seria, como se hace en ciencia, en matemáticas y en cualquier área intelectual que aspire a un poco de rigor: definiendo el concepto. Que ello no es tan fácil como parece, y que el uso impropio vicia el debate lo demuestra que una obra histórica como la del historiador Eric Hobsbawm, “Naciones y nacionalismo desde 1780” comienza mostrando las principales definiciones existentes y la evolución de las diferentes acepciones, cuya primera cita es un estudio sobre la evolución del concepto en el propio diccionario de la Real Academia de la lengua española.

Si nos vamos precisamente a la definición actual de la Real Academia observaremos que apenas nos vale para argumentar, pero que sí nos da una pista de por qué existe la confusión. Según este diccionario:

Nación (del latín natĭo, -ōnis):

  1. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
  2. Territorio de ese país.
  3. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

Las definiciones 1 y 2 muestran el concepto de lo que podríamos denominar versión francesa de la nación: es el Estado el que crea la nación. La formulación más clara es la que se atribuye al primer presidente de Polonia, el mariscal Piłsudski, “es el estado el que hace la nación, y no la nación el estado”. Y la más influyente, la que desarrolló Ernest Renan en su “Qu’est-ce qu’une nation?”, y su teoría del plebiscito permanente. Ahí encajaría, sin duda, el concepto de que España sea una nación.

La definición 3 es obviamente diferente, y hace referencia a la que podemos llamar versión alemana del concepto, la que se apoya principalmente en la lengua. La insistencia en la lengua debe mucho al filósofo alemán Herder, y ha sustituido casi enteramente a la raza, que en su momento tuvo tanta importancia, hasta el punto que el concepto de etnia ha sido reorientado para insistir en los aspectos culturales y lingüísticos. Tras su apogeo en la época del Romanticismo, ahora sirve de apoyo a los movimientos etnicistas. Con este enfoque, se podría concluir que Cataluña es una nación, aunque cabe alguna duda sobre la propia definición de Cataluña de acuerdo con estos criterios.

Combinando ambas definiciones, ya no parece del todo ilógica la expresión nación de naciones si se entiende como nación1-2 de naciones3.

Ahora bien, si vamos más allá en las definiciones de la RAE, se puede ver la poca consistencia de los dos puntos de vista. En cuanto uno quiere profundizar, precisando qué se entiende por país en la primera acepción o por idioma en la tercera, se encuentra:

País: Nación, región, provincia o territorio.
Idioma: Lengua de un pueblo o nación, o común a varios.

En el primer caso tenemos un típico caso de definición circular que apela al conocimiento (o el prejuicio) previo, y que no nos sirve para discernir qué territorio es una nación. En el segundo, cuando se quiere ver qué modalidad lingüística justifica la definición de nación, ya que tan importante parece este criterio, se comprueba que también es la nación define el idioma, cuando antes ocurría lo inverso. De nuevo la incoherencia.

Para aclararme, he echado mano de la definición contenida en el diccionario de esperanto que sirve como referencia, el Plena Vortaro, que define la nación como “forma organizada de un pueblo, consistente en la totalidad de las personas que viven en un territorio definido y que están unidos por una comunidad de lengua, costumbres, tradiciones, intereses económicos y gobierno”.

Bueno, parece una definición más concreta. He hecho el ejercicio de aplicármelo a mí mismo, para ver cuál es mi nación. Y me he encontrado que comparto:

  • la lengua con millones de personas en Latinoamérica y con muchas otras de todas las regiones españolas, pero no con todas;
  • las costumbres con muchas personas de mi misma edad y educación, pero que no están distribuidas territorialmente en espacios concretos, y entre las que no se encuentran muchos de mis vecinos más inmediatos;
  • tradiciones con muy pocos, quizás con algunos de los habitantes de mi comarca originaria;
  • intereses económicos con mi clase social, o con mis compañeros de empresa, según como lo enfoque, independientemente de su lugar de residencia;
  • gobierno con los que comparten conmigo el estado, pero también la región, o el municipio, y cada vez más los ciudadanos de la Unión Europea.
  • En suma, no existe un colectivo cerrado de personas con los que comparta todos estos elementos, y seguramente ningún colectivo con los que comparta de forma unívoca ninguno de ellos por separado.

    Así que he llegado a la conclusión de que no tengo una nación. Y también, a poco que lo pienso, de que muy pocas personas, quizás los habitantes de una isla pequeña, o los miembros de una tribu perdida, puedan decir lo mismo.

    La nación, me temo, es una cuestión de voluntad. Forman una nación los que quieren formar una nación. Y quieren formar una nación los que creen que forman una nación. Es imposible deshacer ese círculo (nunca mejor dicho) vicioso.

    Así que voy a proponer una alternativa diferente: las naciones no existen. Sólo existe la voluntad de algunas personas a dominar un territorio.

    Parece que ya no está de moda reivindicar de nuevo el cosmopolitismo, pero el de verdad, no el que sirve como coartada para justificar los nacionalismos vergonzantes. O, para decir mejor y evitar confusiones, el anacionalismo. El que defendió Eugenio Lanti y tantos otros para los que la ruptura de las fronteras era más importante que el debate sobre dónde ponerlas.

    Enero 2006

    Versión en esperanto