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TIERRA  Y  LIBERTAD

LAS  IDEAS  COLECTIVISTAS  DE  BAKUNIN

Aleix Romero

Texto aparecido en la revista CNT (julio - 2014)

Fuera del ambiente libertario, la figura y pensamiento de Mijail Bakunin no disfrutan de buena prensa. Pasadas las polémicas de antaño, todavía se le critica por difundir una filosofía poco o nada original, se le señala por sembrar la cizaña en la I Internacional o se le acusa de ser un aventurero que desperdició actividad y energías en levantamientos infructuosos; incluso se llega a asociar su nombre, con un indisimulado anacronismo, al terrorismo yihadista.

Sin embargo, Bakunin encarnó al típico hombre de acción del siglo XIX Como el abuelo de Settembrini, aquel entrañable personaje de la novela La montaña mágica, fue uno de tantos revolucionarios que sacrificó su tranquilidad en aras de la libertad, alternando el sable y la pluma, la pólvora y la imprenta. Debido a su carácter inquieto, al nomadismo impuesto por el fracaso de las conspiraciones en que participó y a la prisión, Bakunin no tuvo la oportunidad –a diferencia de Karl Marx– de madurar plenamente sus ideas.

En cambio, Bakunin fue capaz de hallar un filón despreciado por su antagonista ideológico. Marx, preocupado por la crisis del sistema capitalista, se fijó preferentemente en los países más desarrollados a nivel industrial, confiriendo a la clase obrera la misión histórica de relevar a la burguesía en el poder. Bakunin, por su parte, que provenía de la nobleza rural rusa, se concentró sobre todo en la parte más atrasada de aquella Europa de dos velocidades, donde la agricultura seguía siendo la actividad predominante: Rusia, Italia o España. Según Josep Termes, la historia del anarquismo español es –salvo en ciertas zonas de Andalucía– la crónica de un movimiento obrero de carácter urbano; sin embargo, los primeros anarquistas, aunque trabajaran en talleres y fábricas, tenían una indudable extracción campesina: eran en su mayoría inmigrantes del campo.

El pensamiento de Bakunin está altamente impregnado de referencias que remiten a ese trasfondo agrario precapitalista, preindustrial y antiestatalista –a causa del intervencionismo cada vez mayor del Estado en la vida comunitaria–. De ahí la preeminencia que tiene en su conjunto de ideas el colectivismo, que de acuerdo con lo que exponía Netchaev en El Catecismo revolucionario –obra escrita por encargo de Bakunin–: la tierra y todos los recursos naturales son propiedad común de todos, pero sólo serán utilizados por aquellos que los cultivan con su propio esfuerzo. Sin expropiación, tan sólo con la poderosa presión de las asociaciones de trabajadores, el capital y los medios de producción caerán en manos de aquellos que producen la riqueza con su propio trabajo.

El colectivismo es la única garantía de la autodeterminación económica, que a su vez es la condición indispensable para lograr una libertad real. El sistema colectivista implica el ensalzamiento del trabajo como base de la dignidad y de la moral humanas, el principio que permitió a los seres humanos superar un estado de bestialidad. Pero este planteamiento puede entrar en conflicto con la libertad individual, que sufre diferentes presiones provenientes no sólo del Estado sino también de la sociedad. Se plantea así un interesante problema que Bakunin resuelve formulando una perfecta simbiosis entre el individuo y la sociedad. La libertad, por tanto, sólo puede ser solidaria.

El modelo social ideal para Bakunin es la federación horizontal de las asociaciones de trabajadores, organizada de abajo a arriba en grupos, comunas, provincias o regiones y finalmente naciones. Pero si bien pretende la destrucción de todas las estructuras de poder del Estado y del Capital, no plantea la extinción y erradicación de la propiedad privada. Aunque insiste en que la igualdad es la justa distribución de los bienes, propone una superación progresiva de la superación burguesa, es decir, de la tendencia a la acumulación de los recursos, subrayando que para el ejercicio de la libertad en solidaridad lo importante en su uso. La igualdad no presupone un igualitarismo apresurado y forzado. Bakunin se presenta así como un activista familiarizado con la mentalidad campesina, es decir, la antítesis más alejada del burócrata de procedencia urbana.

El colectivismo bakuninista arraigó con fuerza en España, hecho que no sorprende si se tiene en cuenta que la revolución liberal había modificado el régimen de propiedad comunal de la tierra, despojando a los pueblos de espacios forestales que aprovechaba de manera colectiva y poniendo la gestión de los montes bajo control de la administración central. Las principales consecuencias fueron a ser la quiebra de los modelos de organización ancestrales del valle y la montaña, y la emigración rural subsiguiente. Cuando Giuseppe Fanelli vino a la península en 1868 a difundir el bakuninismo, se encontró por tanto con un ambiente receptivo. Los estatutos de la Alianza de la Democracia socialista, constituida por miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores en 1872, establecieran como primer punto: la abolición definitiva y completa de las clases y la igualdad económica y social de los individuos de ambos sexos. Para llegar a este objeto, pide la abolición de la propiedad individual y del derecho a heredar, a fin de que en el porvenir sea el goce proporcionado a la producción de cada uno, y que conforme con las decisiones tomadas por los últimos congresos de Bruselas y Basilea, la tierra y los instrumentos de trabajo, como cualquier otro capital, llegando a ser propiedad colectiva de la Sociedad entera, no puedan ser utilizados más que por los trabajadores, es decir, por las asociaciones agrícolas e industriales.

A partir de 1881 la Federación de Trabajadores de la Región Española asumió la doctrina colectivista, si bien el impacto de las reflexiones de Kropotkin hizo que sus miembros más radicales oscilaran al anarcocomunismo, en la idea de que todo el mundo recogiera de la producción lo que le pareciera conveniente. Pero, pese a la irrupción de otras tendencias y la pujanza del sindicalismo, el colectivismo sobrevivió, como lo pone de manifiesto la revolución social puesta en marcha el día después al golpe de estado del 18 de julio de 1936. Las colectivizaciones agrarias e industriales, especialmente en Cataluña y Aragón, son una muestra de la aspiración de la clase obrera a consagrar el trabajo como la única y genuina fuente de riqueza.

Como puede verse, la influencia del colectivismo bakuninista fue mucho más allá de la limitada influencia que su impulsor pudiera ejercer en vida en las sociedades obreras españolas. Se han deslizado varias críticas en su contra, tachándolo como una idealización de la vida rural y sentenciando el fracaso del régimen de colectivizaciones durante la guerra. Pero no se ha insistido tanto en que cubría una demanda social, que planteaba una alternativa económica que superase las diferencias de clase y que su realización final, en un contexto bélico, afectó fatalmente a su desarrollo.

Versión en esperanto

Otros textos conmemorativos:

Bakunin: el anarquismo y la revolución (Julián Vadillo)
Marx, Bakunin y la Primera Internacional (José Luis Gutiérrez Molina)
Bakunin en España: los aliancistas y la difusión ideológica que no fue (Carlos Márquez)
Bakunin y la pedagogía anticipada (Ana Sigüenza)
Bakunin: nacionalismo, Estado y religión (Julio Reyero)
El patriotismo (extracto) (Bakunin)